Por Rodrigo Cordero Cortés.
Agradezco la invitación que me ha hecho David para presentar su libro de poemas Circuitos integrados, y a Editorial Aparte por hacer que esto sea posible. Agradezco también a todas y a todos quienes han podido acompañarnos.
Ya había tenido la oportunidad de leer el libro de David con ocasión de una breve reseña que escribí para la revista electrónica Letras en línea.
Sin embargo, en esa oportunidad quedé con la sensación de que mi lectura había sido parcial, y que algunos aspectos importantes del libro habían quedado fuera de mi alcance. Sin embargo, ¿no son acaso todas las lecturas parciales?, ¿no queda siempre en toda lectura algo fuera del alcance?
Aprovecho, en cualquier caso, esta nueva circunstancia para retomar o detenerme más en algunos de esos aspectos, o en otros, que van apareciendo de a poco.
Circuitos integrados (Editorial Aparte, 2020) de David Bustos (Santiago de Chile, 1972) es un volumen de 104 páginas numeradas que reúne 78 poemas, que corresponden, según se indica, a una “selección aleatoria” de los libros de poemas publicados por el autor entre 2001 y 2018.
Esos libros de poemas son ocho —lo cual, por cierto, no es poco—, a lo cual habría que sumar la publicación de un disco de poesía sonora en 2014 —Todo empieza por casa— y otro libro más —Poemas zen (Mago Editores, 2020)—, de publicación reciente.
Una de las cosas que me llamaron la atención en aquella primera lectura fue el cuidado diseño de la portada, con una tenue decoloración del verde que va en sentido vertical desde izquierda a derecha. Un diseño entre mecánico y digital, me decía entonces, quizás un poco vintage, que se aviene bien con el título del volumen.
Asimismo, otro aspecto en el que me detuve en esa ocasión fue aquel gesto por parte de David de entregar la decisión de seleccionar los poemas a otra persona. Y me preguntaba si acaso ese gesto no respondía a la necesidad de desestabilizar el carácter totalizante —la Obra— que podría convocar una selección o antología de poemas como Circuitos integrados, que reúne 20 años de trabajo, como si el estatuto mismo del volumen oscilara entre el gesto de cerrar un periodo importante de la producción del autor y, al mismo tiempo, dejarlo abierto. Qué mejor ocasión esta, entonces, en que tenemos aquí a David y a Roberto Contreras, para saber si ellos nos pueden contar algo más acerca de ese trabajo colaborativo del cual se podría decir que hace tambalear, aunque sea un poco, la presencia autorial tradicional, única, tal como se la suele considerar.
Por otra parte, en esa ocasión también me detuve en la diversidad que es posible apreciar en los poemas de Circuitos integrados, y esto en varios sentidos. La mayoría de los poemas son breves, aunque hay también varios poemas extensos. Si uno revisa sus títulos, por otra parte, también uno se encuentra con una gran diversidad. Y lo mismo ocurre cuando uno lee los poemas. Desde visiones más o menos extáticas a poemas con un carácter marcadamente narrativo, paisajes exteriores y paisajes interiores, pasando por guiños a la cultura popular y libresca, y poemas que podríamos llamar “situados” o que rozan lo documental, o incluso lo íntimo, aunque sin develarlo del todo. Hay poemas que abordan asuntos terribles y otros muy bellos. Y también poemas que tienden a privilegiar lo cotidiano y otros que, desde esa cotidianeidad, se lanzan hacia el fondo oscuro de la memoria o de la ensoñación, o a la inextricable interpretación de un presente siempre urgente, o también hacia los senderos de la meditación o del mantra en búsqueda de un sentido.
En esa ocasión me preguntaba también por la importancia de esas miradas, de esas manos, y de esos cuerpos que tanto se repiten en varios poemas, y que podrían eventualmente abrir una nueva posibilidad de lectura.
Y me doy cuenta ahora, que vuelvo a leer con atención el libro, que Circuitos integrados es un libro que toca, que me toca, que nos toca, y que hace de la reflexión acerca del contacto o acerca de su posibilidad unos de sus aspectos centrales.
Y es que hay en la poesía de David una atención delicada que está orientada hacia aquello que lo rodea, a su entorno diríamos más inmediato: cuerpos, plantas, insectos, y todo tipo de acontecimientos personales, familiares y colectivos. Un mirar atento que, no obstante, no solo mira con los ojos, sino que con todo el cuerpo, y que hace de los cuerpos o de la corporalidad uno de sus asuntos.
- “Las líneas de las manos transitando / de un aire hacia otro aire”. (“De la boca para afuera”, 13)
- “Las palmas de las manos / como el mapa de una ciudad / encrucijada que cambia imperceptible”. (“Las palmas de las manos”, 17)
- “Como un dedo hundido en la carne roja de las cosas. / Las manos poco a poco en el extremo se encontraron” (“Como una agujereada bolsa plástica”, 20).
- “La lucha cuerpo a cuerpo en que interpretamos / ciertos sonidos huellas dactilares o partituras / un dibujo acorralado por una sombra / que se diluye en el punto final” (“Un dibujo acorralado por la sombra”, 21).
- “Un cuadrilátero y dos fuerzas / lenguas que luchan / en la lona caliente / que moja y resbala / en conversaciones / que no vienen al caso” (Cuadrilátero, 22)
- “Mis manos eligen las peores ocasiones para constatar tu ausencia, / solo los gatos de esta casa pueden entender esta nave de locos, / que va sin cesar en un cuadro colgado frente a las costas / que recorrimos tomados de la mano” (Aves paranoicas, p. 56)
De ser así, creo que uno de los “circuitos integrados” que propone la poesía de David es aquel que opera en el plano de unas percepciones sensoriales fuertemente encarnadas, corporeizadas, y que quizá llamaría “percepciones materiales”, que parecen ser aquello que permite que el sujeto de los poemas salga de su ensimismamiento —no sé si esa es la mejor palabra—, y se relacione con otros, con otras, o con lo otro, o que se plantee al menos la pregunta por la posibilidad de que esa relación se establezca o fracase.
Esas percepciones sensoriales, corporales, materiales funcionan, claro está, como una suerte de constatación o una evidencia. Y de ahí surge muchas veces, precisamente, la fuerza de los poemas, diríamos, a partir de la clara visión de un detalle.
- “Sentados en la misma mesa / escucho el derrumbe del cigarro en la ceniza” (“Para ser un punto se necesita caer”, 15)
Pero el saber —o el sabor— que esas percepciones ponen en movimiento está lejos de corresponder a una epistemología o a un empirismo estrecho o restringido, sino que funcionan como una suerte de pregunta por la posibilidad de establecer una vía de comunicación, o mejor, un circuito de integración, o, precisamente, de contacto, que muchas veces supone un tipo de comunicación sin palabras.
Muchas gracias.
David Bustos
Poeta, guionista. Magíster en Estudios de la Imagen (UAH). Ha escrito los libros de poesía: Poemas Zen, (Editorial Mago, 2020), Circuitos Integrados, (Antología, Editorial Aparte, 2020), Ejercicios de enlace, reedición. (Isófonica ediciones, Barcelona- Chile, 2018), Arial 12, (Pez Espiral ediciones, 2018), Dos cubos de azúcar, (Editorial Una temporada en Isla Negra, 2014), Hebras Viudas, (Editorial Cuarto Propio, 2011), Jardines Imaginarios, (Alquimia Ediciones, 2010), Ejercicios de Enlace, (Editorial Cuarto Propio, 2007), Peces de Colores, (Lom ediciones, 2006), Zen para Peatones, (Ediciones del Temple, 2004), Nadie lee del Otro Lado, (Mosquito ediciones, 2001); y Rec. Libro de cuentos, (Cuneta ediciones 2018).
Obtuvo el Premio Municipal de Literatura (2007) por su libro de poesía Peces de colores y Premio Nacional, Mejores obras (2019, MOP) por el libro de cuentos Rec.