Noviembre 21, 2024

Versiones y traversiones

Carlos Trujillo, poeta y académico

 

La pandemia del covid 19 llegó de repente y sin mayor aviso alteró las tareas, los quehaceres diarios, las obligaciones y, por decirlo de alguna manera, hasta los calendarios de todos, puesto que los fines de semana y los días festivos se volvieron tiempo de encierro, semanas y meses enteros se volvieron tiempo de encierro y, por aquí y por allá, en un sitio sí, en otro no, la semana laboral se tiñó a ratos de pálidos tonos de normalidad, mientras que en otros, tuvo cualquier tono, menos aquel al que la vida nos había acostumbrado.

Imagino que cada persona vivió el comienzo de la pandemia de manera semejante o sólo ligeramente distinta, pero a medida que fue avanzando sin trazas de acabar, cada uno tuvo que ir inventándose nuevas actividades, nuevas tareas, nuevos horarios de sueño, y nuevas rutinas para romper de alguna manera la inquietante rutina covideana.

Tras mucho tiempo de lectura, escritura y trabajos domésticos, de repente me llegó la idea de que teniendo tanto libro de poesía en inglés en mi biblioteca, diariamente los veía  dormir el apacible sueño de los libros que no se leen o, mejor dicho, que no pueden compartirse por falta de lectores. Entonces pensé en pedirles a todos mis amigos y amigas que aprendieran inglés, pero di en la cuenta de que la pandemia tendría que volverse poco menos que eterna para conseguir tal objetivo, de modo que tomé el camino más corto y me puse a trasladar al español –a mi español chilote-chileno– algunos poemas de poetas que me pareció bueno compartir y difundir entre los amigos y amigas de este hermoso sur y de buena parte de nuestro país. Así se me fueron apareciendo los nombres de Billy Collins, Allen Ginsberg, Louise Glück (Premio Nobel de Literatura 2020), Daniel Hoffman, Kenneth Koch, Denise Levertov, Archibald McLeash, Robert Pinsky, Adrienne Rich, Mark Strand, Tracy K. Smith,  Wallace Stevens, y el jovencísimo poeta vietnamita-estadounidense Ocean Vuong, que me tiene ocupado en estos días, quienes vinieron a unirse a otros cuya poesía ya había vertido al español hace varios años, como Raymond Carver, Gnar Gavin, Terrance Hayes, Dunya Mikhail y Thomas Merton, que es seguramente a quien he dedicado más tiempo de lectura.

Desde que le tomé el gusto a esta tarea opté por darle un nombre, puesto que la palabra «traducción» nunca me ha parecido totalmente adecuada para referirse al hecho de llevar un poema de una lengua a otra. Entonces no me lo pareció ni todavía me lo parece puesto que la poesía al decir de Gonzalo Rojas es «sonido + sentido», por lo que para llevar con exactitud y belleza un poema de una lengua a otra se requeriría dar en el clavo con el traslado exacto de esa doble vibración: la del sonido y la del sentido, pero hasta donde sé esa posibilidad no existe, dadas -entre otras cosas- las enormes diferencias que hay entre una lengua y otra. Por otro lado, si se tratara de poemas rimados, qué podría hacer el traductor para conseguir el sonido de esas rimas en su versión del poema cuando las palabras que dicen lo mismo o aproximadamente lo mismo son tan tremendamente diferentes en ambas lenguas. Por eso, he preferido mis neologismos «traversión» y «traversiones» para referirme a esta parte de mi trabajo que claramente es una mixtura de traducción y versión personal de un poema, puesto que sería imposible desprenderse de lo que es y lleva dentro uno mismo para conseguir la imposible traducción exacta.

Antes de aprender inglés, pero después de mis seis trabajados años de inglés en el liceo, donde no llegábamos mucho más allá de aprender que «the door is red» y «the sky is blue», ya convertido en un estudiante universitario de provincia con todas las flaquezas que eso suponía, tuve la oportunidad de encontrarme con La confesión de un granuja, del poeta ruso Serguéi Esenin, traducida por Jorge Teillier, en su hermosa edición hecha por Editorial Universitaria. Debo confesar que me encantó el libro y mi admiración por Teillier (a quién aún no conocía personalmente) se hizo muchísimo mayor, puesto que si bien estaba enterado de que hablaba francés, no se me pasaba por la mente que hablara ni pizca de ruso. Lo cierto es que me encantaron los poemas de Esenin, y creo que fue principalmente por su parecido con la poesía de su traductor. Mi preclara y fulgurante inocencia provinciana me hizo creer que la hermosa cercanía de tono, forma y lenguaje que había entre ambos poetas no podía deberse a otra cosa que el poeta ruso fuera una de las influencias mayores del poeta lautarino.

A los pocos años, o tal vez por allí mismo, llegó a mis manos otro hermoso libro: Poesía rusa contemporánea, publicada inicialmente en 1965, en la Editorial Progreso de Moscú y reeditada en 1971, en Santiago de Chile, por Ediciones Nueva Universidad, traducida nada menos que por Nicanor Parra.

Leí con entusiasmo el volumen que contenía poemas de Alexandr Blok, Vladimir Mayakovski, Boris Pasternak, Ana Ajmátova y, por supuesto, de Serguéi Esenin, entre 20 o 25 poetas más. Los leí a todos con entusiasmo y fervor, como debe leerse la poesía, pero tras leer a Esenin no pude menos que decirme: «¡Puchas que diferente es al de Jorge Teillier!» Y debo aclarar que no fue una idea fortuita nacida sin ninguna razón, puesto que el larismo de aquel granuja leído anteriormente difería bastante en lenguaje y tono al granuja que tenía ahora en mis manos. Afortunadamente, no todas las ampolletas de mi cerebro estaban apagadas porque sólo bastó que una de ellas alumbrara un poquito más para que me diera cuenta que el granuja original, digamos, el joven granuja ruso, era el mismo, pero que a aquél se le habían sumado otros dos granujas made in Chile que habían vertido esos poemas en su buen y hermoso castellano chileno, acomodándolos cada uno a su lenguaje personal e íntimo, llámesele lárico, llámesele  antipoético, llámesele chillanejo o lautarino. Así que empecé a  pensaro que era por ahí por donde iba la cosa. Los poemas de Serguéi Esenin al ser vertidos a otra lengua no habían perdido nada (o al menos nada visible para el lector en castellano) sino que muy al contrario, habían ganado dos versiones distintas que no habrían sido posibles de no ser por el empeño y la pasión de Tellier y Parra.

No hay duda de que esta es una hermosa historia sobre poesía, poetas y traductores. Pero como toda buena historia siempre pide más, ¡démosle un poco de tiraje!

Ya dije que al leer al Esenin, versión Teillier, no tenía ni la más mínima idea de que éste hubiera hablado o leído ruso y, para ser sincero, hasta el día de hoy no he encontrado a nadie que me confirme que lo hacía, lo que no le quita ningún mérito a Jorge porque hasta este momento tampoco he encontrado pistas que me muestren que Parra haya dominado o tenido al menos algún ligero conocimiento de esa lengua. Pero lo que es sí es innegable es que sus traducciones -perdón, sus versiones en castellano- son magníficas. Esto me lleva a un recuerdo de un hecho ocurrido en Castro, el año 1988. Nos encontrábamos en una sesión del Segundo Encuentro de Escritores en Chiloé, cuando por alguna razón imposible de recordar, Miguel Arteche se paró y citó algunos versos en inglés y luego otros y otros. Los poetas jóvenes -es decir, casi todos los que estábamos allí- simples y puro hablantes de nuestro castellano-chilote quedamos tan sorprendidos como maravillados. Y la maravilla no terminó allí porque de inmediato le retrucó Armando Uribe lanzándole de memoria otro poema en inglés. Allí el asunto se transformó en maravilla divina (porque me imagino no hay nada más parecido a lo divino que escuchar a otros hablar o recitar con la mayor naturalidad en una lengua de la que uno no entiende ni palote), y la conversación fluyó de inmediato hacia las traducciones de poesía y de cuánto y tan bien hay que conocer una lengua para poder hacer traducciones.

Entonces, Miguel mencionó que la versión de Romeo y Julieta, de Shakespeare, que se leía en los colegios chilenos había sido hecha por Pablo Neruda. A lo que Armando Uribe respondió: «¡Pero si Neruda no sabía inglés, hombre! ¡Él entró a la universidad a estudiar francés, pero no alcanzó a terminar el primer año!»

La respuesta de Arteche llegó con la rapidez de un rayo: «¡Seguro que la soñó! ¡Seguro que la soñó!»

«¡Eso es!» -dijo Armando- «Neruda no pudo hacer esa traducción, pero es buenísima. ¡Seguro que la soñó!»

De modo parecido, aprovechándome o mejor dicho a causa del tiempo libre que me ha regalado la pandemia yo, también, de alguna manera, me he puesto a soñar y soñar y resoñar en castellano poemas de poetas que escriben o escribieron en inglés y poco a poco iré compartiendo con ustedes algunas de esas traversiones.

 

 

Altos de Astilleros, 10-11 de marzo de 2021

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