Noviembre 21, 2024

Los últimos días de Neruda

 

Por Darío Oses

 

Los presagios de su muerte

El 21 de noviembre de 1972 Pablo Neruda vuelve a Chile. Había partido el 2 de marzo del año anterior, a asumir el cargo de embajador en París. Durante su estada en Europa recibió el Premio Nobel de Literatura. Su regreso debió haber sido apoteósico, pero la sombra de una grave enfermedad y el fantasma del golpe de estado, estaban ya muy presentes en las vidas del país y del poeta.

Su biógrafo Volodia Teitelboim escribe que bajó cojeando del avión. Cuando los periodistas le preguntaron qué pasaba, Neruda respondió, tratando de bromear: “es la gota, la enfermedad de los nobles ingleses.” Un auto lo trasladó a Isla Negra, sin detenerse en Santiago. “La bienvenida ha tenido un aire de disimulada tristeza” – anota Volodia.

 

Augurios fatídicos

 

Al acto de bienvenida, que se realizó en el Estadio Nacional, el 5 de diciembre, asistieron las autoridades máximas de la nación y representantes de los estudiantes y trabajadores de todo Chile, así como parlamentarios de los partidos de la Unidad Popular y hasta algunos de la oposición. Pero había espacios vacíos. No concurrieron las cien mil personas que se esperaban. Actuó el Cuadro Verde, de Carabineros y luego se desplegaron en la cancha los perros policiales. Para Volodia ése fue un augurio fatídico de lo que ocurrirá algunos meses después, cuando el Estadio Nacional fue convertido en un campo de prisioneros.

«Aquel acto nos dejó a todos cierta sensación de hielo. El poeta estaba enfermo y al país lo habían enfermado, inyectándole desde fuera toneladas mortales de rencor.»- escribe Teitelboim.

Al poeta le gustaba esperar el año nuevo en Valparaíso. «La Sebastiana» era un mirador privilegiado para el tradicional espectáculo pirotécnico del puerto. Allí pasó su último fin de año, el de 1972 y vio llegar 1973. El periodista Hernán Soto anota que esa celebración «dejó a los concurrentes un sabor extraño: 1973 traería más peligros y dolores que ventura y esperanza». El doctor Velasco agrega que en esa última cena de año nuevo de su vida, Neruda, «ya estando muy enfermo, se preocupó como siempre de todos los detalles, y a cada comensal se le entregaba un libreto con el menú».

Volodia recuerda que cuando las sirenas del puerto comenzaron a ulular, varios amigos se reencontraron en la azotea de la casa: «Nuestros pensamientos vuelan no tan lejos. ¿Qué pasará en 1973?».

 

Robos y profanaciones

 

El año no empezó bien. Unos desconocidos entraron a robar en la casa de Isla Negra. El botín fueron en algunas botellas de whisky, que en ese tiempo eran escasas.

Los presagios funestos siguen apareciendo. El último de los grandes sueños del poeta fue construir un lugar donde escritores y artistas pudieran pasar temporadas dedicados a crear. Él mismo donó un magnífico terreno de acantilados, roqueríos y rompientes que había comprado en Punta de Tralca. Volodia Teitelboim cuenta que una mañana, él junto a Neruda y al arquitecto Sergio Castillo Velasco, caminaron hacia la cabaña que tenía el poeta en Cantalao y la encontraron destruida. Fue un acto de puro vandalismo. Agrega Volodia: «Las fechorías contra sus sueños de Cantalao le dolieron. Más que descorazonarlo fueron para él campanadas anunciadoras de tiempos malos (…) Fue como un ensayo pequeño de lo que harían más tarde en La Chascona…» Se refería Volodia a los actos de vandalismo que destruyeron parte de la casa y valiosos libros y objetos que allí había.

 

 

El fantasma de las guerras civiles

 

El poeta le temía a los fantasmas de dos guerras civiles: la de Chile en 1891, y la de España en 1936. Estos temores también tenían algo de malos augurios. En su discurso del Estadio Nacional dijo:

Hace ochenta años, poderosas compañías europeas, que en esa época dominaban Chile, promovieron una guerra civil entre chilenos. Llevaron al frenesí las discrepancias entre el parlamento y el presidente. Entre los muertos de aquella guerra civil se cuenta un presidente grandioso y generoso. Se llamaba José Manuel Balmaceda. Se burlaron de él, lo amenazaron, lo escarnecieron y lo insultaron hasta llevarlo al suicidio.

Casi lo mismo que le pasó a Balmaceda terminaría ocurriéndole al presidente Salvador Allende.

En entrevista con Luis Sáurez, en Isla Negra, el 24 de febrero de 1973, publicada en la revista Siempre! Presencia de México, el, 14 de marzo, el poeta dice: «El temor mío es que se pueda repetir la guerra española. Los elementos están en el tapete.».

Algunos meses después, en mayo de 1973, al hablar por cadena de televisión, sobre los peligros de enfrentamiento en Chile, Neruda dice:

…fui testigo de muchos de los sucesos y episodios más desgarradores de nuestro tiempo en España. La guerra civil instigada por el fascismo que dominaba en Alemania y en Italia dejó un millón de muertos y medio millón de españoles en el destierro. El odio y la muerte malograron más de una generación florida de jóvenes españoles y no dejó una casa sin un crespón de duelo, ni una familia sin un hijo, hermano o padre en la cárcel o en el destierro.
(Publicado en El Siglo, 29 de mayo de 1973).

 

El último regreso

 

Neruda gozaba entonces de la consideración de las autoridades máximas del país. El presidente Allende fue a visitarlo en helicóptero a Isla Negra, el viernes 2 de febrero de 1973. El diario El Siglo informó que a las 12:30 llegó el Presidente acompañado por su esposa y su edecán aéreo. Se encontraban presentes también el secretario general del PC, Luis Corvalán y el senador Volodia Teitelboim. Estuvieron muchas horas conversando, almorzaron y Neruda leyó algunos poemas del libro que había terminado de escribir, Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena. En esa ocasión el poeta le anunció al presidente su renuncia al cargo de embajador en Francia, que formalizó en una carta fechada el 5 de febrero. En uno de sus párrafos dice:

No te sorprenderá mi decisión ya que cuando acepté el alto honor que me hacías, te signifiqué mi propósito de no permanecer mucho tiempo lejos de la patria. Ahora el contacto recobrado de la vida chilena y de nuestra tierra extraordinaria, me ha afirmado en mis deseos de quedarme en Chile definitivamente.

Es posible que este «definitivamente», se deslice otro de sus presentimiento de muerte.

 

Peticiones insólitas y remedios milagrosos

Una revisión de la correspondencia que recibe Neruda en los últimos meses de su vida revela la influencia que tenía o que le atribuía la gente. Entre las cartas hay muchas peticiones de ayuda para conseguir trabajo o de otros favores. Así por ejemplo, el compositor Alfonso Letelier, premio Nacional de Arte, en carta de 7 de febrero, le dice que le han expropiado su tierra, sin pagarle nada, ni dejarle una reserva que le permita seguir llevando su vida de agricultor. «Una palabra tuya a la autoridad competente para que me pagara pronto, con tasación equitativa y dejándome una pequeña reserva sería, creo yo, eficaz – escribe Letelier».

Las peticiones son múltiples y diversas. Una doctora le pide que interceda para que le paguen servicios que le debe el sistema nacional de salud. El alcalde de El Quisco invoca la mediación del poeta para conseguir un camión para retirar la basura de la comuna, y así.

Abundan también las invitaciones a diversos actos en Chile y extranjero, la más importante de las cuales es a la transmisión del mando cuando asume Cámpora como presidente de la República Argentina. El poeta no pudo ir, a pesar de las opiniones del Partido Comunista y del Ministerio de Relaciones Exteriores en cuanto a que debía hacer lo posible por asistir.

No menos abundantes son los envíos de poemas y poemarios con la solicitud adjunta de una opinión. Una colegiala le escribe para que la ayude en un trabajo escolar.

 

Sanadores, pildoritas y tratamientos mágicos

 

Pero el motivo más frecuente en esta correspondencia es la preocupación por la salud del poeta. Algunos van más lejos y le ofrecen soluciones que pueden tener algo de milagrosas. Así por ejemplo Alfredo Gómez Morel, autor de la novela El río, cuya edición francesa prologó Neruda, le escribe, el 31 de enero: «Soy amigo personal de monsieur Adó Moreau de la Meusse (…) persona dotada de facultades extrasensoriales realmente increíbles. Sana todo tipo de dolencias, incluyendo entre ellas algunos casos de cáncer».

Luego da algunos ejemplos de sanaciones: a un hijo del embajador Enrique Berstein lo sanó de una cefalea que le producía dolores tan grandes que estaba al borde de la locura o el suicidio. A una señora Falabella, desahuciada por todos los médicos, la sanó de un cáncer terminal. Le cicatrizó una úlcera a la madre del parasicólogo Brenio Onetto, todo por imposición de las manos.

Agregaba Gómez Morel que Monsieur Moreau estaba dispuesto a atender a Neruda gratuitamente en la Isla Negra.

El 17 de marzo, Neruda recibe otro ofrecimiento, de la Orden Samaritana Internacional, la más antigua de las órdenes de caballería. Su última presidenta honoraria había sido la esposa del Kaiser Guillermo II. Su sede anterior había estado en Berlín, en el sector ocupado por los rusos después de la segunda guerra mundial. Desde ahí se había trasladado a Santiago de Chile, a la avenida Tomás Moro, frente a la casa del presidente Salvador Allende. Este establecimiento ocupaba la terapia natural enseñada por la Universidad Naturista de Berlín, con la que había sanado al canciller Bismark de un cáncer. La carta decía que a este sitio acudían enfermos graves, muchos con muletas, que salían sanos y sin muletas. Ofrecían a Neruda la posibilidad de internarse por una temporada para recibir el tratamiento. Decían que seguramente el Presidente Allende lo visitaría, ya que para hacerlo sólo tenía que atravesar la calle.

 

No estás enfermo, te parece…

 

Al parecer a Neruda no lo convencían mucho estas terapias alternativas. No conocemos sus respuestas, pero su reticencia se advierte en una carta que le envía el 23 de abril, Carmen Cuevas Mackenna, la musa que inspiró a Juan Emar a escribir su monumental novela Umbral. En esta carta, Carmen insiste en que Neruda acepte un remedio mágico que ha rechazado ya tres veces. Se trata de unas píldoras que vienen desde Honduras, y con las que el Dr. Antonio Horvath ha sanado a mucha gente de artritis, reuma, gota y ha curado 53 tipos de cáncer y hasta algunas clases de locura. Todo eso, le dice ella «con estas pildoritas que tú olímpicamente desechas».

Aunque todos sus corresponsales se muestren preocupados por la salud del poeta, éste prefiere eludir el tema. «No quiere usted hablarme de sus enfermedades», le escribe Alone, el 1º de agosto de 1973. Luego le cuenta que hace poco leyó la biografía de Goethe escrita por Marcel Brion y que los dos últimos capítulos le produjeron congoja. Dice que los detalles de la enfermedad y la muerte de Goethe le «removían la entraña» y que descubrió que esto era porque todos los síntomas ya muy claros de la muerte, se manifiestan en el escritor alemán, entre los 82 y 83 años, la misma edad en que está Alone en este momento.

Más adelante cita los versos del poema «Mariposa de otoño», de Crepusculario: «Me decías no tienes nada/ no estás enfermo, te parece…»

 

Talvez nunca

 

A pesar de su estado de salud, Neruda seguía escribiendo. Trabajaba en la conclusión de varios libros de poesía. Con ellos quería celebrar su cumpleaños 70, el 12 de julio de 1974.

Hay algunos testimonios interesantes, de personas que vieron al poeta en estos últimos meses. El periodista Luis Alberto Mansilla lo visitó el 30 de agosto de 1973. El poeta quería dictarle una contribución al homenaje al doctor Alejandro Lipschutz que publicaría el diario El Siglo. Recuerda Mansilla:

Lo encontré en su biblioteca, frente al fuego de la chimenea. Me pareció sombrío y desanimado. Tenía en sus rodillas un ejemplar de Desolación, de Gabriela Mistral. Me dijo que le habían impresionado una vez más los Sonetos de la muerte y leyó algunas estrofas (…) Veía todos los noticiarios de la televisión, escuchaba la radio, leía todos los diarios que aparecían. ¿No crees, dijo, que estamos en vísperas de una guerra civil? Yo le tranquilicé: la situación era tensa y delicada pero ya habría alguna salida. Luego me pidió que conversara con algunos escritores y con el propio Dr. Lipschutz para crear un comité de auspicio que llamara a una gran reunión internacional de apoyo al Gobierno de la Unidad Popular.

Esta era, sin duda, una idea basada en el modelo de los grandes Congresos de escritores que se hicieron en apoyo a la República española.

El doctor Francisco Velasco recuerda la última visita de Neruda a Valparaíso:

…ya casi no podía caminar, las metástasis cancerosas de los huesos de la cadera le provocaban dolores intensos(…) Lentamente, apoyado en mi hombro y ayudándose con un bastón, caminó todo el largo callejón hasta llegar a la casa. Ya en La Sebastiana, no pudo subir las escalas, y con un fornido mocetón que hacía el aseo doméstico, lo subimos en silla de manos hasta su dormitorio, ubicado en el piso más alto.

Otro testimonio importante es el del escritor y periodista José Miguel Varas:

Su enfermedad se agudizaba (…) Pablo pasaba la mayor parte del tiempo en Isla Negra, su mal le permitía escasa movilidad y, a la vez, el torbellino político impedía que llegaran desde Santiago a verlo algunos de sus informantes habituales. Las visitas a Isla Negra se espaciaban y él se sentía, en algunos momentos, al margen de los acontecimientos que se sucedían con demasiada rapidez. Y quería saberlo todo…

Varas, trabajaba entonces en el departamento de prensa de Televisión Nacional. Recibía todas las mañanas la llamada del poeta, para saber las noticias de primera mano. A fines de agosto le pidió que fuera a visitarlo a Isla Negra, y le llevara información sobre la intervención de la Internacional Telephone adn Telegraph, ITT, en la política chilena. La visita se fue postergando. Finalmente se acordó una fecha: el 11 de septiembre. Varas debía llevarle también un paquete con los primeros veinte ejemplares del libro Canción de gesta, publicado por la editora nacional Quimantú. Haría el viaje a Isla Negra con el escritor Fernando Alegría. Recuerda Varas:

Escuché por última vez la voz de Neruda el 11 de septiembre alrededor de las 7 de la mañana, cuando lo llamé para decirle que había un golpe militar en Valparaíso (era lo que se sabía hasta ese momento) y que parecía muy difícil que fuese a visitarlo aquel día.
– Talvez más tarde…
– Talvez nunca – me dijo con voz fatigada.
Así fue.”

El golpe y la muerte

 

Matilde Urrutia, recuerda que el 11 de septiembre de 1973 era el día «señalado para darle fin a varios proyectos que se trabajaban hacía bastante tiempo». El abogado Sergio Insunza, amigo de Neruda y ministro de justicia de Allende, llegaría con los estatutos de la Fundación Cantalao. Matilde habla también de las visitas de Fernando Alegría y de José Miguel Varas. Tendrían a varios comensales y se dispuso a preparar el almuerzo. Ella escribió:

Como todos los días, estábamos alegres, conversando de los mil detalles para afrontar otra jornada. Era muy temprano. Encendimos la radio para oír noticias. Entonces, todo cambió.

Agregó que «ese día marcaría para nosotros el fin y la muerte de un modo de vida». Y más adelante insiste:

Esto era el fin. Todo este júbilo del pueblo, esta esperanza de una vida con igualdad, con justicia, se va desvaneciendo; esta gran esperanza de Pablo, por la que trabajó toda su vida, se ha venido abajo bruscamente, como si fuera el castillo de fósforos quemados que solía armar en sus ratos de ocio.

Matilde registró también las reacciones del poeta:

Pablo reacciona en forma extraña para mí, distinta del hombre batallador y fuerte que yo conozco. En su actitud, en sus ojos, hay un brillo vacío, inconscientemente desesperado (…) Pablo en ese momento estaba muerto, quebrado por dentro; esa fuerza inmensa de lucha que lo sostuvo siempre, ya no la tenía (…) Siento que una desilusión muy grande se ha apoderado de Pablo. Es como si de repente se diera cuenta de que todo ha sido inútil, que había fuerzas tan poderosas defendiendo sus privilegios que, al lado de ellas, nos sentíamos pequeños e indefensos.

Años después, en una entrevista a Inés María Cardone del diario La Tercera, Matilde decía:

…en otras circunstancias, si él hubiera estado completamente sano, esto lo habría hecho saltar como un león, como saltó en el tiempo terrible de la otra dictadura, de González Videla. Pero ahora yo sentí algo en sus ojos, una cosa desesperada, y yo para distraerlo un poco, pedí desayuno, le hablaba pero no quiso tomar nada, es una cosa muy difícil de explicar, pero en ese momento Pablo ya estaba quebrado.

 

Declaraciones de amor de Pinochet

 

Solos y «sintiendo toda la amargura del mundo» como recuerda Matilde recibieron las noticias de la muerte del presidente Salvador Allende asesinado y de La Moneda bombardeada.

No tardaron en llegar llamados de distintos países de Europa donde se informó que Neruda había muerto. Luego diarios y agencias informaron que aun cuando estaba delicado de salud, el poeta seguía trabajando en obras nuevas en su casa de Isla Negra.

En una entrevista telefónica con el periodista de la emisora de Radio Franco Luxemburguesa RTL el general Augusto Pinochet declaraba : «Pablo Neruda no está muerto y es libre». Luego, hipócritamente agregaba que «respeta al anciano poeta, premio Nobel de literatura, a quien todos amamos, pues es un valor nacional».

A pesar de estas declaraciones de amor, el poeta, solo, aislado y enfermo veía cómo su mundo iba convirtiéndose en una pesadilla, y ese país que hasta el día anterior le rendía homenajes y lo trataba con toda clase de consideraciones, se transformaba hasta hacerse irreconocible.

Ahora Matilde tenía problemas hasta para conseguir a una practicante que fuera a ponerle una inyección. Su casa, que había sido visitada por los personajes más ilustres, fue allanada por una patrulla militar. La última fiesta que se hizo en ella, la celebración del 18 de septiembre 1973, fue un reflejo triste de otras fiestas patrias. «Llegaron algunos amigos —escribe Matilde— Las noticias que traían de Santiago eran alarmantes; nuestros amigos estaban escondidos o presos y muchos muertos. Yo me daba cuenta de que Pablo recibía todas estas noticias como si fueran puñales…».

El 19 por la mañana, el poeta se despidió para siempre de su querida casa en Isla Negra. Viajó a Santiago acompañado por Matilde, en ambulancia. En el camino los detuvieron para someterlos a revisiones denigrantes. Matilde recuerda que por primera vez en su vida lo vio lorar.

Llegaron a la Clínica Santa María donde recibió más noticias de la destrucción del país que había amado. El poeta entró en un estado febril: «Una desesperación muy grande hizo presa de Pablo —escribe Matilde—, tenía los ojos espantados, como si estuviera viendo los muertos tirados en las calles…». Era, con seguridad la desesperación de no poder hacer nada.

 

Congojas de la Junta Militar

 

El poeta que había ganado un enorme prestigio y una autoridad moral importante, no sólo en su país, estaba en una situación en la que nada de eso valía. El hombre que luchó contra el fascismo y el imperialismo ahora estaba postrado, en un país dominado por el fascismo imperial. El que ayudó fraternalmente a los refugiados españoles a salir de los campos de concentración en que estaban hacinados, ya no podía ayudar a nadie. Murió el día 23 de septiembre de 1973, acompañado por tres mujeres silenciosas y tristes: Matilde, Laura Reyes, hermana del poeta y Teresa Hammel, una de sus grandes amigas.

Dos días después se dictó uno de los documentos más insólitos del gobierno militar. Era el decreto firmado por el Presidente de la Junta, Augusto Pinochet y su ministro del interior Óscar Bonilla, por el cual se declaraba «Duelo Nacional en todo el territorio de a República de Chile los días 26, 27 y 28 de septiembre en curso, con motivo del fallecimiento del insigne poeta Pablo Neruda». En virtud de este decreto todos los recintos militares y de carabineros debían izar la bandera a media asta. Entre los considerandos el documento decía que el pesar de Chile por la muerte de Neruda era 174compartido por la Junta militar que rige los destinos de la nación175.

 

Ardiente paciencia

 

Neruda fue un testigo privilegiado del siglo XX, y en medida importante también actor de grandes procesos sociales y culturales. Conoció y fue amigo de algunas de las grandes figuras de la literatura y el arte de este siglo. A partir de 1956, vaciló el optimismo histórico que había mostrado en libros como Las uvas y el viento. Pero hay un flujo y un reflujo permanente en su confianza en el porvenir del hombre. En la extensa entrevista que le hizo Rita Guivert, en enero de 1970, él mismo cita unos versos de su libro Fin de mundo:

No nos hagamos ilusiones/ nos aconseja el calendario, todo seguirá como sigue,/ la tierra no tiene remedio:/ en otras regiones celestes/ hay que buscar alojamiento.

Pero enseguida advierte que ninguna de las cosas que dice pueden quedar como afirmaciones eternas: “Estoy dispuesto a contradecirme mientras viva.”

Su optimismo histórico revivió con el triunfo de la Unidad Popular, en 1970. Creyó en el proyecto del socialismo por la vía democrática, que parecía la culminación de una lucha que se había iniciado en el gobierno del presidente José Manuel Balmaceda, derrocado en 1891; lucha que prosigue en los años 20, cuando entran dos nuevos actores en la escena política: los sectores medios y una clase proletaria que se había formado en los minerales de carbón y en las salitreras. Desde entonces, con sangre, sudor y lágrimas, los trabajadores consiguieron ampliar la democracia política y social. Se fortalecieron los sindicatos y el Estado empresario, asistencial y docente, y finalmente se consiguieron dos de las grandes aspiraciones de los sectores progresistas: la reforma agraria y la nacionalización del cobre.

Neruda vivió parte de este proceso, con sus avances y retrocesos. Celebró el triunfo del Frente Popular, en 1938, y la derrota del Fascismo, en 1945. Lamento el aplastamiento de la República española, en 1939, y sufrió en carne propia las repercusiones de la Guerra fría en Chile, cuando fue perseguido por el presidente González Videla en 1948.

Pero el poeta creía que el camino era ese: el de la ardiente paciencia para tolerar las derrotas que llevan a la victoria. Por eso en su discurso, al recibir el Premio Nobel, dice: «Yo escogí el camino de una responsabilidad compartida (…) preferí entregar con humildad mi servicio a un considerable ejército que a trechos puede equivocarse, pero que camina sin descanso». Y concluía: «sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres».

Vió el derrumbe de ese proyecto político en el que había puesto todo su empeño con al menos una certeza: él ya no alcanzaría a ver el triunfo final. Pero talvez también ha de haberlo visto con una esperanza: la de que la clausura de ese tiempo de paciencia ardiente y empecinadas esperanzas sería solo transitoria . Porque escuchó por radio el último discurso de su amigo, el Presidente Salvador Allende, quien le aseguró al pueblo de Chile que más temprano que tarde volverían a abrirse las anchas alamedas.

Con el funeral de Neruda se inicia la transfiguración simbólica de su figura, que se convertiría en uno de los emblemas más poderosos de la resistencia a la dictadura.

Como hemos visto, mientras Pinochet adhería al amor de Chile por Neruda, y mientras la Junta militar, entre pucheros de congoja, decretaba Duelo nacional por la muerte del poeta, este había sido vejado en un control policial, y sus casas de Santiago y Valparaíso, llenas de tesoros culturales, eran objeto del vandalismo revanchista.

En esos actos no hubo saqueo. Casi no hubo robo. Solo destrucción punitiva. Fue una arremetida del anti nerudismo fascista, de la mano aureolada de swásticas que en Europa había perseguido a grandes escritores y quemado sus libros. Mucho tiempo después y como un eco lejano de esos tiempos de intolerancia y persecución, se han repetido las vandalizaciones contra murales de Neruda y contra monumentos de homenaje, como el comemorativo del viaje del Winnipeg, en Valparaíso.

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