Por Elvira Hernández, Poeta
Se viera o no se viera venir, fue una tromba. Las calles se abrieron como se suele imaginar que el mar muerto se abrió para esa gente bíblica. Cuando hay una explosión humana todo lo que tiene forma se rompe. Dispersión violenta. Gente que iba de acá para allá coreando cánticos y consignas; ahogándose en lacrimógenas. Al frente, cerrada y brutal la represión, desbordada. Veredas repletas, calzadas atestadas, esquinas demolidas y piedrazos, mucho apedreo como si el lapidar instalara el tono. Barricadas, perdigones, láser y balines, cañones de agua. Estruendos, heridos, gritos, incendios, saqueos. Una marea incontenible, iluminada y borrosa como suelen ser las mareas humanas que estrellan sus sufridas rabias. Alzamiento de pancartas: peticiones nítidas, sin rebozo; la cuenta de la mesa pobre y la vivienda social, el agobio de un trabajo demasiado explotado. Vidas raudas y contradictorias que en un momento se daban la mano: barras futboleras, feministas, mapuche y veganos. También toda esa gente que seguía marchando desde el siglo XX. Múltiples palabras completaban el cuadro, provenían de otros grupos que chorreaban los muros apelando a la vida y a la muerte. Era el neopueblo que se mostraba en su cuna, la calle; una revuelta que se hacía monótona y destructiva casi alcanzando el mes; donde no era reconocible en esos velados rostros el porte de lo que se suele llamar después, acto soberano. Pero ahí estaba, con sus muertos por sobre los escombros, pasada y desfiladero hacia una Nueva Constitución.
Elvira Hernández es Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda 2018. Es autora de Pena Corporal (2018).