Julio 5, 2024

«No hay nada más subversivo que la risa». Entrevista a Eleonora Finkelstein

 

Por Ernesto González Barnert

 

 

Conversamos con Eleonora Finkelstein (Mar del Plata, 1960) poeta y editora. Una poeta más allá de las fronteras. Que viene con fuerza escribiendo libros, poemas, que te persiguen como galgos a la liebre de nuestro corazón. Entre sus publicaciones está Hamlet y otros poemas (1997), parcialmente traducido al inglés (Hamlet and other poems, 1999), Las naves (2000), Delitos menores (2004 y 2016), Todo se transforma (2017), Grandes inventos (2018) y Partes del juego (2018). Desde 1991 reside en Santiago de Chile, donde se desempeña como directora de RIL editores. Es co-fundadora y directora de Ærea. Revista Hispanoamericana de Poesía, y de sus colecciones de poesía y traducción. Viene de publicar en inglés e italiano sendas muestras, en México y Argentina, además de Chile.

 

–Decías hace un tiempo, a propósito del poema “Quemar las naves” de Homero Aridjis, que un poema es una oración. ¿Qué es hoy un poema para ti?

–Es muy significativo ese poema de Aridjis, saludable, me lo repito a veces como una especie de mantra. El uso de la anáfora “para que”, para que se cumpla, digo yo. “Un poema es una oración” es un verso que escribí hace muchos años en “La vida de los insectos” y me pareció que aplicaba muy bien al de Aridjis que tiene ese tono de plegaria. Aún sigo pensando que, en cierto modo, la poesía es una especie de religión, en el mejor sentido del término: con textos sagrados, rezos, ritos paganos, ceremonias de lectura y escritura. Invocamos el lenguaje para que nos permita la expresión, invocamos a los otros para que nos entiendan, nos dirigimos a algo que es más grande que cada uno, eso que nos permite sentir que no estamos solos, que somos parte de algo y, solo quizás, que tenemos un propósito que nos excede. La poética, más que el poema en sí, la concibo, aunque no siempre me resulta, como una forma de vida, sin dudas, una fe.

 

–¿Cómo te visualizas a ti misma en la tradición castellana chilena o argentina, que cabalgas con soltura, gracia, desde hace años, con afán latinoamericanista?

–Debo partir diciendo que no soy una persona de “patrias”. Creo que la nacionalidad es algo bastante artificial. Al final, qué dice realmente de alguien, o de la poesía de alguien, el hecho de haber nacido en un país u otro, ser hombre o mujer, de una raza u otra, de una u otra generación, etcétera. Claro que hay particularidades que son rastreables en cada escritura y eso está bien, pero aquellos “datos biográficos” que se supone reducen la identidad a algo manejable, no los siento lo suficientemente expresivos, ni los asumo como tan propios, ni tan inalienables de mi poesía. Las respuestas que importan no aparecen después de llenar aquel formulario. Cuando escribo, pretendo reflejar ese lugar donde “yo” se convierte en “nosotros”, aunque recurra a algo íntimo o a una anécdota personal como soporte, lo que verdaderamente me importa es alcanzar ese espacio extraño, sin respuestas, que es natural a la condición humana. Algo así como decir: “esto me pasa a mí, ¿les pasa también?, ¿compartimos ese malestar, ese bienestar, aquella lectura de lo que es y de lo que debería ser la vida?”.

Soy consciente de que hablé de fronteras y no de cultura o tradición, eso es otra cosa. La cultura no separa, no genera límites, se expresa en membranas. Las membranas son permeables, dejan pasar de un lugar a otro lo que de verdad importa por su capacidad transformadora.

Quizás lo más justo sería decir que el primer territorio, el lugar que habitamos es la lengua materna. Sin embargo, hoy por hoy, también nos apropiarnos de otras lenguas y tradiciones a las que podemos acceder y eso me parece algo destacable de nuestro tiempo: la creación en 360°, lo decía hace poco en el editorial del Número 12 de Ærea. Revista Hispanoamericana de Poesía, que fundamos y dirigimos desde hace años con el poeta Daniel Calabrese y que se ha convertido en un espacio de reflexión en ese sentido.

 

–Vienes de publicar los libros “Partes del juego” y “Ofelia o el abandono” en España, “No te olvides: miento” en Francia o “Tutto si trasforma” en Italia… en la vieja europa….  O “Delitos menores” más cerca o Todo se transforma en México, Grandes inventos (2018) … etc. ¿Cómo ves la summa poética, el recorrido… ¿Qué has tratado de agarrar o agarraste en este camino sin camino de la poesía?

–He tratado de conseguir un tono de naturalidad, de neutralidad respecto de lo que entendemos por belleza poética. Me refiero al intento de separarme de la rigidez de las formas, de cierta retórica, o de los llamados “recursos”. Eso es algo consciente, y lo hago en la medida de lo posible, me importa cuando escribo y reescribo. No quiero ofrecer mis habilidades, ni mis “gracias”, ni mostrar los trucos que todos terminamos por aprender. Saco los versos que me parecen demasiado “poéticos” o demasiado armados, porque me hacen sentir un poco farsante. Aclaro que no se trata de deshacerse del lirismo, no, eso siempre subyace, tampoco de no ocuparse en absoluto de la forma. Quiero decir que ambos aspectos, la belleza un poco artificial e impostada y el lenguaje por el lenguaje mismo, en su dimensión solo material se me presentan como un poco agotados. No estoy pontificando, hablo solo de mi propia intención poética, claro está, es un asunto personal. En el fondo, no quiero dejar que las herramientas (que son un medio) se terminen convirtiendo en un fin. Mi palabra fetiche es “sentido”, eso quiero. De ese concepto trato de agarrarme cuando escribo. Es una palabra formidable: indica dirección, percepción, estética, emoción, significado. Sentido, eso me gustaría conseguir alguna vez.

 

–¿Qué autores marcan tu educación literaria?

–Tengo dos etapas bien marcadas. Cuando niña acudía a la biblioteca de mis abuelos y de mis padres. Eran muy distintas pero bien nutridas. Mis abuelos tenían los clásicos españoles e italianos, además de las novelas francesas del XIX, Víctor Hugo, Dumas, Balzac. Mis viejos eran comunistas y personas de teatro: Brecht (todo), Gorki, Beckett, Sartre, Genet, Romain Rolland, Lorca, Neruda (por supuesto), Miguel Hernández, Machado, todo el teatro griego y Shakespeare… Bueno, muchísimo más. Los libros eran objetos valiosos y las bibliotecas muy reveladoras. Recuerdo un día que encontré “Viento del pueblo” con una dedicatoria de mi papá a mi mamá cuando todavía eran novios. Hablaba de la utopía y de la revolución, eran jóvenes de los 60 y 70. Suficiente para describirlos, ¿no? Podría decir que esa fue mi primera “educación sentimental”. Era una lectora omnívora, leía como evasión, mucho y lo que viniera. Me encantaba estar sola. Años más tarde, en la adolescencia, me topé con el rock, todo el rock (que es una poética) y con los Beat. Para mí fue un antes y un después. Por primera vez sentí que leer era también un asunto personal. Todo lo que significaba, mucho más allá de la escritura, la poesía como poética, como forma de ver y apropiarse del mundo. Ginsberg sigue siendo para mí una especie de dios lárico y creo que, aun bien entrados en el siglo XXI, todavía somos herederos naturales de los movimientos contraculturales de la mitad del siglo XX. Después, de puro entusiasmo, me metí a estudiar Literatura, pero esa ya es otra historia. Si bien aprendí algunas cosas, nunca fui muy afecta a los cánones. Cuando alguien afirma algo, lo primero que se me ocurre es ponerme en la vereda de enfrente. Estas no son ciencias exactas, pero ese también es otro asunto.

 

–¿Cómo tu formación de actriz colabora en tu escritura poética?

–La verdad es que muchísimo más de lo que pensaba hasta hace unos años cuando creía que la poesía era un asunto de libros. No lo es.

Cuando me imagino un poema lo hago en forma de diálogo, aparecen personajes (reales o ficticios), historias, siempre le hablo a alguien (mucha segunda persona, sí), interpelo a la manera de Brecht. Escapo de la moraleja, uso mucho la interrogación. Preguntas sin respuesta, porque las preguntas son hermosas y las respuestas, unívocas y por escrito, llevan al fanatismo, a la inercia.

En el fondo, trato de ser honesta no me interesa “vender versos”. Con esto no quiero decir que soy una poeta “natural”, onda ¡que salga lo que salga! No. “Naturalidad” es un asunto diferente y bastante difícil. Cuando estudiaba teatro muchos ejercicios (si se trataba de teatro realista, especialmente) apuntaban a conseguir esa forma de decir donde no se advirtiera que los parlamentos ya habían sido escritos por un dramaturgo. La idea era conseguir que las palabras parecieran estar “siendo dichas” en ese mismo instante por el actor. El titubeo, la pausa justa, la búsqueda. Era un ejercicio alucinante de apropiación. Algo que no se conseguía así nomás.

El deseo de esa forma de expresión se lo debo al teatro. Me encantan las lecturas poéticas, me gusta leer en voz alta, siento cómo se transforma el texto. El gesto, la voz, la valoración de cada palabra y la intención. La oralidad y la escritura están en la raíz del teatro y la poesía. La oralidad es la ceremonia colectiva, el instante, y la escritura es la memoria, la posibilidad de reproducir aquel instante infinitas veces.

 

–¿Tienes alguna manía a la hora de escribir?

–No soy de manías. Me cuestan los horarios y soy asistemática. Bastante perezosa, para ser franca. La única cosa que necesito es silencio y no tener los pies fríos, para evitar la distracción (risas). Soy muy concentrada. Por ejemplo, no puedo escuchar música mientras escribo, edito, o corrijo. Ni siquiera bajita, ni siquiera clásica. Es como que me mudo a la mente (por llamarla de algún modo). Puedo pasar horas en la misma posición, es bastante malo eso, ya lo sé. Cuando termino me estiro, hago yoga. Recuerdo que tengo articulaciones, esas cuestiones del cuerpo.

 

 

–¿Cómo has sobrellevado la pandemia, el estallido?

–La primera palabra que se me viene a la cabeza es “extraordinario”. Pandemia y estallido comparten esa condición disruptiva de lo cotidiano, si bien son asuntos tan aparentemente distintos. De hecho, ahora que lo pienso, se mueven en direcciones contrarias: hacia afuera y hacia adentro.

 

Diría, que los sobrellevo con cautela.

 

Por mi historia personal, me tocó vivir el final de dos dictaduras y el comienzo de dos democracias. Argentina y Chile, tempranos 80 y tempranos 90. Lo que me queda de esas experiencias creo que aplica hoy. En ambos casos se respiraba una cierta convicción un poco inocente: el solo advenimiento de la democracia, como una especie de entidad angélica, iba resolver las injusticias, los desequilibrios, restauraría las libertades civiles y podríamos pasar la página. Pues no. Si hay algo que entendí es que los estallidos deslumbran, aturden, reclaman nuestra atención inmediata, liberan energía y entregan el mensaje. Está bien. Pero lo duro viene después. Sé que la metáfora es cursi: sería la diferencia entre el enamoramiento y el amor. Tampoco se trata de cambiar un puñado de leyes y no es que me parezca poca cosa. Creo que lo más importante suele ser lo menos emocionante: sostener la responsabilidad, entender las diferencias, convertirnos en una sociedad crítica, inteligente y movilizada, capaz de hacer que las estructuras funcionen realmente en favor del bien común. Eso no tiene fin.

Respecto de la pandemia en cuanto a lo, digamos, más íntimo y emocional, la verdad es que no sufrí tanto con el encierro, me gusta la introspección y sé entretenerme. Soy consciente de mis privilegios, claro. Seguí trabajando regularmente y no me faltó nada esencial. Igual pasé por varias etapas, ahora mismo ya me están pesando las restricciones y el aislamiento. Me siento como un astronauta que perdió contacto con la Tierra. Cuando salgo de la “nave” (siempre que el “paso a paso” lo permita) me canto estos versos de “Space Oddity”: “I’m stepping through the door and I’m floating in a most peculiar way”. De algo hay que reír.

Pero lo que más temo, te confieso, es lo que vamos a encontrar a la salida de todo esto que al virus mismo. No soy negacionista, para nada, existe, está, ha matado a muchas personas… Pero intuyo unas consecuencias bastante pavorosas respecto del control, las libertades civiles, las sociedades policiales y, claro, se me actualiza a full todo ese imaginario distópico de la ciencia ficción que consumía sin parar en los 70. Me produce mucha inquietud pensar en cómo se afectarán las relaciones humanas, a partir de la desconfianza, el distanciamiento como condición de salud y todo eso que convierte al prójimo en un enemigo potencial, portador de enfermedad y muerte.

 

–¿Qué autores, músicas, obras, series, pelis, esta temporada te han acompañado que –encuentres interesantes?

–De lo que me acuerdo, leí Portátil de David Foster Wallace, me gusta todo de este autor. Además, La resistencia íntima de Josep María Esquirol y Manual de escapología. Teoría y práctica de la huida del mundo de Antonio Pau. Ambos, desde sus perspectivas particulares, son muy reveladores del momento que estamos viviendo, la paradoja del encierro y la libertad, de lo íntimo y lo colectivo, del mundo como interioridad y exterioridad. Leí a Chantal Maillard, casi todo lo que me faltaba. Releí bastante, también, mucha poesía y libros fundamentales que estaban en mi memoria. Los clásicos griegos, teatro. Fue increíble cómo se transformaron en otros libros con la relectura, quizás porque yo también soy otra y, al final, uno siempre lee el libro que tiene en la cabeza.

En música fui bien random. Revisité a mis favoritos del rock (Bowie, como te decía, fue la banda sonora del encierro), Franco Battiato, que me pone feliz, Charly (siempre) y también música italiana y francesa, de los 70 para acá.

Entre las series me quedo con Algo en que creer una danesa que recomiendo completamente. Aborda el tema de Dios y de la construcción de la fe a través de la historia de una familia. Un guión que te parte la cabeza cada dos segundos. Imperdible.

De las pelis, las de Xavier Nolan, es guionista, director, actor. Impresionante el retrato que hace del amor, la sexualidad, el género y las relaciones afectivas contemporáneas, Me gustaron muchísimo Los amores imaginarios, Laurence Anyways y Mommy.

 

–¿Cómo te relacionas con la obra de Pablo Neruda?

–Lo primero que me viene a la cabeza frente a esa pregunta es: ¿cuál Neruda?, ¿qué parte de ese cosmos? Escribió tanto y durante décadas una obra tan monumental y dinámica que es imposible relacionarse con ella como si fuera de una sola pieza.

Voy a lo que más me gusta. “Walking around” es uno de mis poemas favoritos de todos los tiempos. Me conmueve cada vez que lo leo. Las piedras del cielo un libro no muy mencionado pero muy significativo para mí. Lo leí siendo niña y todavía recuerdo algunos poemas de memoria. Residencia en la Tierra, completo, sin la menor duda. También Canto General y Alturas de Machu Pichu, por mencionar las más recurridas. Ante esas obras realmente no queda otra que caer de rodillas.

Por otro lado, Neruda encarnó consciente y comprometidamente el espíritu de una época, su época. Sus libros brillaban en la biblioteca de mis padres que, como te dije, también eran comunistas. No podría decir nada de ese Neruda sin hablar también de ellos. Su escritura política no es mi favorita, pero hacía llorar a mis viejos. Es verdad. Sentían que la historia iba a darles la razón, la historia no podía ir en otro rumbo que el que Marx y Engels habían previsto. Así funcionan las convicciones, de pronto el mundo pasa exactamente por ahí pero de repente se aleja. Es difícil para nosotros comprenderlo en estos tiempos de “verdades líquidas” y otras relatividades.

Y, bueno, también por una condición histórica, no prefiero algunos de sus poemas de amor. Su visión de la mujer como “espíritu de la tierra”, siempre lista para ser fecundada, más sagrada que persona. Ese tipo de erotismo por momentos me resulta medio incómoda, no es la forma en que nos entendemos hoy en día. Tampoco pasan por acá.

Es que ni su poesía política, ni ciertos poemas de amor pueden leerse independientemente de su tiempo. Jugando con “Walking Around”, ¿será que también se cansaba de ser poeta para ser hombre? Sin embargo, seguía siendo poeta y hombre, indisoluble de su tiempo, esa era su condición, su entidad. Es ese el sentido de su monumentalidad.

 

–¿Qué poema leerías hoy en una sala de clases? ¿Ahora que citándote “las tragedias giran rápido?

–Sí, eso es de “Aylan Kurdi”. Es un poema que, como digo en una de sus líneas, “no sé si en realidad es un poema”. Es titubeante, lo escribí de una sentada y nunca lo corregí realmente, solo lo acomodé un poco. Valoro su desprolijidad frente a esa foto real que parece irreal: un niño muerto y dormido al mismo tiempo. ¿El horror que nos llega amortiguado por imágenes y palabras es más o menos horroroso? Porque todo está sucediendo ahora, mientras uno sigue acá, viviendo su vida, escribiendo sus versitos, buscando formas de decir, de seguir adelante. En fin, sí, “las tragedias giran rápido”. Hay un poema que, fuera de la catarsis de lo trágico, creo que es muy oportuno. Me encantaría leerlo en una sala de clases.

 

 “Esperando a los bárbaros” de C. Cavafis

 

-¿Qué esperamos congregados en el foro?
Es a los bárbaros que hoy llegan.

-¿Por qué esta inacción en el Senado?
¿Por qué están ahí sentados sin legislar los Senadores?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
¿Qué leyes van a hacer los senadores?
Ya legislarán los bárbaros, cuando lleguen.

-¿Por qué nuestro emperador madrugó tanto
y en su trono, a la puerta mayor de la ciudad,
está sentado, solemne y ciñendo su corona?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
Y el emperador espera para dar
a su jefe la acogida. Incluso preparó,
para entregárselo, un pergamino. En él
muchos títulos y dignidades hay escritos.

-¿Por qué nuestros dos cónsules y pretores salieron
hoy con rojas togas bordadas;
por qué llevan brazaletes con tantas amatistas
y anillos engastados y esmeraldas rutilantes;
por qué empuñan hoy preciosos báculos
en plata y oro magníficamente cincelados?
Porque hoy llegarán los bárbaros;
y espectáculos así deslumbran a los bárbaros.

-¿Por qué no acuden, como siempre, los ilustres oradores
a echar sus discursos y decir sus cosas?
Porque hoy llegarán los bárbaros y
les fastidian la elocuencia y los discursos.

-¿Por qué empieza de pronto este desconcierto
y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!)
¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían
y todos vuelven a casa compungidos?
Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.
Algunos han venido de las fronteras
y contado que los bárbaros no existen.

¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?
Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.

 

 

–¿A qué le temes?

–A la razón autosuficiente, a la emoción desbordada. A la indiferencia y a los asuntos cerrados. A los fanatismos de cualquier marca.

 

–¿Qué libro te gustaría editar o haber escrito?

–El teatro completo de Shakespeare, ahí está todo lo del cielo y la tierra. Editarlo, claro, escribirlo excede lo humano. Sería una edición crítica, súper anotada. Con un equipo de traductores, filólogos, psicólogos, historiadores, gente de teatro. Después, montaríamos las obras en clave contemporánea. Eso, muchos años de trabajo, mucha diversión y altísimo presupuesto. Algo imposible, claro está, pero así de perfectos son los sueños.

 

–¿Un libro que nunca terminaste de leer?

–Me cuesta mucho dejar un libro, soy un poco neurótica. Siempre pienso “bueno, no voy a parar ahora que seguro viene lo bueno”. Es tonto, ya lo sé, un poco supersticioso. Con los años he perdido en cierta medida esa sensación de que un libro no terminado se aparece en las pesadillas. Estoy bromeando pero no tanto… Igual siento que mejoré bastante. Encontré un truco: me digo que son libros que están “empezados” y que los dejé por un tiempo. Tal vez sea mentira, pero quizás no… En ese limbo tengo varios y los retomo cada tanto. Por nombrar un par Libro rojo de Jung, Ensayos literarios de Pound, van despacio.

 

–¿Cuál es el mayor defecto de la poesía chilena?

–La poesía chilena es inmensa, abrumadora en cantidad y calidad. No digo nada nuevo. Es buena en todos los registros. Tan polifónica que sería ocioso ponerme a enumerar poetas, digamos, de Huidobro para acá. Quizás, en lo personal, no prefiero cierta tendencia a alzar demasiado la voz… Pero, ¿qué podría decir y con qué autoridad más allá del gusto por unos u otros? Y no estoy evadiendo la pregunta: la poesía chilena no tiene defectos, los que tienen defectos son los poetas (risas). En verdad, ahora que lo pienso, me pesa esa tradición de hostilidad, de desconfianza, de tribus rivales. Pasa en todo el mundo, ya sé, pero acá es tradición. Quizás justamente ese asunto esté fundado en la vitalidad y la importancia central que tiene ser un poeta chileno, contrastado con el poco espacio oficial de reconocimientos. Es contradictorio cuando vemos cómo representa la poesía a Chile en el mundo. Bueno… Pero extraño hasta hoy, quizás esté cambiando de a poco con los más jóvenes, no lo sé… Ojalá. Extraño, te decía, la falta de celebración por el éxito ajeno, que a veces se reciban los logros de otros poetas casi como una ofensa personal. Deberíamos ser capaces de superar eso.

 

–¿De qué trata ese poema que has querido siempre atrapar, pero siempre logra escapar, liberarse hasta el momento?

–No sé si es un poema… Es un libro que me gustaría escribir alguna vez y que recurrentemente aparece y se esconde. Lo imagino a la manera de la Antología de Spoon River, pero no con epitafios sino armado con monólogos. Poemas como pequeños testimonios, escenas en primera y segunda persona. Me encantaría que fuera divertido, que tuviera ternura, ironía y consciencia del ridículo. Creo que últimamente el humor está un poco subvalorado en la poesía, al menos aparece poco, y es re difícil agarrar ese tono. Tendemos a la denuncia y al drama y sin embargo creo que no hay nada más subversivo que la risa.

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