Noviembre 22, 2024

Pablo Neruda: «Un poeta y sus lecturas interminables»

 

Neruda fue un lector inmenso por la amplitud de su universo de lecturas y porque supo valorar la tradición literaria y aceptar que no habría existido Neruda sin todos los poetas que lo antecedieron en el oficio.

Pero ¿dónde comienza su historia de lector ? Tal vez en la primera forma de la literatura : en el relato oral. El poema « Las supersticiones » del libro Memorial de Isla Negra cuenta como el tío Genaro llegaba del bosque salvaje del Sur, cargado de historias, que relataba al niño poeta, y a hacerlo le abría los mundos escondidos en aquella naturaleza agreste :

 

Aquella voz cascada, lenta / voz de intersticios, de quebradas, / voz del boldo, del aire frío, / de la racha, de las espinas, /aquella voz que reconstruía / el paso del puma sangriento, / el estilo negro del cóndor, / la enmarañada primavera /cuando no hay flor sino volcanes, / no hay corazón sino monturas, / las bestias despiadadas que caen / a los abismos, saltó la chispa / de un abanico de herraduras, / y luego solo la muerte, / solo el sinfín de la selva.

Don Genaro de poca lengua / sílaba a sílaba traía /sudor, sangre, espectros, heridas, / fuma que fuma, tío Genaro. / El dormitorio se llenó / de perros, de hojas, de caminos, / y escuché cómo en las lagunas / acecha un inocente cuero/ flotante que apenas lo tocas /se convierte en bestia infernal / y te atrae hacia lo profundo, / hacia las desapariciones, / allí donde viven los muertos/ en el fondo de no sé dónde, / los decapitados del bosque, / los succionados por murciélagos/   de alas inmensas y sedosas.

(…)

Me quedé dormido en el Sur /muchas veces, oyendo lluvia, /mientras mi tío Genaro / abría aquel saco oscuro / que traía de las montañas.

 

Primeras lecturas

 Hay continuidad entre los relatos del tío Genaro y la lectura que tempranamente pasó a formar parte de la vida del poeta. En varios de sus textos autobiográficos recuerda sus primeras lecturas:

 

Fui creciendo. Me comenzaron a interesar los libros. En las hazañas de Buffalo Bill, en los viajes de Salgari, se fue extendiendo mi espíritu por las regiones del sueño.

Mi abuelo materno, don Ventura de Basoalto (…) me compró el libro de Las mil y una noches, aquel primero, de Galland, en que cada cuento salía de una redoma, nos entraba por el alma y luego se iba por la ventana, a buscar a otros niños.

 

El niño Ricardo Neftalí buscaba los espacios y tiempos más privados : su dormitorio y la noche. La lluvia austral contribuía a su aislamiento:

 

Me voy arriba, a mi pieza. Leo a Salgari. Se descarga la lluvia como una catarata. En un minuto la noche y la lluvia cubren el mundo (…) Qué soledad la de un pequeño niño poeta, vestido de negro, en la frontera espaciosa y terrible. La vida y los libros poco a poco me van dejando entrever misterios abrumadores.

 

Cuando ya era muchacho practicaba lecturas diurnas y en espacios abiertos:

 

  En un esbelto y largo bote abandonado, de no se qué barco náufrago, leí entero Juan Cristóbal y escribí la “Canción desesperada”. Encima de mi cabeza el cielo tenía un azul tan violento como jamás he visto otro. Yo escribía en el bote, escondido en la tierra. Creo que no he vuelto a ser tan alto y tan profundo como en aquellos días. Arriba el cielo azul impenetrable. En mis manos Juan Cristóbal o los versos nacientes de mi poema.

 

En otro momento el poeta asimila el esplendor de la poesía con el misterio de la naturaleza:

 

Recuerdo, como si aún lo tuviera en mis manos, el libro de Daniel de la Vega, de cubierta blanca y títulos en ocre, que alguien trajo a la quinta de mi tía Telésfora en un verano hace muchos años, en los campos de Quepe.

 Llevé aquel libro bajo la olorosa enramada. Allí devoré Las montañas ardientes, así se llamaba el libro. Un estero ancho golpeaba las grandes piedras redondas en las que me senté para leer. Subían enmarañados los laureles poderosos y los coigües ensortijados. Todo era aroma verde y agua secreta. En aquel sitio, en plena profundidad de la naturaleza, aquella poesía cristalina corría centelleando con las aguas.

 

En otros momentos establece una continuidad entre la lectura – esta vez escuchada – con el mar y con el sueño. En el poema «Las Pacheco», de  Memorial de Isla Negra, escribe:

 

Las Pacheco leían /en la noche Fantomas / escuchando /alrededor del fuego, en la cocina, / y yo dormía oyendo / las hazañas, / las letras del puñal, las agonías, / mientras por vez primera / el trueno del Pacífico / iba desarrollando sus barriles /sobre mi sueño.

Entonces / mar y voz se perdían / sobre las amapolas / y mi pequeño corazón entraba / en la total embarcación del sueño.

 

El lector antilibresco

 

Es curioso que Neruda, bibliófilo y lector, amante de los libros, más de una vez, haya  puesto al libro en conflicto con la vida, declarándose partidario de esta última. En 1954 decía: “Mi generación fue antilibresca y antiliteraria por reacción contra la exquisitez decadente del momento”. En su Oda al libro proclama: “Libro, cuando te cierro/ abro la vida…” y “Libro, déjame libre”. Y en Oda a la alegría: “Hoy, alegría,/ encontrada en la calle, / lejos de todo libro acompáñame…”

 

El poeta libresco

 

En otras ocasiones, en cambio, el poeta exalta al libro al que considera esencial tanto para la lenta sedimentación del conocimiento, como para la continuidad de la creación literaria. En su Oda a la tipografía alude a la virtud  que tiene el libro de desplegar el conocimiento formado a lo largo del tiempo, cuando habla  de las letras “extendiendo / el tesoro acumulado, / esparciendo de pronto / la lentitud de la sabiduría / sobre la mesa / como una baraja, / todo el humus / secreto /de los siglos…”

 

En su Memorial de Isla Negra, escribe:

 

Los libros tejieron, cavaron,/deslizaron su serpentina /y poco a poco, detrás /de las cosas, de los trabajos,/surgió como un olor amargo/ con la claridad de la sal/ el árbol del conocimiento.

 

Y en sus memorias anota:

Me place el libro, la densa materia del trabajo poético, el bosque de la literatura…

 

 

Maestros y cómplices

En los años juveniles de Neruda, aparecen dos poetas mayores que ejercen como orientadores y cómplices con sus afanes de lector:

 

 En la costa, en el pequeño Puerto Saavedra, encontré una biblioteca municipal y un viejo poeta, don Augusto Winter, que se admiraba de mi voracidad literaria. ´¿Ya los leyó? ´, me decía, pasándome un nuevo Vargas Vila, un Ibsen, un Rocambole. Como un avestruz, yo tragaba sin discriminar.

 

Junto con este viejo poeta, Neruda encuentra otro espacio para sus lecturas. La biblioteca aquella:

 

…era chiquita, pero atiborrada de Jules Verne y de Salgari. Tenía una estufa de aserrín al centro, y yo me establecía allí como si me hubiesen condenado a leerme en tres meses de verano todos los libros que se escribieron en los largos inviernos del mundo.

 

La otra maestra y cómplice fue Gabriela Mistral, cuando llegó a Temuco. Recuerda el poeta :

 

La vi muy pocas veces. Lo bastante para que cada vez saliera con algunos libros que me regalaba. Eran siempre novelas rusas que ella consideraba como lo más extraordinario de la literatura mundial. Puedo decir que Gabriela me embarcó en esa seria y terrible visión de los novelistas rusos y que Tolstoi, Dostoievski, Chejov entraron en mi más profunda predilección.

 

 

Una vida leyendo

 

Neruda no sólo fue un lector precoz, sino que desde su infancia hizo de la lectura una actividad fundamental en su existencia. Aún cuando declaró que le interesaba más la vida que los libros, terminó por asimilar la lectura a su vida como un acto tan vital, natural y necesario como amar, viajar o escribir.

Neruda leyó cuando era niño y adolescente provinciano y solitario; también cuando era un joven poeta bohemio, ya no solitario sino muy popular entre sus amigos, en el Santiago de los años 20; siguió leyendo cuando vuelve a ser un solitario en oriente, y cuando pasa a convertirse en una figura pública por sus actuaciones políticas y por su calidad de escritor. Cumplió misiones diplomáticas, algunas de enorme complejidad, como la de traer a los refugiados españoles desde Francia o negociar la deuda externa chilena ante el Club de París; organizó congresos literarios y agrupaciones antifascistas; vivió un tiempo como prófugo; tuvo una intensa actividad festiva y social; viajó por todo el mundo; escribió decenas de libros de poesía, artículos, traducciones y discursos; tuvo amores visibles y clandestinos, pero siempre encontró la ocasión, el tiempo y el silencio para replegarse a leer.

Neruda se inició en la lectura con los libros de aventuras, probablemente entre los 7 y los 10 años, es decir, entre 1911 y 1914, y no deja de leer hasta el momento de su muerte. Su universo de lecturas comprende, cronológicamente, desde los libros de Emilio Salgari hasta los de los autores del boom de la narrativa hispanoamericana, y hasta Norman Mailer.

Desde muy joven comienza a construir su propio canon, con la lectura de Whitman, Rimbaud, Mayakowsky, Víctor Hugo, luego Shakespeare, Quevedo, Góngora, Ercilla, Villamediana, Lautremónt y otros autores con los que mantiene un diálogo permanente. Neruda se sentirá acompañado por las voces de estos poetas y las convocará para hablar de su propio presente.

La continuidad de sus lecturas de Verne y de Salgari se mantuvo con  otros libros de aventuras, principalmente marinas: los de Stevenson, Melville y Conrad, y con obras de expediciones marinas e historias de piratas y naufragios. También hay cierta continuidad de esos libros con la novela policial, de la que fue gran lector, y que son los relatos de aventuras trasladados al ámbito de la gran ciudad en el mundo moderno.

 

¿Por qué leía?

Por placer. Al principio para entretenerse con relatos de aventuras. Pero la lectura para él también fue una apertura hacia el mundo, desde la apartada provincia de Temuco. De su habitación, en el aislamiento de la noche y de la lluvia, despega hacia los océanos y las islas de los piratas de Mompracem y a las praderas de América del Norte. Lee para explorar y conocer. La lectura es una forma de viaje. En ella, como en los periplos descritos en sus antiguos libros de exploraciones, el poeta va encontrando lugares insospechados, regiones de misterios y maravillas.

Volodia Teitelboim señala que Neruda “salta desordenadamente” desde los libros de aventuras a Vargas Vila y luego a otros autores, como Strindberg y Felipe Trigo. El tránsito hacia estos libros para adultos, podría coincidir con el paso a la adolescencia, y por lo tanto con el asomarse a un mundo más íntimo e inquietante : el despertar de la sexualidad. En sus Memorias el poeta relata el momento de su iniciación en el sexo, que es en la trilla de los Hernández, cuando ya es lector de Baudelaire. Tal vez la lectura de autores como Felipe Trigo, llamado “el sicalíptico español” anticipó su conocimiento del amor.

 

 

Lector del mundo

Neruda también lee para escribir. La lectura le entrega modelos para ordenar y descifrar el mundo. Él mismo señala que aprendió a leer el lomo de las lagartijas, la naturaleza y también el mundo de las cosas hechas por los hombres. Chile fue el más grande y extenso de sus libros: “Nunca he dejado de leer la patria”, escribió. Desde niño se deslumbra con el bosque nativo. Luego tendrá que aprender a leer el resto del territorio, principalmente el que se encuentra en las antípodas de su región natal: la pampa salitrera. En sus memorias anota:

 

Yo procedo del otro extremo de la república. Nací en tierras verdes, de grandes arboledas selváticas. Tuve una infancia de lluvia y nieve. El hecho solo de enfrentarme a aquel desierto lunar significaba un vuelco en mi existencia. Representar en el parlamento a aquellos hombres, a su aislamiento, a sus tierras titánicas, era también una difícil empresa. La tierra desnuda, sin una sola hierba, sin una gota de agua, es un secreto inmenso y huraño. Bajo los bosques, junto a los ríos, todo le habla al ser humano. El desierto, en cambio, es incomunicativo. Yo no entendía su idioma, es decir, su silencio. 

 

Con los viajes y las lecturas, el mundo se le fue haciendo cada vez más legible.

 

Yo soy un poeta – escribió – El más ensimismado en la contemplación de la tierra; yo he querido romper con mi pequeña y desordenada poesía el cerco de misterio que rodea al cristal, a la madera y a la piedras; yo especialicé mi corazón para escuchar todos los sonidos que el universo desataba en la oceánica noche…

 

Desde luego este especializar el corazón para oír los sonidos del mundo, es también una forma de lectura.

 

Nuevos signos sacudirán las puertas de la poesía.    

 

Para Neruda la lectura fue una forma de situarse en la tradición literaria. En su discurso de incorporación a la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, el poeta dijo:

 

El mundo de las artes es un gran taller en el que todos trabajan y se ayudan, aunque no lo sepan ni lo crean. Y, en primer lugar, estamos ayudados por el trabajo de los que nos precedieron y se sabe que no hay Rubén Darío sin Góngora, ni Apollinaire sin Rimbaud, ni Baudelaire sin Lamartine, ni Pablo Neruda sin todos ellos juntos. Y es por orgullo y no por modestia que proclamo a todos los poetas mis maestros pues, qué sería de mí sin mis largas lecturas de cuanto se escribió en mi patria y en todos los universos de la poesía.

 

En ese mismo discurso, luego de recordar  Las montañas ardientes, de Daniel de la Vega, agregó:

 

Estoy seguro de que alguna gota de aquellos versos sigue corriendo en mi propio cauce, al que también llegarán después otras gotas del infinito torrente…

 

 Y concluye diciendo:

 

Mi canto no termina. Otros renovarán la forma y el sentido. Temblarán los libros en los anaqueles y nuevas palabras insólitas, nuevos signos y nuevos sellos sacudirán las puertas de la poesía.

 

La lectura aparece así como una forma de asimilar la tradición y de integrarla a la corriente continua de la poesía.

 

Se fueron los libros

 

Termino estas consideraciones sobre Neruda como lector, con la desconcertante cita de uno de sus poemas más crípticos: «El sobrino de occidente», del libro Cantos ceremoniales:

 

Pregunto libro a libro, son las puertas, hay alguien /que se asoma y responde y luego no hay / respuesta, se fueron las hojas,/se golpea a la entrada del capítulo, se fue Pascal, huyó con Los Tres Mosqueteros,/ Lautréamont cayó de su tela de araña,/ Quevedo, el preso prófugo, el aprendiz de muerto / galopa en su esqueleto de caballo / y, en suma, no responden en los libros: /se fueron todos, la casa está vacía. /Y cuando abres la puerta hay un espejo / en que te ves entero y te da frío.

 

Este poema parce cosntruir una suerte de escatología, en la que los libros, sus autores y personajes abandonan el mundo, y son sustituídos por un espejo al que tal vez sea mejor no asomarse. Podría agregarse al modo apocalíptico de su obra, que aparece cuando sus certezas van debilitándose, algunas veces hasta quebrarse.

 

Darío Oses

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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