Noviembre 7, 2024

Colombia ha nacido

Por Andrés Felipe Escovar*

 

Alfonso Reyes, al referirse al gobierno de Porfirio Díaz y al ambiente que precedió a la revolución mexicana (1910), escribió:

 

La dictadura, como el tósigo, es recurso desesperado que, de perpetuarse, lo mismo envenena al que la ejerce que a los que la padecen. El dictador tenía celos de sus propias criaturas y las devoraba como Saturno, conforme las iba proponiendo a la aceptación del sentir público. Y entonces acudía a figuras sin relieve, que no merecieron el acatamiento de la nación. Y el pueblo, en el despertar de un sueño prolongado, quería ya escoger por sí mismo, quería ejercitar sus propias manos y saberse dueño de sus músculos.

 

Por irrepetibles que sean los horizontes de los otros, trazan parte de lo que avizoramos como nuestro posible futuro. En Colombia, el celoso dictador acudió a figuras sin relieve que ahora ocupan el puesto de mando del poder ejecutivo. El presidente Duque, el mismo día que entró, feliz e incrédulo, al palacio presidencial (7 de agosto de 2018), se vio sobrepasado por la pilatuna de su hijo pequeño, que decidió subir las escaleras sin el permiso de su padre: fue todo lo contrario al padre que es su mentor, que obligó a uno de sus hijos a tragarse su propio vómito luego de que no pudiera soportar la textura de un jugo de fresa con banano[1].

En ese escenario donde un pusilánime bascula entre la obediencia a su jefe-padre, por el que comería cualquier desecho orgánico emanado de su cuerpo, y el propósito de ejecutar todo lo que se le trazó cuando accedió a ocupar el puesto de presidente, estallaron manifestaciones populares en 2019, en donde el campesinados, los indígenas, afrodescendientes, estudiantes y trabajadores se unieron. En ese momento, lugares como Chile estaban afiebrados y parecía que una tendencia se diseminaba por el continente. En esas marchas, la policía asesinó a jóvenes como Dylan Cruz, que murió por un agente antimotines que disparó horizontalmente, desatendiendo los protocolos que exigen tiros parabólicos de proyectiles antimotines.  Luego arremetió la peste se convirtió en el comodín para sustentar estados de excepción- desde entonces, en Colombia, el parlamento apenas funciona con reuniones virtuales-. Con el paso de los días, el encierro, la gestión tardía en la compra de vacunas, el maltrato al cuerpo sanitario y la pobreza creciente del país, junto con un proyecto de ley de reforma tributaria, la gente volvió a manifestarse en las calles desde el pasado 28 de Abril. La policía, una vez más, ha atacado, con mayor virulencia aún que la de hace dos años, en una curva ascendente de violencia que tuvo un punto crucial en la masacre perpetrada por la policía de Bogotá en septiembre de 2020, las cual fue la reacción ante las manifestaciones populares hechas con ocasión del asesinato, a manos también de agentes policiales, de Javier Ordóñez.

Los resultados de lo acaecido en esta última oleada de protestas son proporcionados por la ONG Temblores, que hasta el 1 de mayo registra lo siguiente:

  • 940 casos de violencia policial
  • 92 casos de violencia física por parte de la policía
  • 21 víctimas de violencia homicida por parte de la policía.
  • 672 detenciones arbitrarias
  • 136 intervenciones violentas por parte de la fuerza pública
  • 12 víctimas de agresión a sus ojos
  • 30 casos de disparos de arma de fuego por parte de la policía
  • 4 víctimas de violencia sexual por parte de la fuerza pública

Iván Duque solicitó al legislativo el retiro el proyecto de ley, con lo que buscó desarticular el movimiento popular, pues se le adjudicó a esa iniciativa legal el origen del descontento y, en un intento del padre que obliga a comer vómitos o, si es posible, mierda a sus críos -el expresidente Álvaro Uribe Vélez, hoy día investigado por manipulación de testigos en un proceso penal y constante involucrado en diferentes procesos realizados para el esclarecimiento de los crímenes cometidos por los grupos narcoparamilitares durante los años ochenta, noventa y dos mil-,  despoja de legitimidad a la resistencia ciudadana, tildando a sus integrantes de  «terroristas vandálicos» o «vándalos».

Y esa palabra (vándalos), es el nuevo apuntalamiento en la división entre civilización y barbarie que ha hecho carrera en todo nuestro continente: aún hoy buscamos nuestra aceptación como sujetos «civilizados», adscriptos a una modernidad que, pese a la dilución de muchos de sus pilares, se guarece en las comparsas festivas de entidades multilaterales de crédito, bancos y proyectos extractivistas de distinta estofa. El desafío, más que demostrar que los vándalos son los políticos que gobiernan, está en desmontar la lógica que supone dos estancos inamovibles que contienen las esencias de lo civilizado y lo bárbaro.

Basta un ejemplo sacado del propio papá dispensador de vómito, que el 30 de Abril esputó esto en twitter:

«Apoyemos el derecho de soldados y policías de utilizar sus armas para defender su integridad y para defender a las personas y bienes de la acción criminal del terrorismo vandálico».

Dicho gargajo fue retirado por las autoridades de Twitter (una empresa privada que vigila lo que se dice en público) pero ya instaló una nueva categoría delincuencial- gaseosa, como casi todas las que ha planteado un sujeto cuya prosodia corresponde a la de un abuelo que toma aguardiente mientras evoca sus triunfos sexuales y luego se da la bendición en nombre del señor Jesucristo-, que ahora repiten sus hierofantes para tornarla en un delito que no existe en el código penal pero justificará las ejecuciones sumarias y extrajudiciales de la policía y el ejército.

Y escribo «ejército» basado en el penúltimo anuncio del señor Duque: habrá un «acompañamiento militar» en las ciudades. Esto, además de ordenar que hombres armados para el combate patrullen las calles junto a la policía (muy militarizada ya en Colombia), extiende capacidad de operación de la inteligencia militar.

Vienen tiempos difíciles. Y hoy precisamos de la atención internacional, porque el plan es reprimir, exterminar, callar y asustar a un país. Pero, como lo dijo una mujer que se manifestó en estos días: El que tenga miedo a morir que no nazca.

Y Colombia ha nacido.

 

PD: En la noche del tres al cuatro de mayo, la policía arreció sus ataques. El llamado a la comunidad internacional para que denuncie el abuso, la violencia y la represión se ha convertido en una necesidad. A los muertos los cubrirán con la mácula de una cifra y el adjetivo de vándalos. Los asesinos utilizarán sus argucias para justificar una pena de muerte que está proscrita en la constitución de Colombia. La gente seguirá saliendo y, si todo enmudece, nos adentraremos en el mutismo que el gobierno del pusilánime, frívolo y calculador presidente quiere imponer; además cuenta con el apoyo de los medios de comunicación  pagados y las grandes cadenas, cuyos operadores sugieren que se apague internet y justifican el estado de excepción para que la fuerza pública continúe con los asesinatos.

 

*

Andrés Felipe Escovar es escritor colombiano, Master en Análisis del discurso en la UBA y Doctorando en el Centro de Estudios Superiores de México y centroamérica -CESMECA- de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas.

[1] El muchacho aludido es Jerónimo Uribe y la anécdota la refiere su hermano Tomás, que se perfila como candidato presidencial y continuador de una dinastía que aspira a equipararse con la de los Somoza o Duvalier: “a él no le gustaban los jugos con pepitas y un día le sirvieron un jugo de fresa con banano. Lo tomó y se vomitó en el vaso. Mi papá se lo hizo tomar y hasta ahí nos llegó el capricho de no me gusta esto o aquello. Regaños que agradezco: formativos”.

 

Crédito Fotografía: Humano Salvaje – Flickr

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