Por Alberto Mayor*
En su accidentada epopeya por volver a Ítaca, Odiseo encontró la manera de sortear el hipnótico influjo del mortal canto de las sirenas en su paso por el mar Tirreno. Para conseguirlo, el héroe griego ordenó a sus hombres cubrir con cera sus oídos y luego amarrarlo a él en el mástil de la embarcación, con la expresa advertencia de que no lo desaten por más que éste lo implore. Este conocido fragmento de La Odisea, le permitirá a Theodor Adorno y Max Horkheimer en su ya clásica obra Dialéctica del Iluminismo[1], ejemplificar cómo el triunfo del logos plantea en los hechos resultados al menos conflictivos en términos concretos. Para ello refieren a este relato, en que el héroe desde el más luminoso intelecto lidera y organiza a su grupo en la búsqueda de superar los anclajes de aquellas pesadas mistificaciones, claro que para tal efecto deberá valerse de una tripulación excesivamente subordinada a su voluntad, incapaz de ver y oír por su propia cuenta. Esta paradoja del pensamiento Ilustrado, que en efecto pretendía superar la mistificación de la magia como dogma social, planteará a su vez una renovada relación del hombre con la naturaleza desde una personal y directa proyección lógico-matemática, para así establecer la preeminencia de la técnica como base de una nueva (y mejor) sociedad. El problema es que la luz de esa Ilustración se vuelve sombría cuando el modelo se proyecta sobre el propio grupo social. La extrema racionalización de los procesos productivos, ha transformado al mundo contemporáneo en un enorme (super)mercado, donde prácticamente la totalidad de las necesidades se solucionan en base a mercancías transables bajo la lógica de la oferta y la demanda. Un pragmático orden dominado por un pequeño grupo que concentra un enorme poder, sobre la base de una inmensa mayoría subyugada al monopolio de un modelo que propone una especie de nueva mistificación, imposible de superar para el individuo común, sordo y ciego frente a la posibilidad siquiera de pensar un sistema alternativo.
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Wanda Maximoff, la Bruja Escarlata, haciendo uso de sus poderes subyuga a un pueblo entero bajo su voluntad, consiguiendo con ello generar una amable comunidad que albergue a esa familia que tanto anhela. Ese es el argumento central de Wandavision, la exitosa serie con la que Disney+ comenzó una renovada línea de eventos en el Universo Cinematográfico de Marvel. Para ello, cada capítulo proyectó un interesante tributo a las sitcoms familiares más populares de la televisión norteamericana desde la década del 50 en adelante. Una propuesta novedosa, que elevó a este producto como lo más visto en la televisión, generando enormes ganancias a ese verdadero imperio del entretenimiento que es Disney. Espectáculo y negocio, cultura e industria, son las ideas claves que definen la segunda parte de Dialéctica del Iluminismo. De la mano del concepto de Industria Cultural, Adorno y Horkheimer analizan ahora el ideal mistificador de la Ilustración proyectado en la relación entre el arte y la sociedad contemporánea. Un fenómeno atravesado por los estudios de mercado y la sustentabilidad económica, que permiten cuantificar la cultura, para reproducirla luego en un producto estandarizado bajo los cánones que la industria y su público objetivo consideren como lo más adecuado. El receptor de la obra bajo esta lógica de Industria Cultural será ahora un mero consumidor, y la obra misma un producto pasajero y desechable, al igual que las demás mercancías que definen la sociedad de consumo. El proyecto Iluminista en este contexto muestra su peor rostro para los autores. Subsumiendo al mundo del arte, que por definición debería ser un espacio de creatividad y libertad para el espíritu humano, en un producto preestablecido, esquematizado y estereotipado en infinitos clichés. Un modelo a todas luces asfixiante, que simbólicamente se representa de manera fidedigna en ese pueblo subyugado bajo los arbitrios de Wanda, que al igual que Odiseo, proyecta sus determinaciones en el grupo que le rodea, transformándolos en una obediente clientela de apacibles subalternos que se ordenarán respecto a aquello que coercitivamente les impongan
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A todas luces, Dialéctica del Iluminismo no es una propuesta optimista respecto a su diagnóstico sobre el mundo contemporáneo. Más aún si consideramos el periodo en que fue escrito, época en que diversos proyectos totalitaristas se habían instalado en buena parte de Europa y el mundo. De hecho, los autores plantearán expresamente: “Lo que nos habíamos propuesto era nada menos que comprender por qué la humanidad, en lugar de entrar en un estado verdaderamente humano, se hunde en un nuevo género de barbarie”[2]. Dando cuenta con ello, desde la lucidez del pensamiento crítico, sobre la posibilidad de objetivar una salida a ese clausurado espacio en que devino el proyecto iluminista. En tal sentido, como una suerte de respuesta a aquel anhelo, es posible encontrar en una obra bastante posterior de Theodor Adorno un vínculo directo con la posibilidad de quebrar este espacio monádico. El texto en cuestión es Teoría Estética[3], un compilado de escritos que abordarán desde diversas perspectivas cuestiones claves para el arte y el pensamiento estético. En particular, y a modo de respuesta a lo planteado en el capítulo dedicado a la Industria Cultural, Adorno destaca el valor del arte en la sociedad moderna más allá de su objetualización como producto de consumo. La diferencia fundamental entre una propuesta y otra, radica en que el arte como creación autónoma e independiente de una lógica comercial, se constituye como un artefacto que dialoga de manera directa con el grupo social al que pertenece. Instalando con ello el reflejo de un momento en particular. El retrato de un instante que iluminará a una sociedad entera, sumida en la oscuridad de la mera lógica instrumental. Restituyendo gracias a esta cualidad, ese anhelado espacio en que el espíritu humano “queda dispensado de la miseria de una vida siempre demasiado mezquina”[4], pero a la vez, expuesto a nuevas interrogantes respecto al devenir propio de su momento actual. En tal sentido, Adorno pone como ejemplo el Guernica de Picasso, en cuyas inarmónicas formas se refleja la destrucción y el dolor demencial de un mundo contemporáneo que insiste en maquillar las paradojas del Iluminismo bajo las potentes luces de un set de televisión.
*Alberto Mayor se desempeña como profesor de Artes, Cine y Estética en diferentes instituciones de Educación Media y Superior. A la vez desarrolla un trabajo como Artista Visual y Crítico de Arte en diversos medios. Autor del libro “Del Crepúsculo al Amanecer: Cine Chileno en Dictadura” próximo a publicar.
[1] Obra publicada por primera vez en 1944, una versión revisada apareció luego en 1947.
[2] Adorno, 1947 p.1
[3] Texto publicado originalmente en 1970. Existen versiones revisitadas de esta obra publicadas en 1984, 1997 y 2004.
[4] Adorno, 1970 p.24