Por Darío Oses
El llamado “Discurso de Estocolmo” es el agradecimiento personal que hace Neruda al recibir el Premio Nobel. Comienza con el relato del más peligroso de los viajes que emprendió en su vida. Luego, de aquella narración surge la revelación de lo que fue para él la poesía, que no puede separarse de lo que fue su vida.
En general la visión de mundo del poeta se vincula con corrientes del pensamiento laico y derivadas del proceso de secularización que se inicia en occidente con la edad de la razón.
Por esto sorprende la apelación que hace en este discurso a lo sagrado, a lo ceremonial y a lo ritual. Es que Neruda parece tener una fe absoluta, en ciertas entidades como la Tierra, la materia y la humanidad. Esta fe ya la había manifestado en otros momentos de su obra. Así por ejemplo, el poeta concluye Fin de mundo, el más pesimista y apocalíptico de sus libros diciendo:
Uno más, entre los mortales, / profetizo sin vacilar / que a pesar de este fin de mundo / sobrevive el hombre infinito.” Y más adelante: “…endurecidos de sufrir, / cansados de ir y volver, / encontraremos la alegría / en el planeta más amargo (…) Tierra te beso y me despido.”
El camino dela libertad
En el Discurso de Estocolmo Neruda parte relatando una experiencia fundamental de su vida: el viaje que hizo a caballo, a través de la cordillera de los Andes, cuando salió clandestinamente hacia Argentina, en febrero de 1949, para librarse de la persecución de la policía del presidente Gabriel González Videla. Pero en ningún momento se refiere a este suceso en términos históricos. Habla solo de “acontecimientos ya olvidados en sí mismos.”
“Tuve que atravesar los Andes buscando la fronteras de mi país con Argentina” – dijo el poeta y agregó que lo hizo por un camino “oculto y vedado”- y continuó relatando: “No había huellas, no existían senderos y con mis cuatro compañeros a caballo buscábamos en ondulante cabalgata, eliminando los obstáculos de poderosos árboles, imposibles ríos, roqueríos inmensos, desoladas nieves, adivinando más bien el derrotero de mi propia libertad.”
El camino no existe. Era solo una huella tenue que se ha ido formando con el paso de otros viajeros, huella “dejada quizás por contrabandistas o delincuentes comunes fugitivos” – dice el poeta – muchos de los cuales podían haber muerto sorprendidos “por las glaciales manos del invierno, por las tormentas tremendas de nieve que cuando en los Andes se descargan, envuelven al viajero, lo hunden bajo siete pisos de blancura.”
Eran esos contrabandistas y cuatreros muertos los que tal vez habían trazado la ruta que después seguiría el poeta, que ahora también era un fugitivo, condición que lo hermanaba con esa prosapia de proscritos anónimos.
Pruebas y rituales
Luego se enfrenta con otras pruebas que le depara el camino. Debe cruzar un río torrentoso y en ese trance cree que ha llegado su hora final. Sin embargo llega a la otra orilla donde se entera que tras él iba uno de los silenciosos arrieros que lo acompañaban y que, como un ángel de la guarda, llevaba listo su lazo para atraparlo en caso de que la corriente lo arrastrara.
El grupo llega hasta una pradera en medio de las montañas, donde los viajeros ejecutan un extraño rito de solidaridad y de pertenencia a la comunidad humana.
Dice Neruda: “Allí nos detuvimos como dentro de un círculo mágico, como huéspedes de un recinto sagrado: y mayor condición de sagrado tuvo aún la ceremonia en la que participé. Los vaqueros bajaron de sus cabalgaduras. En el centro del recinto estaba colocada, como en un rito, una calavera de buey. Mis compañeros se acercaron silenciosamente, uno por uno, para dejar unas monedas y algunos alimentos en los agujeros del hueso. Me uní a ellos en aquella ofrenda, destinada a toscos Ulises extraviados, a fugitivos de todas las raleas que encontrarían pan y auxilio en las órbitas del toro muerto.”
Después sus acompañantes se sacan los sombreros e inician una danza ritual, en un solo pie “repasando la huella circular dejada por tantos bailes de otros que por allí cruzaron antes.”
Se produce entonces la primera revelación. Dice el poeta: “Comprendí entonces de una manera imprecisa, al lado de mis impenetrables compañeros, que existía una comunicación de desconocido a desconocido, que había una solicitud, una petición y una respuesta aun en las más lejanas y apartadas soledades de este mundo.
Cuanto están cerca ya de la frontera, los viajeros ven brillar una luz en medio de la noche. Se acercan a unos galpones destartalados. Entran a uno de ellos. “Cerca del fuego, agrupados como sacos, yacían algunos hombres – dice el poeta -. Distinguimos en el silencio las cuerdas de una guitarra y las palabras de una canción que, naciendo de las brasas y de la oscuridad, nos traía la primera voz humana que habíamos topado en el camino. Era una canción de amor y de distancia, un lamento de amor y de nostalgia dirigido hacia la primavera lejana, hacia las ciudades de las que veníamos, hacia la infinita extensión de la vida.”
Este acto también es un rito que no invoca a dioses ni a seres sobrenaturales. Es una liturgia que une a un grupo de viajeros desconocidos que en medio de la noche cordillerana celebran su común condición de seres humanos.
Antes de irse a dormir los viajeros se sumergen en las aguas termales que fluyen en las cercanías. “Chapoteamos gozosos, lavándonos, limpiándonos el peso de la inmensa cabalgata – escribe Neruda – Nos sentimos frescos, renacidos, bautizados, cuando al amanecer emprendimos los últimos kilómetros de jornada que me separarían de aquel eclipse de mi patria. Nos alejamos cantando sobre nuestras cabalgaduras, plenos de un aire nuevo, de un aliento que nos empujaba hacia el gran camino del mundo que nos estaba esperando.”
Este, sin duda fue otro rito, esta vez de inmersión, renovación y renacimiento. Es, además, un rito de pasaje: de purificación antes de salir de la patria mancillada por la injusticia, de cierre de una etapa del camino, para iniciar otra, orientada hacia” el gran camino del mundo”. El camino de la libertad, de la apertura hacia el extenso mundo que Neruda recorrería durante su exilio que se prolongó por tres años y medio, en los que su obra se haría conocida y celebrada en distintos idiomas, en muchos países del mundo. Ese fue, en verdad el inicio del camino que lo llevaría hasta el Premio Nobel.
En la segunda parte de este artículo examinaremos las revelaciones que esta aventura le entrega al poeta.