Julio 5, 2024

«Lo único que temo es que me falte el tiempo». Entrevista a Enrique Giordano.

Por Ernesto González Barnert

 

Durante el mes de febrero conversé con Enrique Giordano quien es Magíster y doctor en Literatura de la Universidad de Pensylvania, académico de Literatura Hispana en la Universidad de Cincinatti, Ohio y por once años fue profesor en el Barney College de la Universidad de Columbia en Nueva York. Fue en este período que escribió “El mapa de Amsterdam”, libro que tras 25 años, la editorial Cuarto Propio reeditó y presentó recientemente en Chile. La primera publicación fue en 1985, la circulación escasa, por Libros del Maitén.

El 2014 apareció “El Silencio de Claudio [Escritos Post Mortem]”también por Editorial Cuarto Propio. Libro en el que a juicio de Héctor Hernández Montecinos, Premio Pablo Neruda de Poesía Joven:“no hace más que traer a colación estos tres momentos no temporales, tampoco espaciales, sino energéticos entre lo que es un autor y una obra. Atracción y repulsión de lo creado y el creador, pero viendo como ese creador es también parte de su obra, viendo como puede desaparecer de acá y entrar allá, cruzar esa imaginaria línea que nos separa de todo lo que no es imaginación. Sabemos que Claudio ha muerto. La fracturación del esqueleto de los poemas a lo largo del libro es a la vez el de Claudio, asimismo, las imágenes que salpican las páginas con cierta regularidad parecieran ser las imágenes de una vida caleidoscópica que en los últimos segundos antes del zarpe final aparecen como el barco que Rimbaud veía llegar entre sus alucinaciones para irse con él.”

El profesor y poeta, nació en Concepción y eso lo llevó a ingresar a la Universidad de Concepción a estudiar literatura. Aunque la pedagogía no era lo que le atraía, con el correr de los años se ha dedicado y ganado la vida con ella, aunque la academia es absorbente y quita mucho tiempo para escribir. Cuando estudió, el departamento de Español vivía un momento espléndido con profesores como Gonzalo Rojas, Jaime Concha, Juan Zapata y otros.

Entre sus publicaciones está: Poesía y Poética de Gonzalo Rojas, 1987.  Manuel Puig: montaje y alteridad del sujeto (coautor), 1986.  El mapa de Ámsterdam, poemas originales, 1984.  La teatralización de la obra dramática: De Florencio Sánchez a Roberto Arlt, 1982. Artículos sobre Borges, Cortázar, García Márquez, Griseda Gámbaro, semiótica del teatro, etc.

Acerca de éste libro mítico, El mapa de Amsterdam, podemos encontrar en el sitio memoria chilena un artículo de Javier Bello, academico y poeta, Premio Pablo Neruda de poesía joven muy decidor sobre su fuerza y alcance: http://www.memoriachilena.gob.cl/archivos2/pdfs/MC0048822.pdf

 

-¿Cómo ves tu poesía, el viaje desde “El mapa de Ámsterdam” a “El silencio de Claudio –Escritos Post Mortem–”, dos vigas de tu casa escritural?

-Como ya he señalado en otras ocasiones, mi verdadera gran pasión era el teatro. Me veía como dramaturgo, actor y director pero no como poeta. Escribía poesía pero nunca se me ocurrió publicarlas y presentarlas, excepto algunas en la revisa Arúspice pero nada más. Esto me duró hasta mi estadía en Nueva York, donde viví desde1975 hasta 1986. Cuando terminé mi doctorado en literatura y teatro en la Universidad de Pensilvania, Filadelfia, donde estudié desde 1973 a 1975, me di cuenta de que la vuelta a Chile no iba a ser muy pronta, sentí que el exilio sería mucho más largo de lo que había pensado. Estaría desde entonces condenado a vivir como un eterno extranjero y conocería el profundo dolor y desolación del extrañamiento, en un mundo que no era el mío y que costaría mucho comprender. En New York me dediqué intensamente al teatro, me gustó enseñar en Barnard College y entrar en contacto con escritores la mayoría hispanos como Manuel Puig, Julio Cortázar, Reinaldo Arenas, Roberto Echavarren, Juan Goytisolo, Iván Silén, Elena Poniatowka, Griselda Gambaro, Manuel Ramos Otero, etc. No obstante, mi carrera  teatral iría a sufrir un vuelco definitivo hacia la creación poética. Para escribir teatro se necesita tener un espacio propio, una relación con quienes lo habitan para que se produzca el diálogo indispensable, pertenecer a él. Mi situación, aunque activa en el medio neoyorquino seguía siendo otro perdido en un laberinto de otredades que nunca logran integrarse. La poesía es libre y puede viajar por todo el mundo.

Al comenzar a escribir El mapa de Ámsterdam  no tenía plena conciencia que lo que escribía era poesía. En realidad era una variante de poesía narrativa, influido tal vez por la poesía norteamericana de las últimas generaciones. Simplemente me dejé llevar por el fluir de la palabra, superando así un período de crisis provocado por la necesidad vívida de recuperar un pasado perdido para siempre y que recién en la distancia enorme venía comprender en su cabalidad. Fue surgiendo así un texto híbrido entre lo epistolar, lo confesional y lo poético narrativo. Pese a tener a tener una fuerte conciencia sociológica, nunca he podido captar ni expresar la realidad a través de una reducción ideológica o testimonio político. Por esto me sentí incomprendido o ignorado por muchos poetas, críticos y lectores de la época. El sufrimiento de un ser humano conlleva el sufrimiento de todos y en la trayectoria de su dolor se puede llegar hasta las raíces de toda una colectividad. Fui creando un texto híbrido de la mera nostalgia que intentaba ir más allá en la profundidad y plasmar ese magma de vivencias hermosas pero llenas de dolor. Así la primera parte aspira a una totalización a través de una historia de amor que atraviesa desde los años 60 hasta los 80, historia de amor homosexual porque necesitaba partir de una erótica personal que me exigiera una total sinceridad, que me permitiera captar nuestro mundo desde un ángulo silenciado, una perspectiva marginal que ofrece focalizaciones diferentes, intentando ofrecer  una dimensión nueva de nuestra propia realidad. Nuestras alegrías y sufrimientos son en el fondo los mismos, en nuestras diferencias nos reconocemos.

La segunda parte del libro, el “contramapa” por el contrario rompe con este intento y lo que representa. Es el espacio del exilio, de la desintegración, de la pérdida de la identidad en un mundo extraño. El amor no integra y en tanta diversidad logra su estructura a través de puntos nodales que lo sostienen. La nostalgia de la primera parte queda sustituida por el desgarro de un amor destruido en la segunda. El personaje de la segunda parte es la contrapartida del Miguel y en este caso son la drogadicción y el alcoholismo los que acaban por destruirlo, atrapado por una estrecha relación incestuosa que los separa de una realidad de carencia absoluta, en un exilio extraviado para siempre. Los paralelos son claros y lo que pretendía era introducirme en ambos mundos, el propio y el extraño a través de la intimidad de dos víctimas para mí significativas.

Para mí “El mapa de Ámsterdam” es para mí un hecho poético único e irrepetible hasta el extremo de llegar a pensar que mi actividad como poeta se terminaba allí. Todos los poemas que escribí después tendían a ser repetición de lo mismo, sin aportar nada nuevo. Si hay algo que me resulta inaceptable en todo tipo de creación artística es la repetición y de los intentos que tuve en ese período solo se salva según mi opinión, mi poema largo “Riverscape”. El resto fue directamente a la basura, como tengo costumbre de hacer con los poemas que no me satisfacen o convencen. Me han dicho que mi autocrítica  es excesiva y que eso frena mucho  mi carrera de escritor. Es cierto, no doy a conocer nada mío sin estar seguro de que está bien o al menos me satisfaga, me aterra publicar un poema malo. Julio Cortázar me aconsejó que era fundamental no repetirse pero sin exagerar ni tomárselo tan en serio. Trato de seguir su consejo.

Me quedó claro que no iba a escribir otro mapa y que mi librito simplemente viviría lo que tenía que vivir. Fue un período crítico en mi escritura y llegué  a temer que no podría escribir otro poema, menos aun cuando la presión de mi actividad académica se fue haciendo cada vez más abrumadora. Cuando tomé una de las peores decisiones de mi vida al dejar Nueva York e irme a Ohio, caí en una depresión profunda que duró años y que me aisló personalmente en todo sentido. El trabajo en la universidad era cada vez más absorbente. No por eso dejé mi actividad de escritura y publiqué muchos artículos académicos en literatura hispanoamericana, estudios y activismo LGTBI/feministas, teoría literaria/teatral/cinematográfica y algunos poemas que no di a conocer. Sin embargo, logré retomar mi texto dramático “El último pétalo de la Flor de Fango” que me tomó como cuarenta años en darle el corte final. Pese a esto, ya en la década del 90 comencé a trabajar sin darme cuenta en lo que iba  a ser mi segundo libro poético El silencio de Claudio. Este se fue gestando de a poco y de allí fui creando textos dispersos. Cuando pude seleccionar el material que me resultaba significativo y desechar el resto, me di cuenta de que iba a engendrar otro libro. No iba a ser un poemario sino algo diferente, me veía en un laberinto cuyo hilo salvador me lo dio una nueva lectura de Luigi Pirandello en referencia a Seis personajes en busca de autor: ¿Por qué tenemos que someternos a una sola elección? ¿Por qué no abarcarlas todas en una misma obra? Sabía que era una empresa imposible pero valía la pena intentarlo. De hecho no lo logré pero en el intento descubrí muchos senderos que antes no conocía. Si en El mapa de Ámsterdam hay dos historias de amor identificables que sirven de espina dorsal al texto poético y le dan una base narrativa, en  El silencio de Claudio encontramos una ruptura total donde toda historia subyacente se da como una posibilidad y se distribuye en una dinámica arborescente. El texto es un juego de líneas narrativas entrelazadas, de potencialidades que nunca llegan a una conclusión: nada ES, cada hecho constituye lo que no es, lo que no fue, lo que pudo haber sido, lo que quisimos que fuera, lo que no fue más que la proyección del deseo, lo que no permitió que algo fuera de una manera determinada.

Es imposible delinear una historia completa porque no es un crucigrama. Cada línea queda suspendida y en la superficie del texto solo se manifiesta mediante fragmentos incongruentes. Naturalmente el texto ofrece pistas que permiten relacionar pasadizos dentro del laberinto y determina su estructuralidad pero no su estructura total. Tratar de adivinar “lo que pasó” es una forma errada de leer el texto porque no es una novela y lo narrativo se da integrado a lo poético, lo visual, lo teatral y de alguna manera a lo musical. Creo firmemente en la difuminación de los límites tradicionales entre las tendencias literarias y artísticas como característica esencial del arte y la literatura contemporánea.  De allí que no se pueda tampoco catalogar el libro como poesía propiamente tal, se puede decir no obstante que lo poético está en los cimientos del libro, es su principio engendrador. Interpretar el libro como anhelo de ubicuidad sería otro error porque este concepto implica un anhelo de totalización y en este caso se trata por lo contrario de un sumirse en la pluralidad.

Utilizando una envejecida metáfora podríamos decir que el texto se elabora en una suerte de constelación donde las imágenes que diseñan el trazado sideral no son sino una apertura a un universo probablemente infinito e inalcanzable. La influencia de Borges es indiscutible pero más aún la de Lacan, lo que puede apreciarse a través de toda la lectura del texto sobre todo en la gravitación de la carencia como motivación de los diversos personajes. La intertextualidad es como en mi libro anterior, un procedimiento generador de suma importancia. Debo mencionar también a Manuel Puig con su dinámica de narraciones suspendidas y muchos otros. En la temática es explícita la influencia de Edgar Allan Poe (ser enterrado vivo o emparedado en un barril de amontillado son obsesiones). Y en cine, Alain Resnais, Ingmar Bergman, Aleksandr Sokurov, Andréi Tarkovski y David Lynch.

A pesar de su diferencia, El mapa de Ámsterdam y El silencio de Claudio están íntimamente relacionados por lo que he señalado anteriormente y por lo que tendré que explicar en las preguntas siguientes. Aparte de algunos poemas independientes, son mi obra poética total hasta el momento. Los dos suponen una trayectoria larga y dolorosa en sus años de gestación, mucho más difícil en el caso de la segunda donde logré seleccionar cuatrocientas páginas de borrador y todo parecía indicar que la versión final iría a ser de unas ochocientas a mil páginas. Era necesario entonces reducir porque tal densidad iba a ser como un tsunami cayendo sobre el pobre lector y un infierno que acabaría devorándome a mí mismo, tal cual las letras y las palabras de los manuscritos tratan de devorar a Claudio y a su madre para luego arrasar con la ciudad completa. Asumí la responsabilidad de reducir el texto considerablemente y tomé esta labor tan en serio que finalmente la versión final quedó en ciento cuarentainueve páginas manuscritas, lo cual lo hace más leíble pero tal vez no menos complejo. En todo caso el resultado final está conseguido, así quedó, sea cual sea la recepción que tenga. No habrá otro Silencio de Claudio.

De lo que no se publicó la mayor parte fue a dar a la basura tal cual hice con los restos de El mapa…, sin embargo rescaté algunos textos que me gustaban y con los cuales podría realizar un proyecto satélite. Desgraciadamente los perdí durante el proceso de mudanza definitiva a Chile, proceso que resultó realmente desastroso. Mientras tanto estoy ya en odisea muy dificultosa con mi proyecto de Víboras del mal amor. Este cubre toda una trayectoria que se extiende hacia el día de hoy y las circunstancias para Chile y el mundo entero son extremadamente complejas. Tengo una claridad ideológica pero todavía no puedo asimilarlo todo poéticamente, menos aún expresarlo. Lo único que temo es que me falte el tiempo.

 

-¿Cómo un escritor que ha “surfeado” los distintos géneros literarios, ves en todos ellos “un arte poética”, un lazo que los une, o son potes en e

-Bueno, de esto ya he hablado bastante en la pregunta anterior e inevitablemente tendré que repetirme No creo que pueda elaborar un arte poética por el momento y prefiero hablar sobre lazos que unen los distintos géneros literarios y artísticos que he aventurado con diferentes resultados.  Lo primero que puedo afirmar con certeza es que mi trabajo ha ido derivando cada vez más intensamente hacia el texto híbrido que no puede ser categorizado únicamente como poesía, narrativa, teatro o artes visuales porque trata de atravesar todas estas tendencias para crear un texto pluridimensional. Dije que no me interesa ir hacia una ubicuidad porque lo que busco es un tercer espacio donde todas estas artes se combinen, traten de integrarse en él. Tampoco creo en estructuras cerradas porque busco una forma de apertura incesante donde nada ES sino que está siempre en una constante dinámica de SEGUIR SIENDO en interacción con el otro. Esto ya lo tenía claro al escribir El silencio de Claudio y explica su complejidad y dificultad de lectura. Nada de lo que narro poéticamente tiene una solución final ni llega a un cierre del texto, porque nada en la vida se soluciona o tiene un cierre definitivo y lo que experimentamos es un complejo de continuidades que pueden seguir meandros insospechados. Gozo del cine de Hitchcock por ejemplo, pero nunca podría generar un texto como sus guiones ni tampoco podría escribir narraciones clásicas.

Aun en mis intentos teatrales como dramaturgo o director aspiraba siempre a lograr un nivel poético que lograra trascender el fenómeno meramente dramático, ir más allá de la presencia inmediata de la escena, lograr ese tercer espacio donde intervienen de manera más decisiva lo poético, lo visual, lo musical. Me interesa más lo que se sugiere que lo que se dice o se afirma en la superficie del texto. Los recursos de distanciamiento los utilizo solo cuando la dinámica diferencial de la obra lo exige.

En ambos libros se da lo que siempre ha sido la constante en mí: la transgresión a todo nivel tanto de la obra poética como teatral, la agresividad sistemática en todos mis planteamientos. Así lo fue también mi trabajo de investigación en la academia, lo cual explica que mis conferencias y presentaciones en congreso provocaban a menudo un estrepitoso escándalo. Esto continuó siendo así dada mi convicción de que tanto el espacio de la representación teatral como de la página del texto literario son en el fondo los espacios de la verdad y esta exige una ruptura de los límites impuestos por el sentido común de una sociedad opresora, limitante, que impone reglas y protocolos convencionales que nos prohíbe la autenticidad.

El tema de la homosexualidad estará siempre presente en todo texto que yo escriba, aun en El silencio de Claudio donde se trata más bien del incesto y lo incestuoso. Lo homo-erótico y la bisexualidad se dan de manera explícita ya en mi obra teatral Juego a tres manos que presenté con el Teatro Independiente Caracol en Concepción en el año 1969, en la cual se rompía violentamente con todo prejuicio y represión de una sociedad tan hetero-normativa como lo era la de esa época. Se trataba realmente de una estética de la violencia como se diera en el teatro universal. Menos violenta pero más eficaz es mi libro poético El mapa de Ámsterdam donde la homosexualidad aglutina muchos otras temáticas, tratando de romper con las vallas que se imponen a la sexualidad y de lograr que el lector se pueda identificar con esa forma de amor, borrando la binaridad de “lo normal” y “lo anormal” y la imposición tradicional de la heterosexualidad como única forma legítima y posible de amor entre seres humanos.  En el segundo libro lo homo-erótico es menos patente y lo podemos ver en la posibilidad de que Claudio y Lorenzo sean amantes o en las fantasías eróticas de Claudio de una relación sexual con el padre que vendría en la noche desde el otro lado del mar a poseerlo. Lo que viene a ser un común denominador en estos dos libros como en todo lo que escribo es la ruptura abierta y decisiva de toda manifestación cultural hetero-normativa.

En ambos libros se da el recurso de la intertextualidad como principio estructurador de la totalidad del texto. En El mapa de Amsterdam encontramos de muchos otros poetas como Gonzalo Rojas o narradores como Manuel Puig, especialmente El beso de la mujer araña y Maldición eterna a quien lea estas páginas y Arturo Moya Grau con su  magistral telenovela La madrastra. Dialoga también con el cine. En la primera parte la presencia de Hiroshima mon amour no solo es explícita en lo temático sino que gravita fuertemente en la composición del texto poético: la presencia del conjunto Duras/Resnais/ Delerue en la primera parte es indiscutible. Por último, siendo el ritmo de vital importancia para mí, sigo los principios del jazz para la elaboración del texto de modo que ya en El mapa… podemos ver la integración de las diversas disciplinas artísticas en la obra. Este procedimiento se hace aún más intenso en  El silencio…  Como ya muchos escritores y pensadores han dicho, somos también todo lo que hemos leído, visto y oído.

Finalmente debo volver a mencionar el que mis escritos parten de una perspectiva intimista a través de la cual se pretende abarcar una dimensión social, expresar una experiencia transversal a los acontecimientos históricos. El mapa de Ámsterdam recorre toda una década anterior al golpe de estado en Chile y una década posterior de dictadura, todo captado desde el ángulo del destierro, yendo desde la nostalgia al desgarro. En El silencio de Claudio se atraviesa por todo el período de la dictadura, instalándose en el desgarro mismo, la carencia incesante en un mundo destruido que lucha por reincorporarse, como Luisa, la madre, que busca a su hijo ausente entre los pedazos de un espejo roto.

 

-¿Qué libros te marcaron en tu decisión de ser escritor?

-Aunque no lo creas, Los trasplantados de Alberto Blest Gana. Lo leí a los doce años y el impacto que tuvo en mí fue decisivo. Me leí todo Blest Gana para las risas de mis compañeros de clase. Después fui evolucionando hacia Jean Genet, Alain Robbe Grillet, Marguerite Duras, María Luisa Bombal, Ernesto Sábato, Herman Hesse, Franz Kafka y por supuesto, Julio Cortázar. Sin embargo, lo más importante para mí era el teatro: Eugenio Ionesco, Samuel Beckett, Jean Cocteau, Arthur Miller, Harold Pinter, Bertolt Brecht, Joe Orton, Alejandro Jodorowsky, Fernando Arrabal, Griselda Gambaro, Jorge Díaz, Alejandro Sieveking, Augusto Boal, etc. Esto durante mis años de enseñanza media y en los primeros años de la universidad. La poesía vino más tarde y con Vicente Huidobro. Ya en la universidad fue gracias a Gonzalo Rojas, a quien considero mi maestro, que fui adentrándome en el mundo de lo poético, con la ayuda invaluable de mi hermano Jaime. Así fueron llegando otros poetas como Gabriela Mistral,  César Vallejo, Enrique Lihn, Néstor Perlongher y la lista es larguísima.

 

-¿Qué lecturas, artistas, música o pintura te han acompañado en estos días aciagos?

-He leído desordenadamente, ha sido un período muy difícil para mí como para todo el mundo. No he podido concentrarme en nada y he visto obsesivamente las noticias por televisión. Demasiado Facebook, lo que fue un error y me hizo perder mucho tiempo. Sin embargo, vi muchas películas, a veces una o dos por día y esto ha sido mi salvación. Hay sitios de donde se pueden descargar películas que no llegan a los cines comerciales. Así he podido ver cine de todas partes del mundo y esto al menos ha sido una maravilla.

 

-¿Cómo es tu relación con la obra nerudiana?

-Aunque pareciera no haber mayores huellas nerudianas en mis textos poéticos, sí las hay, de manera quizás indirecta pero están presentes. Sus primeros poemas de amor y sobre todo Residencia en la tierra. Pablo Neruda logró captar mi atención una vez en la universidad y sobre todo en el extranjero. Más adelante logré apreciar mucho mejor el Canto General y me fui adentrando en otros de sus libros como Estravagario, Crepusculario, por ejemplo.  Dos poemas gravitaron muy fuerte en mi escritura y estos fueron “El tango del viudo” y “Walking around”, lo cual se dio de manera inconsciente en mí, sin que yo me diera cuenta cabal de ello.

 

-¿Qué poema tuyo leerías en clase?

-El mapa de Amsterdam, la primera parte. La homosexualidad ha dejado de ser un tabú, incluso en Concepción de modo que al menos en la enseñanza media puede ya ser presentada a los estudiantes. Es de fácil lectura y por su alto nivel de oralidad puede llegar a los estudiantes aun cuando tengan poca o nula formación poética. Es un modo  de combatir la hetero-normatividad que todavía persiste en Chile, pese a los cambios que notoriamente se han ido dando culturalmente. Es también un texto que puede ser comprendido por todo lector sea cual sea su  orientación sexual y su nivel de formación poética. Finalmente, les ayuda a captar las vivencias que tuvimos, gozamos y sufrimos durante los últimos años de relativa democracia y dictadura militar|, sentir la llaga profunda y persistente que el golpe nos ocasionó.

 

-Has sido por años profesor de literatura, en Chile y EEUU. ¿Cuál cosa crees es lo más importante al enseñarla?

-Lo fundamental es romper con  la verticalidad de la enseñanza tradicional donde la presencia del profesor y los programas de estudio se imponen como totalitarios. Todo aprendizaje es mutuo  y la relación entre profesor y estudiante tiene que darse como como un diálogo incesante. Hay técnicas pedagógicas para lograrlo, pero por sobre todo hay que tener un verdadero amor por la enseñanza y también por los estudiantes. Esta es mi convicción y me he mantenido con fe inquebrantable en ella. No siempre es fácil y pocas veces cuenta con el apoyo de los colegas o de las autoridades educacionales, lo cual me ha traído muchísimos problemas durante mi carrera, especialmente durante mi estadía en el horrendo Ohio. No obstante, me ha significado una gran satisfacción mi experiencia con mis estudiantes de los cuales he aprendido mucho y me han hecho evolucionar como maestro.

Esto es mucho más imperativo en las clases y talleres de arte y literatura donde se debe estimular y desarrollar la creatividad del estudiante. Es una frecuente aberración imponer un significado o una interpretación, forzar al estudiante a que se aprenda la “lectura correcta que un profesor tiene de un determinado texto”, puesto que dicho texto puede tener muchos otros significados que el estudiante puede generar en su lectura. Por supuesto, esto NO implica que cualquier significado sea aceptable. Entonces hay también que orientar al estudiante y ayudarlo a ir al fondo del texto, aprender a leer bien y no quedarse en lo superficial de la escritura o en los significados que tanto los manuales como las mediaciones que la moda presente imponen. Se debe entonces ayudar al estudiante a comprender el contexto tanto literario como social e histórico en que el hecho literario ocurre, tanto en la inmediatez de la lectura como en el momento en que se generó su escritura. Se debe dar información por supuesto, pero no restringirse a ella. El éxito fundamental está cuando el estudiante ha logrado llegar a una interpretación propia y fundamentada literariamente. Si en un examen o ensayo leemos que por ejemplo la luna en García Lorca significa la muerte, que Neruda es un violador o que “Axolotl” de Cortázar es un ejemplo de realismo mágico, tendremos que aceptar que el estudiante nunca aprendió a leer, está simplemente repitiendo significaciones prefabricadas que la mala lectura oficial impone. No sabe pensar por sí solo, no entiende la vasta complejidad del hecho literario y simplemente no sabe leer. Es cierto que la luna como la muerte puede ser una de las posibles interpretaciones que los textos de Lorca ofrecen y no se debe imponer un significado dictatorial y absoluto que los manuales imponen. Ya es indiscutible que un signo no tiene un solo significado absoluto, si no que este se debe determinar en su relación con los otros signos que componen el texto. En definitiva hay que ayudar al estudiante a saber LEER BIEN.

Este es el legado que he recibido de algunos grandes profesores que logré tener en el Liceo Enrique Molina Garmendia en uno de sus mejores momentos, como Elena Díaz, Washington Figueroa, Jorge Mendoza y sobre todo con Graciela Batarce a quien tuve como profesora durante casi toda la enseñanza secundaria (cinco años) y quien siguió guiándome durante mis años de universidad. Luego tuve la suerte de tener en la universidad la experiencia de ser estudiante de Gonzalo Rojas, Jaime Concha, Gastón von dem Bussche, Ana Pizarro y mi hermano Jaime Giordano.

Compartir:

Últimas Publicaciones