La poesía documental y rupturista de Carmen Berenguer se hace presente con su nuevo libro “Plaza de la Dignidad” (Mago Editores, 2020), una crónica épica e intimista del estallido social, visto por los ojos de una protagonista de las luchas sociales en Chile y autora fundamental de nuestro tiempo.
Por Tamym
Usted vive en plena Plaza Dignidad. ¿Qué ha significado estar en el epicentro real y simbólico de la revuelta social?
Ha sido vivir el estallido desde mi propia casa y sentir sus vibraciones múltiples: chilla la plaza social y el aullido es sordo. Esa sonajera de voces la sentí mía en todas sus formas. Este pueblo chileno despertó y fue un amanecer temprano. Mientras la calle aumentaba, la asonada tomaba vuelo y las estrategias militares en la calle urbana comenzaron a perfilarse con una crudeza de magnitud, que no se condice con las propuestas sociales, las cuales han sido por medio de marchas pacífica. ¡Qué más violento que disparar a los ojos! Muchos perdieron la vista de un ojo y otros, como Gustavo Gatica, ceguera total. 400 muchachos y 2.500 presos. Hay torturados y mujeres abusadas. Es el resultado de la guerra que anunció el presidente de Chile, sin buscar ningún diálogo, como lo hicieron algunos mandatarios de derecha en nuestra historia intentando mantener una conversación, con excepción de la matanza del seguro obrero en el siglo pasado.
Celebramos la reciente aparición de su obra Plaza de la Dignidad. Su libro es una gran crónica documental del estallido social pero también de una lucha que viene desde hace años. ¿Cuál es la tesis o gran reflexión que se desarrolla en su libro Plaza de la Dignidad?
Comencé a describir lo que iba viendo con un estado extraño de sorpresa, de tantos años en la espera de este suceso. Nunca pensé que lo vería y sentiría con tanto júbilo en lo profundo. Como escritora, entendía y sentía que no podría realizar nada en este estado tan cerca de los sucesos en la plaza. Porque estos eran diferentes a la época en dictadura, en estados continuos de terror, con la diferencia que yo era muy activa en ese entonces. En cambio, ahora soy una testigo y eso cambia las perspectivas. Tanto así que, al escribir mi relato, a pesar de la crudeza, algo en él se escapaba en fugas que tal vez sería la ficción de lo relatado en una huida. Lo que sí intuía era la historia de los estallidos anteriores. La plaza fue el sujeto intermitente del entrar y salir, mirando en reversa y atisbando la calle desde la Sociedad de Escritores. También marchando hacia la Plaza de Armas, hacia la Vicaría, anunciando los actos represivos diarios de la desaparición o llevados a las siniestras casas clandestinas. Marchando a los Tribunales a desafiar a la justicia, a la Alameda, la Casa Central de la Universidad de Chile: todos ellos fueron nuestros sucesos diarios. Organizaciones culturales hoy desaparecidas como el Centro Cultural Mapocho, entre muchas otras; las mujeres pobladoras en las ollas comunes de antaño, nuestras maestras. Eso ocurrió hasta la llegada de la infame izquierda amarilla en su estrategia del engaño tan grande, ya eran social-demócratas desde Alemania, París, España de donde regresó el exilio traicionero. Este nuevo libro contiene apenas unas pinceladas de la magnitud de este estallido. Lo que dije anteriormente es parte de lo que describo el libro “Crónicas en transición” que presenté el 9 de octubre del año 2019, a una semana del estallido. La plaza de la Dignidad estará siempre en construcción imaginaria, simbólica y real, que se repite cada década.
¿Cómo ve el proceso de su poesía, desde sus orígenes con Bobby Sands hasta Plaza de la Dignidad, qué ha cambiado y qué ha permanecido?
Mi opción es amoldarme a las muchas formas en que puedo inscribir una sensación donde soy afectada. El arte es resistente y político y he elaborado sentidos en los vacíos de la república. Creo que lo que permanece en mí es el asombro que me hace perder el equilibrio: eso produce un estado desestabilizador al que tengo que agarrarme, como decía Kerouac, el catch up y el cut up, y me descompone y vuelvo a sentir el aullido de la loba “murbe” (mujer-urbe).
Usted es una de las grandes exponentes de la poesía chilena actual y del feminismo. En Mama Marx leemos: “la literatura chilena es macha y está llena de nombres masculinos”. ¿Cuál es su pensamiento sobre el feminismo y el machismo en Chile y en su literatura?
La literatura chilena es lo que ha sido el país: conservadora, ególatra, consciente de su poder basado en el “orden y la patria”, la familia y la religión. Eso lo la expresado la literatura chilena en sus acordes fonéticos. Su poesía fue siempre reveladora de injusticias, empecinada en cambios estructurales, casi toda ella desborda en su origen y produjo rupturas importantes en la letra. No obstante, no aceptaba que las escritoras salieran al ruedo y nunca siquiera notaron su presencia, más bien la negaron. No hablaré de los premios porque eso ya me parece inaceptable pensarlo sin ofrecer otras alternativas de estímulos literarios. No creo que sean imprescindibles los premios para proclamar una propuesta estética en el vecindario de las letras. Por ello, la rebelión feminista representada en los diversos feminismos ha puesto el dedo en las instituciones literarias y académicas y sus soportes en las comunicaciones. Las Tesis han sido una revelación, como la severa crítica a todo el patriarcado en el mundo. Y las nuevas escritoras han expresado textos de reflexión interesante: Sofía Brito, Nona Fernández, Margarita Bustos, Amanda Durán, Antonia Torres, Alejandra del Río, Paula Ilabaca, Gladys González, Lina Meruane, Mónica Ríos, Alia Trabucco, Andrea Jeftanovic, Beatriz García Huidobro, entre muchas más, son las exponentes, entre poetas y narradoras, que plantean nuevas formas del decir “destituyente” e “instituyente”, los términos en que se escribirá, desde la memoria, una nueva forma de vida en Chile.
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Poema de Plaza de la Dignidad
de Carmen Berenguer
(Mago Editores, 2020)
A Gustavo Gatica
Deja que ilumine esa oscuridad desde aquel día
Que camine sin una salida quise dar la vuelta y se me vino encima
Vino una ráfaga vi solo pañoletas aireando la tarde
Que de inusitada realidad no volví a abrir los ojos
Nunca más se vino encima esa tarde sin prevenir ni un soplo de viento ni un segundo de olvido en esos destellos de luz
Solo el compás de mis pasos en la vereda
Sin recordar se me vino encima ese choque de rayos en los ojos y vislumbré la tarde
Como un desvío del sol y se me vino encima ese golpe en los ojos
Y no vi la tarde se me vino a negro y el sol recortó el estallido en mis ojos
Se me vino a negro y calló la tarde el resplandor
Que me cegó la tarde ese pedazo de calle quedó mirando
Cegado estallaron imágenes de luces sangrientas
Rodó la tarde de mi vida se me vino a negro
Recorte de pasto verde se me vino a suspiro
Fue la tarde ese pedazo estabas junto a mi ominoso se me vino a negro
A ciegas quedé viendo a negro el estupor de la violencia
Fue ese recorte un segundo
Me encandiló la vida a violáceo el parpadeo calló a negro
Reventó mis ojos y fue noche sin luna
La sutileza del espanto como un acantilado que golpea al mundo
Empantanado en el recuadro de la plaza cayó a negro el barro del infierno
Iba airoso con la bandera al frente fuerte y llano caí a negro
Paralizó el cuerpo los zapatos el viento la ira
Se me vino a color la llanura a color mí sangre rodaba por el rostro mi vida a negro
Un relámpago se escurrió los ojos recortados saltaron
Se vino encima el júbilo de mi corazón la bandera cayó a negro
La oscuridad repentina me soltó el espejismo de venir esa tarde a la calle
Se me vino a negro y se recortó la tarde
Se me vino a negro y se recortó la plaza la calle la alameda se recortó
Se me vino a negro