Noviembre 7, 2024

Todtnauberg

M33» ¡Serpientes! ¡Raza de víboras! ¿Cómo van a escapar del castigo del infierno?

 

El arquitecto y artista visual, Manuel Marchant, reflexiona sobre la Guerra, a propósito de los últimos sucesos mundiales, nacionales, de siempre. El texto toma como referente la anécdota del desencuentro entre Paul Celán y Heidegger en su cabaña de Todtnauberg. El silencio del maestro, ante el requerimiento del poeta de una palabra reparatoria frente al holocausto, genera una falla en el lenguaje. La interlocución esperada entre poesía y filosofía no es posible y con ello se pierde la posibilidad de elaborar y perdonar.

 

La historia de la humanidad se repite una y otra vez, el hombre apuñala a su hermano entre cantos, y celebraciones…banderas, signos, emblemas… ¡basura, trapos inútiles! Cuánto más vale un gesto solicitando perdón…pero el animal ama demasiado la herida por la cual sangra y orgulloso la muestra y con pasión declara la guerra.

Víctimas y victimarios envueltos en una danza diabólica se entrelazan como amantes furiosos y con orgullo mezclan su sangre, la maravillosa sangre humana, el misterioso líquido, océano de nuestros sueños, donde habitan todas nuestras fantasías utópicas.

Así el aliento se extingue, vertido en un propósito espurio…la guerra, escenario donde las bestias despliegan su orgullo, su sagacidad y su astucia. Derrumban todo cuanto ayer construían, desconocen su amor su humilde y solitario amor y luego como ángeles desnudos en su infamia se culpan unos a otros.

¿Cuánto cuesta una palabra de perdón? No es la palabra lo que cuesta es el alma la que se niega a pronunciarla, inserta en el corazón congelado se niega a fluir, se niega a existir, se derrumba el dolor del otro al no escuchar el pedido de perdón.

Así en la cabaña de Todtnauberg, se hizo el silencio bajo las frías estrellas reflejadas en la fuente cúbica, se extinguió la posibilidad de establecer en el lenguaje un nuevo flujo de amor, uno desde una orilla habló quizás susurrante en medio del bosque y el otro mirando los celestes astros calló.

Luego del silencio y lo inútil del acto la asimetría del verdugo y la víctima quedó establecida sin registros ni cambios, la vida y la guerra, el temor y el odio prevalecieron en las pupilas y en los labios estando tan cerca entre brañas del bosque y las hermosas árnicas tan solo bastaba una palabra dicha un gesto frente al dolor.

Desde entonces el silencio nos ensordece, nos consume y nos extingue, ¿cómo escapar al castigo del infierno, si aún la metralla es necesaria? El viento sopla sobre la tierra despoblada, no hay un nuevo suelo para las víctimas, no habrá un nuevo suelo para el opresor, esta vez la tierra aun abierta no acogerá a los muertos ¡! Estos rondarán entre nosotros, como siempre lo han hecho pidiendo una sola palabra, la negada, la prohibida, la imposible la que no existe en el alma de las víboras.

 

La cabaña de Heidegger en Todtnauberg con la fuente y la estrella cúbica

 

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