Me parecieron excesivas las palabras del ministro, instando a la gente, para que se levantara más temprano y así no sufrir el alza de los 30 pesos. Sería importante saber qué piensa ese tipo, a un año de la revuelta. Recuerdo esos días y los que siguieron, intensos pensamientos de que ese momento era el momento esperado, donde se comenzaba a fraguar el cambio. Uno que conlleva sin duda un deber, muchos de ellos de pensamiento. Quitar el miedo de allí y generar un lugar adecuado para pensar en cosas bellas, que uno querría de esta nueva estructura de leyes para este país, nación, lugar o como quiera que se llame. No es fácil aquietar la mente ya desazonada con tantos ires y venires, de las autoridades. Mandatos indolentes y desentendidos de la realidad del pueblo. En la segunda decena del nuevo milenio no se debe olvidar al mundo y sus tragedias, mil veces peores de lo que se vive acá. Pero para poder ayudar de mejor forma, nuestro país no puede ser un eterno pesar desahuciado, guiados por gente que no nos representa. El arte en todo este proceso para mí ha sido explorar otros parámetros de lo que hago. Salir a la calle a denunciar, con otros tonos y palabras, lo errado de los últimos tiempos. Esta normalidad tediosa de los últimos 30 años, rayadas con pequeños triunfos, pero asfixiando lentamente a la gran familia chilena que no es elite. Se nota la gran cantidad de artista abocados a la misión de decir en estos días. Se siente en los diferentes medios donde se habla de arte, la energía que no se quiere restar a este magnífico momento, donde por fin habrá instancias para dibujar lo que creemos bueno, en este paramo hasta ayer triste. Hay que seguir saliendo a la calle, ahí está actualización de la vida, la conexión real de lo que pasa. En ese lugar nos debe encontrar la buena nueva. En la calle, donde podamos vernos para abrazarnos.
