Diciembre 22, 2024

Catar formas tristes. Circuitos integrados de David Bustos

 

 

por Loreto Contreras Godoy

 

Advertencia: estas serán unas palabras apretadas dedicadas a un libro que, por el contrario, extiende las formas en más formas, que va hasta sus rincones para encontrar ahí otros territorios. Será necesario aclarar que forma refiere aquí a todo aquello que habita en el límite del lenguaje que cierta poesía ostenta ser, como señala Badiou[1]. En este sentido, puede entenderse forma como imagen poética, pero sería esto limitar excesivamente los modos en los que las formas del lenguaje poético adquieren vida, porque ¿qué pasa cuando la forma es puro lenguaje que no se remite más que a sí mismo y ni una imagen puede cubrir su desnudez? Tal como en ciertos haikus zen (no es la primera vez que el budismo se sienta a la mesa con la poesía de Bustos) que en el no decir quieren efectivamente no decir nada para que aparezca así la vida, para presentarla.

Circuitos integrados es una antología que se salta ciertas convenciones propias del paratexto de toda antología. En el índice, por ejemplo, no encontraremos la referencia bibliográfica del origen de los textos, tampoco eso ocurrirá a lo largo del libro. Y es un sacrificio necesario borrar esos hábitats originarios, porque así es como también se integran: poemas sin origen que componen un libro-circuito, que es una red, una constelación más pequeña hecha de retazos de las constelaciones de los libros anteriores de David (como lo infinitos pequeños y los infinitos grandes que Cantor se propuso contabilizar).

Y así como sus libros se deshacen para hacer aparecer otro completamente nuevo, cada uno de estos poema elegidos es un multiplicarse en más formas circulantes: devenires («La existencia traspasa un bosque de sonido»); los múltiples del uno que insiste en ser muchos («Tronco es raíz con forma de tronco»); revoltijos de las cosas imaginarias con las reales  («[…] sintonizas la frecuencia / de las cosas que absurdas y vivas / se acumulan en tu ADN que riegas / como hiedras en turbios arroyos de colores.»); reversiones inexactas («El espectáculo / es en otra parte, sombras que han quedado atrás del telón»); intersticios dónde se puede habitar («Entre la forma y la forma / vive un murciélago batiendo sus alas en la opacidad»). Y esta enumeración sólo puede ser un registro acotado de cómo las formas se rehacen en otras formas, y en esta multiplicidad de las operaciones, además, hay una voz que las experimenta, diremos que las disecciona con la mirada y así las saborea.

Esta proliferación, por lo tanto, no es la hiperproducción de formas sin espíritus, o sin alma para parafrasear a ese ensayo de Lukács [2]. Todos los modos del lenguaje poético de Circuitos integrados emergen de la plasticidad de una voz que se reconoce como «catador de formas tristes», y de esta manera, este deshacer, es también una morfofagia: síntesis que cuando es topográfica emergen otras zona («Mientras, un bosque húmedo despierta dentro de mí»); cuando es fotosensible al color lo vuelve carne («Los bronces del poema / reflejados al sol»); cuando está enamorada mapea el movimiento de los cuerpos en el tiempo («Un manto de lugares comunes somos / un fragmento de fechas / alojado en el oído») . Acecha así las cosas aproximándose hasta el límite íntimo donde «La fuga/ hace su forma al andar» o alejándose para apreciar la intimidad amorosa en la que «le sacas el cuerpo a las cosas y las cosas vuelven a sentarse contigo». La tristeza es, por su lado, la presuposición de que las formas serán también recuerdos, zonas en las que se constata lo que ahí estuvo y escapó. Esta fresca fugacidad triste por duelo, pero tierna, es el pulso circulante de estos circuitos integrados.

«No hablo de la sed / ni del hambre / tampoco de los sueños / sino de la importancia / de lo que no se dice / cuando se habla»

¿Y qué es lo que no se dice sino la forma? Ella no necesita ser dicha en el poema, ella es, está ahí, es la señal de la vida catada hasta su última partícula. La lengua-ojo, que identificamos como la voz del hablante, divide, observa, saborea, persigue, atrapa y suelta, en el paroxismo de la contemplación, como es la vida cuando ella es forma.

Circuitos integrados es una constelación que se deja catar en la danza de la forma; danza de la vida mínima que puede ocurrir en «el tiempo de los muebles» o «en la orilla de una playa conocida», en otras palabras, en su multipotencialidad.

[1] Badiou, A. (2012). El recurso filosófico del poema. (83-96) En “Condiciones”. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

[2] Lukács, G. (2013). El alma y las formas. Valencia: Universitat de València.

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