Noviembre 7, 2024

Pablo Neruda y los Animales. Entrega III: El elefante, el dios y el refrigerador

 

Por Darío Oses

 

Durante su estada en oriente, Neruda conoció verdaderamente a los elefantes que hasta entonces solo había visto en el zoológico y en el circo. Presenció conmovido cómo los cazaban y domesticaban para convertirlos en “laboriosos y grandes jornaleros.”

 

Los primeros refrigeradores que llegaron a Chile, estaban hechos íntegramente de metal porque la era del plástico aun no había llegado. Tenían un porte imponente, todo color nieve y un peso considerable. Así era el refrigerador Philco con que se encontró Neruda en la casa de Lola Falcón, uno de los lugares en que se refugió, cuando era  perseguido por la policía política  en 1948. Lo interesante es que en ese momento despertó el elefante que Neruda llevaba dentro, y que el poeta proyectó en aquel refrigerador.

La primera vez que el poeta estuvo ante el monumental Philco de dos metros de estatura, se detuvo “en una prolongada meditación” —como anota José Miguel Varas—.Luego lo examinó por los costados (…) Por último le hizo una reverencia profunda acompañada de ademanes litúrgicos y lo proclamó El Elefante Blanco.” En los días siguientes el poeta siguió ejecutando sus reverencias rituales frente al artefacto.

Advierte Varas que el comportamiento de Neruda tenía mucho de juego, pero había algo más. De esto se percató años después, en 1966, cuando entrevistó al poeta en La Chascona, su casa de Santiago. En una mesa había una estatuilla del dios indio Ganesh, que tiene cuerpo de hombre y una gran cabeza de elefante. Varas le encontró cierto parecido con Neruda y se lo hizo notar.

El poeta comentó que no era la primera vez que le encontraban cara de elefante, cosa que no lo ofendía ni lo molestaba porque ese animal merecía todo su respeto. Explicó  que los elefantes no eran como los poetas: “No se estorban a pesar de su gran tamaño, ni se pelean entre sí.”

Pero la simpatía de Neruda por los elefantes se debía principalmente a que en ellos veía una especie de sufriente proletariado animal:

Es el más proletario y uno de los más explotados por el hombre. Le roban los colmillos y lo hacen trabajar en los circos pero sobre todo, en países como la India, tienen al pobre (…) acarreando enormes cargas, construyendo caminos, etc. Es dócil y dulce. Se encariña con los niños. Pero cuando se rebela, ¡ayayay!

 

La larga cacería

 

Hasta antes de su viaje a oriente, Neruda solo había visto a los elefantes en el circo y el zoológico. Por eso lo asombró ver en Ceilán cómo muchos de ellos transitaban por los caminos “cruzando con su carga de madera de un lado a otro, como laboriosos y grandes jornaleros.”

También presenció, en la playa, el baño de los elefantes: “Del agua tranquila surgía un inmóvil hongo gris, que luego se convertía en serpiente, después en inmensa cabeza, por último en montaña con colmillos.”

Entre los recuerdos de Ceilán que dejó en sus memorias, uno de los más dolorosos es el de una gran cacería de elefantes. Era un proceso largo: durante más de un mes los campesinos iban empujando a los paquidermos con fuego y con sonidos, por la orilla   de un río. Escribe el poeta:

De noche y de día las hogueras y el sonido inquietaban a las grandes bestias que se movían como un lento río hacia el noroeste de la Isla. Aquel día estaba preparado el kraal. Las empalizadas obstruían una parte del bosque. Por un estrecho corredor vi el primer elefante que entró y se sintió cercado. Ya era tarde. Avanzaban centenares más por el estrecho corredor sin salida. El inmenso rebaño de cerca de quinientos elefantes no pudo avanzar ni retroceder.

 

Entonces los machos más fuertes cargaron contra las empalizadas pero los hombres con sus  lanzas los rechazaron. Se replegaron a proteger a las hembras y a las crías. “Era conmovedora su defensa y su organización – comenta Neruda -. Lanzaban un llamado angustioso, especie de relincho o trompetazo, y en su desesperación cortaban de raíz los árboles más débiles.”

Los  domadores entraron sobre dos grandes elefantes domesticados, que ubicándose en lo costados del animal salvaje, lo golpeaban con sus trompas y lo apretaban hasta dejarlo inmóvil. Entonces los cazadores le ataban una de sus patas traseras a un árbol lo suficientemente firme para mantener prisionero al animal.

Advierte Neruda que el elefante cautivo se niega a comer durante muchos días.

Los cazadores los dejan por un tiempo en ayunas y después  les ofrecen sus alimentos favoritos: brotes y cogollos de ciertos arbustos que buscan por toda la selva cuando están  en libertad. Cuando por fin los comen es que ya están domesticados. Entonces  comienza el aprendizaje de los pesados trabajos que tendrán que realizar por el resto de sus vidas.

También en el poema “Lejos muy lejos”  de Memorial de Isla Negra, Neruda evocó a esos desdichados elefantes que conoció en las selvas del oriente:

 

Elefantes que acompañaron /mi camino en las soledades, / trompas grises de la pureza, / pantalones pobres del tiempo, / oh bestias de la neblina /acorraladas en la cárcel / de las taciturnas tinieblas /

mientras algo se acerca y huye, / tambor, pavor, fusil o fuego.

Hasta que rueda entre las hojas / el elefante asesinado / en su atónita monarquía.

 

El más simpático de los dioses

 

Volvamos a la entrevista de José Miguel Varas a Neruda, en 1966. En esa ocasión el poeta declaró que Ganesh era el más simpático de los dioses de la religión hinduísta. Además los hombres, antes de iniciar cualquier proyecto, empresa o trabajo, tenían que dedicarle una plegaria, de lo contrario las cosas no salían bien.

El poeta puntualizó que los orígenes de  Ganesh se remontaban al diluvio indio que produjo una oscuridad que se prolongó por 4.320 millones de años. Ganesh llegó al mundo para anunciar el fin de esa era de penumbra y el advenimiento del amanecer de Brahma. Apareció bailando y soplando una caracola marina a la luz de la aurora.

– Ganesh es amable – dijo Neruda -. Es el heraldo del término de un tiempo penoso. Trae la promesa de la felicidad. Por eso lo estimo.

El escritor y Premio Nacional de Literatura José Miguel Varas, le sugirió entonces a Neruda que la historia de Ganesh podía ser motivo de un poema. Este le respondió que  los sacerdotes y poetas de la India ya habían escrito ese poema, en forma insuperable, hacía ya muchos siglos.

Neruda, en cambio, ya había escrito su Oda al elefante, parte de la cual reproducimos ahora:

 

 Oda al elefante

 

Espesa bestia pura,

San Elefante,

animal santo

del bosque sempiterno,

todo materia fuerte,

fina

y equilibrada,

cuero

de

talabartería planetaria,

marfil

compacto, satinado,

sereno

como

la carne de la luna,

ojos mínimos

para mirar, no para ser mirados,

y trompa

tocadora,

corneta

del contacto,

manguera

del

animal

gozoso

en

su

frescura,

máquina movediza,

teléfono del bosque,

y así

pasa tranquilo

y bamboleante

con su vieja envoltura,

con su ropaje

de árbol arrugado,

su pantalón

caído

y su colita.

No nos equivoquemos.

La dulce y grande bestia de la selva

no es el clown,

sino el padre,

el padre en la luz verde,

es el antiguo

y puro

progenitor terrestre.

Total fecundación,

tantálica

codicia,

fornicación

y piel

mayoritaria,

costumbres

en la lluvia

rodearon

el reino

de los elefantes

y fue

con sal

y sangre

la genérica guerra

en el silencio.

Las escamosas formas,

el lagarto león,

el pez montaña,

el milodonto cíclope,

cayeron,

decayeron,

fueron fermento verde en el pantano,

tesoro

de las tórridas moscas,

de escarabajos crueles.

Emergió el elefante

del miedo destronado.

Fue casi vegetal, oscura torre

del firmamento verde,

y de hojas dulces, miel

y agua de roca

se alimentó su estirpe.

Iba pues por la selva

el elefante con su paz profunda.

Iba condecorado

por

las órdenes más claras

del rocío,

sensible

a la

humedad

de su universo,

enorme, triste y tierno

hasta que lo encontraron

y lo hicieron

bestia de circo envuelta

por el olor humano,

sin aire para su intranquila trompa,

sin tierra para sus terrestres patas.

Lo vi entrar aquel día,

y lo recuerdo como a un moribundo,

lo vi entrar al Kraal, al perseguido.

Fue en Ceylán, en la selva.

Los tambores,

el fuego,

habían desviado

su ruta de rocío,

y allí fue rodeado.

Entre el aullido y el silencio entró

como un inmenso rey. No comprendía.

Su reino era una cárcel, sin embargo

era el sol como siempre, palpitaba

la luz libre, seguía verde el mundo,

con lentitud tocó la empalizada,

no las lanzas, y a mí,

a mí entre todos,

no sé, tal vez no pudo ser, no ha sido,

pero a mí me miró

con sus ojos secretos

y aún me duelen

los ojos

de aquel encarcelado,

de aquel inmenso rey preso en su selva.

 

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