Noviembre 22, 2024

Acario Cotapos, el inenterrable

 

Por Darío Oses

 

Fue onomatopéyico, histrión, fabulador, un «imitador inimitable», un dionisíaco abstemio

Encantó a toda una generación y estuvo a punto de caer en la trampa: el éxito social de su ingenio pudo  haber relegado a su genio creador. Pero eso no ocurrió y Cotapos se convirtió en uno de los grandes compositores de la vanguardia  musical hispanoamericana del siglo XX

 

Neruda lo llamó «un inventor de estrellas», lo describió como «este chileno orbital, músico de par en par, derrochador de inigualables historias…» Recuerda que le «tocó hablar en el entierro de este ser inenterrable» y allí dijo solamente: «Hoy entregamos a las sombras a un ser resplandeciente que nos regalaba una estrella cada día».

En estas líneas Neruda intentaba abarcar al inabarcable  Acario Cotapos, hombre de grandes talentos y de una enorme generosidad para prodigarlos. Agrega el poeta chileno que dedicidió ser su amigo «o más bien su adepto, o su discípulo»:

 

Como le acontecían cosas tan extrañas, y yo no quería perderme ninguna, lo seguí a través de varios países. Federico García Lorca adoptó una posición semejante a la mía, cautivado por la fantasía de aquel fenómeno.

 

Cotapos, en efecto, improvisaba historias y al mismo tiempo las actuaba, imitaba a sus personajes y producía todos los sonidos ambientales del relato. Además, a él mismo le ocurrían situaciones disparatadas: el más singular de sus métodos para inventar historias, era suscitarlas, invocarlas, provocarlas para que ocurrieran en su propia vida, las asimilaba a su biografía.

 

El compositor y el cuenta cuentos

 

En Nueva York, París y Madrid lo aplaudieron  como a uno de los compositores más originales de la vanguardia musical del siglo XX. En Chile, en cambio,  el cuenta cuentos no dejaba ver al genio. En su país fue grande, sí, pero solo entre sus pares. Musicólogos como Fernando García y Luis Merino han estudiado sus partituras y valorado los fragmentos que se conservan de su inmenso legado musical. Pero aquí los conocedores de su música eran muchos menos de los que se reían con las escenas de  su anecdotario.

La más conocida es aquella en la que Cotapos estaba en cama, con gripe, en el miserable cuartucho subterráneo donde vivía en París, cuando empezó a oír golpes fortísimos en los muros. Estos fueron cediendo y desmoronándose hasta que el perplejo Cotapos quedó entre dos forados por los que entraron sendos grupos de trabajadores que se abrazaron, cantaron la Marsellesa y abrieron botellas de champaña para celebrar el acontecimiento: acababan de unirse dos excavaciones para completar un tramo del metro de París.

Otra de sus historias ocurre en España, en plena guerra civil, en el palacio abandonado de los marqueses de Heredia Spínola, donde se habían instalado integrantes de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, entre ellos Cotapos. Como vivía obsesionado por los microorganismos que podían infectarlo por el aire o el agua, se llevó a su habitación unos cuantos bidones, según él de de agua mineral, que había encontrado en las bodegas del palacio, y empezó a consumirlos, absteniéndose de cualquier otro líquido. Pronto empezó a sentir horribles espasmos estomacales y una colitis incontenible. Una de las mujeres que fue a atenderlo, en cuanto vio los bidones, movió la cabeza y le dijo: «Ay, Acario, las aguas de Carabaña y Loeches son purgantes».

Como era muy libre no se sintió amarrado ni a su leyenda ni a su popularidad de fabulador, ocurrente y chistoso. Más de una vez  lamentó de que su prestigio de músico se viera afectado por su anecdotario: «Estoy aburrido de ser cómico – escribió – (…)  He hecho lo suficiente en mi vida para ser tomado más en serio. Pero eso no impide que conserve mi buen humor y un excelente apetito».

 

 Cotapos se transforma en pony

 

En efecto, Cotapos siempre conservó su humor, pero lo alternaba con su trabajo de creación. En una de las veladas, en casa de Morla, en el Madrid anterior a la guerra civil, Cotapos explicó a los asistentes su obra Voces de Gesta, y luego tocó un trozo de ella. Morla Lynch escribió en sus memorias que esa clase de música moderna «es puramente cerebral y no me interesa» acotando luego, con ironía: «Pausa y descanso… (para nuestros oídos y para el piano)».

Después vino la parte festiva de la reunión: García Lorca y Cotapos montaron  una especie de circo internacional en el que  imitaban a acróbatas japoneses, prestidigitadores hindúes, encantadores de serpientes y malabarismos surtidos. Morla, ahora de mejor humor,  escribe:

 

Cotapos se transforma en pony amaestrado con una pluma en la cabeza: levanta las manos con donaire, se arrodilla e inclina la cabeza pausadamente hasta el suelo, se alza en las patas traseras con la más absoluta seriedad. Llega a adquirir la fisonomía de un caballo…

 

Así, en la misma reunión Cotapos se había transfigurado de compositor contemporáneo a caballito circense, y había cierta continuidad secreta entre ambos sujetos.

Además del circo, el dúo Lorca Cotapos escenificaban, con variaciones improvisadas, otras escenas, como aquella en que Federico con un pañuelo amarrado en la cabeza, hacía el papel de una campesina que se confesaba con un cura, que desde luego era Cotapos. Las variaciones estaban en los diversos  pecados que contaba la campesina, y en las penitencias que le imponía el severo padre Acario.

En otras ocasiones salían la calle, a «inaugurar monumentos». García Lorca hacía de alcalde y Cotapos era la madre del homenajeado, que lloraba y hasta se desmayaba por la emoción de ver a su hijo inmortalizado en una estatua.

Los recursos de Cotapos eran variados: tenía una especie de don de lenguas; hablaba en muchos idiomas que no conocía, pero su reproducción fonética del ruso o del alemán, por ejemplo, era tan perfecta, que quien no conociera esas lenguas quedaba convencido de que Cotapos las dominaba. Eso le permitía hacer parodias memorables,como las que Luis Enrique Délano recuerda:

 

… había muerto el mariscal Hindenburg y Cotapos y Lorca improvisaron una pantomima notable, que comenzaba con los últimos momentos de Hindenburg (Cotapos), sus estertores y su muerte; después venían los funerales, las bandas y desfiles militares, los discursos de Hitler y Goering y la sepultación (…) Lorca y Cotapos decían en alemán macarrónico los más eufóricos disparates, mientras los demás nos moríamos de la risa.

 

Rafael Alberti, en sus memorias menciona también los «relatos y escenas teatrales, representadas sobre todo por Federico García Lorca y Acario Cotapos, un genial compositor chileno quien accionaba, más que escribía, su música, un verdadero juglar innovador, divertidísimo y lleno de sorprendentes ocurrencias. Federico y él eran los contertulios principales que se hacían los dueños de la noche. Esas hoy tan distantes noches nerudianas…»

Alberti sugiere que esas puestas en escena paródicas y carnavalescas de Lorca y Alberti, se convirtieron en un arte, paralelo tal vez al de sus otras artes: la composición musical y la poesía.

Esta idea se esboza también en un comentario de Santiago del Campo, gran amigo de Cotapos, quien hizo notar:

 

… es tan abundante su galería de criaturas fingidas y tanta la propiedad con que se desdobla y se adentra en ellas que su rostro se confunde con los ajenos. A veces, uno se olvida del Acario real y hasta cuesta trabajo evocarle tal cual es.

 

Pero tal vez no haya un Acario «tal cual es» y que Cotapos sea algo así como la suma de todas sus invenciones, que haya vivido retazos de las vidas de aquellos a los que representó o imitó o construyó en sus improvisaciones, y que para él sea valido lo que afirmó Neruda en el pórtico de sus memorias: «mi vida es una vida hecha de todas las vidas…»

 

Lo dionisíaco en Acario

 

Es posible, también,  que a través de esta doble faz de Cotapos: la del showman y del músico, se llegue a una suerte de síntesis de lo apolíneo y lo dionisíaco en la vida y la obra del compositor. Se sabe que este tuvo gran interés por el dios del vino, del desenfreno, del despliegue orgíastico de la creación, del valor de lo impulsivo, del placer del y del sufrimiento. Como lo advierte Luis Merino, el tema de algunas de las composiciones músico teatrales de Cotapos fue el mito de Dioniso, como lo expone  Nietzsche en su libro El origen de la tragedia en el espíritu de la música, donde contrapone lo dionisíaco y lo apolíneo.

Una de las originalidades del trabajo de compositor de Cotapos fue su método: era la improvisación: dejaba fluir libre y dionisíacamente su imaginación fecunda.

Juan Orrego Salas comenta, precisamente, que Acario Cotapos era un improvisador en el teclado, «desprovisto de una gran técnica pianística, pero con una imaginación sin límites para imitar tormentos, diálogos, discursos políticos y mucho más (…) Los elementos surgían de su imaginación espontáneamente, sin una organización formal».

 

La necesidad de inventar

Además, Cotapos no tuvo una formación propiamente académica, fue en gran medida autodidacta. Luis Merino advierte que fue, «ante todo un compositor dedicado exclusivamente a su arte»:

 

Al contrario de la gran mayoría de los compositores nacionales, Acario Cotapos nunca combinó la labor de creación con la enseñanza de la música, la crítica musical, la investigación musicológica o las tareas administrativas.

 

Domingo Santa Cruz hizo notar que «en Acario hay un creador musical en su más auténtica encarnación: puedo decir que es compositor y que es eso solamente» , ya que «a costa de privaciones, renunciamientos, dificultades, ha sido compositor; ha vivido como tal».

Cotapos mismo habla de su necesidad de crear, «de inventar en cualquier orden de cosas». Nótese que aquí sin duda incluye sus invenciones histriónicas, aunque más adelante puntualiza «especialmente cuando compongo» y  continúa: «renace en mí la vida, el interés pleno de la vida: olvido las estrecheces, la soledad,  contratiempos y amarguras, como si circulara en mí nuevamente la sangre y reapareciera la luz del día».

Esta pasión por la creación se conjugó en Cotapos con un permanente inconformismo y una constante búsqueda de lo nuevo. Domingo Santa Cruz lo ha caracterizado como «un precursor, un abre caminos, un rompehielos, como todas esas máquinas, que apartan obstáculos ha ido siempre adelante».

Cotapos se mantuvo libre, también, de antecedentes musicales. En su obra no hay influencia de los compositores europeos. Tampoco buscó raíces indígenas, folclóricas ni de la cultura popular urbana, como lo hizo la mayoría de los compositores latinoamericanos en su época.

Mantuvo distancia, también, de las institucionalidades culturales. Vivió en Buenos Aires, Nueva York, París y Madrid entre otros lugares, pero, como lo hace notar Luis Merino, siempre rehuyó los círculos oficiales de la música, prefiriendo «el contacto con los pequeños cenáculos de avanzada, los jóvenes compositores de vanguardia y las nuevas modalidades de expresión musical».

Agrega Merino que «en la historia de la música chilena, Acario Cotapos representa la constante renovación, y el cambio que desafía lo establecido en perenne juventud».

Una de las manifestaciones más claras de su falta de sistema se encuentra en que solía dejar sus obras inconclusas. Cuando le interesaba un proyecto creativo se dedicaba a él y abandonaba los anteriores.  A veces recuperaba partes de ellos para incorporarlos en las nuevas creaciones. No concluyó ninguno de  sus proyectos músico-dramáticos, de modo que solo se ejecutaron partes de ellos. Su música estuvo sujeta a un proceso permanente de revisión y cambio.

 

Retratos de un compositor

 

El personaje impresionó vivamente a sus contemporáneos. Muchos de los que lo conocieron intentaron retratarlo. Félix Nieto del Río escribió:

Ahí está en Nueva York el viejo Acario, con su alma de oro y su cuerpo de cuatro dimensiones… Cotapos es tan corto y pesado de estatura, como liviano de espíritu y ágil de palabra. Dos cuadras a pie le agobian de cansancio, y una noche de conversación en un buen diván, pone aún más viva y brillante su prodigiosa imaginación que se niagariza en millones de palabras.

 

Es curiosa la expresión «niagariza» que usa Nieto del Río, y que retoma de alguna manera Juan Emar, cuando habla de su entrevista con Cotapos «como una catarata de notas». «Apenas logro coger sus ideas- dice Emar – pues de New York ha salido a realizar estupendos viajes por España, Francia, Alemania, el Asia, Australia, qué se yo. Cotapos redondito, juega con el globo terrestre como si lo tuviera en la punta de una batuta».

El periodista y escritor Hugo Silva, al despedir a Cotapos, cuando  este falleció en 1969,  anotó: «Nació en Saturno, en Marte, en Júpiter, yo no sé donde… Hombre desconcertante y extra-humano, con su manera sideral de considerar las cosas, nos ha revolucionado a todos».

Y el poeta mexicano Antonio Castro Leal le dedicó su poema «Lamentaciones de jueves 20», en el que dice: “Quijote musical / Malabarista de reencarnaciones / Eres, Acario Cotapos,/ fuera del tiempo y las dimensiones, /cruce de muchos caminos y músico descomunal.

Su gran amigo Alfonso Leng confiesa que desde el primer momento se dio cuenta de que estaba «en presencia de uno de esos compositores que aparecen de tarde en tarde en el mundo y que son los únicos que aportan algo nuevo al arte, que abren nuevos caminos».

Agustín Cullell, quien dirigió la ejecución de algunas de sus obras, señala que Cotapos, «con su audacia había roto los moldes de la estética musical vigente, inmersa esta en el post romanticismo tardío» y que «si bien sus primeros trabajos proceden de esta corriente, su tradicional inconformismo le convierte pronto en el primer músico vanguardista de su tiempo».

 

Momentos apoteósicos

 

Uno de los momentos consagratorios de Cotapos fue el estreno de su obra Le Détachement Vivant para voz, conjunto instrumental, y textos del compositor . Tuvo lugar el 22 de abril de 1918 en el Aeolian Hall de Nueva York. Su amigo Alberto Reid lo recordó así:

Atenuadas las luces, el auditorio acogió, en expectable recogimiento, el poema musical de nuestro hermano. El éxito no se dejó esperar. El aplauso espontáneo de un público de selección, premió a nuestro autor y a mi amiga ( se refiere a la cantante Eva Gauthier,) que hubieron de salir repetidamente, tomados de las manos, ante una verdadera consagración.

El crítico, Sigmund Spaeth, habló de «la sorprendente aritmética musical de Acario Cotapos, el Schöenberg de Sud América».  El éxito de Cotapos fue conocido en Chile por una entrevista a la famosa pianista nacional Rosita Renard que delcaró: «Su música es algo nuevo, de extraordinaria expresión, que hace pensar mucho a la crítica. Tengo una fe enorme en Cotapos».

 

Una vida en fuga

 

Cotapos parce haber vivido y creado en una suerte de permanente fuga de sí mismo. No se deja atrapar por nada: se  niega a representar al papel del aplaudido compositor de música docta. Camufla cualquiera otro tipo de autorepresentación en los múltiples personajes que crea y parodia en sus improvisaciones bufas.

En algunos de sus textos Cotapos muestra un fino sentido poético, tal vez por eso en la oda que le dedicó, Neruda le dice: «Tú, poeta sin libros». Así por ejemplo, cuando le escribe a Juan Emar las impresiones de su regreso a Santiago desde Nueva York, Acario dice:

 

…todavía es posible con solo subir a un segundo piso, ver la luna, ver el cielo y el horizonte como desde el puente de un barco. He pasado ocho años sin ver la luna o confundiéndola con un

reflector. Aquí no se confunde; es soberana. Y alumbra la cordillera, chorreada de crema blanca, la cordillera que se asoma a las calles por encima de las casitas chatas.

 

Pero es implacabe al criticar la vida cultura del país, donde más que un ambiente artístico, ha encuentra una enfermedad:

 

Enfermedad de querer resolverlo todo con nombres, con títulos, de querer explicarlo todo bautizando tendencias. El microbio de esta enfermedad se desarrolla a causa de la deplorable falta de ocasión para conocer obras «directamente». En vez de oír o ver, hay que «nombrar», poner etiquetas. Es deplorable.

 

Hay estudios ineludibles sobre Cotapos, como los ya mencionados de Fernando García, Luis Merino y otros publicados por la Revista musical Chilena.

El documento más completo es talvez la biografía escrita por su sobrina, María Elena Hurtado, El músico mágico. Vida y obra de Acario Cotapos, 1886 – 1969.  Desde su título: El músico mágico, sugiere la intención de buscar cierta consistencia a una vida aparentemente dispersa entre la disciplina de la creación musical y la expresión dionisíaca y mágica de aquel Cotapos que deslumbró a toda su generación.

La autora maneja, además, una impresionante cantidad y diversidad de fuentes y un acertado manejo crítico de las mismas. Entre ellas las más interesantes son los diarios que dejó Cotapos, y el diario de su madre, Rosa Baeza, por los cuales es posible conocer por un testimonio de primera mano, los primeros años de Cotapos, marcados por sucesos traumáticos, como la persecución de que fue objeto su familia después de la caída del presidente Balmaceda, el saqueo de su casa y más tarde el naufragio del barco en que la familia viajaba al exilio en Buenos Aires.

En este libro se reproduce también, entre muchos otros documentos, parte de una entrevista en la que Cotapos, que nació en Valdivia, evoca el paisaje de su infancia. Sorprende comprobar que, lo mismo que en Neruda, la naturaleza austral, está en las primeras impresiones que marcaron su obra:

 

… hasta hoy conservé la imagen de los bosques con su esplendor oscuro, misterioso y húmedo,   que después reconocí en un viaje posterior, se representan siempre en mi imaginación con fuerza avasalladora, así como los gritos duros, sarcásticos y puedo decir crueles, de los pájaros solitarios que los habitan, dieron origen a una de mis obras llamada El Pájaro Burlón. En francés suena mejor, Oiseau Perfide.

 

                                                                                                       Darío Oses

 

 

 

 

Antología brevísima

 

Oda a Acario Cotapos

 

De algún total sonoro

llegó al mundo Cotapos,

llegó con su planeta,

con su trueno,

y se puso a pasear por las ciudades

desenrollando el árbol de la música,

abriendo las bodegas del sonido.

 

Silencio! Caerá la ciudadela

porque de su insurrecta artillería

cuando menos se piensa y no se sabe

vuela el silencio súbito del cisne

y es tal el resplandor

que a su medida

toda el agua despierta,

todo rumor se ha convertido en ola,

todo salió a sonar con el rocío.

Pero, cuidad, cuidemos

el orden de esta oda

porque no solo el aire se decide

a acompañar el peso de su canto

y no solo las aves victoriosas

levantaron su vuelo en el estuario,

sino que entró y salió de las bodegas,

asimiló motores,

de la electricidad sacó la aurora

y la vistió de pompa y poderío.

Y aún más, de la tiniebla primordial

el músico regresa

con el lobo y el pasto pastoril,

con la sangre morada del centauro,

con el primer tambor de los combates

y la gravitación de las campanas.

Llega y sopla en su cuerno

y nos congrega,

nos cuenta,

nos inventa,

nos miente,

nos revela,

nos ata a un hilo sabio, a la sorpresa

de su certera lengua fabulosa,

nos equivoca y cuando

se va a apagar levanta

la mano y cae y sigue

la catarata insigne de su cuento.

 

Conocí de su boca

la historia natural de los enigmas,

el ave corolario,

el secreto teléfono

de los gatos, el viejo río

Mississippi con naves de madera,

el verdugo de Iván el Terrible,

la voz ancha de Boris Godunov,

las ceremonias de los ornitólogos

cuando lo condecoran en París,

el sagrado terror al hombre flaco,

el húmedo micrófono del perro,

la invocación nefasta

del señor Puga Borne,

el fox hunting en el condado

con chaquetilla roja y cup of tea,

el pavo que viajó a Leningrado

en brazos del benigno don Gregorio,

el desfile de los bolivianos,

Ramón con su profundo calamar

y, sobre todo, la fatal historia

que Federico amaba

del Jabalí Cornúpeto

cuando

resoplando y roncando

creció y creció la bestia fabulosa

hasta que su irascible corpulencia

sobrepasó los límites de Europa

e inflada como inmenso Zeppelín

viajó al Brasil, en donde

agrimensores, ingenieros,

con peligro evidente de sus vidas,

la descendieron junto al Amazonas.

 

Cotapos, en tu música

se recompuso la naturaleza,

las aguas naturales,

la impaciencia del trueno,

y vi y toqué la luz en tus preludios

como si fueran hijos

de un cometa escarlata,

y en esa conmoción de tus campanas,

en esas fugas de tormenta y faro

los elementos hallan su medida

fraguando los metales de la música.

Pero hallé en tu palabra

la invicta alevosía

del destructor de mitos y de platos,

la inesperada asociación que encuentra

en su camino el zorro hacia las uvas

cuando huele aire verde o pluma errante,

y no solo

eso, sino

más:

la sinalefa eléctrica que muda

toda visión y cambian las palomas.

 

Tú, poeta sin libros,

juntaste en vida el canto irrespetuoso,

la palabra que salta de su cueva

donde yació sin sueño

y transformaste para mí el idioma

en un derrumbe de cristalerías.

Maestro, compañero,

me has enseñado tantas cosas claras

que donde estoy me das tu claridad.

Ahora,

escribo un libro de lo que yo soy

y en este soy, Acario, eres conmigo.

 

 

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