Noviembre 7, 2024

Rafael Alberti y Pablo Neruda: Simplemente hermanos.

 

Más que amistad lo que unió a estos dos poetas fue una profunda y larga fraternidad literaria, política y humana que se mantuvo aún después de la muerte de Neruda.

En 1991 Alberti volvió a Chile  visitar la casa de Isla Negra, a reencontrarse con aquel Neruda que tuvo tantos y tan diversos gestos de amistad, desde propiciar su nombre para el Premio Nobel hasta regalarle un perro que salió misteriosamente de la niebla

Neruda lo definió como “un sobreviviente”, porque “ los fascistas que iniciaron la guerra en España asesinando a su mejor poeta”, buscaron después a Rafael Alberti “para acuchillarlo, para ahorcarlo, para matar en él una vez más a la poesía.” Alberti, efectivamente, sobrevivió a la guerra y al exilio: vivió hasta los 97 años y fue el último sobreviviente de su generación, la del 27, brillante y trágica.

La relación Alberti Neruda más que amistad fue una hermandad: “Con Rafael hemos sido simplemente hermanos. La vida ha intrincado mucho nuestras vidas, revolviendo nuestra poesía y nuestro destino” – escribió el poeta chileno –  agregó: “Tal vez Alberti escriba, entre otras, las páginas de su vida que nos ha tocado vivir”.  Y así fue. En poemas, notas y memorias, los dos poetas se refieren el uno al otro y a esa simple hermandad llena de afecto y de afinidades poéticas y políticas.

 

La arboleda perdida

 

Alberti llevó la primera parte de sus memorias, La arboleda perdida. en el precario equipaje con el que salió de España en 1939, cuando la derrota de la República ya era inevitable. Siguió escribiendo su arboleda en París. Veinticinco años más tarde las continuó en capítulos sueltos que se fueron publicando semanalmente en el diario Corriere della Sera.

Por su arboleda desfilan desde poetas consagrados como Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y Miguel de Unamuno, hasta jóvenes que se convertirían en grandes figuras del arte en el siglo XX, como Dalí, Picasso y Buñuel. Aparecen también artistas de gran popularidad como el cantor de tangos Carlos Gardel. En Palencia ambos se divertían con los nombres de las tiendas, particularmente con el del negocio: “Repuestos de Cojoncito Pérez”.

 

Residencia en la tierra: porfiadamente inédita

 

Alberti conoció a Neruda por su obra, a comienzos de 1930. Fue una lluviosa noche de invierno.

… un libro, un extraño manuscrito vino a caer a mis manos (…) El título: Residencia en la tierra. El autor: Pablo Neruda, un poeta chileno apenas conocido entre nosotros (…) desde su primera lectura me sorprendieron y admiraron esos poemas , tan lejos del acento y el clima de nuestra poesía. Supe que Neruda era cónsul en Java, donde  vivía muy solo, escribiendo cartas desesperadas, distanciado del mundo y de su propio idioma. Paseé el libro por todo Madrid. No hubo tertulia literaria que no lo conociera (…) Quise que se publicara. Tan extraordinaria revelación tenía que aparecer en España. Lo propuse a los pocos editores amigos. Fracaso.

 

Como él mismo lo declara, Alberti tenía pocos amigos editores, y al parecer no pocos enemigos del ramo. Por eso le pidió a su amigo Pedro Salinas que llevara Residencia…  a Revista de Occidente. Éste lo hizo y consiguió, al menos, que varios de los poemas del libro se publicaran en la revista que daba su nombre a la editorial.

 

“Comencé entonces a cartearme con Neruda – escribe Alberti – Sus respuestas eran angustiosas.” En una de ellas le pedía un diccionario y que lo excusara por los errores gramaticales que pudiera haber cometido en sus cartas.

 

Muchos años después, en el otoño europeo de 1973, Alberti aludía a esta misma situación en su poema “Con Pablo Neruda en el corazón”:

 

Desde muy lejos me mandaba cartas, / voces de auxilio, soledad  y angustia/ por encima del mar/ “Sucede que me olvido del idioma,/ perdona mis errores./ Envíame un diccionario…”

 

Neruda recordaba también, en 1940,  aquellos primeros intercambios epistolares y las gestiones editoriales de Alberti, que si bien no tuvieron resultado, lo dieron a  conocer en España:

 

Todos los poetas de Madrid oyeron mis versos, leídos por él, en su terraza de la calle Urquijo.

Todos, Bergamín, Serrano Plaja, Petere, tantos otros me conocían antes de llegar. Tenía, gracias a Rafael Alberti, amigos inseparables, antes de conocerlos.

 

En 1931 Alberti consigue, por fin, que la acaudalada escritora argentina Elvira Alvear, decidiera publicar Residencia en la tierra. Alvear tenía como secretario a Alejo Carpentier, que entonces no era reconocido como novelista pero sí como musicólogo de importancia. Alberti y Carpentier le anunciaron a Neruda, por cable, la publicación de su libro con un anticipo de cinco mil francos. Pero nuevamente, el intento fracasó. Años después, cuando se conocieron en Madrid, Neruda le dijo a Alberti que efectivamente había recibido el cable pero no el dinero.

 

Un río de sangre

Los años 30 fueron para Alberti una época “de entusiasmo y pasión, en que íbamos surgiendo, coincidentes casi todos en Madrid, aquellos poetas que algo más tarde seríamos bautizados, quizás sin mucho acierto, como grupo del 27…” Asimismo, novelistas, músicos y pintores “de todas partes de España íbanse presentando en nuestra capital…”

En esa España bullente “anhelos de libertad, más subidos y contagiosos cada vez, se derramaban por todas partes.” Pero Alberti advierte que hay dos Españas separadas por un muro de incomprensión, “que un día, al descorrerse, iba a dejar en medio un gran río de sangre.”

Sí había otra España. No la de Lorca y Alberti, sino la de un ejército derrotado en Cuba, Puerto Rico y Filipinas en 1898,. Luego de la pérdida de las últimas posesiones de su imperio de ulltramar, España se volvió hacia sus colonias africanas donde en 1921 su ejército fue otra vez derrotado por el caudillo del Riff Abd el Krim, que solo pudo ser reducido con la ayuda de Francia. De las guarniciones de aquellas colonias iba a salir la reacción militar que se sublevó contra la República, esta vez con la ayuda de Alemania e Italia fascistas.

 

Pero Neruda llegó a la España bullente. En su Canto general le dice a Alberti:

 

A tu país llegué como quien cae / a una luna de piedra, / hallando en todas partes /  águilas del erial, secas espinas, /pero tu voz allí, marinero, esperaba / para darme la bienvenida y la fragancia / del alhelí, la miel de los frutos marinos.

 

Rafael le respondería mucho después, cuando ya Neruda no podía oírlo:

 

Nos diste todo, / tu dulzura de hermano recién aparecido, / tus desolados  cantos torrenciales / y nosotros en cambio te dimos la alegría / y con ella la mano que esperaba / desde hacía tanto tiempo. / Y así tu soledad inmensa fue poblándose…

 

Intermedio perruno

 

Y de pronto en la amistad de Alberti y Neruda aparece un perro o perra porque no queda claro cuál era su género.

En sus memorias el poeta gaditano habla de “aquel grande y enmarañado perro ovejero irlandés”  que Neruda encontró, con una pata herida ,” una noche de bruma madrileña, y al que pusimos el nombre de Niebla”.

Muchas páginas más adelante, Alberti vuelve a referirse a Niebla pero entonces habla de “aquella perra enloquecida y silvestre que me acompañó durante toda la guerra civil y que se perdió – siendo seguramente fusilada por las tropas de Franco – al tener que ser evacuada con la familia de María Teresa de Castellón de la Plana a Valencia.”

Hasta 2016 no conocíamos la versión de Neruda sobre Niebla. Entonces encontramos un texto en el que éste relata cómo, en una de las tantas noches en que el poeta chileno se fue caminando desde su casa a la de Alberti, fue seguido por un perro fantasmal.

El relato de Neruda es bastante más extenso y detallado que los de Alberti, pero tampoco aclara el género de Niebla :  “Poco antes de la guerra, en Madrid, le regalé un perro o una perra, nunca lo he sabido bien, a Rafel Alberti. Esto es lo único que he dado a alguien que a mí me ha dado tantas cosas”.Más adelante Neruda cuenta:

 

… noté en el camino que algo me seguía. Algo, un espectro seguramente, un cuervo, un nunca más. Severamente solo, semi perdido en la niebla, era yo un caminante de la absoluta soledad de aquella hora, y no pasaba nadie y no se oía nada sino el extraño tacatás detrás mío con pisadas de fantasma (…) Solo al llegar a la puerta grande de Alberti salió de la niebla y subió conmigo por la escalera un suavísimo perro. Perro de los arrabales, mitad niebla y mitad sueño, nos miraba desde su entrecruzado matorral de pelos plateados, todo él color de calle y con cierto aspecto de oveja que se hubiera extraviado en la ciudad conservando, se le veía en los ojos, la pureza silvestre.

 

Otra vez la guerra

 

En otras escenas de sus memorias, Alberti evoca el breve paréntesis de paz entre el fin de la guerra civil española y el comienzo de la segunda guerra mundial. Comenta que era maravilloso contemplar  desde el balcón de la casa de Delia y Pablo cómo resbalaban por el Sena “las peniches, esas casas fluviales , moviendo los prolongados árboles de las orillas.” Hasta que siente venir nuevamente la guerra:

 

Cuando apenas comenzaba a comprender de nuevo lo que es el caminar  tranquilo por una ciudad encendida, he aquí que Francia se apaga de pronto, sonando las sirenas de alarma en París y los primeros cañonazos en la línea Maginot.

 

En sus recuerdos de ese mismo día aparece otra vez Neruda:

Con el alma llena de sangre nobilísima y los oídos de explosiones he andado por las calles de París y vivido con el grande y humano Pablo Neruda, verdadero ángel para los españoles, en las orillas del Sena, 31. Quai de l´Horloge.

 

Por recomendación de Picasso, Rafael Alberti y su esposa, María Teresa León, habían conseguido un trabajo de traductores  para las emisiones a América Latina de Radio Francia Mundial. Pero lo perdieron por la presiones del mariscal Petain, embajador en España y cada vez más afecto al régimen de Franco. Entonces decidieron partir. “Abandono Europa, mi Europa – apunta Alberti -para cumplir con mi destino de español errante, de emigrante romero de la esperanza  por tierras de América.”

 

Exilio en Argentina

 

Alberti viaja con su mujer en el vapor Mendoza a la capital argentina. Escribe: “Y al fin América. Buenos Aires, la Argentina de tránsito para Chile ¿Para Chile? No, porque me quedo en Buenos Aires, donde buenas manos amigas me tienden redes de esperanza.”

Volodia Teitelboim apunta que Neruda quería que Alberti se viniera a vivir a Chile. “Pero el país, no obstante sus auto leyendas hospitalarias, que forman parte de la mitología criolla, no le dio ninguna posibilidad de trabajo.”  Así es que optó por quedarse en Argentina donde vivió más de veinte años de exilio.

 

En 1940, Neruda escribía:

 

Este joven maestro de la literatura española contemporánea, este revolucionario intachable de la poesía y de la política debiera venir a Chile, traer a nuestra tierra su fuerza, su alegría y su generosidad. Debería venir para que cantáramos. Hay mucho que cantar por aquí. Con Rafael y Roces[1] haríamos unos coros formidables…

 

Con el pueblo mapuche

Cuando ya había terminado el régimen de Franco, el Presidente del Banco Exterior de España, Francisco Fernández Ordóñez, llamó una tarde a Alberti para mostrarle las cartas de amor entre Neruda y Albertina Rosa Azócar, una de las principales musas de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Escribió Alberti:

 

Recorro ahora los difíciles manuscritos de esas viejísimas cartas a Albertina y pienso en el Neruda solitario de los bosques australes, de las piedras, de las lluvias, los vientos y los volcanes de su maravilloso país, al que solo pude visitar brevemente en su compañía.

De ahí en adelante Alberti comienza a recordar el viaje que hizo a Chile entre 1945 y 1946.

Una de las cosas que llamó la atención de Alberti, en aquella visita fue la situación de los mapuche:

Por allí anduvimos juntos para hablar con los campesinos araucanos desposeídos de sus tierras. Por allí comprobé la grave dignidad de un silencioso pueblo castigado, la sublime tristeza de las madres, envolviendo a sus pequeños hijos en sus ponchos oscuros y morados en el descenso húmedo de la tarde.

En esa ocasión, Alberti se quedó en la casa de Los Guindos, llamada Michoacán. Neruda organizó varias fiestas en honor de Alberti y su mujer. A ellas concurría, según éste recuerda “la gente más heterogénea: desde luego poetas, políticos, escritores, pintores, pero también muchos que se le colaban y a los que el poeta no había visto jamás.”

En el primero de esos festejos, ambos entraron en la cocina, donde un grupo de extraños tomaban vino y freían cerca de una docena de huevos en una sartén enorme. “Ellos sabrán lo que están preparando  – le dijo Neruda – . No los conozco. Vamos” y condujo a Alberti a una habitación apartada donde “ con su voz balanceada y dormida, me leyó Alturas de Macchu Picchu, aquel ancho poema esencial americano.”

Alberti y María Teresa cumplieron un  nutrido programa de conferencias y recitales en Santiago y en otras ciudades. Volodia Teitelboim, que estuvo presente en el recital del Teatro Municipal de Santiago comenta que Alberti recitó sin énfasis declamatorio: “se apoderaba del público por gracia, sacudiéndolo levemente, dejando una sensación atónita.” Después habló María Teresa, conmoviendo a los asistentes con el relato de la monumental desgracia que fue la guerra civil de España.

Neruda, el presentarlos, se dirigió a Alberti  como el “primer poeta de España, combatiente ejemplar, hermano mío y  dijo:

Nunca imaginé que entre las flores y la pólvora de la paz y de la guerra en Madrid, entre las verbenas y las explosiones, en el aire acerado de la planicie castellana, que algún día te daría en este sitio las llaves de nuestra capital cercada por la nieve, y te abriría las puertas oceánicas y andinas de este territorio que hace siglos, don Alonso de Ercilla dejara fecundo y sembrado y estrellado con su violenta y ultramarina poesía.

 

Después se dirigió a María Teresa diciendo:

 

… nunca imaginé que cuando tantas veces compartimos el pan y el vino en tu casa generosa, iba a tener la dicha de ofrecerte en mi patria el pan, el vino y la amistad de todos los chilenos.

 

El regreso

Rafel Alberti regresó a Chile  45 años después, en mayo de 1991. Entonces ya era el único sobreviviente de la generación del 27. Se le tributó un homenaje en el Salón de honor de la Universidad de Chile, en el que el ministro de educación, Ricardo Lagos le dio a bienvenida, calificándolo como el poeta y el hombre español más americano de las letras hispánicas. Alberti recitó sus coplas dedicadas a Chile. Participó también en la celebración del día de los trabajadores y viajó a Isla Negra para inaugurar la sala que lleva su nombre en la casa de Neruda.

En aquella ocasión, en la que Alberti revisó esas cartas a Albertina Rosa Azócar, “ de difícil lectura, de atropellada letra manuscrita”, se estremeció al encontrar ahí “todo el temblor , las luces y las sombras,las ilusiones y desánimos de un poeta ya grande , de un muchacho de 20 años, profundo e ingenuo, que espera las cartas de su novia con desesperación…” Y luego evoca la gran hermanda que los unió, escribiendo:

 

“¡Ay, Pablo! ¡Qué años alegres y terribles,llenos de soles esperanzadores, de inflexibles condenas y de sangre! Pero tú aunque moriste fusilado por la angustia, te apagaste junto al amor – Matilde -que reinó siempre en los momentos más hermosos y trágicos de tu vida, sin dormir, al borde de tu almohada, velándote en la noche última de tu residencia en la tierra…”

 

Brevísima antología

 

De: Canto general

A Rafael Alberti (Puerto de Santa María, España)

 

Rafael, antes de llegar a España me salió al camino

tu poesía, rosa literal, racimo biselado,

y ella hasta ahora ha sido no para mí un recuerdo,

sino luz olorosa, emanación de un mundo.

 

A tu tierra reseca por la crueldad trajiste

el rocío que el tiempo había olvidado,

y España despertó contigo en la cintura,

otra vez coronada de aljófar matutino.

 

Recordarás lo que yo traía: sueños despedazados

por implacables ácidos, permanencias

en aguas desterradas, en silencios

de donde las raíces amargas emergían

como palos quemados en el bosque.

Cómo puedo olvidar, Rafael, aquel tiempo?

 

A tu país llegué como quien cae

a una luna de piedra, hallando en todas partes

águilas del erial, secas espinas,

pero tu voz allí, marinero, esperaba

para darme la bienvenida y la fragancia

del alhelí, la miel de los frutos marinos.

 

Y tu poesía estaba en la mesa, desnuda.

 

Los pinares del Sur, las razas de la uva

dieron a tu diamante cortado sus resinas,

y al tocar tan hermosa claridad, mucha sombra

de la que traje al mundo, se deshizo.

 

Arquitectura hecha en la luz, como los pétalos,

a través de tus versos de embriagador aroma

yo vi el agua de antaño, la nieve hereditaria,

y a ti más que a ninguno debo España.

Con tus dedos toqué panal y páramo,

conocí las orillas gastadas por el pueblo

como por un océano, y las gradas

en que la poesía fue estrellando

toda su vestidura de zafiros.

 

Tú sabes que no enseña sino el hermano. Y en esa

hora no solo aquello me enseñaste,

no solo la apagada pompa de nuestra estirpe,

sino la rectitud de tu destino,

y cuando una vez más llegó la sangre a España

defendí el patrimonio del pueblo que era mío.

 

Ya sabes tú, ya sabe todo el mundo estas cosas.

Yo quiero solamente estar contigo,

y hoy que te falta la mitad de la vida,

tu tierra, a la que tienes más derecho que un árbol,

hoy que de las desdichas de la patria no solo

el luto del que amamos, sino tu ausencia cubren

la herencia del olivo que devoran los lobos,

te quiero dar, ay!, si pudiera, hermano grande,

la estrellada alegría que tú me diste entonces.

 

Entre nosotros dos la poesía

se toca como piel celeste,

y contigo me gusta recoger un racimo,

este pámpano, aquella raíz de las tinieblas.

 

La envidia que abre puertas en los seres

no pudo abrir tu puerta, ni la mía. Es hermoso

como cuando la cólera del viento

desencadena su vestido afuera

y están el pan, el vino y el fuego con nosotros

dejar que aúlle el vendedor de furia,

dejar que silbe el que pasó entre tus pies,

y levantar la copa llena de ámbar

con todo el rito de la transparencia.

 

Alguien quiere olvidar que tú eres el primero?

Déjalo que navegue y encontrará tu rostro.

Alguien quiere enterrarnos precipitadamente?

Está bien, pero tiene la obligación del vuelo.

 

Vendrán, pero quién puede sacudir la cosecha

que con la mano del otoño fue elevada

hasta teñir el mundo con el temblor del vino?

 

Dame esa copa, hermano, y escucha: estoy rodeado

de mi América húmeda y torrencial, a veces

pierdo el silencio, pierdo la corola nocturna,

y me rodea el odio, tal vez nada, el vacío

de un vacío, el crepúsculo

de un perro, de una rana,

y entonces siento que tanta tierra mía nos separe,

y quiero irme a mi casa en que, yo sé, me esperas,

solo para ser buenos como solo nosotros

podemos serlo. No debemos nada.

 

Y a ti sí que te deben, y es una patria: espera.

 

Volverás, volveremos. Quiero contigo un día

en tus riberas ir embriagados de oro

hacia tus puertos, puertos del Sur que entonces no alcancé.

Me mostrarás el mar donde sardinas

y aceitunas disputan las arenas,

y aquellos campos con los toros de ojos verdes

que Villalón (amigo que tampoco

me vino a ver, porque estaba enterrado)

tenía, y los toneles del jerez, catedrales

en cuyos corazones gongorinos

arde el topacio con pálido fuego.

 

Iremos, Rafael, adonde yace

aquel que con sus manos y las tuyas

la cintura de España sostenía.

El muerto que no pudo morir, aquel a quien tú guardas,

porque solo tu existencia lo defiende.

 

Allí está Federico, pero hay muchos que, hundidos, enterrados,

entre las cordilleras españolas, caídos

injustamente, derramados,

perdido cereal en las montañas,

son nuestros, y nosotros estamos en su arcilla.

 

Tú vives porque siempre fuiste un dios milagroso.

A nadie más que a ti te buscaron, querían

devorarte los lobos, romper tu poderío.

Cada uno quería ser gusano en tu muerte.

 

Pues bien, se equivocaron. Es tal vez la estructura

de tu canción, intacta transparencia,

armada decisión de tu dulzura,

dureza, fortaleza delicadas,

la que salvó tu amor para la tierra.

 

Yo iré contigo para probar el agua

del Genil, del dominio que me diste,

a mirar en la plata que navega

las efigies dormidas que fundaron

las sílabas azules de tu canto.

 

Entraremos también en las herrerías; ahora

el metal de los pueblos allí espera

nacer en los cuchillos: pasaremos cantando

junto a las redes rojas que mueve el firmamento.

Cuchillos, redes, cantos borrarán los dolores.

Tu pueblo llevará con las manos quemadas

por la pólvora, como laurel de las praderas,

lo que tu amor fue desgranando en la desdicha.

 

Sí, de nuestros destierros nace la flor, la forma

de la patria que el pueblo reconquista con truenos,

y no es un día solo el que elabora

la miel perdida, la verdad del sueño,

sino cada raíz que se hace canto

hasta poblar el mundo con sus hojas.

 

Tú estás allí, no hay nada que no mueva

la luna diamantina que dejaste:

la soledad, el viento en los rincones,

todo toca tu puro territorio,

y los últimos muertos, los que caen

en la prisión, leones fusilados,

y los de las guerrillas, capitanes

del corazón, están humedeciendo

tu propia investidura cristalina,

tu propio corazón con sus raíces..

 

Ha pasado el tiempo desde aquellos días en que compartimos

dolores que dejaron una herida radiante,

el caballo de la guerra que con sus herraduras

atropelló la aldea destrozando los vidrios.

Todo aquello nació bajo la pólvora,

todo aquello te aguarda para elevar la espiga,

y en ese nacimiento se envolverán de nuevo

el humo y la ternura de aquellos duros días.

 

Ancha es la piel de España y en ella tu acicate

vive como una espada de ilustre empuñadura,

y no hay olvido, no hay invierno que te borre,

hermano fulgurante, de los labios del pueblo.

Así te hablo, olvidando tal vez una palabra,

contestando al fin cartas que no recuerdas

y que cuando los climas del Este me cubrieron

como aroma escarlata, llegaron

hasta mi soledad.

Que tu frente dorada

encuentre en esta carta un día de otro tiempo,

y otro tiempo de un día que vendrá.

Me despido

hoy, 1948, dieciséis de diciembre,

en algún punto de América en que canto.

 

Pablo Neruda.

 

 

Rafael Alberti guerrero de la paz

 

Cuando le conocí a Rafael tenía muchos menos años que los que ahora le han quitado cabellos, le han entrecerrado el ceño y le han dado cauce profundo a los grandes manantiales de su alma.

Rafael era flamígero: vestía una camisa azul, una corbata roja y sobre la cabeza llevaba entonces su melena casi dorada.

De esta guisa le vi por vez primera en las calles de Madrid, abriéndose paso como una ráfaga en aquellos días y en aquellas calles que nos iban a reservar tantos dolores y tantas victorias.

Federico García Lorca guardó siempre su predilección por los jardines soleados del arte. Rafael Alberti mostraba a través de su camisa azul ese corazón de fuego que nunca ha dejado de cantar y crepitar.

Entre los dos componían las memorables columnas de la poesía española árabe – andaluza, sensual y resplandeciente. Ya se veía llegar por aquellas calles oscuras al fascismo con un hacha en la mano, derribando cabezas. La primera que cayó fue la de Federico. Pero el hachazo lo tenían reservado al cuello de Rafael.

Porque de cuantos  antifascistas he conocido, ninguno más combativo ni más auroral que este poeta de suprema gracia. Las líneas de cristal, los rectángulos purísimos de su poesía de “Marinero en Tierra” o de las fragantes canciones de “El Alba del Alhelí” parecían indicarle el camino del Genil, como a su coterráneo del siglo XVI, Pedro Espinosa, es decir una orilla de río con ninfas y mastrantos donde “un pescado azul viene volando.”

Pero escogió nuestro maravilloso poeta lírico otro camino: el camino de las explosiones. Su poesía se transformó en granadas que caían en las trincheras oprobiosas, iluminándolo todo, dejando olor a pólvora y racimos de rubíes.

Es el primero de los poetas europeos que hacen causa común con el pueblo, militando en los mítines y en las huelgas, andándose de lado a lado las turbulentas horas sin ocultar el pecho y echando llamaradas por los ojos.

Ha sido también el primer poeta de la paz y son innumerables sus palomas, escritas o pintadas. Sus poemas corales por la fraternidad y la bondad, sus sonetos trepidantes, lo designan como gran adelantado en las mejores filas humanas, y con los años se ha enriquecido de sabiduría y de amor como una colmena pululante que desborda miel.

Se merece el premio Lenin este hombre que hace tantísimos años cantó los hechos de la Unión Soviética con elevada magnitud y refinada maestría.

Muchos jóvenes poetas siguieron su curso y su enseñanza porque su alma generosa ha desparramado semillas en más de un continente.

El premio que hoy recibe alcanza también a María Teresa León, escritora eminente y compañera ejemplar, protagonista también, y señera, de estos combates y de esta actividad del amor.

Los saludamos a ambos festejándolos con la fresca primavera de 1965 porque entre tantas amenazas para la coexistencia y la paz, el valor de esta poesía y su constante elevación son el símbolo mismo de la continuidad de la inteligencia contra los que todo lo esperan de la muerte.

Moscú, mayo 1965.

 

Texto escrito con ocasión del otorgamiento del Premio Lenin de la Paz a Rafael Alberti, en 1965. Hasta Hasta ahora solo ha sido publicado en la revista La mujer soviética nº 6 de ese año.

 

 

[1]     Se refiere a Wenceslao Roces, español exiliado en México, traductor de El capital de Marx.

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