Por Ernesto González Barnert
Entre los buenos poetas chilenos de la llamada generación o promoción de los 90, ese grupo que no deja de estar en agitación y tasación, aporte y mudanza, está Mario Meléndez (1973), que, tras 15 años sin publicar en Chile, acaba de aparecer su libro: “Esperando a Perec (Ril) que antes había sido publicado en Italia. Sin duda, Mario es un escritor cuya labor y obra por la poesía, no solo personal, es insoslayable y cuya poesía me parece muy bien sintetizada por Rafael Courtoise: “representa en su poesía un decir vivo del siglo XXI, un decir compuesto de misterio y claridad en proporciones exactas. Su obra es una aproximación certera a la verdad, es una revelación por el camino de la belleza”. O Luis Alberto de Cuenta: “Mario Meléndez es chileno, pero ha vivido en México y ahora en Italia. Tiene apellido de poeta neoclásico y, sin embargo, el carcaj de su poesía contiene flechas modernísimas que apuntan al corazón del siglo XXI. La belleza que habita en sus versos es diferente, acaso única. Está hecha de sorpresas, de juegos de lenguaje más o menos sofisticados (dependiendo del objetivo que se plantea en cada verso). Es la suya una poesía muy panamericana, muy telúrica, pero a la vez muy delicadamente surrealista. Sus poemas son como un cuadro de Magritte que se hubiera pintado allá en lo alto de la cordillera andina, en un nido de cóndores”.
–Oscar Hahn señala sobre tu escritura que es: “Una poesía sólida, con un eficaz manejo del lenguaje; siempre inquietante y a veces pesadillesca, pero no exenta de humor, sitúa al poeta chileno Mario Meléndez en la primera línea de su generación. Una poesía que se sostiene en cualquier idioma”. Por su parte, en el prólogo de la tercera edición de tu libro “Apuntes para una leyenda”(2002), Francisco Véjar sostiene que “… en la respiración interna de los poemas de Mario Meléndez sentimos que el habla como escribe y escribe como habla…”
¿Cómo visualizas tu arte poética hoy? ¿Es una “Pedagogía inconclusa” o una “tonada de lluvia y sol mojado”?
—Siempre es una pedagogía inconclusa. Esto de no darle a la caza alcance o no saber lo que es llegar, en palabras del gran poeta de Lebu. Que tu obra no sea la medida de nada, simplemente parte de un coro, de un concierto de voces que han nutrido nuestro acervo literario latinoamericano de manera más que honrosa. Ese no saber llegar es lo que te mantiene alerta y te ofrece una serie de posibilidades creativas y de conocimiento. Te hace humilde, en definitiva. Uno es parte de una tradición, de las infinitas lecturas de todos aquellos autores que nos precedieron. Qué vanidad se puede tener entonces, si cuando uno habla es la voz de los otros la que lo sostiene.
–¿Cómo has llevado estos días de estallido social, crisis política, pandemia?
—El estallido social es un ajuste de cuentas que viene de la saturación, del hartazgo, de una sociedad cansada de ser pandero de aquellos que hicieron y hacen de Chile un negocio rentable, sustentado en las eternas colusiones y el tráfico de influencias, y que todavía permea a pesar de la pandemia. Aún más, yo diría que la pandemia ha profundizado esta anomalía. Por eso la derrota abismal de la derecha en las últimas elecciones. Porque no han estado a la altura de las demandas sociales, que son urgentes. Por otro lado, da la impresión que cuando el ser humano se repliega, todo vuelve a renacer y a adquirir su estado natural. Pareciéramos no ser de este mundo. Ahora, como soy un sujeto que cree en la funcionalidad y que tiene la suerte de poder trabajar desde su casa, he seguido con mis labores en la Fundación Vicente Huidobro, donde trabajo desde hace tres años como editor general, e impartiendo talleres literarios de manera virtual para alumnos de Chile y el extranjero. Esto ha sido de veras motivante porque me ha obligado a releer, que es la verdadera forma de lectura, según Cioran, y porque me he reencontrado con una serie de autores y estéticas de mi afecto. Pero no olvidemos, además, que este mundo virtual se despliega en un doble juego. Esa necesidad de hacerse visible profundiza una serie de anomalías y es caldo de cultivo de especuladores a la caza de algo. Ya lo decía Umberto Ecco: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero lo hacían solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad”.
–Tengo entendido que naciste en 1971, durante el gobierno de Salvador Allende, en Linares. Años después obtienes, entre otros, un reconocimiento importante, El Premio Municipal de Literatura en el Bicentenario de Linares de 1993. ¿cómo fue tu educación sentimental ligada a esa ciudad, entre esos “señores del sur”, antes de llegar a estudiar a Santiago, Periodismo?
—Esos Señores del sur, representados en el legendario Grupo Ancoa* (río de la localidad) fueron el pintor Pedro Olmos, la pintora y escritora Emma Jauch y el poeta y crítico Manuel Francisco Mesa Seco, entre otros, que le dieron a esa ciudad un vuelo que no había tenido desde sus antípodas y que no ha vuelto a tener. Creo que todo pasa por las voluntades de las personas. Eso permite que las cosas acontezcan, como ocurrió en esa época gloriosa de Linares mientras este grupo existió. Mi relación más cercana fue con Emma Jauch. Cuando la conocí, Olmos y Mesa Seco habían fallecido hacía poco. Sin duda, ella fue mi primer taller, el impulso y la reafirmación de lo que estaba haciendo y que luego detonaría en los años universitarios.
–¿Cuáles son diez libros claves en tu columna intelectual y poética?
—Creo en la funcionalidad de las lecturas adheridas a un proceso creativo. En relación a los libros que me acompañan en esta etapa y que han resultado además insoslayables en los talleres que imparto, podría mencionar Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll, El guardador de rebaños de Fernando Pessoa, La tierra baldía de T. S. Eliot, Peleando a la contra de Charles Bukowski, El mundo no se acaba de Charles Simic, Poesía no completa de Wislawa Szymborska. Y ya en lengua española, Poemas humanos de Vallejo, Altazor de Huidobro, Poeta en Nueva York de García Lorca, Residencia en la tierra de Neruda, Obra gruesa de Parra, Los papeles salvajes de Marosa di Giorgio, Poesía completa de Alejandra Pizarnik. Sin desconocer, claro está, que estas obras son referentes en cualquier circunstancia.
–¿Cómo es tu relación con el corpus poético nerudiano?
—Siempre he creído más en lo cualitativo que en lo cuantitativo. En las antípodas de Neruda se ubicaría César Vallejo. Esto de apostar más a la calidad que a la cantidad. Pero, sin duda, Residencia en la tierra y Alturas de Machu Picchu son dos cumbres que siguen iluminando con su vitalidad e impronta, de lo mejor que ha dado la poesía latinoamericana del siglo XX.
–¿Cómo fue tu experiencia literaria de cuatro años en México? ¿De qué manera amplió tu visión poética?
—Neruda decía que ese México florido y espinudo se encuentra en sus mercados. Es un país que te deja ser, donde uno siempre se siente parte de algo. Su cultura, sus tradiciones, su impronta, influyeron vitalmente en mi escritura y en mi manera de entender la vida. El acercamiento a otros lenguajes, a otras texturas, me permite reiniciar un proceso de búsqueda en el plano creativo que fue muy provechoso durante el tiempo que permanecí en este país. Las dinámicas que se generaron a partir de los talleres que impartí, los viajes a distintas ciudades, el contacto con la literatura mexicana le dio un plus a mi trabajo. Mi sensación de aquellos años es el de las pastillas efervescentes que una vez en el agua se expanden hasta copar todo un radio de acción. Ése es el recuerdo que guardo de México.
–¿Qué series, películas, libros, música, arte, etc… –retomando el hilo del principio– te han acompañado en este último año?
—La verdad durante esta época no he tenido mucho tiempo para el cine, la música y otro tipo de manifestaciones artísticas. Lo que realizo en casa me demanda más trabajo que antes. Estoy casi todo el día entre mis labores en la FVH, los talleres que imparto y mis lecturas. Afortunadamente también he encontrado espacio para retomar el tema creativo.
–¿Actualmente en qué proyecto escritural estás trabajando o laborando?
—Picasso afirmaba que “Nunca hay un momento en el que puedas decir he trabajado bastante y mañana es domingo. Tan pronto como terminas, vuelves a empezar. Puedes dejar a un lado una obra diciendo que ya no la tocas más. Pero nunca puedes poner la palabra fin”. En relación a esto, trabajo en una serie de libros en paralelo. Por lo general desarrollo el concepto de obra abierta. Bajo esta premisa, ningún poemario estaría acabado completamente. Todo poema es un ser vivo, diría Pacheco, por lo tanto envejece (o se transforma). Tal vez las publicaciones de estos libros son los primeros borradores de algo que luego se va precisando, decantando, modificando. Tampoco sufro por los llamados momentos de esterilidad. Creo que uno siempre está escribiendo en su cabeza y que eso en algún momento detona o deriva en algo. Y si no fuera así, vuelvo a la lectura, al diálogo con otras disciplinas que amplían las posibilidades del lenguaje. Y si esto tampoco diera resultado, me adhiero al ideario del maestro Rulfo que solo publicó Pedro Páramo y El llano en llamas, y luego dejó de escribir simplemente porque le faltaba el fuego sagrado, su escritura posterior ya no estaba a la altura de la precedente y abandonó. Lo que revela un sentido ético y de responsabilidad. Cuánta mala literatura dejaría de publicarse si los escritores comprendieran que sus obras carecen de vitalidad, que ya son parte de una retórica. El apetito y las ganas quedan, pero las condiciones objetivas de creación están mermadas. Véase Picasso en sus últimos años, sobre todo en esos remedos de Las mujeres de Argel de Delacroix y Las meninas de Velázquez.
Me gustaría agregar que después de 15 años sin publicar en Chile, acaba de ver la luz Esperando a Perec (RIL editores), que ya había sido publicado en edición bilingüe en Italia (Raffaelli editore, 2015) y que ahora se vuelve a poner en circulación gracias a la generosidad de esta casa editorial. Esperando a Perec es una travesía por la historia de la cultura y del arte. A través de pequeños relatos se describen hechos y personajes que sólo tiene validez en la lógica del texto, como si fueran realidades paralelas que se desprenden de otras realidades. Hay un punto de encuentro con la microficción y sus referentes directos (parábolas, bestiarios, greguerías, aforismos, epitafios, grafitis, etc.), tal vez en un cruce de géneros necesario y vital para dar testimonio de un mundo que sólo habita en nuestro imaginario, pero motivado por el desencanto de un presente que asfixiaba en su inercia, su apatía, su insensibilidad.
–¿Cómo surge ese hermoso poema tuyo a Gladys Marín?
—Gladys Marín representa la consecuencia, la ética, el sentido de pertenencia y de reivindicación con una impronta de país, que tanto falta en esta larga y desigual faja de tierra. Lo tenía Violeta Parra y Marta Ugarte, y tantas otras mujeres que la historia oficial ha tratado de postergar o silenciar. Un heroísmo sin alegría, diría de Rokha. Pero un heroísmo que pudo instalarse en el imaginario colectivo como un testimonio vivo de su tiempo. Por eso el poema. Honor a quien honor merece. Yo lo escribí en un arrebato emocional el día de su muerte (2005). El texto parece que ha hecho su propio camino.
–¿Si tuvieras que trabajar un año en la Antártica famosa… o un faro, incomunicado 1 año, que 10 libros de literatura chilena te llevarías para acompañarte?
—No llevaría ningún libro, sino una cámara de video y un cuaderno de notas. El registro de lugares y seres me parecería más funcional y motivante. Pero si tuviera que adecuarme, esas obras serían, La nueva novela de Juan Luis Martínez, La amortajada de María Luisa Bombal, Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, Tengo miedo torero de Pedro Lemebel, Tala de Gabriela Mistral, Los sea Harrier de Diego Maquieira, Apariciones profanas de Oscar Hahn, Memorial de Isla Negra de Pablo Neruda, Ver y palpar de Vicente Huidobro, Los gemidos de Pablo de Rokha, estarían entre los elegidos.
–¿A qué le temes?
—A una vejez precaria y desamparada. En Chile esto ha quedado en evidencia a partir del estallido social y luego agudizado con la pandemia. Gente mayor que, con suerte, apenas le alcanza para sus medicamentos y para comer. Con una pensión miserable. Si no tienen un hijo o familiar que los asista, están realmente jodidos. Este exitoso modelo macroeconómico instalado en Chile y admirado en el exterior, es de veras exitoso, pero solo para unos cuantos. Nada nuevo bajo el sol, dirá más de alguno. Pero es así. Pienso en esa reveladora frase de Raúl Zurita: “El mundo no se puede medir por lo bien que están los que están bien, sino por lo mal que están los que están mal”.
–Tú primera obra, la prologó el poeta y académico Roque Esteban Scarpa, Premio Nacional de Literatura. ¿Qué recuerdos tienes de esa relación en que el puntarenense dijo “Mario Meléndez fue un descubrimiento que yo pude hacer. Leí sus poemas y pude constatar que era una voz muy personal y muy valiosa; muy autentica; no imita; escribe lo suyo con mucho decoro, sensibilidad, inteligencia y calidad”?
—Scarpa fue un maestro en todo sentido de la palabra y de una generosidad conmovedora. Tan lejos de la vanidad y el egoísmo que campea por estas tierras a manos llenas. A lo mejor su trabajo literario no logró traspasar ese brecha de espacio y tiempo reservada a las grandes obras, pero sin duda su impronta dejó una profunda huella en quienes tuvimos la suerte de conocerlo. Imagínate que yo era un sujeto de 20 años y él se interesó de veras en mis poemas todavía balbuceantes (Neruda). Tan así que hizo el último prólogo que se conoce para mi primer libro Autocultura y Juicio. Lamento el título tan poco afortunado, como diría Borges. Me siento más que honrado de su amistad y afecto. Y ese tipo de personas se extrañan porque todas sus puntadas eran sin hilo, como decía Jaime Valdivieso del escéptico y lapidario Enrique Lihn.
–¿Qué poema leerías hoy en una sala de clases?
—“Monumento al mar” de Vicente Huidobro. Creo que tiene una fuerza hipnótica irrepetible. Nadie buceó tan hondo en esas profundidades como lo hizo Vicente en ese texto memorable, como diría el viejoven Gonzalo, frente al mar portentoso de su Lebu natal al cumplir 80 años.
–¿De qué color es tu “camote” a propósito de lo que citas de Antonio Cisneros en una entrevista: “Camote más camote, da camote”… ?
—Esa frase de Cisneros es muy reveladora. No basta con el talento o la aptitud para algo. Debemos acompañarlo de un proceso, solo así se llega a una decantación. Pero también está la persistencia. Sin eso, Miguel Ángel no habría terminado jamás los imponentes frescos de La Capilla Sixtina. Si pensamos que es el resultado de la obra de un ser humano que no claudicó, que no abandonó, es todavía más sorprendente. En ese tiempo los Papas y Médicis eran los mecenas, como una forma de perpetuar su legado. Pero han pasado varios siglos donde esas obras han sostenido y sostendrán las arcas de una Iglesia Católica bastante desacreditada.
–¿De tu relación con Europa, especialmente Italia, de qué manera ha fortalecido tu propia voz como escritor?
—Llego en 2011 a un país con una tradición cultural formidable que ha dado a la humanidad muchas de las obras y nombres que permanecen en la memoria colectiva. Tal vez en la actualidad las cosas son distintas. Europa afronta una crisis dramática, agudizada por la pandemia. Cuando eso ocurre, la subvenciones a la cultura son las primeras que desaparecen. Por otra parte, las sociedades de consumo han hecho lo suyo. El sujeto social y político no es el mismo de hace 40 años. Sus intereses sociales han derivado hacia un sentido personal. Bien lo decía Chomsky: la única libertad que le queda al ser humano en estos tiempos es la de atesorar cosas. La atomización del sujeto ha sido el triunfo del capitalismo, su esencia, su leiv motiv. Un sujeto disgregado es vulnerable, precario, relativo. Es una presa fácil y manipulable para todas estas trasnacionales que se apoderan de los países y sus recursos naturales. Allá mi proceso de inserción fue más lento que en México. Mi relación fundamental fue con algunos poetas y también con universidades. Viví en una ciudad pequeña del centro norte. Escribí y leí mucho, y regularmente viajaba a alguna ciudad importante a dar charlas de poesía latinoamericana o a leer mis textos traducidos al italiano y que circulan en varios libros publicados en editoriales de ese país. A lo mejor se puede parangonar con el lustro que vivió Paz en la India donde señala: “Fue un periodo productivo: pude leer, escribir varios libros de poesía y prosa, tener unos pocos amigos a los que me unían afinidades éticas, estéticas e intelectuales, recorrer ciudades desconocidas, ser testigo de costumbres extrañas y contemplar monumentos y paisajes”.
–Por último, si pudieras contarnos lo significativo que fue la experiencia de dirigir un taller en la Cárcel Pública de Talca el 2000 y 2001, ¿Qué cosas aprendiste, viste, te acompañan al día de hoy como poeta?
—Tuve un primer acercamiento al hacer talleres con internos en la cárcel de Talca, Chile, mi lugar de origen, en el año 2000 y 2001. Cuando se me ofrece este proyecto, acepté de inmediato, porque siento que en este individualismo atroz, en este desamparo, uno tiene que ser consecuente con un ideario colectivo, y no como me dijo un amigo: hay ciertas personas que arman la sierra maestra en el living de su casa y al otro día las comprometes y no llegan. En virtud de esa consecuencia, también tienes que actuar, hacer de esto una práctica de vida, y una de esas prácticas fue realizar durante dos años esta experiencia de los talleres carcelarios que, evidentemente, dejan huella, porque no sólo está una persona frente a un grupo, sino también se van entremezclando sensaciones, sentimientos. El encierro provoca una carencia, una necesidad, una situación de permanente alerta a lo que viene de afuera; en esa relación con ellos, establecí ciertas dinámicas que lograron interesar al grupo. Entonces uno piensa, cuando alguien llega a una cárcel y las personas están tan jodidas, cómo esta gente se va a interesar o motivar con las cosas que uno les tenga que contar, a lo mejor estas cosas resultan insignificantes al lado de los dramas que ellos viven a diario. Tiene que ver con la posibilidad de ofrecer a un grupo de personas una pequeña reivindicación de sus vidas, eso como factor principal, y después, estas ganas que tiene la gente de participar en algún proyecto, de permitir que algo ocurra y, sin querer, en estos ejercicios que ellos hacían, fuimos visualizando la posibilidad de editar una pequeña antología con sus trabajos y que daban cuenta de su proceso creativo. Eso se materializa durante este tiempo. Pero yo en lo que estaba contento era la dinámica que se lograba crear con ellos, el aspecto que pasa más allá de solo una experiencia formal entre profesor y alumno y, sobre todo, la posibilidad de que sus creaciones estuvieran en algo palpable. Así nacieron Los rostros del olvido, que fueron dos pequeños libros distribuidos la gran mayoría entre ellos, para que vieran que el trabajo realizado durante esos años estaba reflejado en aquellos textos publicados.