Diciembre 22, 2024

“Que florezca la consciencia” Entrevista a Rubí Carreño Bolívar

[Fotografía de Mabel Maldonado]

 

 

 

Por Ernesto González Barnert

 

 

No podía dejar de conversar este 2020 que se acaba con esta “partera de textos”. Una jardinera de letras luminosa en nuestras raíces y semillas, hojas y talles. Perita como pocas en dar con la trenza popular de la música y poesía chilena. Una telescopio, faro o microscopio –según corresponda­–, de estos saberes y “comprendimientos” del canto y la tierra, frutos que nos hacen lo que somos, no podemos perder. Nos ayudan también a sanar en la enfermedad y dolor, alivian nuestro breve paso por este loco planeta azul.

 

Rubí Carreño Bolívar, es profesora titular de la Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ha sido profesora visitante en Georgetown University, ha sido visiting scholar del Center of Latin American Studies de la Universidad de Cambrigde y obtuvo la cátedra Edith Kreeger Wolf como Distinguished Visiting Professor en la Universidad de Northwestern. Ha realizado conferencias en la UNAM, Princeton University, Universidad de Salamanca, Universidad de Nueva York, Casa de América y Casa de las Américas. Ha dirigido seis proyectos FONDECYT, el último de ellos en curso, es sobre la relación entre las plantas medicinales, la música y la poesía chilena y del wallmapu. Sus principales temas de investigación son las relaciones e intersecciones entre cultura letrada y popular; la música popular y los estudios de género. Es autora de los libros Av. Independencia: literatura, música e ideas de Chile disidente. Santiago: Cuarto Propio, 2013; Memorias del nuevo siglo: Jóvenes, trabajadores y artistas en la novela chilena reciente. Santiago: Cuarto Propio, 2009, Leche amarga: violencia y erotismo en Bombal, Brunet, Donoso y Eltit. Santiago: Cuarto Propio, 2007, y es editora de Diamela Eltit: Redes locales/globales. Iberoamericana, 2009 y de La rueda mágica: ensayos de literatura y música, manual para in-disciplinados, que reúne a más de treinta colaboradores producto de las redes académicas realizadas en torno a los proyectos de investigación y como profesora visitante. Ha editado en colaboración con Catalina Forttes y Ainhoa Vásquez Adiós a las armas: despatriarcar América desde la cultura ( Taller de Letras- Tintas Universidad de Milán). Actualmente prepara Diamela Elitt, paso a paso: textos, crónicas y ensayos y La flor del comprendimiento: saberes, género y escritura. Es directora de la Revista Taller de Letras de la Facultad de Letras de la Universidad Católica de Chile.

 

 

–¿Qué plantas no debemos olvidar estos días aciagos de cantar, proteger, celebrar poéticamente?

 

Todas. Ninguna vida sobra. Ya me imagino al Diente de León y a su cabeza dorada escuchando que le dicen maleza o algo menor que rey del jardín. Al arrancarlo, se elimina también nuestro deseo y el aliento que le da la vida. Sopla el diente de león y pide que cada semilla llegue a tus amados repartidos por el mundo con la inmunidad y la salud. Es magia blanca, como la poesía, que además ayuda a que la planta medicinal se propague. Su efecto es inmediato y casi literal. Lo que mostró la pandemia es que todas las vidas pueden estar interconectadas de alguna manera, y en una versión actualizada de las danzas de la muerte, aun cuando tengamos distintos recursos para hacerle frente o evitarla, somos todos vulnerables, como ese el clavel del aire de Malú Urriola. Soplo el diente de león y pido que esa vulnerabilidad haga brotar la alegría y la gratitud de estar vivos, de compartir con otros seres, la vida.

 

En mucha de la poesía chilena los saberes sobre las plantas y su medicina están escritos de manera más o menos visible. Para el lector o lectora entendida se trata de agitar un poco las aguas y aparece enfermedad y medicina. No se trata solo de metáforas sino que de sabiduría que se pone a disposición de quien lee para enseñar y curar. No son decires (y creo que ningún poema lo es) son “obras”, son conocimiento. Así Mistral te diría que cultivaras la albahaca que “alivia el corazón” y da ganas de vivir al frotarla u olerla; Alejandra del Río, un cactus, que une la tierra con el cielo, para que tu palabra “fuera la viga donde posan su alma los muertos”; Camilo Brodsky, un romero, que mantendría la memoria a pesar de los castigos a toda disidencia como si fuera hierba que arrancar, Mirka Arriagada Vladilo, te invitaría a regar las plantas que ya tienes en tu balcón y recibir el milagro de la confianza en la vida, que persiste más allá del duelo. Pero, así como la poesía no es solo una botica, las plantas tampoco lo son, ninguno, ninguna, es solo un recurso al que echar mano. Violeta, la jardinera, te diría que habría que cultivar “la yerba de la esperanza, la hojita del sentimiento, la flor del comprendimiento” y de su mano yo digo, sembrar la semilla de la rosa para que florezca la consciencia. Y en la duda, ¿Qué plantas cultivar? Las que te den alimento y alegría compartida, tan simple y radical como eso; las flores de la dicha.

 

–¿Cómo es tu relación con la obra nerudiana?

 

Como casi todos en Chile yo no solo tengo una relación con la obra de Neruda, sino con Neruda mismo. Ha llegado a través de Paco Ibáñez, Víctor Jara, Violeta Parra y Los Jaivas entre otros, a lugares donde, a veces, no hay un solo libro. Quizás alguien escuchó “agricultor temblando en la semilla” y se dijo: “este hombre sabe lo que siento ante la amenaza de la helada o la sequía, del corazón de quien se siente patrón o dueño”. En la dictadura, su serigrafía o la de Violeta pegada en la pared señalaba de callada manera, la disidencia de esa pieza, de esa casa. Ahora, pasando los tiempos, sus tiempos, ha sido objeto de funas. En un cartel del ocho de marzo se leía: “Neruda, cállate tú”, un tú a tú, con el poeta confirmando su absoluta presencia en los imaginarios chilenos. Imagino que quizás no todas las mujeres sentirían que es un sacrificio que les pusieran un cerro lleno de plantas a sus pies y que, escondidas de la mirada ajena, toda la noche toda, junto al mar en la isla. Quizás, la escena del joven extranjero y la joven tamil no se pueda tomar de forma literal, como no le creemos a Mon Lafertte cuando dice “Amárrame, y que parezca que me estás haciendo daño”. Acá el casi, el parece, son lo literario, es juego, hermano mayor de la fantasía y del erotismo. Y, definitivamente, “me gustas cuando callas / porque estás como ausente” es una reescritura de las bellas mujeres muertas de la poesía francesa del XIX que Neruda desmiente enfáticamente, con su “ estoy alegre, alegre, de que no sea cierto”. Quizás ni Neftalí ni Pablo sean monumentales, no tendrían por qué serlo y es quizás que solo en la amplitud de la experiencia, se llega a ser más que una estatua, que una placa en una sala u oficina, que el nombre de aeropuerto. Neftalí y su Malva Marina, distante y dolorosa, Pablo y su Oda a Stalin, integran la humanidad enorme del otrora joven de provincia que estudió pedagogía en francés para poder leer a Baudelaire y que luego hizo su imperio literario desde su cama, desde una mesa con amigos, también arrancando a caballo. Si Lemebel le puso plumas al PC, Neruda puso placer en una cultura del sacrificio que castiga la creatividad y el gozo. Neruda pertenece a los que llamo poetas benditos y esto no tiene ninguna alusión beata, ni siquiera mística en términos clásicos, sino que son aquellos en que independientemente de su temática u objeto, la palabra es dicha en los dos sentidos del término.

 

–Trabajas, entre otras cosas, la relación profunda que existe entre la música popular y la literatura chilena? ¿Qué cosas freak, por ejemplo, nos podrías contar de ese vínculo que has investigado y te ha llamado profundamente la atención como mujer de letras?

 

Creo que más que fijarme en detalles raros cuya acumulación hace un efecto surrealista (como a veces, escribes tú) me he fijado en la función que la música tiene en la literatura: crea comunidades casi de forma inmediata, borra fronteras geográficas, democratiza los libros al otorgar referentes comunes, se usa para hablar de la propia poética, como hace Zambra con “La Jardinera” de Violeta Parra; esconde los procesos creativos. La protagonista de “El Árbol” de María Luisa Bombal asiste a un concierto, y es a partir de esa escucha que puede aparecer el relato. La epifanía de la caída del gomero se entiende cuando la protagonista viaja por su vida y la música de Mozart, Beethoven y Chopin, su presencia en la sala de conciertos ratifica que lo hizo bien. Por otro lado, quien lee debe unir lo que se dice con lo que escucha la protagonista y este gesto, lo convierte de algún modo, en “intérprete”.

 

Mientras la literatura es necesariamente un “corazón lúcido”, pues debe poner en palabras, generalmente comprensibles, a las ideas y los sentimientos, la música es, fundamentalmente, emoción. Por eso, entendemos las canciones aún cuando no sepamos el idioma: “Bailo solo My Cherie Amour /o te dedico esa canción de Bensé/ que no sé qué cresta dice/ y sin embargo dice algo/ que tengo que decirte”

( Éramos estrellas…). Cuando queremos poner comprender qué ilumina los “materiales del canto”, aparece la literatura.

 

–¿Qué libros, músicas, artistas, etc. te han acompañado está temporada de pandemia, de estallido social?

 

En medio del espanto de adolescentes mutilados y la abundancia de incerteza me han acompañado las biopoéticas de la gente, los usos que hacen de la música y la literatura para recordarnos que estamos vivos y no solo sobrevivimos, que el arte tiene una función estética, política, pero también es un tirón hacia la vida. En ese sentido, los cantantes anónimos de balcón cantando “El derecho de vivir en paz”, el año pasado, en medio de los primeros toques de queda; los aplausos en la noche a los profesionales de la salud ( siempre incluí en los míos, a músicos y poetas); y también, tus acciones en redes sociales como las postales imaginarias que te y nos llevaban a viajar por países y a tiempos imposibles, justo cuando estábamos encerrados y asustados, o tu antología extensa y no excluyente de poetas chilenos, hombres y mujeres, de diversas filiaciones, estilos e ideologías, cada día en el Facebook, cuando campeaba la intolerancia y las exclusiones mutuas de lo que estaba dejando de ser un territorio común, fueron acciones artísticas dignas de escuchar, de leer.

Todo esto, me ayudó a dejar de poner el acento en el miedo y elegir lo que siempre elijo. Junto a mi querido amigo y músico Felipe Moreno hicimos el disco-libro “Cantando me amaneciera”, crónicas mías con música de guitarrón, guitarra y piano de Felipe, para esperar la llegada de su hijo Baltasar que nacería en cuarentena. Pasar la noche cantando, con la luz del amor en mente, fue otra cosa, que me ayudó.

En fin, podría, también, escribir las mentiras más grandes ahora, decir que leí Las tribulaciones del estudiante Torless o que aprendí a tocar en clavecín los mil soles de Bach, pero bajo el cielo raso del encierro y sin contacto, me besaron, las emociones propias y ajenas, y el espíritu elevándose sobre de la cama al living, diciéndome que “debo dejar la casa y el sillón” como quienes se sobrepusieron y respondieron a quien cantaba desde el balcón.

 

–¿Qué libro nunca terminaste de leer?

 

No soy una buena lectora. Leer no es mi profesión, ni mi carrera, un tiempo fue casi un delirio, la casa de la que se sale escribiendo. Diría, que los libros que no he terminado de leer son aquellos a los que siempre vuelvo: Pedro Páramo de Rulfo en todas sus reescrituras; Por la Patria de Diamela Eltit, al menos, mientras no acabe esta “pena de amor latina” y los poemas musicalizados de Lorca y Hernández, que son “boca que arrastra a mi boca / boca que me has arrastrado, boca que vienes de lejos, a iluminarme de rayos”.

 

–¿Qué libro te hubiese encantado escribir?

 

La divina comedia, para eso sirve la literatura, para poner a los otros, en su lugar y a quien escribe, al lado de Virgilio, mínimo. Ahora en serio, ese libro, porque es un viaje al infierno, pero desde “el cielo” que le otorgó elegir el lenguaje popular de su época. Y más recientemente, “Memorial de la ballena” en Actitud Plateada de Alejandra del Río, a mi juicio, una obra de arte en tanto logra crear otro mundo, una suerte de realidad inédita, transpuesta.

 

–Ciertamente “la décima”, como tradición, ha retomado su vitalidad, su urgencia, lo vimos en la Fundación Pablo Neruda, con un encuentro el 2019 de la Lira Popular. Ustedes como Universidad Católica han celebrado además este año su cultivo, realizando un certamen espectácular que llamó la atención en el medio literario escaso de estas excelentes iniciativas, además de que han realizado como casa de estudios en los últimos años varios seminarios y coloquios. También agrego que el Concurso lo ganó Hugo González, destacado poeta y cantor popular que admiro mucho. ¿Por qué crees a los chilenos –y como jurado–, nos es crucial esta tradición lírica que nace en el corazón del pueblo, está métrica para decirnos o desdecirnos más allá o más acá de Violeta Parra, corazón de Chile?

 

La Universidad Católica con Castillo Velasco como Rector publicó las Décimas: autobiografía en verso de Violeta Parra y este año, Paula Miranda de la Facultad de Letras inventó y dirigió el concurso “El Chile que soñamos” que puso a soñar a más de 45o poetas. Paula ha sido pionera en abrir la academia al mundo de la poesía popular. En lo personal, luego de leer todas las décimas, doy por vivido todo lo que ellos soñaron. Cualquiera de ellos, de ellas, podría ser el mejor constituyente.

 

“Pa cantar de improviso/se requiere de buen talento/ memoria y entendimiento / fuerza de gallo castizo…” Sobre una forma establecida en lo musical y en lo poético (los toquíos y las décimas) cabalga torrentosa la improvisación. Se precisa, además, ser un buen interprete y un autor con la capacidad asombrosa (como la flor de la higuera) para improvisar de forma individual, en dúos o ruedas de cantores asumiendo desafíos y proezas a los que responder, no solo con elocuencia y ajustado a la métrica, sino también con ingenio, profundidad y humor. Es una poesía que además se cruza con la fiesta, los ritos, el teatro a través de los torneos, la cueca, que también se improvisa. Aparte de Hugo González que resultó ganador por unanimidad, invito a escuchar a Gabriel Torres, luminoso poeta; su hermano Rodrigo, quien es además un excelente intérprete, a Cecilia Astorga, exacta y profunda, y quien ha creado una escuela de decimistas mujeres, a Pedro Yáñez, músico que ha iniciado los movimientos musicales más importantes de Chile, desde la Nueva Canción Chilena en adelante, y a todos y todas quienes sostienen este arte comunitario, colectivo. Es un saber que está al alcance de la mano, al menos como público, quien siempre puede participar al menos con un pie forzado. Ahora si se tiene el “buen talento” quizás sería tiempo de aprender la “versá popular” con alguno de estos maestros.

 

–En lo personal que ha significado para ti la literatura, la poesía, la posibilidad de enseñarla y traspasar ese conocimiento que has investigado a lo largo de tu trayectoria académica?

 

Alegría. Me he disfrazado para enseñar el gótico, con labios morados y falda de terciopelo, hemos cantado “Trátame suavemente”, con los estudiantes del curso de “Masculinidades y música popular”, hemos terminado más de una clase bailando y recitado poemas a cada planta y árbol del campus (peculiar trabajo de campo), y hemos conocido la felicidad de publicar juntos. En fin, confieso que me he divertido.

Yo no enseño nada, quizás solo a desaprender y a amar el propio ritmo y las propias canciones. La machi Pinda me dijo una vez que yo era como una “partera de textos”, y así me siento, mas que dictar me encanta “asistir” a la clase para que surja esa relación precisa y preciosa entre subjetividad y escritura.

 

 

¿Qué escritoras chilenas no debemos olvidar?

 

A aquellas que han recogido las voces de las María Nadie, como Marta Brunet; a las pasafronteras como Diamela Eltit; a las que demarcan lo cierto de lo dudoso, como Violeta Parra; a Adriana Paredes Pinda, ella misma, lawen; a Gabriela Mistral, que sabe tanto de platas como de literatura, a Faumelisa Manquepillán, de manos sanadoras; a la que cree que esta sola porque escribe, publica, concursa y nadie dijo nada; a Soledad Bianchi, que abrió la puerta para las demás; a Nelly Richard, que armó el campo cultural de la posdictadura; a Eugenia Brito tan buena poeta como enorme lectora; a Cecilia Astorga que escribe con lápiz celeste. A todas las profesoras que pueden decir a ciencia cierta, esto lo escribí mañana; también a editoras como Marisol Vera que ha convertido en autoras a muchas de nosotras. Estos son nombres aleatorios,   una posibilidad mínima. En rigor, bastaría con no olvidar que existen, que existimos y seguiremos existiendo y escribiendo, que nuestro amor será largo y muy corto el olvido.

 

 

 

 

 

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