Noviembre 23, 2024

“El Faro, Quirófano al Noreste” de Astrid Fugellie Gezan

Por Christian Formoso

 

Prólogo al libro “El Faro, Quirófano al Noreste”, Astrid Fugellie Gezan. Editorial Cuarto Propio. Poesía. Santiago de Chile, 2016.

 

Este libro de poemas de Astrid Fugellie nos sitúa en la voz de la conciencia de una mujer que viaja sobre una camilla de hospital, entre los bordes temporales y materiales de su vida y de su muerte. Emparentada con La amortajada, o cercana a una escritura in extremis como la de Enrique Lihn, Gonzalo Millán o Jorge Torres en nuestra tradición más cercana, este libro es, sin embargo, lo que Baudelaire llamaría –y ahí su diferencia– el testimonio de una convaleciente que vuelve de las sombras de la muerte y que, a punto de olvidarlo todo, recuerda todo con ardor.

 

Dentro de un cuerpo-andamiaje, desde una veta fría y voceante, la hablante de estos poemas enfrenta el residuo y la ruina de su cuerpo, de su lengua y de su vida. Un viaje situado y anclado en el invierno de 2008, que retrocede y avanza a la primavera del 73, al verano del 50, a la sombra y el golpe del nacimiento, a la grieta que deviene cicatriz, y a las señales omnipresentes de la violencia. También a la luz del nacimiento y al haz de luz sobre un bisturí: herida y corte, extremos ambos del nacimiento y el cuerpo del poema.

 

En la conciencia del viaje y el residuo del periplo, la hablante de El Faro… encuentra y reconoce –a pesar de la sombra, el caos y la oscuridad misma del viaje– un soplo de vida, la fuerza creativa y su irradiación. Es la luz de la escritura, el eje del mapa, la diferencia entre el vivir y el morir, la poesía que deviene en canto. Canto de ritmo –claro– pero también canto de borde al que aferrarse. Y no desde una imaginada plenitud, sino –y esta es su lucidez más salvaje– desde el ciclo natural de sus enfermedades y cicatrices. Porque todo forma parte de ese canto de ritmo y de borde: los amores perdidos, los viejos roles y la lengua vieja, las promesas incumplidas, los sueños nacionales, el detritus de la alta cultura de occidente, la memoria maleable, la ciudad y el circo y la metáfora fílmica, el golpe y los zarpazos y las eternas “moraduras” –moraduras de contusiones y de lugares–. En el vivir esa dualidad entre el post-golpe, la sangre cuajada, y el goce vital y resistente capaz de mancharle la superficie al dolor, está la mirada de estos poemas. Sus hechos profundos están en el aferrarse a la vida con un canto feroz de resistencia y de conciencia; en el rechazo a la historia de la muerte –y no a su ciclo natural–; en el tener a la lectura por compañera; y en el fundar un epílogo donde los extremos que van desde la afasia a la risa, se hacen uno en un faro que a su vez se hace verbo.

 

En la ya vasta y excelente obra de Astrid Fugellie, podríamos leer y pensar este libro desde lo que para Gourgouris representa el estilo tardío; es decir, aquellas obras donde hallamos la deconstrucción de un yo que, desde ese precario reino del exilio –el de una mujer en una camilla, a punto de morir–, se desafía a sí mismo y a sus lectores, a hallar las debilidades del presente, los paliativos del pasado y la búsqueda del futuro. O como lo tardío al decir de Said y Adorno; esto es, no como armonía ni resolución, sino como dificultad y contradicción: sobrevivir más allá, realzar y dramatizar lo irreconciliable y la dificultad de lo incomprensible. Y seguir.

 

Hay una búsqueda y una apuesta total y personal en estos poemas. Pero también hay más: lenguas y márgenes, intersticios y cuerpo, son también lenguas, márgenes e intersticios del cuerpo marcado y golpeado de las p/matrias chilenas. Y canto de alegoría y de experiencia. Vaivén entre lo íntimo y lo plural, y lo personal y lo múltiple. Señal de ruta para hacer de este viaje de lectura por los bordes, la arqueología y la genealogía de nuestras cicatrices y nuestras memorias. Más que por refundar, Astrid Fugellie apuesta –mucho más lúcidamente– por problematizar nuestras lenguas. Y por salir, por luz y por la luz de la escritura –intensa y hermosa por cierta y honda la suya–, hasta hallar esas lenguas que, desde la resistencia y la conciencia, permitan el renacimiento y el canto.

 

 

 

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