El pintor y escritor, Pablo Salinas, reflexiona desde Algarrobo, pueblo costero en el que está radicado, sobre la fructífera relación del escritor Manuel Rojas con El Quisco, donde escribió muchos de sus libros.
Estoy seguro que se trata de una de las presencias más secretas y, hasta cierto punto, invisibilizadas de todo el litoral, la que involucra al gran escritor chileno Manuel Rojas y El Quisco. Rojas, que recibió en 1957 el Premio Nacional de Literatura por su extensa e influyente producción, es un autor que mantiene hasta hoy una vigencia sólida, sólo superada por los Nobel Mistral y Neruda. El año pasado, cuando se cumplieron 100 años de su primera publicación, se reeditaron varias de sus obras, incluso una de éstas en formato novela gráfica. Por eso enterarse que el escritor tuvo una larga relación -desde la década de 1940 hasta su muerte, en 1973- con El Quisco, donde llegó a tener dos casas en el sector norte, no deja de sorprender. Revisando los archivos que guarda el Departamento de Archivos Culturales de la UC, las sorpresas se multiplican. A las varias fotos de Rojas en el balneario, se suman documentos como los manuscritos de capítulos enteros de sus obras escritos en El Quisco. En 1949, mientras Neruda escribía pasajes de su Canto General en Isla Negra, pocos kilómetros al norte, también junto al Pacífico, Rojas avanzaba en Hijo de ladrón.
Indagando, el diálogo litoraleño entre poeta y narrador se nos devela bastante estrecho: para el diseño de ambas casas, Rojas recurre a Rodríguez Arias, arquitecto catalán exiliado en Chile que también se encarga de los trabajos de ampliación del refugio isleño de Neruda. Las propiedades quisqueñas de Rojas se mantienen afortunadamente en pie y en buenas condiciones. Una de ellas la habitó el también escritor Ronald Gallardo hasta hace unos años; la otra, el mismo Rojas la vendió a mediados de la década de 1960, a poco de su retorno al país con su nueva pareja, la joven estadounidense Julianne Clark.
La presencia de Manuel Rojas en este territorio tan pródigo en habitantes ilustres emerge como todo un hito cultural, que merece y debe ser valorado, estudiado, destacado. En beneficio de toda la comunidad, pero muy especialmente, de las generaciones jóvenes.
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