Por Ernesto González Barnert
Es uno de los poemas más emblemáticos y conocidos de “20 poemas de amor y una canción desesperada”. Hoy está en tela de juicio, a mi modo de entender, equivocadamente. Ya que entiendo el texto poético de Pablo Neruda, básicamente, como un texto de hermosa consciencia y defensa de la interioridad de cada uno, de la otra persona, en el amor apasionado, por sobre cualquier deseo de posesión.
Así Pablo Neruda, instala una puesta en escena adversa, llena de admiración romántica, apenas contenida, deseosa, en un momento en que su objeto amado está absorta en sí misma, en su silencio vivo, es dueño de su mundo interior. La entrada en razón de ese espacio que solo le pertenece a ella, es el trabajo emocional del poeta enamorado a lo largo del texto.
Este poema, por consiguiente, es una defensa del espacio y tiempo en que fluye esa interioridad en cada uno de nosotros. Y también, claramente, un llamamiento apenas velado a aprender a sobrellevarlo, respetarlo, dejarlo ser. No hay nada más hermoso en una pareja cuando los dos estando juntos, cerca, comparten silenciosamente; cada uno en su mundo. Una pareja en la que sus interioridades fluyen en sí mismas y confluyen a la vez entre ambos más allá del lenguaje, porque entienden que en el hombre interior –como dice San Agustín–, habita la verdad.
Yeats, sostiene: “somos felices cuando nuestro interior está correspondido con nuestro exterior”. Es desde ese deseo de correspondencia exterior en que un joven Pablo Neruda primero busca aprehender apasionado la interioridad de ella, torpemente. Tantea con la idea de conquistar su silencio e interioridad poniendo a su lado el propio para despertar rápido a la conclusión de que es lo contrario al amor. Además de entender que el amor no necesita lenguaje en primera o última instancia.
Nada más equivocado, por consiguiente, en este poema XV que interpretarlo como alguien que manda a callar a la mujer, a su amada, deseoso de silenciarla psicopáticamente. Claramente Pablo Neruda en este poema no manda a callar a nadie sino que aprende a vivir y sobrellevar la interioridad de ella y la propia, a pesar de los celos, el abismo sideral que se abre entre ellos, incluso.
Pablo Neruda sobrevive incluso a los celos de ese universo interno, que la llena y habita, ese espacio que parece tanto ausencia pero es pura presencia… y no le pertenece a nadie más que a ella…, ese vívido silencio, vívida muerte, llena de recuerdos, memoria, sueños y fantasías… que le enseña –de paso al joven estudiante de Temuco– a dominar y someter su lengua, parloteo, intensidad apasionada y franquear su propia “fuerza”.
Siendo un mocoso de 17 años, Neruda, entiende lo que señala Cesare Pavese en “Oficio de vivir”: “Los hombres que tienen una tormentosa vida interior y que no buscan desahogo en sus palabras o en sus escritos, son simplemente hombres que no tienen una tormentosa vida interior.” Como todo adolescente, además subrayado por su condición irrenunciable ya de poeta, incluso cede majestuosamente, sin ufanarse, a que la verdadera profundidad y gracia está en el temple a ella, no en el de él, que aprende a fluir con eso en este poema. Y eso es de una generosidad y grandeza propia de quien experimente amor, comienza a entenderlo más allá de cualquier cadena egoísta, cuerpo, posesión. Así creo se entendió hasta que las lecturas torpes, parceladas, lo pintaron como un canto machista.
El libro se publicó en 1924, el poeta tenía 19 años, donde buscó con toda su ambición literaria develar los misterios del hombre –como respondió en una entrevista–. Ese misterio es el de ese espacio, esa interioridad, que tenemos cada uno. La felicidad –dicen los viejos y nuevos gurús– depende enteramente de nuestra luz interior, nacida de ese espacio de interioridad. Sin duda, aprenderla de los que amamos es el camino.
Murakami dice: “Hacia dónde debería mirar es hacia dentro de mí.” Neruda aprende esa lección para mirarla a ella más y mejor… y dejar de ser un joven necesitado, inseguro y torpe tratando de asir su “silencio” al propio… Así vuelve a mirarla, aprehenderla en su interioridad melancólica, sin doblegar su historia, verdad y libertad. Este poema enseña eso: a contemplar, contemplarse, dejarse contemplar. Y como todo joven [y no tan joven] darse cuenta que a veces cuando le reprochamos algo a alguien, terminamos comprendiendo que tanto el que reprocha como el reprochado es uno mismo.
Además que nos hacemos uno con el universo en el silencio, con lo que llevamos de las estrellas en nuestro fuero interno.
Shakespeare apunta “es mejor ser reyes de nuestro silencio que esclavos de nuestras palabras.” Pablo, corona en ese entendimiento silencioso la valía del amor, risueño, juguetón, soldado del amor.
Aquí el poema para que ustedes lo lean más allá de las pancartas y lecturas cicateras del momento. Los invito a re-descubrir este poema que muchos de nosotros repetimos como loro, de memoria, en el colegio, sin entenderlo del todo.
–Poema 15–
Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.
Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.