Diciembre 24, 2024

“Persigo en todo ámbito un distanciamiento del poder” Entrevista a Rolando Martínez

 

 

De la colección de libros de la Biblioteca de Poesía Chilena de La Sebastiana, destacamos el libro Teoría del ojo (Alquimia Ediciones, 2020), de Rolando Martínez.

 

Por Andrés Urzúa de la Sotta

 

Pienso en la escritura de Rolando. Me concentro. Sus versos se detienen en pequeños hallazgos del cotidiano: el gas ácido que el limón arroja en el aire o la técnica con que un joven pescador limpia una reineta. Sus poemas introducen el universo personal e íntimo en la historia colectiva. Permiten que ambos, intimismo e historia, circulen de manera horizontal.

 

En su primer libro, Yeguas del Kilimanjaro, el avistamiento del cometa Halley desde el Morro de Arica se mezcla con los recuerdos de la explosión del transbordador espacial Challenger, con la mano de Maradona en el Mundial del 86 y sobre todo con la noticia del retiro del cine porno de la actriz Ginger Lynn. En Cuaderno de croquis, su tercer libro, el relato de la muerte del padre del autor convive con una serie de recortes, imágenes dispersas de la memoria y hasta con una receta de picante de guata. Su padre agoniza del mismo modo en que desfallecen las idealizaciones románticas de la provincia. Arica, La Ciudad de la Eterna Primavera, es imaginada hacia el futuro como una necrópolis.

 

Uno de los aspectos que más me convoca de la escritura de Rolando es el modo en que reivindica personajes e historias. Ya en su primer libro sitúa a las actrices porno de los 80 a la altura de los grandes sucesos y personajes del siglo XX. Sus poemas no discriminan a la hora de recordar, por ejemplo, a Kay Parker, la caída del Muro de Berlín, Marilyn Chambers, Pelé, Linda Lovelace o el accidente de Chernóbil. Todos ellos son parte del decorado de la realidad, todos merecen un lugar en la memoria colectiva.

 

Lo mismo ocurre en Teoría del ojo, su último libro. El primer poema contrasta las realidades de dos sujetos belgas de la localidad de Arendonk: la visibilidad del ciclista y tres veces campeón del mundo, Rik van Steenbergen, con la invisibilidad del más grande criador de palomas de la historia: Arthur Bricoux, quien murió sumido en la tristeza luego de que el ejército francés liquidara su palomar. Dos personajes de un mismo pueblo, dos historias extraordinarias, pero con desenlaces diametralmente opuestos. Y dos tratamientos dispares por parte del discurso oficial: ninguna plaza, ningún centro de estudios ornitológicos y ningún aeródromo lleva el nombre del criador de palomas, dice el texto inicial del libro. Pero existe, en cambio, un célebre memorial en el pueblo para el ciclista.

 

Creo que en este pequeño gesto de memoria se esboza una función posible para la poesía (de haber alguna): visibilizar lo que el discurso oficial se esfuerza por invisibilizar. Traer a la memoria personajes y acontecimientos desechados por la historia. Situar en un mismo plano los relatos que el oficialismo ha enarbolado hasta el cansancio con esas historias perdidas, olvidadas, clausuradas por la memoria oficial.

 

No obstante, aquello no es una intención directa del autor. Tal como advierte en esta entrevista, su escritura no es programática ni del todo consciente, ni mucho menos pretende ‹‹hacer justicia ante el olvido prolongado››. Pero es evidente que su obra invita a recordar, a hacer pequeños surcos en la memoria oficial, a refrescar la memoria universal con pequeñas historias, muchas veces intrascendentes. Lo que me parece un gesto extraordinariamente subversivo. Pues no consiste en hacer memoria por el solo hecho de hacer memoria. Sino en disputar la memoria histórica. Intervenir el discurso oficial. Tironearlo. Agujerearlo. Obligarlo a mostrar otras realidades, otros rostros, otras posibilidades. Porque la historia oficial se ha empecinado en destacar las grandes gestas, los grandes triunfos, los grandes vencedores. Y ha omitido que hay otras maneras de percibir la realidad, las que no están condicionadas por el apego al triunfo ni al poder. Otras formas de la memoria que fijan su atención, como advierte Rolando, en la derrota, el abandono o la miseria. Y que articulan, de este modo, una noción que enriquece la visión monofocal de la memoria oficial, desesperada por acceder a una dimensión del éxito que se obstina una y otra vez en abanicar la épica del vencedor.

 

Conversamos con el autor sobre su escritura y sobre su libro Teoría del ojo. Nos contactamos durante noviembre e intercambiamos algunos mails y mensajes de Whatsapp. Le envié las preguntas un martes y respondió la tarde del lunes siguiente. Quiero pensar que se demoró lo que Cher Ami, una célebre paloma mensajera de la Primera Guerra Mundial, habría tardado en traer las respuestas de Rolando desde Arica, su ciudad de residencia, hasta mi domicilio en San Francisco de Limache.

 

“La nostalgia es el sentimiento poético por excelencia”, dice Jorge Teillier. Veo en tu escritura una constante vuelta hacia pasado. Una revisión de la memoria personal en el marco de una historia colectiva y universal. Aquello se me hace patente en tres de tus libros: Yeguas del Kilimanjaro, Cuaderno de croquis y Teoría del ojo. ¿Cómo crees que opera la nostalgia o la memoria en tu escritura?

 

Por un lado hablar desde la nostalgia obedece a una búsqueda de equilibrio emocional. Tengo recuerdos muy marcados de la niñez y la adolescencia, aunque no suelo referirme a ellos cuando escribo. Me gusta el efecto que alcanza la poesía cuando opera desde la memoria. Por otro lado, me interesa la idea de una especie de crónica del pasado o de hacer patente un estado de conciencia frente al cambio. Desde luego intento que la poesía se vuelva una especie de recolección o sirva para materializar la relación entre el pasado y el presente. En mis primeros libros el paso del tiempo estaba encapsulado en una especie de tristeza propia del yo. Sin embargo, luego me planteé la posibilidad de convertirla en un testimonio estético de parte de la historia. Un testimonio que no busca plasmar un hecho como una situación absoluta, sino que incorpora una versión diversa y subjetiva. La memoria es la materia prima de lo que hago, puesto que me es difícil operar desde hechos que no son tangibles. Y también es ahí donde considero que maduran las imágenes.

 

Me parece que la presencia de las palomas mensajeras en tu libro Teoría del ojo alude a una metáfora de las comunicaciones. Datos e informaciones que van y vuelven. Que circulan de ida y vuelta por el ciberespacio. Y creo que tu libro, a la postre, es eso: una serie de informaciones que se le entregan al lector, casi como si una paloma mensajera las estuviera comunicando. Me recuerda, por momentos, a ese clásico de las visitas al cine que uno tenía la posibilidad de ver durante la infancia: “El mundo al instante”. Una suerte de almanaque universal agitado por palomas. Un resumen de noticias. En relación con tu libro Teoría del ojo, ¿te hacen sentido estas aseveraciones?

 

Claro, me hacen sentido. Sobre todo porque era un especie de almanaque de cuestiones intrascendentes. Cuestiones que después se empozaron en la ignorancia. Maravillas que hoy en día no son más que historias nimias. Sin embargo, en esa desolación hay mucha poesía. Creo que la metáfora de la paloma mensajera encaja en este ir y venir de información. En primer lugar porque las palomas mensajeras no hacen sino regresar. Ese es el núcleo de la colombofilia. Y este libro se apropia de esa dinámica para volver antojadízamente a ciertos pasajes de la historia. Sin embargo, el simbolismo de la paloma en el libro no está únicamente sujeto a la regresión, sino que, también, a una época en donde fueron de vital importancia. Por ejemplo, el periodo de la Primera Guerra Mundial, donde es posible encontrar palomas como Cher Ami, que fue capaz de transmitir alrededor de doce mensajes, lo que después le valió el reconocimiento de una Cruz de Guerra.

 

Tengo entendido que Teoría del ojo inicialmente se llamaba “Tratado sobre la colombofilia”. Hay algo que me inquieta respecto al título final que adquirió el libro. Le he dado vueltas al tema y no logro codificarlo.

 

Teoría del ojo es un concepto propio del mundo de la colombofilia. Muchos criadores se refieren a la teoría del ojo de la paloma mensajera, puesto que, mediante la observación de este, se pueden descubrir cualidades reproductivas y competitivas con el fin de seleccionar de forma rápida e inteligente a los mejores individuos con cierta valía para la competición. En otras palabras, quienes se dedican a la colombofilia desarrollan una especie de habilidad para leer en las formas del ojo de la paloma una serie de condiciones para este deporte. Por otro lado, teoría del ojo me resulta un concepto vinculado a un arte mayor. Y en ese sentido me parece que no solo hace mención a un oficio, sino que está en sincronía con la mirada histórica. Lo que algunos llaman “visión poética”.

 

El primer texto del libro, titulado récord mundial, contrapone a dos personajes nacidos en el pueblo belga de Arendonk: Rik van Steenbergen, tres veces campeón mundial de ciclismo; y Arthur Bricoux, el más grande criador de palomas mensajeras. Y el texto se cierra así: ‹‹De hecho este, quizás, sea el primer y único poema en la historia de la humanidad donde aparezca el nombre de Arthur Bricoux: //el viejo que un día marcó el récord mundial /de conversaciones entre hombres y palomas››. Pienso que tu escritura es por momentos un acto de justicia con la memoria histórica. Que se esfuerza por visibilizar personajes que el discurso oficial de la historia ha desechado. Aquello se manifiesta, también, en tu libro Yeguas del Kilimanjaro, donde diversas actrices porno de los ochenta conviven con episodios y figuras centrales del imaginario cultural mundial, como Pelé, Michael Jackson, la caída del muro de Berlín o el accidente de Chernóbil. ¿Qué tan consciente eres del trabajo con la memoria histórica y con la visibilización de personajes desechados por el discurso oficial que propone tu escritura? ¿Aquello es parte de tus preocupaciones como autor?

 

Cuando escribo no busco establecer una forma de recuperación consciente. Tampoco busco hacer justicia ante el olvido prolongado. Me interesa encontrar en la memoria interlocutores que sean capaces de habitar en el lenguaje. Ahora bien, desde esa mirada también es posible articular el alma o el sentir de una época. En mi caso particular, tiendo a valorar por sobre la felicidad y el éxito las aristas que surgen de la derrota, del abandono o la miseria: persigo en todo ámbito un distanciamiento del poder. Asumo que me es difícil la invención, por lo mismo creo que la materia prima de mi trabajo es fruto de la búsqueda. Percibo una poesía en ciernes cuando leo textos informativos, instructivos e históricos. Para mí la poesía no viene desde lo alto, sino de establecer conexiones o de la forma en como un autor percibe la historia. En esa búsqueda aparece Arthur Bricoux, criador de palomas que murió aturdido por la tristeza luego de que el ejército francés liquidara su palomar. Quizás en ese hecho fúnebre resida la energía que cien años después lo llevó a convertirse en el engranaje de un libro de poesía escrito en el desierto chileno. Al final, siempre depende del significado que somos capaces de otorgar a esos trozos de realidad.

 

Si tuvieras que explicarle a un extranjero y/o a un lector incipiente de poesía los aspectos que más te interesan de la poesía chilena contemporánea y de la actual, ¿qué le/s dirías? ¿Y qué autores/as nacionales o libros puntuales le/s recomendarías?

 

Tiendo a guardar una creencia con respecto a la poesía chilena. En nuestro país habita un pájaro llamado tenca, especie endémica que es capaz de imitar a casi todas las aves de su entorno. Me parece que la poesía chilena es también el confluir natural de otras voces por un constructo que logra revitalizarlas. No es la mera reproducción, sino el despertar caótico de una lengua. Pienso en un amigo que vivía sin papeles en Islas Canarias. Un día, caminando en la calle, para zafar de un control policial se hizo pasar por español. Me dijo así: “como un chileno puede imitar cualquier acento, pero nadie puede imitar a un chileno, me hice pasar por español”. Considero que el fluir de la lengua en nuestro país es un condicionante de lo que se ha escrito, y más aun, de lo que hoy se escribe. Hay una versatilidad de formas, un volver al paisaje, a la relación con el entorno. Y una capacidad interesante de integrar la reflexión profunda o el diálogo con el espacio.

 

Me interesaría recomendar el trabajo de Lucas Costa, especialmente en su libro Playa de Escombros; Isla Riesco, de Mariana Camelio; Consideraciones para reconstruir una playa, de Martín López. Y no dejaría de recomendar la poesía de Hernán Miranda y de Héctor Figueroa, que son ecos de la ciudad o el tránsito por la sociedad. Y en sintonía con lo que aspiro a escribir, la obra de Angélica Panes, concentrada en el libro Este pasar de cosas. O la síntesis del trabajo de Damsi Figueroa.

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