Julio 5, 2024

Entrevista a Dominic Moran: «Leí mi primer poema de Neruda sin saberlo…»

Por Ernesto González Barnert

 

Conversamos con el destacado académico, Dominic Moran, de la Universidad de Oxford en el Reino Unido sobre su vida y obra, ligada a grandes escritores latinoamericanos. Un gran motor de las escrituras de nuestros grandes poetas y escritores como Pablo Neruda, César Vallejo o Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, entre tantos otros. Entre sus libros, encontramos: Pablo Neruda (London: Reaktion, 2009); Veinte poemas de amor y una canción desesperada, (critical edition), Hispanic Texts (Manchester University Press, 2007) y Questions of the Liminal in the Fiction of Julio Cortázar (Oxford: Legenda, 2000).

 

 

 –¿Cómo has sobrellevado estos días de pandemia?

—En una palabra, mal.  Ojalá pudiera decir (como varios escritores que han pintado el confinamiento como un oasis de paz y tranquilidad y lo han aprovechado para publicar mamotretos) que he podido dedicarme a tiempo completo a la investigación o a la relectura lenta y sabrosa de los clásicos, pero no.  Mi esposa (que también es profesora universitaria en Oxford) y yo llevamos ya más de un año teletrabajando como mínimo doce horas al día (bajo el nuevo esquema, la cantidad de trabajo se ha disparado de forma apabullante) y a la vez intentando escolarizar a nuestro hijo de siete años.  Estamos para el arrastre.  Y ahora se nos vienen avecinando los exámenes finales ….

 

–¿Cuál es la raíz de tu interés por las vidas y obras de Pablo Neruda, César Vallejo, Vargas Llosa, Cortázar o Borges?

—Esto se remonta a mis años de secundaria y a un profesor que se llamaba Neville Mars.  Él tenía una pasión insaciable por todo lo hispánico, y sobre todo por la literatura.  Nos inició en la lectura de García Lorca, Miguel Hernández, García Márquez, Cela, Delibes y muchísimos más.  Era un hombre maravillosamente caótico.  Durante la hora de la comida se escabullía al pub para tomar un par de cervezas (a veces varias más), fumar tabaco negro y leer.  Luego volvía por la tarde ‘entusiasmado’, cargando montones de fotocopias mal hechas y nos decía ‘Muchachos, tienen que leer esto’.  Así pasábamos por alto las partes más aburridas del temario oficial y descubríamos el ‘Llanto por Ignacio Sánchez Mejías’ o el Diván del Tamarit.  Fue el quien me infundió la convicción de que no vale la pena estudiar o escribir sobre literatura que no le apasione a uno de alguna manera, y por eso le quedo profundamente agradecido.

Pero fíjate que también hay un gran elemento de azar en todo esto.  Mi familia es católica, y yo fui a un colegio de curas (el señor Mars era uno de los poquísimos profesores laicos).  Varios de los hermanos cristianos habían estado en Sudamérica de misioneros, de modo que enseñaban español en una época en que la mayoría de los jóvenes estudiaban primero francés y luego alemán.  Por otra parte, tengo la sospecha de que no querían dar clases de alemán porque consideraban esta una lengua ‘pagana’ ….

Leí mi primer poema de Neruda sin saberlo.  En esa época (finales de los 80) todavía había que presentarse a una serie de exámenes para acceder a la universidad de Oxford.  Una de las preguntas en el examen de literatura consistía en un ejercicio de crítica literaria pura, y había que comentar uno de dos poemas.  El primero era una de las Rimas de Bécquer (eso también lo descubrí después) y el otro una lírica breve que empezaba así: ‘Esta campana rota … ’ (de El mar y las campanas).  Años después, durante una charla con uno de mis exprofesores, me enteré de que de los muchísimos candidatos yo fui el único que eligió ese poema.  Así que escribí sobre Neruda por primera vez sin saber siquiera quién era ….  Una vez en Oxford de pregraduado, tuve la suerte de asistir a los simposios oficiados por el difunto Robert Pring-Mill, gran amigo del poeta.  Él ya se había jubilado, pero cada semana seguía dando un tipo de clase magisterial en la que consagrábamos casi dos horas a la lectura minuciosa de un puñado de poemas.  En cuanto a los demás autores que mencionas, los fui descubriendo durante mi carrera en Oxford, bajo la tutela de Clive Griffin (él mismo exalumno de Robert) y después, ahora en Cambridge, acabé escribiendo una tesis doctoral sobre Cortázar, simplemente porque su obra me fascinaba (y me sigue fascinando – sobre todo los cuentos).

 

–A cien años ya del periodo de los años veinte y treinta que has estudiado, ¿Cuál crees fue el gran aporte de esos años al día de hoy en lo literario?

—¿Te refieres a los años veinte y treinta en general, o solo dentro del ámbito de las letras hispanoamericanas?  De hecho, uno de los aspectos más interesantes del periodo en cuestión consiste en los varios y variados intentos por parte de muchos autores (y movimientos) latinoamericanos (me refiero principalmente a poetas – los grandes adelantos en la prosa vendrían después) de incorporar, asimilar, rechazar o incluso superar los grandes experimentos técnicos y expresivos del vanguardismo internacional en su propia obra y, a menudo, de maridar radicalismo político y estético.  Era la gran época de los ismos y de las revistas literarias (Amauta en el Perú, Contemporáneos en México, Proa y Martín Fierro en Argentina, para nombrar solo algunos de los ejemplos más conocidos).  Desde un punto de vista histórico y, digamos, ‘arqueológico’, la época es fascinante.  Sin embargo, casi toda la poesía (y hay muchísima) que se compuso como respuesta local al vanguardismo europeo (y, en menor grado, angloamericano) ha caído en el olvido casi total, por ser excesivamente imitativa y ajena al contexto concreto en el cual fue escrita.  ¿Quién que no sea académico la lee hoy?  Las dos grandes excepciones son Trilce y Residencia en la tierra.  Tanto Vallejo como Neruda estaban perfectamente enterados de las innovaciones formales y expresivas de la poesía de vanguardia pero recelaban de esta o, más bien, de no hacer más que reproducir en su propia poesía, donde podrían resultar hueros y artificiales, los típicos gestos y fórmulas vanguardistas.  La historia les ha dado la razón, y esos dos libros, sin duda endeudados con el vanguardismo pero también profundamente atípicos y originales, siguen frescos y contemporáneos.  En sus últimos años Borges, renegado del Ultraísmo desde hacía décadas, solía decir que en materia de literatura las obras más agresivamente contemporáneas son las que caducan antes.  En los años veinte él apenas empezaba a intuirlo, pero Neruda y Vallejo ya lo sabían.

No obstante, creo que ese gran fermento estético-político de los años veinte y treinta, y los acalorados debates y tensiones (entre tradición e innovación, ‘lo autóctono’ y ‘lo extranjero/extranjerizante’ etc.) a los que dio origen, desempeñaron un papel fundamental en la creación de una de las tradiciones poéticas más ricas, variadas, sorprendentes y originales de los últimos cien años – es decir, la latinoamericana de hoy.

Releo todo lo anterior y me disgusta.  Desconfío de las generalizaciones y hago todo lo posible para rehuirlas, así que pasemos a la próxima pregunta ….

 

–¿Qué quisiste encontrar y qué finalmente hallaste estudiando a Pablo Neruda? ¿Dónde te gustaría ir ahora en términos de estudio académico con respecto al poeta nobel?

—Afortunadamente, creo, me acerqué a Neruda desde una ignorancia casi total y, por consiguiente, sin preconcepciones o expectativas de ningún tipo.  Pero he hallado muchísimas cosas.  La gran ventaja de estudiar a un poeta como Neruda (o, dicho sea de paso, a un prosista como Cortázar) es que para apreciarlo uno tiene que familiarizase con muchísimas cosas: la historia de la poesía chilena y latinoamericana; la historia (y especialmente la historia política) de América Latina; los grandes acontecimientos globales del siglo veinte (La Guerra Civil española y sus secuelas, La Guerra Fría, El (pos)Estalinismo etc.) y los debates y enfrentamientos ideológicos y estéticos que los acompañaron.  Neruda se metió de lleno en todo eso (aunque muchas veces de forma equivocada) y para entenderlo plenamente hay que entender los tiempos en que vivió y participó activamente.  De no haber estudiado a Neruda, sin duda estaría mucho menos informado sobre todas estas cosas y seguiría operando dentro de horizontes intelectuales mucho más estrechos.

Ahora trabajo sobre un proyecto que, poco a poco, va identificando (¡o así espero!) las fuentes literarias (muchas veces muy específicas) de muchos poemas de Residencia en la tierra.  Según un trasnochado tópico crítico, el Neruda de la etapa residenciaria era un poeta puramente intuitivo, visceral, nada intelectual (‘vegetal’, como solía decir José Bergamín), pero la verdad es mucho más compleja.  Puede ser que la persona o ‘sujeto poético’ de Residencia en la tierra sea así (o parezca serlo), pero su autor era un lector voraz y atento, y lo que leyó durante los años 1925-1935 dejó una huella profunda en su poesía.  Pienso sobre todo el en año y medio que pasó en Ceilán (ahora Sri Lanka), cuando descubrió a muchos novelistas y poetas de habla inglesa (Lawrence, Huxley, Joyce, Hemingway, Eliot etc.) todavía prácticamente desconocidos en el mundo literario hispánico, ya que el alto nivel de inglés de Neruda le permitió leerlos en la lengua original.  (Es curioso – Neruda siempre tuvo el don de encontrarse en el lugar justo en el momento justo.  De no haber conocido a Lionel Wendt (quien le inició en la lectura de estos autores) en Ceilán, no existirían algunos de los poemas más célebres que escribió).  También leyó continuamente a Proust.  Lawrence en particular ejerció una influencia muy honda y de gran alcance en el joven Neruda, y he publicado un par de artículos (y trabajo sobre un tercero) para ilustrar hasta qué punto no solo el tema sino también el lenguaje, el tono, la retórica e incluso la métrica de poemas como ‘Caballero solo’ y ‘Ritual de mi piernas’ derivan de su lectura del autor inglés.  Luego espero pasar a Proust ….

 

–A propósito ¿Cuál es el poema que más te gusta o llama poderosamente la atención?

—Bueno, en el caso de un poeta tan prolífico como Neruda es muy difícil identificar un solo poema.  De todas formas, voy a decantarme por ‘Galope muerto’, el primer poema del primer tomo de Residencia en la tierra.  Muy pocos poemas de Neruda combinan de forma tan deslumbrante el fondo y la forma.  Es casi increíble pensar que lo escribió a los 22 años (quizás incluso a los 21).  Él mismo valoraba el poema, ya que en una carta a Héctor Eandi, escrito en 1931 cuando ponía los retoques al libro, lo califica de ‘lo más serio y más perfecto que he hecho.’  Estoy de acuerdo.  El poema es una respuesta creativa a su lectura detenida de Schopenhauer, y lo considero como uno de los más grandes poemas schopenhauerianos (¡y hay muchísimos!) en lenga castellana.  Conservo también cierta predileccíon por ‘Esta campana rota’, aunque sea por razones tan sentimentales como literarias ….

 

–¿El libro que menos te atrae de Pablo Neruda? ¿Por qué?

—No me gusta ninguna de la poesía panfletaria de Neruda (no me gusta la poesía propagandística, y punto) pero el nadir de esta vertiente dentro de su obra tiene que ser Las uvas y el viento, un libro completamente desprovisto de calidad e interés literarios que no pasa de ser una reliquia anquilosada de su época.  Y pensar que Neruda siempre lo defendía – por razones puramente ideológicas, claro está.

Algo parecido pasa en el caso del Canto general.  Para mí (como para muchos lectores) los poemas de esta colección que siguen vigentes son los que han quedado menos vinculados a la actualidad sociopolítica de la época en que Neruda los compuso.  Pienso en muchos poemas del ‘Canto general de Chile’, ‘El gran océano’ y el epílogo autobiográfico, ‘Yo soy’, cuando Neruda abandona (a ratos) el papel de cronista y vuelve a ser el poeta lírico de su primera etapa.

 

–¿Qué le dirías a alguien que quiere adentrarse en los estudios nerudianos?

—Bueno, se trata de una jungla tupidísima y a veces peligrosa (me refiero sobre todo a la dimensión política y al partidismo crítico que suele acompañarla) …. También hay que evitar seguir escribiendo las mismas cosas sobre los mismos poemas o tendencias dentro de la obra nerudiana (hay partes del ‘campo’ que están saturadísimas desde un punto de vista crítico).  Sin embargo (y afortunadamente), su obra es vastísima y hay partes todavía (relativamente) poco investigadas.  Pienso en la última etapa y sobre todo en las colecciones póstumas.  Además, y aunque esto parezca sorprendente, hace poco más de una década, al preparar una edición estudiantil de los Veinte poemas de amor, me di cuenta de que muchos de los poemas nunca habían sido comentados a fondo, es decir, palabra por palabra.  ¡Y son bastante más difíciles de lo que uno quizá se imagina! (el famosísimo y límpido Poema 20 es bastante engañoso en este sentido, puesto que dista de ser típico del poemario en su totalidad).  El caso de Residencia en la tierra es aún más grave.  Los estudiosos tienden a pasar por alto el sinfín de dificultades expresivas y limitarse a parafrasear los versos o estrofas menos problemáticos – ¡precisamente los que no hace falta aclarar!  De manera que todavía quedan literalmente cientos de versos sin explicar …. En resumen, creo que todavía quedan muchísimas posibilidades dentro del campo para lo que llamamos en inglés ‘close reading’; es decir, análisis detenido del texto.

 

–Me gustaría ahora nos hablaras por último de los libros, música, artistas, películas que esta temporada has leído, descubierto, disfrutado?

—Como ya te comenté, hemos tenido poquísimos momentos libres durante el último año y pico, pero algo he podido leer.  He redescubierto algunas obras que leí demasiado rápidamente en mi juventud (sin duda para poder jactarme ante mis coetáneos de haberlas leído), como La montaña mágica, El hombre sin atributos y Guerra y paz.  También he releído (aunque a trompicones) casi todas las novelas de Virginia Woolf, puesto que voy preparando un artículo sobre la posible influencia de Woolf, Proust y Bergson sobre ciertos textos de Julio Cortázar.  En lo que se refiere a la literatura latinoamericana, acabo de terminar la nueva ‘novela’ (a todo tipo de texto extenso en prosa se lo llama ‘novela’ hoy en día) de Juan Gabriel Vásquez sobre la vida de Sergio Cabrera, Volver la vista atrás.  Ha enloquecido a los críticos, pero a mí me convenció bastante menos que sus obras anteriores.  El estilo es ameno como siempre, pero el autor dedica demasiado tiempo a contar o resumir cosas (aspectos de la Guerra Civil española, la Revolución Cubana, la Revolución Cultural en China, la historia política de Colombia etc.) que ya se han contado un sinnúmero de veces, y tiende a hacerlo de forma simplista o al menos demasiado simplificada, como si se tratara de entradas de Wikipedia intercaladas periódicamente en el texto.  Tanto el punto de vista invariable como el exceso de información sofocan la narración y (al menos para este lector) ni los personajes ni las situaciones en principio muy dramáticas llegan a tomar vida, aunque sean seres reales.  Bueno, seguro que me equivoco.  Hace un par de meses leí la última novela de Alejandro Zambra, Poeta chileno.  Me gustó mucho (es un libro tierno y divertido a la vez, y más asequible que algunas obras anteriores del autor), pero es notable que en un libro dominado por poetas y poesía Neruda brilla por su ausencia, y si se lo menciona es únicamente para criticarlo. Esto es típico de una reacción en contra del poeta no solo en Chile sino en todo el mundo hispánico.  Son cada vez más quienes aseveran que sus posturas políticas pertenecen a un pasado muerto y bien muerto, que su conducta personal fue en ocasiones imperdonable e incluso criminal (pienso sobre todo en el caso de violación que él mismo narra en sus memorias y que últimamente ha suscitado tanta ira) y que su poesía amorosa está impregnada de un machismo caduco y embarazoso que la vuelve ilegible.  De hecho, hace unas semanas el poeta español Martín López-Vega publicó un articulo (‘Calladito estás más guapo’) en El País en el que confiesa haber arrancado las páginas de los Veinte poemas de amor de su ejemplar de las Obras completas de Neruda por encontrarlos tan anticuados y ofensivos.  Este tipo de críticas son completamente comprensibles a principios del siglo veintiuno, pero solo son aplicables a una parte de la producción literaria de Neruda, y en el mismo artículo López-Vega califica a ‘Walking around’ de ‘como habitación de la casa propia’, aún plenamente vigente.  Y por muy antediluvianas que sean las actitudes que el sujeto de los Veinte poemas adopta ante su amante (y o hay duda de que lo son), desde un punto de vista puramente técnico y expresivo los poemas siguen siendo sumamente impresionantes, sobre todo si recordamos que Neruda solo tenía diecinueve años cuando los publicó!

Mencionaré también un par de películas.  Me gustó mucho Cold War (Guerra Fría) de Pawel Pawlikowski, que también tiene su lado nerudiano, ya que versa en parte sobre la manipulación del canto popular para fines estrechamente ideológicos, y también Pájaros de verano de Ciro Guerra y Cristina Gallego, que, de manera muy sutil y sugerente, ahonda en los orígenes del narcotráfico en Colombia.  Incorpora ciertos elementos del ‘realismo mágico’ pero logra evitar todos los tópicos del género.  El fin de semana pasada vimos Ema, de Larraín, rara mescolanza de guion deliberadamente (¿?) acartonado, números de Bollywood, escenas supuestamente escandalosas que no escandalizan, temas almodovarianos de los noventa y lanzallamas.  Bueno, no sé.  Sigo prefiriendo sus primeras películas, sobre todo Tony Manero.

Bueno, temo no haber sabido callar a tiempo, así que ahora voy a dejar de teclear.

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