Miguel Lawner, Premio Nacional de Arquitectura 2019,
Medalla de Honor Pablo Neruda 2018
El 18 de octubre del año pasado, Chile encendió la chispa, que extendió una hoguera rápidamente a Colombia, Bolivia, Perú y Guatemala en estos días. Ninguno de los países del continente, vive horas tranquilas. Es un alzamiento contra la desigualdad social, contra el hacinamiento, contra la vulnerabilidad de la salud, la educación y la vivienda social, contra un sistema previsional miserable, contra la mega explotación de mares, minas y bosques, contra la contaminación del aire y de las aguas, contra el desprendimiento de los glaciales y los avances de la desertificación. En suma, es un rechazo del modelo neoliberal impuesto a gran parte del mundo, durante los últimos cuarenta años y del cual Chile fue su verdadero conejillo de Indias. Tal como lo señaló una reciente columna del Washington Post: “O perece el capitalismo o perece la humanidad”. El conocido cientista político Manuel Castels, acaba de afirmar algo semejante.
La pandemia profundizó este cuadro de desigualdades. Le hizo un verdadero estriptis al modelo. Nada será igual a su término. Las multitudes claman por la creación de asambleas constituyentes que pongan fin a las Constituciones vigentes. Son alzamientos inéditos en nuestra historia, carentes de conducción política tal como las conocimos en el pasado. Millones de jóvenes y mujeres luchan en las calles, arrinconando a las fuerzas represivas, sin que ninguna organización política o social pueda atribuirse su conducción. Brotan por doquier debates y cabildos, así como las ollas comunes. Ha renacido la fraternidad y la solidaridad, apagadas por un estímulo desenfrenado al consumismo y al individualismo. La ira y los anhelos del pueblo se expresan en las paredes de la ciudad, en las redes sociales, en el renacimiento del Baile de los que Sobran o el Derecho a vivir en Paz. En suma, es el reencuentro con la Dignidad.