Noviembre 7, 2024

La fascinación desgarradora de Valparaíso

 

Pablo Neruda era un personaje muy conocido en Valparaíso. Un hombre público con dotes literarias y políticas. Pero que igual realizaba actividades normales como cualquier persona, como lo cuenta el escritor Manuel Peña Muñoz:

Mi padre tenía un negocio en El Almendral. Se llamaba Peña Hermanos y estuvo allí por más de medio siglo con sus frascos de caramelos Ambrosoli, su fragancia a bacalao y sus cajones para la cascarilla de cacao, la nuez moscada y las pasas Corinto… Un día que fui a ayudarle en el mostrador, me dijo: “Ese hombre que viene entrando es Pablo Neruda”. Lo miré con respeto. Con admiración. Decían que vivía en Valparaíso. Que escribía poemas. A menudo iba a comprar aceitunas de Azapa o queso mantecoso. Mi padre lo atendía e intercambiaba palabras con él. Era un tiempo en que ir a comprar se transformaba en un acto social.

 

O sus frecuentes visitas a la casa de antigüedades El Abuelo, que todavía existe en el mismo sitio donde Neruda acudía, en la calle Independencia, como relata el poeta Ennio Moltedo:

 

En estos días he visitado la casa de antigüedades El Abuelo, ubicada en calle Independencia, propiedad de la familia Eltesch y que administra el hijo del fundador. En alguna ocasión acompañé a Neruda hasta aquí. De tanto en tanto él emprendía un recorrido de inspección para asegurarse que no estaba perdiendo ninguna ganga de origen exótico. Con su actual dueño, Pablo Eltesch, hicimos recuerdos de aquellas visitas y de las preferencias de Neruda por objetos e instrumentos náuticos y me mostró un curioso documento: fotocopia del último cheque girado por el poeta el 26 de diciembre de 1970, a nombre de “El Abuelo” –así, encomillado–, por un monto de 20.000 escudos. Entonces una cifra menor. De allí la humorada de Neruda al extender el documento a nombre de “El Abuelo” y no de Eltesch y Cía. 

 

O el relato del doctor Francisco Velasco, donde cuenta algunos de sus paseos por la ciudad:

Neruda amaba Valparaíso. Cuando nos conocimos, alojaba en mi casa de Recreo Alto, frente a la plaza, y salíamos a recorrer la ciudad. Marie manejaba la citroneta, siempre despacio, para que el vate pudiera ver todo detenidamente. De repente, decía “¡Para! ¡Para!”, se bajaba y entraba a un local del que salía con algunos de los objetos curiosos que coleccionaba. “Tienes una mirada de águila”, le decía mi mujer, lo que a él le complacía. Otras veces, recorríamos la ciudad a pie, de preferencia, la feria de avenida Argentina. Todo el mundo lo conocía, se acercaban a saludarlo y muchas veces a contarle sus problemas. Él escuchaba atentamente, con paciencia, y después me decía: “Éste es el material de mi trabajo”.

 

El 30 de marzo de 1962, la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile, en sesión pública celebrada en el Salón de Honor, recibió a Pablo Neruda en calidad de miembro académico, en reconocimiento a su vasta labor poética.

En el discurso de agradecimiento, Neruda se refiere a esta época juvenil, y habla de la fascinación por Valparaíso:

 

Gran parte de mi generación situó los verdaderos valores más allá o más acá de la literatura, dejando los libros en su sitio. Preferíamos las calles o la naturaleza, los tugurios llenos de humo, el puerto de Valparaíso con su fascinación desgarradora…

 

Pablo Neruda y Julio Escámez, junto al caballo restaurado, en La Sebastiana, 1963. (Fotografía de Antonio Quintana)

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