El ocaso de una luchadora
Nancy se encontraba en América cuando estalló la Segunda guerra mundial. Insistió en volver a Londres, entonces arrasado por los bombardeos alemanes, porque sentía que esa guerra era suya.
Por su propia cuenta viajaba clandestinamente a la España de Franco para rescatar prisioneros y ayudar a la guerrilla anti franquista
En sus últimos días la policía la encontró botada en una calle. Poco después murió sola en la inmensa sala común del hospital Cochin de París
“De existir una media naranja de Nancy habría sido Neruda” opina la biógrafa de Cunard, Lois Gordon. Pero era difícil que ellos hubieran formado la naranja entera. Él venía de una provincia perdida en el sur del planeta, y de una ciudad situada en la frontera con el mundo indígena. Su poesía había nacido de la naturaleza salvaje. Su familia era modesta. Nancy estaba en las antípodas: en la capital del país que entonces era dueño del mundo. Neruda fue solo un un cónsul menor en los márgenes del imperio británico, en cuyas esferas sociales más encumbradas se movía Nancy.
Sin embargo Volodia Teitelboim señala ciertos puntos de coincidencia: ambos fueron bohemios: él en los boliches del barrio San Pablo de Santiago, ella en los “altos y bajos fondos londinenses.”
A principios de los 20, cuando Nancy reinaba en la bohemia de Londres y París, y cuando con su Camarilla Corrupta vivían en el frenesí de cada noche, Neruda, estudiante pobre, pasaba hambre y frío en el Santiago pueblerino de la época. También él agotaba sus noches en boliches donde conversaba y bebía con otros poetas, muchos de los cuales fueron víctimas de las neumonías y las tuberculosis que atraía esa combinación fatal de bohemia y pobreza.
Pero Teitelboim agrega: “Luego ella se entregó con pasión absoluta y sincera a los desafíos políticos de la década del treinta. Y en eso coincidió con nuestro poeta.”
Sí, la guerra civil de España los reunió. Nancy se sintió fascinada por ese poeta que venía de un mundo perdido en el fin del mundo, y que ahora se encontraba en el centro del grupo escritores comprometidos con la causa republicana.
Después de la derrota
Terminada la guerra, ambos se jugaron el todo por el todo en la empresa de rescatar a los españoles recluidos en campos de internación en Francia. Los refugiados vivían en condiciones infrahumanas, y su situación podía empeorar aún más si los nazis invadían Francia. Cuando eso sucedió muchos ex combatientes de la República fueron devueltos a España donde los esperaba la cárcel o el fusilamiento. Otros terminaron trabajando como esclavos para la industria militar de los nazis. A otros los encerraron en el funesto campo de concentración de Mathausen. Los más afortunados consiguieron unirse a la resistencia francesa o se enrolaron en la división del general Leclerc para luchar contra los alemanes. Los sobrevivientes de esa campaña fueron de los primeros en entrar triunfalmente a París cuando fue liberado.
Una vez que Neruda terminó lo que él mismo llamó su “misión de amor”, que consistió en mandar a Chile a más de dos mil refugiados españoles en el barco Winnipeg, regresó a Chile, invitó a Nancy a visitar su país y le consiguió la visa que necesitaba.
Ella se embarcó en una nave que estuvo a punto de hundirse cuando zarpaba. Calificó el viaje de 38 días como un “infierno de diferentes tipos.”
Nancy en Chile
Neruda recuerda que Nancy viajó acompañada por un torero que en Santiago la dejó “para instalar una venta de salchichas y otros embutidos.” Entonces ella “tomó como amante a un poeta vagabundo y desaliñado, chileno de origen vasco” que no carecía de talento, pero se emborrachaba con frecuencia y le propinaba a Nancy golpizas “que la obligaban a aparecer en sociedad con grandes gafas oscuras.”
Volodia Teitelboim recuerda que conoció a Nancy cuando acompañó a Neruda a visitarla al hotel de quinta categoría donde vivía en Santiago.
La biógrafa Louis Gordon, que trabajó en el Centro de la Univesidad de Texas en Austin, donde se conserva el legado documental de Nancy, rescató de sus cartas y diarios otra visión de su estada en Chile. Afirma que “sus comentarios sobre su viaje a Santiago en 1940 abundan en recuerdos gratos”. Entre ellos que se asoleó y nadó en las playas del Pacífico y que fue con Neruda “a bares y restaurantes y que, pese a la inapetencia que la acompañó toda su vida, devoró bandejas de suculentos mejillones y enormes cangrejos, acompañados de un potente vino blanco.” También visitó barrios pobres donde se dedicó a observar a los niños como lo había hecho en Harlem y en el norte de África.
Tiempo después Nancy declaró que tal vez su viaje a Chile le había salvado la vida. Es que ella no conseguía superar la derrota sufrida en la guerra civil. Además, el panorama mundial era desalentador para el futuro de España. La URSS, antes aliada de los republicanos, había firmado un pacto de no agresión con Alemania, y el fascismo seguía apoderándose de Europa. Es posible, entonces, que Nancy haya buscado una forma de vincularse en Chile con el drama de España, porque a principios de septiembre de 1939, habían llegado al país los refugiados que Neruda trajo en el Winnipeg y que animaron la vida cultural de la nación. Es significativo que después ella se haya ido a México, que fue el principal destino para los españoles transterrados.
En Santiago Neruda la introdujo en el grupo de la Alianza de Intelectuales de Chile, creada para ayudar a la España republicana, y mantener viva su causa después de la derrota. Nancy participó con entusiasmo en las reuniones y en las fiestas de la Alianza, en las que puso su toque de locura.
Rumbo a México
Nancy recibió en Chile las tristes noticias que llegaban de Europa: las fuerzas de Inglaterra y Francia habían sido acorraladas en el puerto de Dunkerke por los alemanes. El 22 de junio de 1940 se firmó el armisticio por el cual las dos terceras partes del territorio francés fueron ocupados por los alemanes y el tercio restante quedó en manos de un gobierno títere con sede en la ciudad termal de Vichy.
A fines de julio de 1940, Neruda con Delia del Carril, Luis Enrique Délano y su esposa, Lola Falcón, se embarcaron en Valparaíso con destino a México donde el poeta asumiría el cargo de Consul General de Chile. En el mismo barco, el Yasukuni Maru, iba también Nancy con el amante ya mencionado, que seguía emborrachándose y maltratándola, tanto que en cuando tocaron territorio mexicano fue desembarcado y detenido.
Ciudad de México, en los años 40, tuvo una extraordinaria animación cultural en los campos de la literatura, la plástica, la música y el cine. Era la ciudad ideal para vivir mientras Europa ardía. Pero Nancy, después de una estada en el D.F se empeñó en regresar al epicentro de a guerra. Inglaterra era entonces el único país que resistía el asedio nazi. Nancy sintió que esa era su guerra. Tenía claro que no podía regresar a su casa en la Normandía ocupada por los alemanes. Pero no se trataba de recobrar su vida de antes sino de participar en el esfuerzo de guerra contra el fascismo.
De izquierda a derecha; Neruda, Nancy Cunard, Delia del Carril y Luis Enrique Délano, en México, 1940.
Foto de Lola Falcón. Archivo fotográfico de la Fundación Pablo Neruda.
Hacia el teatro de la guerra
Las dificultades para viajar a través del Atlántico en tiempos de guerra eran enormes. Nancy se fue a Cuba para desde ahí seguir viaje a Nueva York. Cuando su barco hizo escala en Trinidad, recibió el homenaje de la población local que la aclamó por su libro Negro y su lucha en favor de las poblaciones de origen africano.
En Nueva York consiguió pasaje en un barco que, sin que lo supieran los pasajeros, formaba parte de un convoy de decenas de embarcaciones, escoltadas por buques de guerra, que cargaban suministros para Inglaterra. Además, en uno de esos barcos viajaba el primer ministro Winston Churchill, que regresaba a la isla después de haberse reunido con el presidente Roosvelt. de los Estados Unidos.
Nancy llegó a Londres cuando se había desencadenado la ola de bombardeos con que Hitler pretendía allanar el camino a la invasión de Inglaterra. Para ella, que había estado en Madrid bajo las bombas de los nazis, el sonido de las sirenas de alarma seguidas del apagón de todas las luces, del ruido de los motores de los aviones y del estallido de las bombas, era una experiencia conocida.
Trabajó desde Inglaterra para los maquis o maquisard, la organización guerrillera de resistencia contra la ocupación de Francia. En 1942 consiguió un puesto como traductora para las emisiones de radio de la Francia Libre. Dos años después pasó a trabajar en la SHAEF que era el Cuartel general del comando supremo de los aliados. Ahí era obligatorio el uso de uniforme, cosa que no debe haberle gustado. Nancy se ocupaba de las transmisiones de propaganda y noticias a los territorios ocupados. En esas emisiones se incluían mensaje encriptados. Así, Nancy leía un resumen de noticias a las que se había agregado material codificado que fue de gran utilidad para contrarrestar los ataques con las bombas teledirigidas V1 y V2, las armas con las que Hitler intentó revertir su derrota cuando esta ya era casi segura.
Encuentro de madre e hija
En medio de la guerra, los pubs de Londres habían ganado gran animación. Los frecuentaban soldados y personal militar de distintas nacionalidades así como artistas, periodistas y escritores. Eran el único espacio que conservaba la bohemia en plena guerra y por supuesto Nancy los frecuentaba.
Los teatros también seguían funcionando. Una noche, a la salida de uno de ellos un auto estuvo a punto de atropellar a Nancy. Maud Cunard que viajaba en el asiento trasero de ese coche reconoció a su hija, pero le dijo al chofer que siguiera. Ese fue el único encuentro que ellas tuvieron en el Londres en guerra y también el último de sus vidas.
En medio de la guerra Nancy entabló amistad con el discutido Aleister Crowly, quién le contó que él luchaba contra Hitler en el plano astral. Crowly era o pretendía ser poeta, filósofo, mago, yogui, drogadicto, atleta y espiritista. Lo calificaban de diletante y charlatán, pero Nancy lo defendía porque era un decidido anti fascista y cualquier cosa que pudiera hacerse contra el fascismo, aunque fuera en el plano astral, era para ella bienvenida.
La casa en ruinas
A medida que se acercaba el fin de la guerra aumentaban las expectativas de Nancy sobre el regreso a su casa de Réanville, en la Normandía francesa. Pudo volver a Francia el 27 de febrero de 1945, cuando la guerra aun no terminaba. Se encontró solo con las ruinas de su casa. Los amigos a los que dejó al cuidado de ella habían sido expulsados por las autoridades pro nazis. Lo que más le dolió es que los vecinos del pueblo habían participado en el vandalismo y el saqueo, instigados por el alcalde colaboracionista. Las cartas de grandes figuras del arte y la literatura y los riquísimos archivos que reunió para escribir Negro, junto con sus libros y pinturas fueron quemados o arrojados a los pozos negros. Le habían robado sus colecciones de marfiles y de esculturas africanas. Descubrió, además, que su casa había sido la única saqueada en toda la región. Ella estaba en la lista negra de los nazis y fue el chivo expiatorio de la zona.
Le escribió con amargura a su antiguo amante, Ezra Pound, que durante la guerra se había entregado en cuerpo y alma al fascismo. En esa carta le hablaba de su casa en ruinas “gracias a los alemanes que vivieron en ella y a sus amigos, los fascistas franceses.” Agregaba que para impedir el paso del viento por las ventanas rotas, alguien había puesto, para suplir los vidrios páginas del libro Cantos, del mismo Pound y también las tapas del volumen. Terminaba diciéndole que los aliados de sus amigos, “destruyeron todos mis objetos africanos que tú solías admirar.”
En la España de Franco
Nancy no tenía medios para reconstruir la casa de Réinville. Tampoco quería quedarse a vivir cerca de la gente que la había saqueado. Volvió a una de sus formas de vida: el nomadismo en distintos hoteles y pisos.
En 1946 fue a España donde estuvo más de dos meses. Escribió una serie de reportajes sobre la suerte de los prisioneros republicanos en las cárceles de Franco. Consiguió salvar a 18 condenados a muerte. Volvió a visitar los campos de batalla de los años 30. Declaró que entonces había estado más cerca de la tragedia de España que en tiempos de la guerra. Veía con desesperación que las democracias triunfantes en la segunda guerra mundial no hacían nada contra Franco, el último dictador de fascista que sobrevivía en el mundo. Las Naciones Unidas acordaron un bloqueo contra España, pero esta pudo sobrevivir con las ayuda de la Argentina peronista. Después la Guerra fría salvó a Franco. Los Estados Unidos se aliaron con él en contra de la URSS.
En uno de sus regresos a París, en 1947, Nancy contrajo un nuevo amor, el joven norteamericano William Le Page Finley, de 24 años. En esa etapa de la vida Nancy atraía a amantes que tenían la mitad de los años de ella. Finalmente encontró una cabaña en la campiña francesa y ahí se fue a vivir con Finley. De día hacían largas caminatas por el campo y en las noches participaban en fiestas desenfrenadas, a las que llegaban escritores como Malcolm Lowry.
Maud Cunard murió en julio de 1948, cuando Nancy andaba en uno de los viajes clandestinos que hacía a España, por su propia cuenta, para rescatar a prisioneros, y ayudar a la guerrilla que sin ningún apoyo externo, seguía luchando contra Franco. Maud, cuya fortuna había mermado mucho con la depresión de los 30 y los años de guerra le dejó una modesta herencia a Nancy.
En los años 50 ella se decidió a escribir con disciplina y fervor. Trabajó en un ensayo sobre el exilio de la intelectualidad española siguiendo el rastro de los escritores, filósofos, historiadores, artistas, cineastas y educadores a los que Franco había ejecutado, recluido o condenado al exilio. No dejaba de leer diarios de distintos países. Así se informó de las protestas que hicieron que el gobierno italiano revocara la orden de expulsión de Pablo Neruda, que entonces vivía en el exilio.
El final
Los viajes a España que había hecho desde 1956, y el dolor que le producía la situación de este país, llevaron a Nancy a una crisis que comenzó con comportamientos extraños, a veces agresivos. En 1960 fue expulsada de España. En Londres la detuvieron por hacer desórdenes en estado de embriaguez. Por su estado mental la encerraron en el hospital donde escribió cartas a sus amigos y a presidentes de distintos países para denunciar que su reclusión se debía a maquinaciones del fascismo.
El 5 de septiembre Neruda le escribe una carta en la que le comunica que Inglaterra le negó la visa de ingreso, y que estará hasta diciembre en París, desde donde saldrá a Cuba. Le dice: “Me parece que no conoces a mi mujer, Matilde, que sabe todo sobre ti y te quiere.” Agrega que ojalá se publicaran los versos de ella en un solo libro y en tres idiomas, y que Aragón podría presentar aquellos escritos en francés. El mismo Neruda se ofrecía para comentar los que irían en castellano, y algún británico o norteamericano se ocuparía que los escritos en lengua inglesa. Neruda le pregunta ¿cómo van las gestiones para que salgas de tu encierro? Termina diciéndole: “Cada día te hemos recordado en todas partes. Tienes hermanos en toda la tierra.”
El deterioro físico y mental de Nancy fue en aumento. Sufrió accidentes domésticos como caídas, la más grave en enero de 1965, con fractura de la cadera y de varias costillas. En un momento quedó sin casa. Deambulaba por París, pernoctado en hoteluchos y casas de amigos, donde bebía, fumaba y llenaba papeles con garabatos. Una noche llegó al departamento de su amante de otros tiempos, Raymond Michelet. Deliraba e insultaba a quien se le pusiera por delante. Michelet llamó a un amigo común, el historiador del cine Georges Sadoul que acudió en seguida. Entonces Nancy era ya poco más que un esqueleto. Por la reciente rotura de uno de sus muslos no podía tenerse en pie. Sus amigos no se explicaban cómo había llegado hasta ahí. Habló de una reserva en un hotel y decidieron llevarla hasta allá, dejarla en cama para pedirle un médico al día siguiente.
El cuarto estaba en un tercer piso. No había ascensor. Ella insistió en subir sin ayuda. Iba sentándose en cada peldaño. Volodia Teitelboim escribió:
Los clientes subían a sus habitaciones y se asombraban y asustaban al ver sentado en la escalera a ese fantasma que les hacía preguntas estrambóticas. “¿Conocen ustedes a Pablo Neruda? ¿Piensan ustedes que obtendrá el Premio Nobel este año?” Luego pidió a sus acompañantes averiguar si Samuel Becket estaba en París. Quería que viniera a verla. Transmítanle el siguiente recado: “Esta mujer – se refería a sí misma en tercera persona – acaba de festejar hoy su 69 cumpleaños y entró en su año 70.”
Al día siguiente, cuando sus amigos volvieron a buscarla ya no estaba. Aun en el estado en que se encontraba había logrado salir del hotel. Se perdió por tres días. Finalmente la policía la encontró en la calle, inconsciente y con la cabeza rota. Murió hospital de Cochin, el mismo en el que seis años después “Neruda sería operado de un mal que, en 1973 lo llevaría a la muerte” como anota Volodia Teitelboim. El poeta, lo mismo que Nancy, murió a los 69 años.
Michelet sabía que Nancy le tenía miedo a la muerte y que “murió desesperada”, “resistiéndose a morir.” Es posible que esa última peregrinación errática, que nadie se explica cómo pudo realizar en las condiciones en que estaba, haya sido su última carrera para huir de la muerte.
Toda la vida de Nancy puede leerse como una carrera contra la muerte, no solo contra la muerte personal sino con la que se había apoderado del mundo en esos años de guerras y persecuciones.
Pero, como advierte Lois Gordon, Michelet decía también que en sus últimos días Nancy estaba convencida de que ella era africana y que su vida ya no estaba en Europa.
Quizás cuando Nancy sintió que este mundo la abandonaba se fue a buscar refugio entre los espíritus tutelares de esos pueblos a los que amó y defendió con todas sus fuerzas.
Darío Oses
Bibliografía
Buot, Francois, Nancy Cunard
Ford, Hugh, Nancy Cunard, great poet, indomitable rebel 1896 – 1965.
Gordon, Lois, Nancy Cunard
Hernando, Alberto, “Nancy Cunard y el malditismo femenino” Letras libres
Neruda, Pablo, Confieso que he vivido, Memorias.
Osuna, Rafael, Pablo Neruda y Nancy Cunard
Teitelboim, Volodia, Neruda.
Brevísima antología de poemas afines
España 1964
Las palabras del muro están escritas
en la pared y al último banquete
llegan los platos con manchas de
sangre.
Se sienta Franco a la mesa de España,
encapuchado, y roe sin descanso
agregando aserrín a su huesera
y los encarcelados, los que ataron
la última rosa al fusil y cantaron
en la prisión, aúllan, y es el coro
de la cárcel, el alma amordazada
que se lamenta, cantan las cadenas,
aúlla el corazón sin su guitarra,
la tristeza camina por un túnel.
Pablo Neruda, «Sonata Crítica», Memorial de Isla Negra