Noviembre 21, 2024

Miguel Hernández: Vencedor de la sombra

 

Por Darío Oses

 

Derrotados, la mayoría de los escritores republicanos buscó la senda del exilio (…) Hubo otros, sin embargo, con menos fortuna, que quedaron copados o atrapados.

A todos los que o no pudieron o no consiguieron huir (…) les representa sobradamente Miguel Hernández. Sus penalidades son espejo de las de todos ellos y su muerte, injusta y brutal, un eco siniestro y no extinguido de la de Lorca.

 Andrés Trapiello

 

Pocas veces en la historia contemporánea se ha dado una amistad tan entrañable y llena de coincidencia poética, como la de Miguel Hernández y Pablo Neruda.

Miguel Hernández tiene el sino trágico de una época en la que muchos escritores, intelectuales  y artistas fueron perseguidos, encarcelados y asesinados. Su vida fue breve y difícil: murió a los 31 años, dejando a un hijo huérfano y a una joven viuda. No tuvo mucho tiempo para estar con ellos. Su primer hijo, Manuel Ramón, solo vivió diez meses. Miguel no pudo estar presente en su nacimiento ni en su muerte.

Escribió sus primeros poemas mientras pastoreaba cabras, o en su casa, por la noche, a escondidas del padre que lo castigaba por malgastar luz. Terminó escribiendo en la cárcel, nuevamente a escondidas, porque el reglamento penal lo prohibía. Aún así, Hernández llegó a convertirse en una de las grandes figuras de la poesía contemporánea en lengua española, y fue capaz  de expresar en su singular lenguaje poético, su experiencia de amor a la vida y a la libertad, y la empecinada esperanza que mantuvo aun en las condiciones más adversas. Acerca de su obra Neruda escribió:

 

Los elementos mismos de la poesía los vi salir de sus palabras, pero alterados ahora por una nueva magnitud, por un resplandor salvaje, por el milagro de la sangre vieja transformada en un hijo. En mis años de poeta, y de poeta errante, puedo afirmar que la vida no me ha dado contemplar un fenómeno igual de vocación y de eléctrica sabiduría verbal.

 

La educación del pastor

Miguel nació, el 30 de octubre de 1910, en Orihuela. Sus estudios fueron solo un poco más allá de los primarios. Después su padre lo puso a trabajar en el campo. Allí comenzó esa otra educación, que su biógrafo Dario Puccini describe así:

 

«Pastor desde la infancia, fue la primera escuela de vida para Miguel la naturaleza, los animales, las plantas, el espectáculo de las estaciones que se suceden en la soledad de los campos y los montes – “en el campo analfabeto es donde más se aprende”, dirá en una de sus prosas juveniles – y el precoz descubrimiento de los secretos de la procreación: cómo se acoplan los animales en celo o cómo paren las ovejas preñadas. Este conocimiento de la vida natural y de la vida en su substancia elemental – agua, cielo, tierra, árboles, hierba; fecundaciones, nacimientos y muertes – hízose en él muy despierto y penetrante».

 

Este carácter pastoril no podía menos que deslumbrar a Neruda, fascinado por la tierra y la naturaleza. Se conocieron en Madrid, en julio de 1934. Neruda recuerda su “cara de terrón o de papa que se saca de entre las raíces y que conserva frescura subterránea” y agrega:

 

Me contaba cuentos terrestres de animales y pájaros. Era ese escritor salido de la naturaleza como una piedra intacta, con virginidad selvática y arrolladora fuerza vital. Me narraba cuán impresionante era poner los oídos sobre el vientre de las cabras dormidas. Así se escuchaba el ruido de la leche que llegaba a las ubres, el rumor secreto que nadie ha podido escuchar sino aquel poeta de cabras.

 

Poesía pastoril

 

Hernández comienza a escribir alrededor de los dieciséis años. La primera fase de su poesía es religiosa, conservadora y bucólica. Como lo indica Puccini, reduce su ideal «a un mítico e idílico mundo campesino y pastoral, único depositario de una paz, de una inocencia y de una pureza que coinciden con la inmovilidad».

Publicó su primer poema, «Pastoril», el 13 de enero de 1930, en el número 99 del semanario El pueblo de Orihuela, órgano de los sindicatos agrícolas católicos, creados para contrarrestar la influencia creciente de organizaciones obreras controladas por socialistas y anarquistas.

 La poesía inicial de Miguel Hernández, encuentra, además, un auditorio interesado y crítico en el llamado «grupo de la tahona». Allí se hace amigo de José Marín Gutiérrez —más conocido por su seudónimo, Ramón Sijé— quien ejerció una influencia decisiva sobre el poeta, hasta 1934.

 

Perito en lunas

 En enero de 1933, Hernández publica su primer libro de poesía, Perito en lunas, en el que su  biógrafa Concha Zardoya vio «la tragedia de un poeta sin cultura que aspira a las formas más elevadas del pensamiento y del arte…» Dario Puccini hace notar también este «signo sufrido del autodidacta de gran talento…».

 Hacia fines de 1933, Miguel había encontrado trabajo en una notaría de Orihuela. En el camino a ella, pasaba por un taller de costura. Concha Zardoya apunta:

 

 Durante una de estas idas y venidas, descubre en la calle a una muchacha que le impresiona por su palidez y sus ojos y pelo negrísimos. Ve que entra en un taller de costura. El encuentro vuelve a repetirse. Miguel empieza a sentirse enamorado, a buscarla todos los días con la mirada y el corazón…

 

El noviazgo con Josefina Manresa fue roto por Miguel cuando viajó  a Madrid. Allí se sentía atraído por otras mujeres,  entre ellas la pintora Maruja Mallo.  Sin embargo, la relación con Josefina se restableció y  terminó en matrimonio. Ella fue la madre de los dos hijos de Miguel y lo acompañó hasta el final de su vida breve. A ella le escribió:

 

¡Niña!, cuando tu pelo va de vuelo, / dando del viento claro un negro indicio / enmienda de marfil y de artificio / ser de tu capital borrasca anhelo…

 

Encuentro con Neruda

 

Parte a Madrid, por segunda vez en marzo de 1934. En su viaje anterior había pasado hambre y sufrido miserias sin conseguir casi nada. Ahora llega con su inseguridad de poeta provinciano autodidacta y sus certidumbres tradicionalistas, con su ropaje de pastor en la urbe. A fines de julio conoce a Neruda. Recuerda Vicente Aleixandre:

 

Algunas veces él y Pablo y Delia y yo salíamos por el vecino campo de Moncloa, y al regresar hacia casa, ya en el parque, «¿Dónde está Miguel?» preguntaba alguno. Oíamos sus voces, y estaba echado de bruces sobre un arroyo pequeño, bebiendo; nos saludaba desde un árbol al que había gateado y donde levantaba sus brazos cobrizos en el sol de Poniente.

 

Hernández y Neruda se hicieron grandes amigos a pesar de las divergencias de sus visiones de mundo. El 4 de enero de 1935, Neruda le escribía: «Estimado Miguel, siento decirle que no me gusta El Gallo Crisis Le hallo demasiado olor a Iglesia».

 

El Gallo Crisis es la revista en la que en junio de 1935 aparece el poema de Hernández “El silbo de afirmación en la aldea”, donde persiste en el tópico de la alabanza del campo virtuoso y condena de la ciudad pecaminosa:

 

Topado por mil senos, / embestido por más de mil peligros, tentaciones, / mecánicas jaurías, / me seguían lujurias y claxones, / deseos y tranvías. (…)

¡Ay como empequeñece / andar metido en esta muchedumbre! / ¡Ay!, ¿dónde está mi cumbre, / mi pureza…?

 

Pero algo había cambiado. Como lo advierte Eutimio Martin, este poema sorprende por la tensión entre su mensaje tradicionalista y su estilo de vanguardia.

Poco después en carta a Juan Guerrero Ruiz, Miguel dice que todo en este poema le suena extraño: «estaba mintiendo a mi voz y a mi naturaleza terrena hasta más no poder, estaba traicionándome y suicidándome tristemente».

El poema «Sonreídme» marca un giro radical en su poesía:

 

Me libré de los templos: sonreídme, / donde me consumía con tristeza de lámpara / encerrado en el poco aire de los sagrarios. / Salté al monte de donde procedo, /a las viñas donde halla tanta hermana mi sangre, / a vuestra compañía de relativo barro.

 

Así, en Miguel Hernández se encarnaron las tensiones entre las dos Españas: la conservadora y tradicionalista, y la republicana, laica, moderna y progresista, que pronto iban a chocar con las armas en la mano.

 

Silla en la tierra

 

Dario Puccini conjetura que de no haberse Miguel librado de la influencia de Sijé, «no tendríamos al poeta humanísimo y vital, con su seca corporeidad, que llegó a ser»  sino a uno de esos poetas arraigados «en el tradicionalismo hispánico y en los temas religiosos, intimistas y familiares, encerrados en su provinciana torre de marfil; y refractarios a las más vivas corrientes de la cultura contemporánea».

Entre los testimonios del viraje ideológico y estético de Hernández, está el de su amigo, el poeta argentino Raúl González – Tuñón:

 

Por ese entonces Miguel nos escuchaba atentamente cuando discutíamos con nuestros amigos en casa de Neruda o en la Cervecería del Correo acerca de la doble función de la poesía en épocas de ruptura, de transición, en épocas revolucionarias. Un día Miguel se puso resueltamente de nuestra parte. Miguel sabía, como nosotros que estábamos en medio de la tempestad.

 

Las influencias que actuaron sobre Hernández fueron el magisterio de  Neruda y Vicente Aleixandre. Así lo reconocería él mismo en el poema «Llamo a los poetas», de su libro El hombre acecha:

 

Entre todos vosotros, con Vicente Aleixandre / y con Pablo Neruda tomo silla en la tierra: / tal vez porque he sentido su corazón cerca de mí, / casi rozando el mío…

 

También fue importante su encuentro con los artistas de la llamada Escuela de Vallecas, en los que el poeta descubre una plástica que, como lo advierte José Luis Ferris, «se acoplaba a la perfección con su idea panteísta, rural y eminentemente exaltadora de esa naturaleza que ha estado presente y viva en su poesía y su teatro».

 

El rayo que no cesa

 

Ferris indica que «en la primavera de 1935, Miguel ya se encuentra plenamente integrado en la vida cultural de la capital». José María de Cossío le da un trabajo estable en la redacción de la enciclopedia Los toros. Para Ferris, esta ocupación no sólo le dará un ingreso regular, sino «una riqueza léxica, iconográfica, que, junto a su reciente experiencia con los artistas de Vallecas, y lo aprehendido de Bergamín y Gómez de la Serna, fomentará más aún su imaginación taurina, esa fuente metafórica que verterá en los sonetos de su libro futuro,  El rayo que no cesa».

Este libro aparece el 24 de enero de 1936 y recibe una extraordinaria acogida literaria literaria y social.

Para Dario Puccini, El rayo… es la culminación de un proceso de «autoliberación y autorreconocimiento a través del dolor y la felicidad del amor». La novedad del libro, es que aquí Hernández ya no habla como poeta sino sólo como hombre, e interpreta al mundo con una concepción humana y terrenal.

Para el poeta Óscar Hahn éste es «un libro que desarrolla el tema amoroso con una fuerza y una originalidad sorprendentes».  Desde luego, ya el mismo título del libro es una metáfora del amor:  «¿No cesará este rayo que me habita / el corazón de exasperadas fieras?».   En tanto, para Eutimio Martín es «el rayo que no cesa de fulminar al poeta es la angustiosa consecuencia de una impetuosa líbido permanentemente insatisfecha».

En El rayo que no cesa Hernández incorpora también la sobrecogedora «Elegía» dedicada a su amigo Ramón Sijé que falleció en Orihuela el 24 de diciembre de 1935, a los 22 años de edad.

 

Poeta soldado

 

El 18 de julio de 1936 se produce el alzamiento militar contra la República. En su libro Teatro en la guerra,  Hernández escribe una nota preliminar que dice:

 

Frente al movimiento de los militares traidores, entro yo, poeta, y conmigo mi poesía, en el trance más doloroso y trabajoso, pero más glorioso, al mismo tiempo, de mi vida (…) Intuí, sentí venir contra mi vida, como un gran aire, la gran tragedia, la tremenda experiencia poética que se avecinaba en España, y me metí pueblo adentro, más hondo de lo que estoy metido desde que me parieran, dispuesto a defenderlo firmemente de los provocadores de la invasión. Desde entonces acá, vengo luchando de muchas maneras, y sólo me canso cuando no hago nada.

 

En efecto, Miguel Hernández lucha de distintas formas. Se alista como voluntario en el Quinto Regimiento que forma el pueblo madrileño para repeler el asedio franquista a la capital. Fue destinado al Batallón de Zapadores y Minadores, y parte a cavar trincheras para reforzar las líneas de fortificaciones de Madrid. Luego toma el fusil y lucha en los combates de Pozuelo de Alarcón y Boadilla del Monte. Más tarde pasa a desempeñar labores político–culturales, de propaganda, con el fin de mantener en alto la moral combativa de los soldados.

Como lo indica Andrés Trapiello, «Miguel Hernández había sido el poeta revelación de la guerra».

 

El mismo Hernández escribe:

 

«Los poetas somos viento del pueblo: para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas. Hoy, este hoy de pasión, de vida, de muerte, nos empuja de un imponente modo a ti, a mí, a varios, hacia el pueblo. El pueblo espera a los poetas con la oreja y el alma tendidas al pie de cada siglo»

 

Darío Puccini apunta que Neruda y Hernández propician una poesía intuitiva, «dirigida a expresar las primigenias fuerzas de la tierra (…) así como las delirantes y convulsionadas voces de las cosas y de los hombres, unidos en el caótico y hermoso abrazo de la realidad cotidiana» y agrega:

 

«Pero la matriz intuitiva persiste, y, al igual que en Neruda, en Hernández las varias y generales fuentes de poeteicidad del mundo objetivo (las voces de las cosas y de los hombres) en un momento dado se reúnen en torno de una fuente principal, el pueblo, considerado – como objeto y sujeto de poesía – casi como categoría de intuición y conocimiento».

 

En la historia de la literatura no son frecuentes los casos de una amistad entrañable como esta, sumada a una coincidencia poética total.

 

Viento del pueblo

 

1937 es un muy buen año para Miguel Hernández. El 9 de marzo se casa con su novia, Josefina Manresa, quien le dará un hijo antes que termine el año. Publica su libro Viento del pueblo que se convierte en una de las obras más leídas por los combatientes del ejército leal. Participa en acciones militares, como la batalla de Guadalajara en que las fuerzas republicanas derrotan al importante cuerpo expedicionario con el que Mussolini pretendía tomar Madrid.

En uno de los poemas de este  libro, Hernández interpela al Duce:

 

Ven a Guadalajara, dictador de cadenas, /  carcelaria mandíbula de canto: /verás la retirada miedosa de tus hienas, /verás el apogeo del espanto.

 

Viento del pueblo es poesía de combate, con tono de arenga, hecha a la medida de la tarea urgente de levantar el ánimo y la voluntad de lucha. Fue el poemario más popular entre los combatientes. Se hermana con otros libros que los soldados de la República también llevaron en sus mochilas, como España en el corazón, de Neruda, y España, aparta de mí ese cáliz, de Vallejo.

 

No podía estar ausente en este libro la experiencia personal de Hernández en el frente. Ferris relaciona acertadamente la carta que el poeta envía a su mujer, luego de que está le anunciara que esperaba un hijo, con el poema «Canción del esposo soldado»:

 

He poblado tu vientre de amor y sementera, / he prolongado el eco de sangre a que respondo / y espero sobre el surco como el arado espera: / he llegado hasta el fondo.

Morena de altas torres, alta luz y ojos altos, / esposa de mi piel, gran trago de mi vida, / tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos / de cierva concebida.

 

Ya me parece que eres un cristal delicado, /temo que te me rompas al más leve tropiezo, / y a reforzar tus venas con mi piel de soldado / fuera como el cerezo.

 

Es evidente la coincidencia de estos versos con   los pasajes de la carta en la que el poeta le dice a su mujer: «Ya me parece que eres de cristal y que en cuanto te des un golpe, por pequeño que sea, te vas a romper…».

 

La guerra es caprichosa

 

Hernández participó en el II Congreso Internacional para la Defensa de la Cultura, que se celebró en  Madrid y Valencia. Allí se encuentra nuevamente con Neruda, quien llega en tren desde París, junto a los delegados de distintos países. El poeta chileno  quiso ir a ver su casa que había dejado intacta hacía cerca de un año y que durante el asedio quedó en la línea de fuego. En sus memorias recuerda:

 

Miguel Hernández, vestido de miliciano y con su fusil, consiguió

una vagoneta destinada a acarrear mis libros y los enseres de mi casa

que más me interesaban.

Subimos al quinto piso y abrimos con cierta emoción la puerta del

departamento. La metralla había derribado ventanas y trozos de pared.

Los libros se habían derrumbado de las estanterías. Era imposible

orientarse entre los escombros. De todas maneras, busqué algunas

cosas atropelladamente. Lo curioso era que las prendas más superfluas

e inaprovechables habían desaparecido; se las habían llevado los soldados

invasores o defensores. (…)

—La guerra es tan caprichosa como los sueños —le dije.

Miguel encontró por ahí, entre los papeles caídos, algunos originales

de mis trabajos. Aquel desorden era una puerta final que se cerraba en

mi vida. Le dije a Miguel:

—No quiero llevarme nada.

 

A fines de agosto de 1937 Miguel Hernández parte a Rusia en la delegación que el gobierno de la República mandó al V Festival de Teatro Soviético. Esto  muestra el reconocimiento que había alcanzado no sólo como poeta sino también como dramaturgo. Ese mismo año había publicado El labrador de más aire, El pastor de la muerte, y Teatro de guerra. Éste último libro incluye cuatro piezas breves que cumplían con los requisitos de escenografía simple, pocos actores y no más de media hora de duración, para ser puestas en escena en el frente.

 

El hombre acecha

 

Éste es el último libro impreso en vida del poeta, aun cuando no alcanzó a distribuirse y de los cincuenta mil ejemplares sólo se salvaron unos pocos. El 30 de marzo de 1939 las tropas de Franco entraron a Valencia, donde se encontraba la edición en pliegos sueltos, en espera de ser encuadernados y entapados. Fueron quemados todos, salvo tres o cuatro que habían sido enviados todavía en estado de galeras a distintos destinatarios. Una suerte parecida corrió en otro frente el libro España en el corazón de Neruda.

Se ha dicho que El hombre acecha es la otra cara de Viento del pueblo. Hernández siempre había sentido aversión a la guerra, pero tenía conciencia de la necesidad de luchar por la causa popular. Esto le producía un conflicto interno que se iba agudizando  en la medida en que se prolongaba la guerra civil.

El título de este libro nonato viene de los dos últimos versos de su «Canción primera»: «Hoy el amor es muerte,/ y el hombre acecha al hombre».

Como hace notar Dario Puccini, El hombre acecha muestra «un neto cambio de estado de ánimo y de intencionalidad en la voz de Hernández con respecto del libro anterior»:

 

«El cansancio de tres años de guerra, la persistencia de sus dolores de cabeza, la visión de tanta sangre, de tantos heridos, de tantos muertos, la íntima aversión a la sin embargo necesaria y áspera violencia, y finalmente, un presentimiento de derrota y de muerte, le han sacado a flote los tenaces sedimentos de tristeza que siempre tuvo en el fondo del alma».

 

A todo esto se suma su drama íntimo. El 19 de octubre de 1938 había muerto su primer hijo, de sólo diez meses de edad. El dolor aflora en la dedicatoria de El hombre acecha a Pablo Neruda:

 

«Pablo: un rosal sombrío viene y se cierne sobre mí, sobre una cuna familiar que se desfonda poco a poco, hasta entreverse dentro de ella, además de un niño, de sufrimiento, el fondo de la tierra. Ahora recuerdo y comprendo más tu combatida casa».

 

Las cárceles  y la muerte

 

El poeta se encontraba en Madrid cuando se produjo la sublevación del coronel Casado que precipitó la derrota de la República. El 14 de marzo de 1939, llega al pueblo de Cox, donde se reúne con su familia. Advertido del peligro que corría por toda su actuación durante la guerra, cruza la frontera a Portugal, donde la policía del dictador Salazar lo detiene y lo entrega a la Guardia Civil española. Es encerrado en la cárcel Torrijos, de Madrid, donde escribe uno de sus poemas más conmovedores, «Nanas de la cebolla», dedicado a su segundo hijo, que no tenía para comer más que pan y cebolla:

 

La cebolla es escarcha / cerrada y pobre: /escarcha de tus días / y de mis noches. / Hambre y cebolla: / hielo negro y escarcha / grande y redonda.

 

Este poema, junto a algunos que había empezado a escribir en 1938, y otros que seguiría escribiendo a escondidas, en distintas prisiones, serán recogidos en el libro Cancionero y romancero de ausencias.

 

Al parecer por gestiones de Neruda y otras personas ante el cardenal francés Baudrillart, quien intercedió ante Franco, o por el mariscal Pétain, entonces embajador en España, o por error judicial o por milagro, Miguel fue puesto en libertad. Le aconsejaron que saliera del país y que no fuera a Orihuela, donde todos lo conocían. Pero el poeta se fue a su pueblo natal, donde funcionarios franquistas lo identificaron y detuvieron nuevamente el 29 de septiembre de 1939. Se inició entonces el peregrinaje de casi tres años del poeta por diversos centros penitenciarios.

 

El 18 de enero fue condenado a muerte. Personajes del régimen, como el escritor falangista Rafael Sánchez Mazas, le hicieron ver a Franco la inconveniencia de ejecutar a un poeta de la estatura de Hernández, lo que inevitablemente reactualizaría el caso de García Lorca. Franco le conmutó entonces la pena, por treinta años de cárcel. Las malas condiciones en que vivió en prisión, le acarrearon bronquitis, tifus y una tuberculosis pulmonar aguda, que terminó con su vida en el Reformatorio de Alicante, en la madrugada del 28 de marzo de 1942. La Dirección del penal no pudo dejar de reconocer su condición de gran poeta y permitió a los presos desfilar frente al ataúd mientras la banda de reformatorio interpretaba la marcha fúnebre de Chopin.

La bucrocracia penitenciaria siguió funcionando post mortem. En 1944 se emitió una resolución que reducía la pena de Miguel Hernández en diez años, con lo cual quedaría en libertad el 4 de mayo de 1959.

Más allá de la grandeza de su poesía Miguel Hernández impresiona por la fuerza de la confianza que mantiene hasta el final en la capacidad humana para superar la adversidad y el abatimiento. La última estrofa de uno de sus últimos poemas, «Eterna sombra», dice:

 

Soy una abierta ventana que escucha, /por donde va la tenebrosa vida. / Pero hay un rayo de sol en la lucha / que siempre deja a la sombra vencida.

 

En sus memorias Neruda escribió:

 

El recuerdo de Miguel Hernández no puede escapárseme de las

raíces del corazón. (…)

Su rostro era el rostro de España. Cortado por la luz, arrugado como

una sementera, con algo rotundo de pan y de tierra. Sus ojos quemantes,

ardiendo dentro de esa superficie quemada y endurecida al viento, eran

dos rayos de fuerza y de ternura.

 

                                                                                  Darío Oses

 

Bibiografía:

Ferris, José Luis, Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta, Madrid, Temas de hoy, 2002. Hahn, Óscar, «Miguel Hernández, Rayo que no cesa», en Cuaderno, Fundación Pablo Neruda. Nº 66, invierno 2010. Hernández, Miguel, Obra poética completa, Madrid, Alianza, 1992. Martín, Eutimio, El oficio de poeta. Miguel Hernández, Madrid, Aguilar, 2010. Puccini, Dario, Miguel Hernández. Vida y poesía, Buenos Aires, Losada, 1970. Neruda Pablo, Obras completas, Barcelona, Galaxia Gutenberg. Círculo de Lectores 1999 – 2002. Zardoya, Concha, Miguel Hernández (1910 – 1942). Vida y obra. Hispanic Institute. Nueva York, 1955.

 

Brevísima antología

 

Llegaste a mí directamente del Levante. Me traías,

pastor de cabras, tu inocencia arrugada,

la escolástica de las viejas páginas, un olor

a Fray Luis, a azahares, al estiércol quemado

sobre los montes, y en tu máscara

la aspereza cereal de la avena segada

y una miel que medía la tierra con tus ojos.

 

También el ruiseñor en tu boca traías.

Un ruiseñor manchado de naranjas, un hilo

de incorruptible canto, de fuerza deshojada.

Ay, muchacho, en la luz sobrevino la pólvora

y tú, con ruiseñor y con fusil andando

bajo la luna y bajo el sol de la batalla.

 

Ya sabes, hijo mío, cuánto no pude hacer, ya sabes

que para mí, de toda la poesía, tú eras el fuego azul.

Hoy sobre la tierra pongo mi rostro y te escucho,

te escucho, sangre, música, panal agonizante.

 

No  he visto deslumbradora raza como la tuya,

ni raíces tan duras, ni mano de soldado,

ni he visto nada vivo como tu corazón

quemándose en la púrpura de mi propia bandera.

 

Joven eterno vives, comunero de antaño,

inundado por gérmenes de trigo y primavera,

arrugado y oscuro como el metal innato,

esperando el minuto que eleve tu armadura.

 

(…)

De  «A Miguel Hernández asesinado en los presidios de España», de «Los ríos del canto», Canto general.

 

 

Se llamaba Miguel. Era un pequeño

pastor de las orillas

de Orihuela.

Lo amé y puse en su pecho

mi masculina mano,

y creció su estatura poderosa

hasta que en la aspereza

de la tierra española

se destacó su canto

como una brusca encina

en la que se juntaron

todos los enterrados ruiseñores,

todas las aves del sonoro cielo,

el esplendor del hombre duplicado

en el amor de la mujer amada,

el zumbido oloroso

de las rubias colmenas,

el agrio olor materno

de las cabras paridas,

el telégrafo puro

de las cigarras rojas.

Miguel hizo de todo

—territorio y abeja,

novia, viento y soldado—

barro para su estirpe vencedora

de poeta del pueblo,

y así salió caminando

sobre las espinas de España

con una voz que ahora

sus verdugos

tienen que oír, escuchan,

aquellos

que conservan las manos

manchadas

con su sangre indeleble,

oyen su canto

y creen

que es solo tierra

y agua.

No es cierto.

Es sangre,

sangre,

sangre de España, sangre

de todos los pueblos de España,

es su sangre que canta

y nombra

y llama,

nombra todas las cosas

porque él todo lo amaba,

pero esa voz no olvida,

esa sangre no olvida

de dónde viene

y para quiénes canta.

Canta

para que se abran las cárceles

y ande la libertad por los caminos.

A mí me llama

para mostrarme todos los lugares

por donde lo arrastraron,

a él, luz de los pueblos,

relámpago de idiomas,

para mostrarme

el presidio de Ocaña,

en donde gota a gota

lo sangraron,

en donde cercenaron

su garganta,

en donde lo mataron siete años

encarnizándose

en su canto

porque cuando mataron esos labios

se apagaron las lámparas de España.

 

Y así me llama y me dice:

“Aquí me ajusticiaron lentamente”.

Así el que amó y llevaba

bajo su pobre ropa

todos los manantiales españoles

fue asesinado bajo

la sombra de los muros

mientras tocaban todas las campanas

en honor del verdugo,

pero

los azahares

dieron olor al mundo aquellos días

y aquel aroma era

el corazón martirizado

del pastor de Orihuela

y era Miguel su nombre.

 

De: «El pastor perdido», Las uvas y el viento.

 

Hermanamiento entre Cátedra Miguel Hernández y la Pablo Neruda:

 

La cátedra Miguel Hernández de la UMH y la cátedra Pablo Neruda de la Universidad de Chile han vuelto a juntar a estos dos poetas y amigos que la muerte separó prematuramente.

 

 

 

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