Noviembre 24, 2024

Nueva serie: Pablo Neruda y los Animales. Entrega I

 

El reino animal ha sido espejo, metáfora y medio de contraste para el ser humano. Los animales son los únicos seres vivos con los que el homo sapiens puede compararse. Son el otro radicalmente distinto y también el otro más cercano. Con su poesía, Neruda ha intentado aproximarse al misterio del animal, y señalar la complejidad de sus relaciones con los humanos. En parte de esta obra poética pueden encontrarse sorprendentes anticipaciones del pensamiento que los movimientos animalistas vienen desarrollando desde los años 70 del siglo XX.

 

Con el artículo siguiente iniciamos  una serie de artículos sobre los animales salvajes y domésticos que se pasean por la biografía y por la obra del poeta.

 

Neruda y el dolor animal

Por Darío Oses

 

El crítico Jaime Concha hace notar que la sensibilidad de Neruda ha sido remecida no solo por el padecimiento humano, sino también por el espectáculo del animal  explotado y escarnecido en los zoológicos y circos de esta civilización «hecha a la medida de nuestra soberbia antropocéntrica». Agrega el crítico  que desde el libro Estravagario, de 1958 en adelante, lo que hoy llamamos «animalismo» «será tema y obsesión persistente» en la poesía nerudiana.

Los precursores del animalismo pueden rastrearse en las orígenes de la historia. Pero se reconoce al profeta iranio Zaratustra, como el primer protector de los animales, porque prohibió los sacrificios de bueyes en los ritos de su religión.

En los años 70 del siglo XX surge  lo que puede llamarse con propiedad el «movimiento animalista» y la defensa de los derechos de los animales, con el soporte teórico  del filósofo Peter Singer y de su libro Animal Liberation, de 1975. Entonces se acuñan términos como  “especieísmo” que alude a  un tipo de discriminación similar a la del  racismo: para Singer la sola pertenencia a una raza o una especie, no implica superioridad ni inferioridad y por tanto no se puede discriminar negativamente al animal solo por pertenecer a una especie distinta a la del humano.

Es imposible que Neruda haya conocido el libro de Singer puesto que se publicó dos años después de su muerte, pero desde los años 50 venía escribiendo poemas que, como lo hace notar Guiseppe Bellini son «cantos de amor, de diálogo, de comprensión y admiración por todas las criaturas.».

Su sensibilidad poética podría compararse en este punto con la de Albert Einstein cuando escribió: «Nuestra tarea debe ser liberarnos de nosotros mismos (…) ampliando nuestro círculo de compasión a todas las criaturas y al .total de la naturaleza y su belleza.

 

Las aves maltratadas

 

Otro concepto que maneja el animalismo es el de «antropocentrismo», que  supone la superioridad de la especie humana sobre las animales, lo que legitima el  sacrificio y la explotación de estas.

En su libro Canto general, de 1950, Neruda incluyó el poema «Las aves maltratadas», que relata la invasión por el hombre de los lugares donde anidaba la gaviota garuma, y el robo y la destrucción de sus huevos:

 

Llegaron en el alba, con garrotes / y con cestos, robaron el tesoro, / apalearon las aves, derrotaron /nido a nido la nave de las plumas, / sopesaron los huevos y aplastaron /  aquellos que tenían criatura. / Los levantaron a la luz y arrojaron /contra la tierra del desierto, en medio / del vuelo y del graznido y de la ola / del rencor, y las aves extendieron / toda su furia en el aire invadido, / y cubrieron el sol con sus banderas: / pero la destrucción golpeó los nidos, / enarboló el garrote y arrasada /fue la ciudad del mar en el desierto.

Más tarde la ciudad, en la salmuera / vespertina de nieblas y borrachos / oyó pasar los cestos que vendían / huevos de ave de mar, frutos salvajes / de páramo en que nada sobrevive, / sino la soledad sin estaciones, / y la sal agredida y rencorosa.

 

La pantera enjaulada

 

En sus memorias el poeta dejó más de un testimonio del abuso del hombre contra los animales. Especialmente conmovedora es la imagen de una pantera encerrada que vio en Singapur:

 …un poco más allá se paseaba en su jaula una pantera negra, aún olorosa a la selva de donde vino. Era un fragmento curioso de la noche estrellada, una cinta magnética que se agitaba sin cesar, un volcán negro y elástico que quería arrasar el mundo, un dínamo de fuerza pura que ondulaba; y dos ojos amarillos, certeros como puñales, que interrogaban con su fuego, que no comprendían ni la prisión ni al género humano.

 

Aquí el poeta se enfrenta con una doble otredad: la del animal frente al hombre al que no entiende y la del hombre frente al misterio irreductible de la vida animal. Neruda recurre entonces a la poesía en un intento de llenar esta distancia insalvable entre dos especies. Pero solo puede constatar que están cerradas las puertas hacia el mundo de la animalidad salvaje. En su «Oda a la pantera negra» escribe:

La pantera / pensando / y palpitando/ era / una / reina / salvaje / en un cajón / en medio / de la calle / miserable. / De la selva perdida, / del engaño, / del espacio robado, / del agridulce olor / a ser humano / y casas polvorientas / ella / sólo expresaba / con ojos / minerales / su desprecio,  / su ira / quemadora, / y eran sus ojos / dos / sellos /impenetrables / que cerraban / hasta la eternidad / una puerta salvaje.

 

Estos textos no pueden dejar de recordar a aquel de DH Lawrence, inspirado en su encuentro con una cervatilla silvestre: «… yo la miré /y sentí su vigilia; / me convertí en un ser extraño…» Como hemos visto, la poesía de Neruda también da cuenta  del silencio del animal, de su distancia y extrañeza.

 

En el labertino inacabable de la naturaleza

En 1954, en el discurso que pronuncia en la ceremonia en que dona su biblioteca y su colección de caracolas marinas a la Universidad de Chile, el poeta dijo:

Se preguntarán alguna vez por qué hay tantos libros sobre animales y plantas. La respuesta está en mi poesía. Pero además, estos libros zoológicos y botánicos me apasionaron siempre. Continuaban mi infancia. Me traían el mundo infinito, el laberinto inacabable de la naturaleza. Estos libros de exploración terrestre han sido mis favoritos y rara vez me duermo sin mirar las efigies de pájaros adorables o insectos deslumbrares y complicados como relojes.

 

En la cultura occidental, la fascinación por la riqueza de las formas de los seres vivos se vincula con la complejidad de la vida y con su misterio irreductible a cualquier intento de explicación  por modelos racionales. Para acercarse a los arcanos del mundo animal, Neruda recurrió a lecturas enciclopédicas. En sus bibliotecas se encuentran grandes volúmenes de esa disciplina llamada Historia natural que daba cuenta no solo de anatomía y la morfología de las especies animales, sino de los usos que les daba el hombre, de sus mitos, leyendas y supersticiones. La otra forma de aproximación al misterio de la existencia animal fue la poesía.

En el poema «La puerta», del libro Fin de mundo,( 1969) Neruda da un paso más allá del anti antropocentrismo: manifiesta su vergüenza de ser humano y proclama que preferiría ser animal: “Cuando cayó la Bomba / (hombres, insectos, peces calcinados) / pensamos en irnos con el atadito, / cambiar de astro y de raza. / Quisimos ser caballos, inocentes caballos.”

Diez años antes, había insinuado esta idea, en el poema «Escapatoria», del libro Estravagario: «Sentí los dientes viejos / al dormirme, tal vez / poco a poco me voy / transformando en caballo (…) Es bueno ser caballo /suelto en la luz de junio / cerca de Selva Negra / donde corren los ríos / socavando espesura…»

(El poema completo se incluye al final de este artículo)

Así, la escapatoria de los males del mundo es, para el poeta, cambiar de especie, asimilarse a la vida animal, con lo cual deroga tácitamente la ideología antropocéntrica.

Otra ejercicio de identificación del poeta con el mundo animal, se encuentra en una especie de autorretrato: «El pájaro yo»:

Me llamo pájaro Pablo, / ave de una sola pluma, / volador de sombra clara / y de claridad confusa, / las alas no se me ven, / los oídos me retumaban / cuando paso entre los árboles / o debajo de las tumbas…

En su «Oda al caballo» la mirada antropocéntrica es desplazada por el sufrimiento compartido del hombre con el animal:

…la luz que conquisté / para las vidas / la doy para esa gloria de un caballo,/ de uno que aguantó peso, lluvia y golpe, / hambre y remota soledad y frío / y que no sabe, no, para qué vive, / pero anda y anda y trae carga y lleva, / como nosotros, apaleados hombres, / que no tenemos dioses sino tierra, / tierra que arar, que caminar, y cuando / ya está bastante arada y caminada / se abre para los huesos del caballo / y para nuestros huesos.

 

Por último mencionaremos  uno de los poemas más conmovedores sobre el sufrimiento animal: «Un animal pequeño» del libro El mar y las campanas. Se trata de un animal desvalido e  indeterminado: puede ser cerdo, pájaro perro. Es «hirsuto entre plumas o pelo», y pasa toda la noche  afiebrado y gimiendo. En la la noche de Isla Negra,   «el pequeño ser peludo, / oso pequeño o niño enfermo, /sufría asfixia o fiebre…».

La indeterminación del animal y de las causas de su dolor, la pequeñez de ese ser cuyos gemidos son apenas susurros en medio de «la noche inmensa del océano» y  «contra la torre negra del silencio», le dan a su dolor una extensión que abarca a todo el sufrimiento animal.

 

Dos poemas de Neruda mencionados en el texto

 

Escapatoria

 

Casi pensé durmiendo,

casi soñé en el polvo,

en la lluvia del sueño.

Sentí los dientes viejos

al dormirme, tal vez

poco a poco me voy

transformando en caballo.

 

 

Sentí el olor del pasto

duro, de cordilleras,

y galopé hacia el agua,

hacia las cuatro puntas

tempestuosas del viento.

Es bueno ser caballo

suelto en la luz de junio

cerca de Selva Negra

donde corren los ríos

socavando espesura:

el aire peina allí

las alas del cabello

y circula en la sangre

la lengua del follaje.

Galopé aquella noche

sin fin, sin patria, solo,

pisando barro y trigo,

sueños y manantiales.

Dejé atrás como siglos

los bosques arrugados,

los árboles que hablaban,

las capitales verdes,

las familias del suelo.

 

Volví de mis regiones,

regresé a no soñar

por las calles, a ser

este viajero gris

de las peluquerías,

este yo con zapatos,

con hambre, con anteojos,

que no sabe de dónde

volvió, que se ha perdido,

que se levanta sin

pradera en la mañana,

que se acuesta sin ojos

para soñar sin lluvia.

 

Apenas se descuiden

me voy para Renaico.

 

Un animal pequeño

Un animal pequeño,

cerdo, pájaro o perro

desvalido,

hirsuto entre plumas o pelo,

oí toda la noche,

afiebrado, gimiendo.

Era una noche extensa

y en Isla Negra, el mar,

todos sus truenos, su ferretería,

sus toneles de sal, sus vidrios rotos

contra la roca inmóvil, sacudía.

El silencio era abierto y agresivo

después de cada golpe o catarata.

Mi sueño se cosía

como hilando la noche interrumpida

y entonces el pequeño ser peludo,

oso pequeño o niño enfermo,

sufría asfixia o fiebre,

pequeña hoguera de dolor, gemido

contra la noche inmensa del océano,

contra la torre negra del silencio,

un animal herido,

pequeñito,

apenas susurrante

bajo el vacío de la noche,

solo.

 

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