Reproducimos la entrevista que le hiciera en agosto de 1973 Margarita Aguirre, periodista de revista Crisis de Argentina y amiga del poeta, en lo que se considera la última entrevista de Pablo Neruda.
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—Cada día detesto más las entrevistas. No sé cómo pude dar la primera, pero después ya resultan un vicio y un abuso. Un vicio por parte de uno, un abuso por parte de los otros. Creo que las entrevistas literarias no conducen a nada. Las entrevistas son válidas preguntando a los cosmonautas las experiencias que tienen cuando regresan a la Unión Soviética o a EE.UU. o cuando Cristóbal Colón, un poco antes, regresa de la América del Sur. Pero no veo ni el objeto ni la finalidad en molestarse y molestar a los poetas que están haciendo constantemente una sola cosa: poesía. Después resulta que estas entrevistas se van haciendo cada vez más rutinarias, se acumulan repeticiones, repeticiones de lo ya dicho por uno y por otros. Llega un momento en que en esta verbosidad provocada y artificial ya no sabe uno a quién le pertenecen las ideas. Por lo demás no tiene tanta importancia a quién pertenezcan o no.
Lo principal en estos casos parece centrarse siempre sobre algo que considero completamente inasible, que es el proceso literario, el proceso del trabajo poético, lo que se llama el camino de la creación. Todas estas palabras para definir la urgencia que tiene un verdadero escritor, para escribir su prosa o su poesía. Nunca entendí palote do este asunto, pero puedo decir que mi trabajo ha sido continuo desde que tuve uso de pluma, uso de lápiz, uso de papel, no por cierto uso de razón que todavía no la alcanzo. Pero desde que tuve a mi alcance los implementos necesarios nunca he dejado de hacer lo mismo y nunca me preguntaba por qué lo hacía ni podría explicarlo tampoco. Dentro de este trabajo, especial o espacial, mejor dicho, tendría que decirle que hay dos o tres factores que alteran de cuando en cuando esta cosa sistemática de mi trabajo (hablo de mí solamente, de mi en singular, ya que, por razones de su criterio o de la revista que a usted la envía, parece ser que soy el tema en general de este coloquio). Una es la necesidad explosiva de escribir sobre ciertos temas de actualidad, sobre ciertos acontecimientos que, a la vez, son acontecimientos públicos, y que tienen tal circunstancia, decisión y profundidad dentro de uno, que lo llaman con urgencia a actuar en un determinado lugar poniendo todos los medios a su disposición.
Otra cosa debe tomar en cuenta el poeta que está en contra de la preceptiva tradicional o de la superstición tradicional o de la herencia lírica y romántica, es que el poeta debe también sobresalir a los compromisos que se le pidan, es decir, la poesía que se accede a hacer a petición de un determinado grupo humano debe tener la calidad necesaria para sobrevivir. Esto es importante porque el orgullo pequeño burgués de los poetas, cultivado siempre por los de las clases que mandan en la sociedad capitalista, quiere hacer creer al poeta que su libertad resulta menoscabada si atiende una petición. Existe la poesía escrita a petición por la necesidad evidente de un poema y que éste resulte verdadero, imperecedero, o por lo menos que tenga la fuerza, el contenido y la poesía necesaria para servir en un momento de alimento y de ayuda a un grupo o a un sector que naturalmente esté íntimamente de acuerdo con el poeta. Este es un factor, es una orden que el poeta debe esforzarse en cumplir, y cumplir con decoro. En mi caso particular tengo conciencia que, muchas veces, poemas míos hechos y dirigidos, solicitados y pedidos, han sido de los que más me han satisfecho hasta ahora.
— ¿Quiere Ud. hablar de Borges?
—Sí, siempre quiere uno hablar de Borges, aunque sea un poco excesiva la atención que a veces se le dispensa, siendo él un hombre más bien quitado de bulla, no digamos un anacoreta, pero sí un hombre de probada austeridad. Es natural que la excelencia intelectual de Borges haga que su figura y su palabra sean siempre examinadas y vistas como si fueran tan translúcidas que pudiéramos penetrar hasta el otro lado de su sentido o de su transparencia. En los últimos meses, muchos argentinos han recibido, con gran molestia y no poca ironía, sus palabras despectivas sobro la resurrección vital y plena del movimiento peronista, es decir, sobro el actual momento de transición libertadora que posa el pueblo argentino. Hay que pensar, cuando se habla de Borges, que es natural que a uno no pueda satisfacerle jamás una actitud tan probadamente, tan empeñosa y cultivadamente reaccionaria como la de él. Hay algo en esto de su viejo narcicismo de escuela inglesa, y por ese motivo no debía preocupamos.
Claro, desconciertan si vienen de un hombre que, además de ser un gran escritor, es también un erudito y un ilustre archivero, puesto que fue el gran bibliotecario del país. Extraña que él no comprenda que esta época excepcional de la Argentina está llena de hechos, formulaciones, deseos insatisfechos, corrientes profundas. No se trata de “demagogia y tontería”, como Borges califica al movimiento actual, a la revolución argentina; tienen que ser muchos los factores, los matices y los alíneos, es mucha la profundidad documental, es mucha la riqueza fenomenal de la actualidad argentina. Yo creo que la Argentina no ha vivido una época tan interesante desde el tiempo de Sarmiento y Alberdi. Tal vez Borges debió pensar en estas cosas. Pero en este mismo momento, a pesar de sentirme y ser antípoda da sus ideas, yo proclamo y pido que se conduzcan todos con el mayor respeto hacia un intelectual que es verdaderamente un honor para nuestro idioma.
Naturalmente, su desacomodo con las ideas mayoritarias argentinas no sólo significa un desacuerdo con Argentina: también significa un desacuerdo con lo más valioso del mundo, con lo que está creciendo en el mundo, con la insurrección anticolonialista, antiimperialista, con un ascenso de las capas populares que está aconteciendo en nuestra América y en el mundo entero. El desconocimiento de Borges hacia estas realidades argentinas es el mismo desconocimiento que él ha tenido hacia la realidad actual del mundo.
-El “Canto General” es una obra de enorme influencia. En ella no nombra Ud. a Perón. Dígame, compadre, ¿cuál es su juicio hoy sobre Perón y el peronismo?
—La figura de Perón es una figura que toma las proporciones históricas quo le da al pueblo argentino. En una época, el gobierno de Perón, fue un gobierno profundamente anticomunista; es posible que haya habido una incomprensión de parte y parte, yo estoy en general en contra de todos los anticomunistas. Estoy a favor de todos los antifascistas y en contra de todos los anticomunistas. Todo anticomunismo, donde esté, es sospechoso; todo anticomunismo encubre un desacato hacia el porvenir humano. Esos son mis conceptos. Naturalmente pueden discutirse, pueden dialogarse, pueden hablarse. Ahora bajo el puente de Perón, como bajo mi propio puente, ha pasado mucha agua; son las aguas de la historia las que están pasando. Ni Perón es el mismo, ni Pablo Neruda, modesto poeta de Chile, es el mismo tampoco. Es decir, nuestra tierra va cambiando, la sociedad humana va cambiando, y yo creo que el peronismo de entonces no es el de ahora: es decir, que no será el peronismo de ahora. Ahora viene Perón o las ideas peronistas amarradas, como dije antes, al gran movimiento de liberación de los pueblos. Estamos atravesando una revolución histórica en profundidad. Naturalmente que éste es un momento de liberación para la Argentina.
¿Qué va a pasar? no lo sabemos bien todavía; la experiencia histórica nos dice que los momentos de transición son los más duros, los más difíciles. Deseo, para el movimiento justicialista y el momento actual de la Argentina, el desarrollo más esplendoroso y mejor, es decir, el que acomode más al pueblo argentino de acuerdo con su razón histórica y con el porvenir de la humanidad que, naturalmente, es un porvenir progresista y antiimperialista.
—Me gustaría conocer su relación con las nuevas generaciones, no sólo de escritores, sino de la gente que ahora es joven.
—Bueno, hay dos o tres maneras de plantear esta cuestión. Por una parte, hay un mundo de rebelión juvenil que tiene todos los colores del arco iris, del fondo del mar, y también a veces los colores del estercolero humano, lo indiscutible es que hay una actitud juvenil unánime, general y persistente en todas partes. Existen muchas más barbas y muchas más cabelleras —como las hubo en otro tiempo sin que nadie las interpretara como cosa extraña. Pero también existen violentos cambios orientados hacia una decisión de asumir mayor responsabilidad en las jóvenes generaciones: por ejemplo, el período de oro de la juventud comunista de Chile es éste. La juventud comunista de Chile, juventud organizada, reflexiva, entusiasta, alegre, pero al mismo tiempo consciente y estudiosa, ha aumentado en forma considerable y juega un papel extraordinario en la vida política de nuestro país.
Fuera de eso, tenemos en Chile, y también en otros sitios, muchachos que viven una rebeldía desorientada, que proviene de un impulso muy grande, de la impaciencia hacia los cambios, de la necesidad absoluta do reformar la sociedad. Gran parte de esta generación se empeña en combatir a su modo todos los fantasmas, todas las deformaciones que le atribuye a una sociedad que, efectivamente está en decadencia. Pero no se puede combatir a una sociedad que está en su caída descendente con otra clase de decadencia, y así hemos llegado a ver cómo se han infiltrado, dentro de ésta general desorientación de cierta parte de la juventud, los impulsos criminales, el desenfreno sexual, etc., que ton las semillas malsanas de un movimiento que tiene su raíz o su razón profunda de ser.
—En Argentina, me imagino que como en otras partes del mundo, se dio a publicidad a un cable en que se anunciaba que Ud. había comprado un gran castillo en Francia.
—Le voy o decir, querida comadre, que en la primera oportunidad en que yo pudiera hacerlo me compraría un castillo. Me gustan mucho los antiguos castillos, por el romanticismo, no por el confort, casi siempre son fríos, destartalados y tienen unas pocas habitaciones habitables. Me acuerdo que uno de mis amigos se compró uno que tiene como cuatrocientas habitaciones y puede vivir solamente en tres de ellas, después de haber reformado el alcantarillado. En mi caso no hay tal castillo, agobiado por mi trabajo en la embajada, el traqueteo y el ruido de Paris, aproveché parte del dinero del Premio Nobel para comprarme una pequeña propiedad a 120 Km de París, en Normandía. Tiene un Jardín de sesenta metros por noventa, más o menos, y una sola habitación, a la que se le ha construido un altillo donde está nuestro dormitorio. Es, eso sí, muy hermoso como todas estas bodegas o depósitos.
—¿Era una bodega?
—Era una bodega sin piso donde se guardaba carbón, leña, y a veces dormían los caballos y las vacas. Es la dependencia de un cestillo que está cerca de mi casa, porque todo en esa aldea es dependencia o ha sido dependencia del castillo. Es un castillo grande y con un parque inmenso y verdaderamente maravilloso.
La fábula de mi castillo nació cuando la United Press difundió la protesta de un senador chileno de derecha que ha vivido siempre en castillos, del presupuesto de Chile y de sus incursiones en el arrebato a la propiedad de los campesinos y anteriormente de los indios. Esto, según la sociedad capitalista, es irreprochable, a él no se le puedo juzgar. Pero él sí se opone a que nadie compre castillos, a que nadie compre habitaciones: esto está reservado —tanto las habitaciones, como los baños, como las langostas y las ostras— para él, para su casta, para los suyos, para sus primos aunque sean unos asnos, como posiblemente lo es este senador. Estos son defectos de nuestra vida criolla y en gran parte herencia de la sociedad feudal, colonial española; también son resabios de nuestro provincianismo y de nuestra tontería.
—Se habla mucho de que Ud. es inmensamente rico.
—Lo que gano —el editor lo sabe, que es el que hace mucho tiempo tiene los derechos de toda mi obra— es una suma bastante modesta pero que me alcanza para vivir. De lo demás, todo se ha ido por mis manos comprando mis libros y comprando, de cuando en cuando, un mascarón de proa; no recibo rentas de ningún arriendo, no poseo acciones de ninguna parte, no tengo fortuna, no guardo depósitos en grandes bancos. En resumen, tengo lo que recibo do mi trabajo, eso es todo. Si esto suscita las simpatías de alguien, será de una persona que trabaje. Si esto suscita la envidia do otros, es, en general, de los que no trabajan. Entonces vamos a cerrar las compuertas de la maledicencia, del chisme sobre éste, sobre aquél, sobre mí y sobre los demás.
—Pero a Ud. lo, hiere la maledicencia.
—De cuando en cuando —a pesar de que debiera estar curtido, de que debiera tener una piel de elefante— de cuando en cuando me turba, me molesta, pero son cosas casi orgánicas. Yo soy un hombre del sur de Chile, debiera estar más acostumbrado al frío, nací y crecí en el clima frío del sur de nuestra América, sin embargo, de repente me dan unos tiritones que no debiera tener y que me reprocho. Así me pasa también con la vanidad, que todavía sufre de algún pinchazo, de algún alfilerazo o de algún garrotazo.
—¿Se definiría a sí mismo como una persona tímida?
—Yo croo que sí, comadre, también tengo eso sentimiento de pobre de nacimiento en los grandes restoranes, en grandes recepciones, en palacios o embajadas, o en grandes hoteles. Me parece que, de repente, van a notar que estoy de más allí y que me van a decir “Ud. qué está haciendo aquí, por qué no se va”. Siempre he tenido ese sentimiento —que no era desagradable— de no pertenecer a tal cosa, a tal grupo. Y en realidad es así, no pertenezco.
Y con respecto a la timidez general hacia los hombres en la amistad, o hacia las mujeres en el amor, siempre la tuve. Es un sentimiento hermoso por dos cosas: para sentirlo y para vencerlo. En la amistad, muchos de mis mejores amigos me resultaron, en un principio impenetrables, los sentía orgullosos: resultaba que ellos eran gente tímida como lo era yo, y no había aproximación. En el amor también: hubo muchas mujeres que me parecían absolutamente frías e inalcanzables, que me despreciaban de arriba abajo. Resultó hermoso hacer esa lucha contra mí mismo y contra ellas, y poder vencerlas o ser vencido.
— Me gustaría preguntarte sobre sus recuerdos de la Argentina.
—Bueno, mis recuerdos de la Argentina son un poco tristes, porque mis amigos han ido desapareciendo, y yo soy un hombre de amigos y la Argentina era, y seguramente seguirá siéndolo, un país de amigos. Un hombre de amigos y un país de amigos, es algo serio, profundamente serio. Yo pongo la amistad como una de las dimensiones de mi propia vida.
En verdad la Argentina es para mí una época inolvidable y el recuerdo de Norah Lange o de Oliverio, de Raúl González Tuñón y de Amparito, de la rubia Rojas Paz y su salón literario, al que acudíamos con Pepe González Carballo y luego vino Federico García Lorca…Después conocí más a Rodolfo Aráoz Alfaro, uno de mis más queridos amigos —también mi compañero— hasta me tocó ser detenido e ir preso con él, lo que es en realidad una aventura impresionante para uno, y además promueve un vinculo fraterno más estrecho aún. Me acuerdo que era el tiempo de Aramburu, entonces a mi me llevaron preso y me incomunicaron en una celda, la más inaccesible, la más remota.
—Ya no existe ese cárcel, compadre.
—Yo la admiré mucho a esa cárcel porque nunca he visto tantas puertas de fierro como ésas. Conozco otras casas, castillos y residencias, pero esa cárcel tenía impresionantes rejos de fierro cada tres o cuatro metros, no se terminaba nunca de cruzar rejas. A mí me llevaron en una camilla y me dejaron encerrado allí. Al día siguiente, el diario La Prensa, no se dio por aludido de que había centenares o miles de presos entre los cuales, modestamente, también estaba yo. El señor Gainza Paz es un gran farsante, y si no búsquese en le colección de La Prensa de ese momento si hay siquiera la mención de un poeta preso que, por lo menos, tenía muchos amigos, era ciertamente conocido y tenía su editor en la Argentina.
Bueno, entre mis amigos argentinos de aquellos tiempos podría citar muchos, pero me gustaría también hablar de mis amigos en toda la América. Tengo amigos en México, en el Perú, en Venezuela, en el Ecuador, en el Uruguay, en Colombia, en Panamá, en todas partes. Naturalmente también tengo grandes amistades en Francia, en Inglaterra, pero es en este continente donde están mis mejores recuerdos, mis grandes amigos. Yo soy un hombre local, provinciano de América, soy un pueblerino de Buenos Aires, soy un pueblerino de Santiago de Chile, soy un pueblerino de Temuco y de Parral, de donde vengo, del sur de Chile. También lo soy de los pueblos de Colombia o del Perú. Por todas estas partes yo siento el llamado de la sangre. La Argentina me atrajo siempre por sus contradicciones, por su extensión, por su belleza, por la cantidad de fenómenos curiosos y por sus diferencias con Chile.
—Compadre, he leído estos días, en los diarios de Chile, un llamado tuyo a los intelectuales. Me gustaría que los intelectuales argentinos también lo conocieran.
—Es algo complicado explicar la situación chilena, sobre todo al extranjero, debido a la información tendenciosa de la prensa o a la falta de información que muchos puedan tener. Naturalmente, mi llamado tiene por objeto despertar la conciencia de los Intelectuales —de los pueblos, primordialmente, pero también de los intelectuales— hacia lo que está pasando en mi país.
El final de mi llamado so dirige a los escritores y a los artistas de la América nuestra y del mundo entero. Estamos en una situación bastante grave. Yo he llamado, a lo que pasa en Chile, un Vietnam silencioso, en que no hay bombardeos, en que no hay artillería. Fuera de eso, fuera del napalm, se están usando todas las armas, del exterior y del interior, en contra de Chile. En este momento pues estamos ante una guerra no declarada, la derecha —acompañada por sus grupos de asalto fascistas y por un parlamento insidioso, venenoso, una mayoría parlamentaria completamente opositora, adversa, estéril y enemiga del pueblo, con la complicidad de los altos tribunales de justicia, de la contraloría y los caballos de Troya que tiene dentro de la administración y que se han tolerado hasta ahora, de la gran prensa chilena— está tratando de provocar una insurrección criminal de la cual deben tomar inmediato conocimiento los pueblos de América Latina. Se trata de instaurar un régimen fascista en Chile. Han tratado de incitar a una insurrección del ejército, han tratado de recurrir al pueblo para obtener en las elecciones un triunfo que les permitiera derrocar al gobierno. No han conseguido ni conmover al ejército para sus fines marcenados ni alcanzar la mayoría necesaria como para derrocar al gobierno.
Es verdad que hemos tenido un triunfo popular extraordinario, es verdad que el presidente Allende y el gobierno de la Unidad Popular han encabezado de una manera valiente un proceso victorioso, vital, de transformación de nuestra patria. Es verdad que hemos herido de muerte a los monopolios extranjeros que por primera vez, fuera de la nacionalización de petróleo de México y da las nacionalizaciones cubanas, se ha golpeado en la parte más sensible o los grandes señores del imperialismo que se creían dueños de Chile y que se creen dueños del mundo. Es verdad que podemos decir, con orgullo que el presidente Allende es un hombre que ha cumplido su programa, es un hombre que no ha traicionado en lo más mínimo las promesas hechas ante el pueblo, que ha tomado en serio su papel de gobernante popular. Pero también es verdad que estamos amenazados. Yo quiero que esto lo sepan y lo recuerden mis amigos, mis compañeros, mis colegas de toda América Latina, pero en especial de Argentina, que conocen este caso porque han visto muchas veces en su historia regímenes de implacable dureza que han sido instaurados en contra de la voluntad y los derechos del pueblo argentino. Por eso yo llamo a la solidaridad que e debe manifestar en una forma militante, en una forma ardiente, en forma fraternal. Ese es el objetivo de mi llamado y yo la autorizo, mi querida amiga, a darlo a través de su revista.
Quiero agregar, por último, que una entrevista como ésta debió haberse mantenido en lo posible, y esencialmente, como una conversación espiritual sobre las perspectivas y las derivaciones de la cultura. Pero quiero decir a los lectores de Crisis que la vida política de mi país, no me ha permitido limitarme de una manera idílica a temas que tanto me interesan. Qué vemos a hacer. Mi posición es conocida y mucho me hubiera gustado hablar largamente de tantos temas que son esenciales para nuestra vida cultural. Pero el momento de Chile es desgarrador y pasan a las puertas de mi casa, invade el recinto de mi trabajo y no me queda más remedio que participar en esta gran lucha. Mucha gente pensará ¡hasta cuándo!, por qué sigo hablando de política, ahora que debería estarme tranquilo. Posiblemente tengan razón. No conservo ningún sentimiento de orgullo como para decir: ya basta. He adquirido el derecho de retirarme a mis cuarteles de invierno. Pero yo no tengo cuarteles de invierno, sólo tengo cuarteles de primavera.
(De nuestra enviada especial a Isla Negra, Margarita Aguirre)
Fuente:
Revista Crisis N°4. Buenos aires, agosto de 1973. Publicada en el Archivo Histórico de Revistas Argentinas: Ahira.
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Extras:
Pablo y Federico
Lo conocí en días memorables de mi vida de poeta y periodista. Fue en 1934, en casa de Oliverio Girondo. Pablo era entonces cónsul en Buenos Aires. Poco antes había llegado García Lorca para presentar La zapatera prodigiosa. Bodas de sangre y los deliciosos e intencionados títeres del Retablo de don Cristóbal. Recuerdo que a este incomparable Federico le hice un reportaje para el viejo diario Crítica. Nos deslumbró con su genio y su ingenio. Oliverio y la encantadora Norah, inolvidables amigos, nos Invitaron a su casa mágica da la calle Suipacha, a una comida en honor de Federico. Allí se hallaba Pablo. De entrado me pareció algo solemne, distante. ¡Qué equivocado estaba! Al correr los minutos y las copas, la solemnidad y la frialdad desaparecieron para dar lugar a las bromas y los cantos (esas bromas y esos cantos continuaron repitiéndose en las cosas en que él vivió en distintos lugares, abiertas siempre generosamente a los amigos). Federico tocó el piano y en un momento dado leyó un poema de Neruda, aquél que termina así: «…y una paloma con un número…».
Volvimos a vernos en casa del querido matrimonio Rojas Paz, una noche en que Federico improvisó, en el piano, retratos musicales interpretando rasgos del temperamento de varios de los asistentes a la reunión. Algo fantástico: a través de ligeros compases, al retratar a Neruda, por ejemplo, sugirió la grave sugestión de algunos poemas de Residencia en la Tierra, así como, en mi caso, mezcló a un ritmo adecuado a mis fantasías, y como jugando con las teclas, la clásica tonada de La lnternacional. Y esa noche yo aún no sospechaba que pronto iba a establecer entre los tres una firme amistad, quebrada, en el caso de Federico por el crimen.
Profesión de fé
Yo no aprendí en los libros ninguna receta para la composición de un poema: y no dejaré impreso a mi vez ni siquiera un consejo, modo o estilo para que los nuevos poetas reciban de mí alguna gota de supuesta sabiduría. (…) Pienso que la poesía es una acción pasajera o solemne en que entran por parejas medidas la soledad y la solidaridad, el sentimiento y la acción, la intimidad de uno mismo, la intimidad del hombre y la secreta revelación de la naturaleza. Y pienso con no menor fe que todo está sostenido —el hombre y su sombra, el hombre y su actitud, el hombre y su poesía— en una comunidad cada vez más extensa, en un ejercicio que integrará para siempre en nosotros la realidad y los sueños, porque de tal manera los une y los confunde. Y digo de igual modo que no sé, después de tantos años, si aquellas lecciones que recibí al cruzar un río vertiginoso, al bailar alrededor del cráneo de una vaca, al bañar mi piel en el agua purificadora de las más altas regiones, digo que no sé si aquello salía de mí mismo para comunicarse después con muchos otros seres, o era el mensaje que los demás hombres me enviaban como exigencia o emplazamiento. No sé si aquello lo viví o lo escribí, no sé si fueron verdad o poesía, transición o eternidad, los versos que experimenté en aquel momento, las experiencias que canté más tarde.
De todo ello, amigos, surge una enseñanza que el poeta debe aprender de los demás hombres. No hay soledad inexpugnable. Todos los caminos llevan al mismo punto: a la comunicación de lo que somos, y es preciso atravesar lo soledad y la aspereza, la incomunicación y el silencio paro llegar al recinto mágico en que podemos danzar torpemente o cantar con melancolía; mas en eso danza o en esa canción están consumados los más antiguos ritos de la conciencia: de la conciencia de ser hombres y de creer en un destino común.
(Del discurso pronunciado en ocasión de la entrega del Premio Nobel de Literatura, 1971)
«la pintura realista ha muerto»
“Yo no indicaría el camino de las artes de una manera precisa, naturalmente Ia vida y las exigencias y los cambios van transformando también las artes. Pero en general puedo decir que si hay algún término de una época en el fin de la época realista en la pintura. No digo que este tiempo haya construido la sustitución irrealista ideal, posiblemente lo más aproximado es el sueño, el desvarío y el genio de Picasso. Pero en general no hemos logrado la sustitución de la grande y épica pintura realista de otra época, de otra época mucho más lejano que la contemporánea. Si algo hay de definitivamente muerto en nuestra época es la pintura realista. La pintura realista, la tendencia realista actual se revela en todas partes, en los países capitalistas o socialistas, como una supervivencia de la pequeña burguesía en sus pálidos gustos estéticos de una época. Yo siempre he recomendado que la batalla polémica entre el realismo y cambio estético no debe acentuarse. Lo que debemos hacer y celebrar son los funerales del realismo: estos funerales debieron haberse celebraco hace mucho tiempo, han ido pasando desapercibidos. Naturalmente quo el surrealismo abrió el camino de los sueños, pero también se perdió en el camino de los sueños.
«quiero luchar contra la solemnidad»
Yo creo que al hombre, al ser humano le gusta disfrazarse, ya ve hay muchos que andan disfrazados de boy-scout, hay muchos de soldados. Yo quiero luchar en todos los terrenos contra la solemnidad invasora que también me amenaza a mí y amenaza a todo el mundo.
Recuerdo que a Rafael Alberti le pregunté si era muy amigo de un escritor centroamericano, y me contestó: “cómo podría serlo, figúrate que después de tantos años que lo conozco, todavía se saca el sombrero para saludarme al pasar en la calle”. Eso es lo que yo llamaría la agresión de la solemnidad y hay que luchar contra eso de alguna manera. Los hippies han llegado al ideal, y en este sentido los apruebo, por su batalla contra la vestimenta rígida. En nuestros países tuvimos que enfrentar al destino y vestirnos con todo esa vestimenta castellana que no correspondía en absoluto a nuestro modo de vivir de criollos, ni a nuestras costumbres, pero nos ajustamos a las levitas de Castilla, a la seriedad notarial de sus trajes.
A mí me gusta ponerme bigotes postizos, ponerme anteojos raros de cuando en cuando. Entre las cosas formidables que tuvo mi gran amigo, el gran poeta Oliverio Girondo, recordaré que le gustaba hacer las cosas más extravagantes, fuera de serie. Me acuerdo que salimos una madrugada en el carrito de un lechero y llegamos a uno estación de trenes. Nos dispusimos —sin saber a dónde iba a partir ese tren— a formar parte de la cola en que había naturalmente mucha gente. De pronto Oliverio, que tomó un sitio en la cola un poco más adelante que yo, se sacó los pantalones y cuidadosamente, como si los dejara para acostarse a dormir en la noche, se los puso al brazo, planchaditos, y continuó leyendo imperturbable su periódico. Este es un acto verdaderamente inmortal de Oliverio, yo creo que debería ser obligatorio a todos los académicos de la historia, de la lengua, de todas partes del mundo.
«mi teatro»
Yo escribo teatro porque no soy capaz de hacerlo. Mi obra “Joaquín Murieta” es exactamente lo que yo pienso que no debe ser una obra teatral, es decir, uno alegoría., una ficción poética. A mí me parece que si alguna de las artes literarias tiene la obligación de un acercamiento realista a las situaciones es la del teatro. El teatro debe engañarlo a uno, y mi quimérica obra “Joaquín Murieta”, no es nada más que un fragmento de uno de mis libros, un poema, que por virtud de su propio contenido se transformó, sin que yo pusiera gran cosa de mi parte, en una obra de teatro. No puedo decir cosas tan perentorias, como que no voy a reincidir, pero no tengo el entusiasmo para volver a hacerlo. Por Jo tanto no tengo en realidad nada más que ver con el teatro, pero me gusta apasionadamente el buen teatro. Lo que llamo buen teatro es el de los que saben hacerlo.
«no soy definitivo: mis poemas, tampoco»
Tal vez la experiencia de contacto con el público quo ofrece el teatro sea más impresionante para otras personas qua para mí, porque en mi vida de agitación y de comunicación con las masas, leyendo mis propio poemas, u oyendo leerlos a actores que lo hacen mejor que yo, tenía esa palpitación de la multitud, que me aportaba y me sigue aportando un testimonio profundamente interesante.
La única experiencia que yo vi fue la del Murieta que se hizo en Chile y la del que se hizo por el Piccolo Teatro en Milán. Para mí lo más interesante fue la absoluta diferencia entre las dos direcciones en que se hizo este Murieta y precisamente lo que celebro, y lo había pedido en el prólogo de mi proyecto o esbozo de ópera bufa, es que los directores hicieran lo que les dio la gana. A mí me gustaría que también con mis libros se hiciera lo que les dé la gana. Yo concedo enorme importancia a la espontaneidad, al agregado de las cosas. No creo qua la materia literaria sea una cosa tan absolutamente sobria y limitada en sí misma. Me acuerdo que cuando muy joven, en uno de mis libros, llamado “Tentativa del hombre Infinito”, yo ya había suprimido la puntuación, como era la usanza del Ulises de Joyce en ese tiempo.
Después también he tenido irresistibles deseos do de dejar que hagan lo que quieran con mis poemas, muchas veces me han protestado que en tal parte suprimieron por una razón y otra una parte de un poema mío, un fragmento. Yo no protesto, estoy de acuerdo de antemano; no sé si llegaré a estar de acuerdo también en que se le agregue algo, pero en general no tengo esa quisquillosa disposición para pensar que lo que yo hago es bíblico, es inmanente, debe ser un texto absolutamente definitivo. Cuando yo no soy definitivo, ¿por qué van a serlo mis poemas?”