Por Ernesto González Barnert
—¿Cómo recibes la mención honorífica en el Premio Roberto Bolaño 2021?
—Recibo la mención muy contento, porque uno sabe que al final los premios no son lo importante al escribir, o debería saberlo para no «perder el norte», pero sí es verdad que ayudan. Dan visibilidad y reconfortan, es bonito sentirse reconocido. Insta a seguir escribiendo, en mi caso. A responder con escritura la confianza que le otorgan quienes eligen reconocerla. Hace años, cuando aún iba en la enseñanza media, recibí una mención en un concurso de esta Fundación [Pablo Neruda], fue el primer concurso literario en que participé de hecho, y fue un incentivo muy potente para perder el miedo a mostrar mi escritura, y para tomármela con más seriedad.
—¿De qué manera visualizas tu búsqueda poética?
—Mi búsqueda poética tiene cauces variados, pero podría enfocarme en tres líneas centrales que he tratado, y que de hecho se cruzan: lo que implican las relaciones afectivas en general, el cómo la tecnología incide en nuestra vida en la actualidad, y en la relación entre las personas y los animales. El amor de pareja y de padre – hijo aparece en esas tres líneas. Este año compartí un breve poemario de hecho, “Th”, que va, diciéndolo en pocas palabras, sobre amor. Amor de pareja. Es digital, está liberado para descarga gratuita.
—¿Puedes compartirnos 3 poemas de tu obra galardonada?
Mortal Kombat II
Jax estrangula a Kitana
y con el otro brazo una sarta de golpes
la violencia policial desde siempre
viendo monstruos cuando se requiera
de civil, claro.
El grupito de la población y mis primos mayores jugando
en la casa del niño que tenía un almacén
y en un rincón mis manos apostando la vida
mediante un control desconectado
se suponía que la inexperiencia no me permitía
ingresar al territorio de lo real
a pesar de que miré atentamente y descubrí
los botones con los que el jhony liberaba los movimientos
lecciones de vida, simples pero certeras:
no sirve tener los controles sin la destreza y el conocimiento de saber pulsar
no sirve saber pulsar si no logras ver quién conecta o no los controles
no sirve perfeccionarse demasiado, los sistemas siempre cambian
luego las condicionantes se agravan
aparece Kintaro o Shao Khan para desbaratar cualquier estrategia
o el paso al 3D cambia por completo la dinámica de ataque
y ahí es necesario entender que el juego trata de otra cosa
una lucha entre egos o tardes que ahora, en la memoria, se fugan hacia rincones
blancos de luz muerta que nada útil puede iluminar
me tomé en serio aquellos desafíos, logré manejar las técnicas
y cuando volví con mi propio control todos habían crecido
alguno de mis primos jugó acaso un poco más en una ps2
por una suerte de selección natural oficiada por el capitalismo
el jhony, en tanto, tomó demasiado en serio su movimiento estrella
→ → + B
y apenas cumplidos los veinte mató a su pareja a golpes
Space impact
Los ataques de fiebre
resguardan como marcas en una pared
la memoria de mi crecimiento.
Cada uno fue intenso
pero lejano de lo que supondría su sucesor
lo que es mucho decir
dadas las circunstancias del que las imágenes
de mi cabeza ofrecen como el primero:
tapado casi hasta la boca por el cubrecamas
que acompaña también mis primeras fotos desnudo
dejando solo el espacio suficiente
para sujetar la bombilla del kapo que tomaba sin conciencia
pensaba en ladrillos, estructuras gigantes, pixeles
monocromos que mediante avanzaban los minutos
acrecentaban el pánico de verme aplastado, minúsculo
bajo figuras ancestrales que conocí por la pantalla
del nokia 3310 que mi mamá me cedió.
Cuando llegó a la pieza con un plato
de sopa de fideos con huevo
no se enteró de mi temor, no entendía
los disparos imaginarios que quise esquivar
aferrándome a la toalla húmeda que vi en sus manos
yo alucinaba con aquellos extraterrestres
al final de cada nivel, indiscernibles
si se miraban demasiado cerca
me hería el espacio entre los dedos
con los bordes del envase al apretarlo
la fuerza como un intento de escapar
lo mismo la presión desaforada
al cerrar los ojos.
Años después supe que esa parte de la mano
se llama membrana interdigital.
Creo entender por qué
pero mi intuición me lleva por otro camino
y pienso en mis manos
en la memoria digital que cargan;
cómo esta época
las formó y deformó
al ritmo de sus novedades.
Nunca fui muy bueno en ese juego
a pesar de que me esforzaba
los botones de goma lucían
las marcas de frustración de mis uñas.
La última vez que lo jugué
no pude avanzar demasiado
fue durante un día en que llevé
unos cuántos celulares antiguos a mi colegio
en mi casa había un par
y quise impresionar a mis amigos
pero los vieron los chicos que se sentaban detrás
uno en especial se ensañó con ellos
me arrepentí de mencionar su dureza
cuando lo vi intentar destruirlos casi toda la clase.
Eso fue en los primeros días de marzo
de un octavo básico que me abrió al dolor
poco después golpeó a un profesor de inglés
que tuvo un ataque de pánico y dejó el colegio
él también se fue por supuesto
y fue la primera vez que escuché la palabra Sename
poco después vino la palabra suicidio
pero esa ya la había escuchado
y la tanteaba cuando llegaba por la tarde
a golpear mis cojines como él aquellos teléfonos
como sus amigos a veces mi rostro.
El nokia 3310 fue el único que logré esconder en mi parka
esa tarde no llegué a mi casa a dejar la impotencia en los cojines
me dispuse, concentradísimo
a dar lo mejor de mí en el juego.
Creo que llegué a la tercera pantalla
la nave desplazándose sobre un fondo vacío
que emulaba un paisaje desértico.
Toda la carga, todo el peso, convertidos
en la anulación de toda imagen; un disparo
inútil no por debilidad ante un gran enemigo
sino por su desvarío ante la extensión.
La última gran fiebre que sufrí
fue de algún modo similar
privado de enhebrar cualquier idea coherente
sostuve con fuerza la toalla húmeda
gritándole a mi madre lo que pensé
súplicas pero solo eran sonidos.
Supongo que no hay diferencia
ante ese panorama, en el que sentí
que de soltar aquella toalla moriría
perdido en aquel vasto horizonte
perlado de cuadrados granos de sal.
Dark World
Cuando vencí a Aganhim, brujo cabeza de cerdo azul
y pensé que superaba así la aventura
para que de pronto la melodía principal del mapa cambiara
develando los extensos objetivos restantes
algo se marcó en mí;
una especie de enseñanza
una idea concreta y clara para mis pocos años
sobre qué esperar de las vueltas de la vida.
Las opciones, es cierto, son pocas.
Afrontar la inesperada y nueva pendiente
o forjar comodidad en ángulos difíciles.
Pero el precio de oír una nueva melodía
en un bucle irresistible quizá lo valga
eso es lo que sucede, el querido Koji Kondo
acompasando el sudor de mi piel
antes de entrar a una entrevista de trabajo
y, con los audífonos sonando,
valorar la audacia de Link.
Biografía
Eduardo Bustamante Fernández (1996, Puente Alto, Chile). Licenciado en Literatura con mención en escritura de guiones. Trabaja como librero. Publicó Th (2021, autoedición digital). Textos suyos aparecen en las antologías Mi canto no termina. 5 Años del Concurso Juvenil de Poesía Pablo Neruda (Fundación Neruda, 2018) y ARDE: Acción revolucionaria de escritorxs (Antiyó, 2020). Escribe regularmente en Japonistas Chile, La Juguera, Liberoamérica y Masticadores Sur, entre otros sitios. Algunos de sus dibujos han sido expuestos en galerías virtuales como Aquí no hay arte o Galería Serendipia. Ha recibido menciones y ha resultado finalista en algunos concursos literarios, y sus obras han aparecido en diversas revistas y sitios.
Página web: https://linktr.ee/Eduardo_Bustamante / @edustamantej (Instagram)