La memoria biográfica de Neruda se imbrica con la memoria histórica
Su autobiografía también es el relato de cómo el poeta se sitúa en la historia contemporánea y de su búsqueda de personajes y lugares perdidos en el pasado.
En este cuarto tomo se incluye el libro Memorial de Isla Negra, la obra más consistente de la vertiente autobiográfica de la poesía Neruda. Con este libro el poeta celebró sus sesenta años, y lo definió como: «un relato que se dispersa y que vuelve a unirse, relato acosado por los acontecimientos de mi propia vida y por la naturaleza que continúa llamándome con todas sus innumerables voces».
Autobiografía e historia
Hasta el fin de sus días el poeta siguió desarrollando este impulso autobiográfico en su poesía. Así, los sucesos íntimos de su vida se imbrican con los de la historia, que en el período que comprende este tomo, está marcada por grandes conflictos de la Guerra Fría, como la guerra de Vietnam, que Neruda maldice y por la Revolución cubana que celebró con Canción de gesta (1960). Este libro se considera una puesta al día de Canto general, publicado 10 años antes. Desde entonces la situación de América no había cambiado mayormente: persistían los sátrapas, los Trujillos y Somozas, y el continente seguía siendo tierra ofendida. Pero el triunfo de la Revolución cubana cambiaba el panorama social y político, y Fidel Castro tomaba el relevo en la estirpe de los libertadores que venía desde Lautaro y Cuauhtémoc, pasando por Martí, Recabarren y Sandino.
En La Barcarola, (1967), Neruda construye otra de sus grandes secuencias poético autobiográficas. Esta vez lo hace como un viaje, junto a Matilde Urrutia, por algunos momentos de la vida que ambos compartieron. El recorrido por su historia personal se alterna con episodios intercalados en los que el poeta evoca a amigos entrañables como Rubén Azócar, a otros poetas y escritores como René Crevel, César Vallejo y Rubén Darío, y a héroes populares como Joaquín Murieta, precursor de los guerreros libertarios del Tercer Mundo, y además emprende un viaje imaginario a otros planetas en el poema “El astronauta”.
Libro de poemas extensos, La Barcarola (1961) se subdivide en «capítulos» en los que Neruda vuelve a algunos de sus grandes temas: la historia americana, los paisajes de Chile y las catástrofes naturales que sacuden al país. Se inicia con «La insepulta de Paita» un extenso poema a Manuelita Sáenz, la amante ecuatoriana de Simón Bolívar. Aquí, nuevamente confluyen la autobiografía con la historia: Neruda relata su viaje a Paita en busca de Manuelita. Pregunta por ella, nadie sabe, no la encuentra. La condición de insepulta equivale a la de irredenta. Un tono de similar pesimismo histórico tiene el «capítulo» «Elegía de Cádiz»: el poeta recorre el puerto del que salieron hombres y pertrechos para la conquista y colonización de América y solo se encuentra con «el tiempo moribundo».
Residencias en la tierra
En el poema, «Meditación sobre la Sierra Maestra», de Canción de gesta, Neruda recorre nuevamente su biografía, señala sus derrotas y también su esperanza en un nuevo socialismo de cuño latinoamericano.
En el libro Una casa en la arena (1966), que contiene parte de su mejor prosa poética, Neruda describe el paisaje físico y humano del balneario de Isla Negra, habla de su casa en ese lugar y de las colecciones que instaló ella. Cinco años antes había publicado Las piedras de Chile (1961), otro libro sobre el paisaje de Isla Negra escrito bajo la sugestión de las impresionantes formaciones rocosas de aquel litoral.
En ese libro y en otros, Neruda fundó poéticamente los espacios que había construido para su residencia en la tierra, espacios que se proyectaban hacia los paisajes y escenarios míticos de su poesía: la infancia, el mar, la cordillera, el aire diáfano del litoral.
Así por ejemplo en Plenos poderes (1962) encontramos el poema «A la Sebastiana», la casa que Neruda compró en obra gruesa en Valparaíso. Desde su altura el poeta dominaba la bahía del puerto. Es posible que la sensación de vivir en el aire que le transmitía aquella casa le haya dado la idea de Arte de pájaros (1966), libro que contiene dos secciones sobre aves reales y una tercera dedicada a pájaros imaginarios.
Las manos del día (1968) es un libro oscuro cuyo leitmotiv es la confesión de culpa por no haber hecho cosas concretas, útiles, sencillas, como una escoba o una silla. Si en otros momentos de su obra, Neruda declara que el oficio del poeta debe ser tan humilde y necesario como el del panadero, aquí ya pone en duda la necesidad de su poesía:
Tal vez mejor hubiera / volcado en una copa / toda tu esencia, y haberla arrojado / en una sola página, manchándola / con una sola estrella verde / y que solo esa mancha / hubiera sido todo / lo que escribí a lo largo de mi vida, / sin alfabeto ni interpretaciones: / un solo golpe oscuro / sin palabras.
Terminamos el recorrido por este cuarto volumen de la Poesía completa de Pablo Neruda con una mención de Cien sonetos de amor (1959), libro que pertenece, desde luego, a la vertiente de la poesía amorosa de Neruda, inseparable de su poesía autobiográfica. Este poemario celebra la plena realización del amor con su tercera esposa, Matilde Urrutia, a quien está dedicado.
Finalmente, en la sección de Obra poética dispersa, se ha incluido material inédito, como poemas festivos a escritores y escritoras chilenos e hispanoamericanos. Se agregan también los poemas que escribió Neruda para el libro Comiendo en Hungría (1965), que hizo junto a Miguel Ángel Asturias.
Antología
Mañana
I
Matilde, nombre de planta o piedra o vino,
de lo que nace de la tierra y dura,
palabra en cuyo crecimiento amanece,
en cuyo estío estalla la luz de los limones.
En ese nombre corren navíos de madera
rodeados por enjambres de fuego azul marino,
y esas letras son el agua de un río
que desemboca en mi corazón calcinado.
Oh nombre descubierto bajo una enredadera
como la puerta de un túnel desconocido
que comunica con la fragancia del mundo!
Oh invádeme con tu boca abrasadora,
indágame, si quieres, con tus ojos nocturnos,
pero en tu nombre déjame navegar y dormir.
De: Cien sonetos de amor
Nací para cantar estas tristezas,
meter la luz entre las alimañas,
recorrer la impudicia con un rayo,
tocar las cicatrices inhumanas.
Americano soy de padre y madre,
nací de las cenizas araucanas,
pues cuando el invasor buscaba el oro
fuego y dolor le adelantó mi patria.
En otras tierras se vestía de oro:
allí el conquistador no conquistaba:
el insaciable Pedro de Valdivia
encontró en mi país lo que buscaba:
debajo de un canelo terminó
con oro derretido en la garganta.
Yo represento tribus que cayeron
defendiendo banderas bienamadas
y no quedó sino silencio y lluvia
después del esplendor de sus batallas,
pero yo continúo sus acciones
y por toda la tierra americana
sacudo los dolores de mis pueblos,
incito la raíz de sus espadas,
acaricio el recuerdo de los héroes,
riego las subterráneas esperanzas,
porque, de qué me serviría el canto,
el don de la belleza y la palabra
si no sirvieran para que mi pueblo
conmigo combatiera y caminara?
Y voy por las Américas oscuras,
enciendo las espigas y las lámparas,
me niegan pasaporte los tiranos
porque mi poesía los espanta:
si me cierran la puerta con cerrojos,
llego, como la luz, por las ventanas,
si incendian contra mí los territorios
voy por los ríos y entro con el agua,
baja mi poesía hasta la cárcel
a conversar con el que me esperaba,
con el oculto estoy contando estrellas
toda la noche, y parto en la mañana:
arrecifes del mar no me detienen:
las ametralladoras no me atajan:
mi poesía tiene ojos de aurora,
puños de piedra y corazón con alas.
(…)
De XV “Vengo del sur” Canción de gesta.
La creación
Aquello sucedió en el gran silencio
cuando nació la hierba,
cuando recién se desprendió la luz
y creó el bermellón y las estatuas,
entonces
en la gran soledad
se abrió un aullido,
algo rodó llorando,
se entreabrieron las sombras, subió solo
como si sollozaran los planetas
y luego el eco
rodó de tumbo en tumbo
hasta que se calló lo que nacía.
Pero la piedra conservó el recuerdo.
Guardó el hocico abierto de las sombras,
la palpitante espada del aullido,
y hay en la piedra un animal sin nombre
que aún aúlla sin voz hacia el vacío.
De Las piedras de Chile
IV
No la encontraremos
No, pero en mar no yace la terrestre,
no hay Manuela sin rumbo, sin estrella,
sin barca, sola entre las tempestades.
Su corazón era de pan y entonces
se convirtió en harina y en arena,
se extendió por los montes abrasados:
por espacio cambió su soledad.
Y aquí no está y está la solitaria.
No descansa su mano, no es posible
encontrar sus anillos ni sus senos,
ni su boca que el rayo
navegó con su largo látigo de azahares.
No encontrará el viajero
a la dormida
de Paita en esta cripta, ni rodeada
por lanzas carcomidas, por inútil
mármol en el huraño cementerio
que contra polvo y mar guarda sus muertos,
en este promontorio, no,
no hay tumba para Manuelita,
no hay entierro para la flor,
no hay túmulo para la extendida,184
no está su nombre en la madera
ni en la piedra feroz del templo.
Ella se fue, diseminada,
entre las duras cordilleras
y perdió entre sal y peñascos
los más tristes ojos del mundo,
y sus trenzas se convirtieron
en agua, en ríos del Perú,
y sus besos se adelgazaron
en el aire de las colinas,
y aquí está la tierra y los sueños
y las crepitantes banderas
y ella está aquí, pero ya nadie
puede reunir su belleza.
De: «La insepulta de Paita», Cantos ceremoniales.
Oda para planchar
La poesía es blanca:
sale del agua envuelta en gotas,
se arruga y se amontona,
hay que extender la piel de este planeta,
hay que planchar el mar de su blancura
y van y van las manos,
se alisan las sagradas superficies
y así se hacen las cosas:
las manos hacen cada día el mundo,
se une el fuego al acero,
llegan el lino, el lienzo y el tocuyo
del combate de las lavanderías
y nace de la luz una paloma:
la castidad regresa de la espuma.
De Plenos poderes
La poesía
Y fue a esa edad… Llegó la poesía
a buscarme. No sé, no sé de dónde
salió, de invierno o río.
No sé cómo ni cuándo,
no, no eran voces, no eran
palabras, ni silencio,
pero desde una calle me llamaba,
desde las ramas de la noche,
de pronto entre los otros,
entre fuegos violentos
o regresando solo,
allí estaba sin rostro
y me tocaba.
Yo no sabía qué decir, mi boca
no sabía
nombrar,
mis ojos eran ciegos,
y algo golpeaba en mi alma,
fiebre o alas perdidas,
y me fui haciendo solo,
descifrando
aquella quemadura,
y escribí la primera línea vaga,
vaga, sin cuerpo, pura
tontería,
pura sabiduría
del que no sabe nada,
y vi de pronto
el cielo
desgranado
y abierto,
planetas,
plantaciones palpitantes,
la sombra perforada,
acribillada
por flechas, fuego y flores,
la noche arrolladora, el universo.
Y yo, mínimo ser,
ebrio del gran vacío
constelado,
a semejanza, a imagen
del misterio,
me sentí parte pura
del abismo,
rodé con las estrellas,
mi corazón se desató en el viento.
De Memorial de Isla Negra
Cisne
Cygnus melanchoryphus
Sobre la nieve natatoria
una larga pregunta negra.
De Arte de pájaros
El mar
El océano Pacífico se salía del mapa. No había dónde ponerlo. Era tan grande, desordenado y azul que no cabía en ninguna parte. Por eso lo dejaron frente a mi ventana.
Los humanistas se preocuparon de los pequeños hombres que devoró en sus años:
No cuentan.
Ni aquel galeón cargado de cinamomo y pimienta que lo perfumó en el naufragio.
No.
Ni la embarcación de los descubridores que rodó con sus hambrientos, frágil como una cuna desmantelada en el abismo.
No.
El hombre en el océano se disuelve como ramo de sal. Y el agua no lo sabe.
De Una casa en la arena
II
Llegué porque me invitaron a una estrella recién abierta:
ya Leonov me había dicho que cruzaríamos colores
de azufre inmenso y amaranto, fuego furioso de turquesa,
zonas insólitas de plata como espejos efervescentes
y cuando ya me quedé solo sobre la calvicie del cielo
en esta zona parecida a la extensión de Antofagasta,
a la soledad de Atacama, a las alturas de Mongolia
me desnudé para vivir en el calor del mundo virgen,
del mundo viejo de una estrella que agonizaba o que nacía.
De «El astronauta», La Barcarola.
I
El culpable
Me declaro culpable de no haber
hecho, con estas manos que me dieron,
una escoba.
Por qué no hice una escoba?
Por qué me dieron manos?
Para qué me sirvieron
si solo vi el rumor del cereal,
si solo tuve oídos para el viento
y no recogí el hilo
de la escoba,
verde aún en la tierra,
y no puse a secar los tallos tiernos
y no los pude unir
en un haz áureo
y no junté una caña de madera
a la falda amarilla
hasta dar una escoba a los caminos?
Así fue:
no sé cómo
se me pasó la vida
sin aprender, sin ver,
sin recoger y unir
los elementos.
En esta hora no niego
que tuve tiempo,
tiempo,
pero no tuve manos,
y así, cómo podía
aspirar con razón a la grandeza
si nunca fui capaz
de hacer
una escoba,
una sola,
una?
De Las manos del día