Diciembre 22, 2024

Poesía completa de Pablo Neruda. Tomo V. ( 1969 – 1974): El fin del viaje

La que hasta ahora es la edición más completa de la poesía de Pablo Neruda se cierra con el tomo V que comprende su obra publicada entre 1969 y 1974. En los últimos años de su vida, diversos factores personales y sociales llevaron al poeta a cons­truir una visión  más bien sombría, que se hace apocalíptica, en tres de sus obras:  Fin de mundo, La espada encendida y 2000.

 

Este tomo se abre con Fin de mundo al que el poeta definió como un libro «angustioso», aclarando que:

No es la angustia cósmica, es la angustia por un mundo que está tan lleno de muerte y de masacre. El mundo que me tocó vivir desde la guerra de España…, la invasión de los nazis, la masacre de judíos hecha por Hitler, los infernales bombardeos, la bomba atómica y tantas cosas terribles…

Al cumplir sus 65 años, el poeta parece advertir el agotamiento de un tiempo de sucesivas promesas que terminaban en desencantos. Al mismo tiempo iban apareciendo los síntomas de la enfermedad que no dejaría de agravarse hasta su muerte.

Sus convicciones políticas, que sufrieron un duro golpe en 1956, cuando la URSS  reconoció los crímenes de Stalin, fueron nuevamente conmovidas en 1968, con la invasión rusa a Checoslovaquia. En Fin de mundo escribió:

 

La hora de Praga me cayó / como una piedra en la cabeza, / era inestable mi destino, / un momento de oscuridad / como el de un túnel en un viaje / y ahora a fuerza de entender / no llegar a comprender nada…

 

Muertes y profecías

 

Fin de mundo es, principalmente, una mirada al siglo XX desde una perspectiva crítica :

 

Oh cuánto dispuso la muerte/ en las praderas de este siglo: / se conoce que la Cabrona/ quería jugar con nosotros/y nos dejó un planeta roto/ atiborrado de esqueletos/ con llanuras exterminadas/ y con ciudades retorcidas,/ desdentadas por el incendio,/ ciudades negras y vacías/ con calles que solo sustentan/ el silencio y las quemaduras.

 

Leer Fin de mundo 52 años después de su aparición, confirma la vigencia profética de la poesía que contiene. Muchos de sus anuncios se han cumplido y la tendencia apocalíptica de este libro, escrito en 1968 con el título provisorio de El juicio final, parece haberse exacerbado en el 2021. Así  por ejemplo Neruda muestra un mundo lleno de deshechos:

 

Hermosos fueron los objetos / que acumuló el hombre tardío,/  el voraz manufacturante: / conocí un planeta desnudo / que poco a poco se llenó / con los lingotes triturados, / con los limones de aluminio, / con los intestinos eléctricos/  que sacudían a las máquinas / mientras el Niágara sintético / caía sobre las cocinas.

 

Es notable la eficacia profética de algunas de las metáforas que Neruda construye en este libro. Habla, por ejemplo, de «los fracasados automóviles» con lo que parece sugerir la escena cotidiana de los embotellamientos del tránsito en las ciudades contemporáneas, donde la potencia automotriz se ve anulada en los “tacos” interminables.

 

Al referirse a la destrucción de las ciudades a causa de su propia desmesura Neruda escribe: “y Chicago llegó tan alto/ que se desplomó de improviso / como un cubilete de dados”, versos que no pueden dejar de recordarnos las imágenes de la caída de las torres gemelas.

 

En Fin de mundo Neruda reitera las críticas a Stalin que ya había hecho en otros libros como «Sonata crítica» de Memorial de Isla Negra. Aquí dice:

 

Un millón de horribles retratos/ de Stalin cubrieron la nieve / con sus bigotes de jaguar.

Cuando supimos y sangramos / descubriendo tristeza y muerte / bajo la nieve en la pradera / descansamos de su retrato / y respiramos sin sus ojos / que amamantaron tanto miedo.

 

El poeta nos advierte sobre tendencias mundiales que se han hecho más evidentes en este tiempo, como la propiedad monopólica de los grandes medios de prensa, En el poema «Prensa» escribe:

 

Un periodismo matorral / encendió incendios alevosos / o mató con una mentira / o propagó desodorantes / o confitó tiranías / o difundió la oscuridad. /Cada periódico propuso / las leyes de su propietario / y se vendieron las noticias / rociadas con sangre y veneno.

 

Por momentos Fin de mundo no concede ningún espacio a la esperanza:

 

No nos hagamos ilusiones / nos aconseja el calendario, / todo seguirá como sigue, / la tierra no tiene remedio: / en otras regiones celestes / hay que buscar alojamiento.

 

El libro muestra un panorama desolador de guerras y masacres, de un planeta envenenado donde se propaga universalmente la mentira, y donde ya no se sabe distinguir a los buenos y los malos, porque ambos comparten las mismas conductas homicidas.  Sin embargo, en una entrevista Neruda declaró:

 

… a pesar de lo negro que lo pinto, pienso que al final hay un toque de esperanza. Digo allí que si a través de los vuelos espaciales tocara buscar otro planeta, siempre volveríamos a este planeta podrido y magnífico que se llama la Tierra…

 

Y concluyó el libro con versos de esperanza:

 

…profetizo sin vacilar / que a pesar de este fin de mundo / sobrevive el hombre infinito.

Rompiendo los astros recientes / golpeando metales furiosos / entre las estrellas futuras, / endurecidos de sufrir, / cansados de ir y volver, encontramos la alegría / en el planeta más amargo.

Tierra te beso, te beso y me despido.

 

La fábula de los últimos amantes

 

Armado de esa esperanza Neruda sigue militando en el Partido Comunista de Chile y adhiere con entusiasmo a su línea política que busca llegar al socialismo por la vía democrática. En 1969, su partido lo designa candidato a la Presidencia de la República e inicia una campaña en la que recorre gran parte del país. A principios del 70 renuncia a su candidatura en favor de su amigo, el doctor Salvador Allende, quien a la cabeza de una coalición de partidos de izquierda, la Unidad Popular, ganará las elecciones presidenciales. Se produce entonces el último reencantamiento de Neruda con lo que se denominó el llamado «socialismo a la chilena». En su afán de defender al gobierno de Allende, escribió el poemario Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena, que apareció en febrero de 1973 en una edición popular de sesenta mil ejemplares.

Estas circunstancias vinieron a contrapesar aquella otra visión, cargada de sombras.

Pero antes de eso, la pérdida de su último gran amor, Alicia Urrutia, a la que renunció para mantener su matrimonio con Matilde, había motivado uno de sus libros más singulares, La espada encendida, (1970). Este poemario podría calificarse de post apocalíptico puesto que en él Neruda relata la historia  de Rhodo, sobreviviente de una catástrofe nuclear que ha destruido el mundo.  Rodho se refugia en el Edén salvaje de la Patagonia y cree ser el único y el último habitante de la Tierra, Pero entonces llega Rosía, procedente de la mítica Ciudad de los Césares:

 

se sintieron desnudos y se destinaron: / eran de nuevo dos inocentes perdidos, / mordidos por la serpiente de fuego, / otra vez solos en el jardín original.

 

Esta fábula  alude en lenguaje cifrado a la autobiografía del poeta  en sus últimos años. Aquí el pesimismo histórico de Neruda reaparece, porque esa pareja tiene la posibilidad de repetir la historia de Adán y Eva y procrear, pero entonces viene la pregunta:

 

Por qué fundar la humanidad de nuevo? / (…) Qué debo hacer, decía el viento, / y por qué debo convertirme en oro, / decía el trigo, no vale la pena / llegar al pan sin manos y sin bocas: / el vacío terrestre / está esperando fuera / o dentro del hombre: todas las guerras nos mataron a todos, / nunca quedó sobreviviente alguno.

 

En 1970 el poeta publica también dos de aquellas obras que se inscriben en su catastro poético del mundo: Maremoto y Las piedras del cielo. Con ellas vuelve por un momento a la pura contemplación de la naturaleza, y esto de alguna manera lo reconcilia con el mundo.

 

Bajo el turismo yace la isla

 

El crítico Greg Dawes hace notar que la próxima obra de Neruda, Geografía infructuosa,(1972) también carga con la desilusión de la utopía personal y social del poeta y gira en torno a la soledad y la muerte.

Otra versión de su pesimismo se encuentra en el libro La rosa separada (1972) sobre Isla de Pascua. Hacia fines de la década del 40 Neruda había escrito tres poemas a Rapa Nui para Canto general. Entonces la soledad y el misterio de la isla sugerían que esta era un espacio sagrado. En el viaje que hace a ella en enero de 1971, en cambio, la encuentra invadida y profanada por una avalancha de turistas de la que él mismo forma parte:

 

Somos torpes transeúntes, nos atropellamos de codos, / de pies, de pantalones, de maletas, / bajamos del tren, del jet, de la nave, bajamos / con arrugados trajes y sombreros funestos. / Somos culpables, como pecadores…

 

En este poemario, Rapa Nui aparece inalcanzable para el habitante de las ciudades modernas. El poeta experimenta como una culpa su incompatibilidad con la pureza de la isla. Se siente uno más entre aquellos turistas a los que muestra como viajeros o peregrinos degradados, nuevos Simbades y Colones «sin más descubrimiento que la cuenta del bar».

Los años postreros de Neruda son extraños: el 21 de octubre de 1971 recibe en Francia, donde servía el cargo de embajador, la comunicación oficial de que le ha sido otorgado el Premio Nobel de Literatura. A fines de ese mismo mes fue operado en París. Así, cuando alcanza el mayor reconocimiento a su obra literaria, el poeta ya está muy enfermo. Además los ataques de la oposición interna y del imperialismo  hacen que el futuro del gobierno de la Unidad Popular se vea cada vez más incierto.

 

Poemarios póstumos

 

Como lo indica el profesor Hernán Loyola, Neruda desde 1972 había empezado a escribir los siete libros de poesía y las memorias, «que su fiel editor Losada le publicaría con ocasión de su 70 cumpleaños, el 12 de julio de 1974 (…) lo vi trabajar algunos de ellos simultáneamente —y casi heroicamente dadas sus condiciones de salud— durante la primera mitad de 1973».

En 1972, el poeta regresa a Chile, renuncia a su cargo de embajador y se instala en su casa de Isla Negra a escribir esos siete libros: Elegía, 2000, El corazón amarillo, Jardín de invierno, Libro de las preguntas, Defectos escogidos y El mar y las campanas. Todos estos títulos se publicaron después de la muerte del poeta, uno de ellos en 1973 y los otros seis en 1974.

Aun cuando desde Isla Negra realizaba algunas acciones de apoyo al gobierno y a los candidatos de su Partido a las elecciones parlamentarias, el poeta recupera su soledad y una suerte de proximidad física y poética con el  mar. Greg Dawes hace notar que en ese conjunto de poemarios finales «se aprecia el despliegue de una obra multifacética, inmensamente creativa, experimental y audazmente crítica y autocrítica», obra en la que  también es posible advertir parentescos cercanos con diversos momentos de su producción anterior.

Este último tomo incluye, como cierre una interesante sección de prosa poética y poesía inédita, de distintas épocas. Lo mismo que en los tomos anteriores, se ha puesto especial cuidado en la revisión de cada poema, cotejándolos con versiones de manuscritos y mecanoscritos originales y de diversas ediciones.

 

Brevísima antología  V tomo

 

 La puerta

 

Qué siglo permanente!

 

Preguntamos:

Cuándo caerá? Cuándo se irá de bruces

al compacto, al vacío?

A la revolución idolatrada?

O a la definitiva

mentira patriarcal?

Pero lo cierto

es que no lo vivimos

de tanto que queríamos vivirlo.

 

Siempre fue una agonía:

siempre estaba muriéndose:

amanecía con luz y en la tarde era sangre:

llovía en la mañana, por la tarde lloraba.

 

Los novios encontraron

que la torta nupcial tenía heridas

como una operación de apendicitis.

 

Subían hombres cósmicos

por una escala de fuegoy cuando ya tocábamos

los pies de la verdad

esta se había marchado a otro planeta.

 

Y nos mirábamos unos a otros con odio:

los capitalistas más severos no sabían qué hacer:

se habían fatigado del dinero

porque el dinero estaba fatigado

y partían los aviones vacíos.

Aún no llegaban los nuevos pasajeros.

 

Todos estábamos esperando

como en las estaciones en las noches de invierno:

esperábamos la paz

y llegaba la guerra.

 

(…)

 

 

De Fin de mundo

 

iii

 

Invierna, Araucanía, Lonquimaya!

Leviathana, Archipiélaga, Oceana!

 

Pienso que el español de zapatos morados

montado en la invasión como en la náusea,

en su caballo como en una ola,

el descubridor, bajó de su Guatemala,

de los pasteles de maíz con olor a tumba,

de aquel calor de parto que inunda las Antillas,

para llegar aquí, de descalabro en derrota,

para perder la espada, la pared, la Santísima,

y luego perder los pies y las piernas

y el alma.

 

(…)

 

De  Aún

 

 

 

Anémona

 

La flor del peñasco salado

abre y cancela su corona

por la voluntad de la sal,

por el apetito del agua.

 

Oh corola de carne fría

y de pistilos vibradores

anémona viuda, intestino.

 

De: Maremoto

 

 

Los nuevos dioses

Como el mundo había muerto

los maltratados dos,

los expulsados,

escapados del último castigo,

sin Dios, sin nadie, sin Edén, caídos

con un racimo de animales locos

en medio del océano,

Rhodo y Rosía, humanos y divinos,

muertos de amor y de conocimiento,

golpeados, desollados, hijos de la catástrofe,

eran de nuevo el destino.

 

La libertad del mar los levantaba

en su espacioso vientre:

ondulaban sin rumbo y sin dolor

en una nave sola,

de nuevo solos, pero ahora dueños

de sus arterias, dueños

de sus palabras, dioses

comunes, libres en el mar.

 

De La espada encendida

 

 

 

ii

 

El cuarzo abre los ojos en la nieve

y se cubre de espinas,

resbala en la blancura,

en su blancura:

fabrica los espejos,

se retrata en estratas y facetas;

es el erizo blanco

de las profundidades,

el hijo de la sal que sube al cielo,

el azahar helado

del silencio,

el canon de la espuma:

la transparencia que me destinaron

por virtud del orgullo de la tierra.

 

De: Las piedras del cielo

      

A numerarse

 

Hoy es el veintisiete, un veintisiete.

Quién numeró los días?

De qué se trata?

 

Yo

pregunto

en este mundo, en esta tierra, en este

siglo, en este tiempo,

en esta vida numeral, por qué,

por qué nos ordenaron, nos sumieron

en cantidades, y nos dividieron

la luz de cada día,

la lluvia del invierno,

el pan del sol de todos los veranos,

las semillas, los trenes,

el silencio,

la muerte con sus casas numeradas

en los inmensos cementerios blancos,

las calles con hileras.

Cada uno a su número

gritan no solo aquellos infernales

de campamento y horno,

sino las deliciosas,

impostergables brunas

o azucaradas rubias:

nos enrollan en números que pronto

se caen de sus listas al olvido.

Yo me llamo trescientos,

cuarenta y seis, o siete,

con humildad voy arreglando cuentas

hasta llegar a cero, y despedirme.

 

De: Geografía infructuosa

 

 

i

Los hombres

Yo soy el peregrino

de Isla de Pascua, el caballero

extraño, vengo a golpear las puertas del silencio:

uno más de los que trae el aire

saltándose en un vuelo todo el mar:

aquí estoy, como los otros pesados peregrinos

que en inglés amamantan y levantan las ruinas:

egregios comensales del turismo, iguales a Simbad

y a Cristóbal, sin más descubrimiento

que la cuenta del bar.

 

Me confieso: matamos

los veleros de cinco palos y carne agusanada,

matamos los libros pálidos de marinos menguantes,

nos trasladamos en gansos inmensos de aluminio,

correctamente sentados, bebiendo copas ácidas,

descendiendo en hileras de estómagos amables.

 

De: La rosa separada

 

xxvi

 

Luego, adentro de Stalin,

entraron a vivir Dios y el Demonio,

se instalaron en su alma.

Aquel sagaz, tranquilo georgiano,

conocedor del vino y muchas cosas,

aquel capitán claro de su pueblo

aceptó la mudanza:

llegó Dios con un oscuro espejo

y él retocó su imagen cada día

hasta que aquel cristal se adelgazó

y se llenaron de miedo sus ojos.

Luego llegó el Demonio y una soga

le dio, látigo y cuerda.

La tierra se llenó con sus castigos,

cada jardín tenía un ahorcado.

 

De  Elegía

 

Otro

 

De tanto andar una región

que no figuraba en los libros

me acostumbré a las tierras tercas

en que nadie me preguntaba

si me gustaban las lechugas

o si prefería la menta

que devoran los elefantes.

Y de tanto no responder

tengo el corazón amarillo.

 

De: El corazón amarillo

 

La estrella

 

Bueno, ya no volví, ya no padezco

de no volver, se decidió la arena

y como parte de ola y de pasaje,

sílaba de la sal, piojo del agua,

yo, soberano, esclavo de la costa

me sometí, me encadené a mi roca.

 

No hay albedrío para los que somos

fragmento del asombro,

no hay salida para este volver

a uno mismo, a la piedra de uno mismo,

ya no hay más estrella que el mar.

 

De: Jardín de invierno

 

 

xxxiii

 

Y por qué el sol es tan mal amigo

del caminante en el desierto?

 

Y por qué el sol es tan simpático

en el jardín del hospital?

 

Son pájaros o son peces

en estas redes de la luna?

 

Fue adonde a mí me perdieron

que logré por fin encontrarme?

 

De: Libro de las preguntas

 

 

El gran orinador

 

El gran orinador era amarillo

y el chorro que cayó

era una lluvia color de bronce

sobre las cúpulas de las iglesias,

sobre los techos de los automóviles,

sobre las fábricas y los cementerios,

sobre la multitud y sus jardines.

 

Quién era, dónde estaba?

Era una densidad, líquido espeso

lo que caía

como desde un caballo

y asustados transeúntes

sin paraguas

buscaban hacia el cielo,

mientras las avenidas se anegaban

y por debajo de las puertas

entraban los orines incansables

que iban llenando acequias, corrompiendo.

pisos de mármol, alfombras,

escaleras.

(…)

 

De: Defectos escogidos

 

[Se llama a una puerta de piedra]

Se llama a una puerta de piedra

en la costa, en la arena,

con muchas manos de agua.

La roca no responde.

 

Nadie abrirá. Llamar es perder agua,

perder tiempo.

Se llama, sin embargo,

se golpea

todo el día y el año,

todo el siglo, los siglos.

 

Por fin algo pasó.

La piedra es otra.

 

Hay una curva suave como un seno,

hay un canal por donde pasa el agua,

la roca no es la misma y es la misma.

Allí donde era duro el arrecife

suave sube la ola por la puerta

terrestre.

 

De: El mar y las campanas

 

 

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