Noviembre 7, 2024

“No me interesan los grandes discursos porque no creo en ellos” Entrevista a Priscilla Cajales

De la colección de libros de la Biblioteca de Poesía Chilena de La Sebastiana, destacamos
el libro Mella (Overol, 2019), de Priscilla Cajales.

 

Por Andrés Urzúa de la Sotta

 

Conocí la escritura de Priscilla antes de que publicara su primer libro. Fue en el 2006, cuando compartimos el taller de poesía de la Fundación Neruda. Recuerdo que leerla, y sobre todo escucharla, fue como familiarizarse con una especie de intimidad. Sus palabras precisas, sin ornamentos innecesarios, se introducen en el interior de los sujetos, en situaciones donde lo que parece hablar es el pensamiento más íntimo de las personas. Escenas cargadas de vacío donde los gestos más mínimos y sutiles configuran una identidad.

 

Así lo he percibido desde Termitas, su primer libro, publicado en 2009. Y ahora, con Mella, lo vuelvo a confirmar. Sus poemas me remiten una y otra vez a una intimidad que parece habitar en el fondo de los sujetos. Son versos cargados de fragilidad. Fragmentos extraídos del exterior o de espacios cerrados donde lo que se asoma es el interior de los sujetos. O pedazos de esa interioridad. De ahí, quizá, la relación con la hendidura que propone el título del libro: Mella, que es fractura y apellido, hendidura y sujeto. Versos como trozos de la derrota cotidiana de las personas comunes y corrientes. Vistas parciales del abandono de los sujetos por parte del aparato estatal y del conjunto de la sociedad. Porque Priscilla se detiene en el detalle, en el plano cerrado. Su escritura no es la del paneo general de la realidad. Su lente es subjetivo y enfoca comisuras, restos de mostaza en la piel de las personas.

 

Pero hay algo que prevalece en estos sujetos. Pese al abandono y a la carencia, no hay queja. Los personajes de estos poemas realistas aceptan su destino con discreción. No lloriquean ni se lamentan. Miran hacia adelante en la micro que va a 120 por la Avenida España o se levantan del suelo al caer sin emitir sonido alguno. Han aprendido que el silencio es el lenguaje del abandono. Que la mejor forma de gritar es enmudecer. Que la soledad es tan inmensa que ningún ruido ni ademán hará que el destino cambie de dirección ni que alguien se acerque a tenderles una mano. Están entregados a la resignación. Tal como parece sugerir la autora, sus personajes están solos porque en Mella no hay colectividad posible.

 

Conversamos con Priscilla durante octubre. Le envié un mail y respondió de forma sucinta, como si fuera un personaje que habita sus libros. Con sutileza, agradecimiento y algo de silencio, fue directo al grano. Como si estuviera convencida de que la literatura no es un asunto de citas ni de discursos teóricos, sino de la más mínima y cotidiana realidad.

 

Patricia Espinosa ha dicho que tu escritura sugiere “una estética de lo menor orientada a detallar gestos, vidas, imágenes de resistencia cotidiana, desde una palabra desprovista de adornos, directa, íntima y cercana”. Pienso en varias cosas cuando leo estas palabras de Espinosa. Pero hay dos cuestiones que me llaman la atención y con las cuales coincido plenamente. Aquello de “la estética de lo menor” y eso de “imágenes de resistencia cotidiana”. ¿De qué modo crees que tu escritura aborda esa “resistencia cotidiana” a la que alude Espinosa? Y si pensamos tu obra en relación con esa “estética de lo menor”, ¿cuál sería la estética de lo mayor a la que se opone tu escritura?

 

De la poesía me interesa fundamentalmente el modo en que a través de ella es posible desarrollar el pensamiento. No desde un punto de vista necesariamente lógico, sino a escabullirse en los modos en que somos capaces de realizar asociaciones y cómo estas asociaciones reaccionan o no. Así los sujetos/espacios que aparecen dentro del texto obedecen a un pulso de baja intensidad: sujetos que esbozan apenas sus mecanismos de defensa, si es que los tienen. El poema va a ser ese espacio en el que ocupan un lugar, pequeño, mínimo. No me interesan los grandes discursos porque no creo en ellos. De ahí que sea necesario acompañar a estos sujetos de un lenguaje lo más directo que me sea posible. Porque los sujetos lo han requerido así.

 

Mella es rotura y apellido, hendidura y sujeto. Esa ambivalencia parece habitar el libro. ¿Cómo crees que se traduce esta ambivalencia en tu obra? ¿Crees que tu escritura propone una poética donde los protagonistas son “sujetos mellados”?

 

Efectivamente en Mella habita esa ambivalencia, el nombre propio está acompañado de una marca anclada desde su nacimiento, desde el momento en que es nombrado. En este libro en particular me interesó trabajar con esos gestos que mostraban la mella de los sujetos, su deformidad. Porque si mostramos las marcas, las exponemos, tenemos ahí la posibilidad de crear algo nuevo que no tiene que ver con el ocultamiento, con el silencio (ya tenemos suficiente con la muerte). Tal y como una herida necesita de luz y de aire para cicatrizar, o te arriesgas a la gangrena. Los sujetos en Mella se exponen igual.

 

Tu libro podría interpretarse como una crítica tácita al abandono de los sujetos por parte del aparato estatal, de la clase política y del conjunto de la sociedad. Sin embargo, los personajes de Mella no lloran ni se lamentan por su situación, sino que continúan resignadamente con sus vidas. Y hasta cantan a la Pizarro arriba de la micro o a veces acaban con sus propias vidas, pero sin alardes. ¿Qué tan relevante es para ti esa discreción de los personajes a los que alude tu escritura y esa forma implícita de abordar la carencia que se esfuerza por proponer tu escritura? Estoy pensando, por ejemplo, en el poema del hombre sin piernas que estuvo tirado en el suelo durante horas y se levantó sin decir nada. O también en la resistencia constante de tu escritura a explicitar el dolor y el abandono de los sujetos.  

 

Justamente se trata de la miseria de lo cotidiano, de los pequeños gestos que nadie ve, las vergüenzas que se presentan en la soledad del sujeto y su espejo. ¿Qué hay ahí? ¿Hay discurso? Yo creo que no, estás solo y lo que queda es terminar tu día, tragar saliva y seguir trabajando. Esos sujetos y sus miserias mínimas son obviados por la fotografía estatal. Las historias mínimas no le interesan a nadie, sin embargo, dentro de este escenario los sujetos sobreviven. Otros no, claro, porque sobrevivir es difícil, sobrevivirse a sí mismo debe ser lo más difícil a lo que nos podemos enfrentar. Y en Mella no hay colectividad. Solo hay individuos con sus historias, a lo más hay alguien cantando una canción con la boca manchada de mostaza y esperando que la micro haga lo suyo.

 

¿Crees que tu escritura articula una suerte de estética poblacional? ¿Que registra y enarbola escenas típicas de barrios chilenos, como podría ser Forestal en Viña del Mar? Pienso, por ejemplo, en la banda sonora del libro. En esos versos donde mencionas a Leo Dan o la Pizarro, que son parte de la memoria emotiva y de la educación sentimental de varias generaciones de chilenos.

 

Para mí la música es un problema: no la escucho. Puedo pasar días sola en mi casa y no se me ocurriría jamás encender la radio o poner un disco. La música no me hace compañía. Y cuando ando en la calle me interrumpe, porque en la calle me gusta escuchar. Sin embargo, a un poema le pido ritmo y tono. Ocurre que la música desde siempre ha estado vinculada a la memoria. Entonces esas bandas sonoras que tatareamos nos remiten a otro tiempo y nos hacen habitar lugares que ya han dejado de existir. Creo que ese es el puente que busco que establezca.

 

Creo que en tu libro hay una crítica al neoliberalismo desatado, el cual se termina encarnando en las vidas de los sujetos. Una crítica a la relevancia suprema que adquieren el dinero y las condiciones materiales en nuestra cultura. Aquello es muy nítido, por ejemplo, en el caso de Denis, un niño de doce años que se suicida por haberse gastado la plata para el gas. ¿Cómo ves la relación que propone tu escritura con el sistema neoliberal? ¿Crees que en tus textos se configura una conciencia crítica acerca del modo en que el neoliberalismo se encarna en la vida diaria de los sujetos?

 

Los nombres propios nos llevan a la historia de lo menor, nos remiten a un sujeto que vivió y respiró. Los discursos, la bulla de los medios nos alejan de eso menor, hacia ahí es que mi foco apunta. El sistema en el que vivimos es un sistema sin sujetos, los reduce o tajantemente los omite, los mata también. Un espacio público sin sujetos es lo que nos ha llevado hasta donde estábamos antes del 18 de octubre. Creo que no hay posibilidad de vivir una vida a una escala que no sea humana, pequeña, a lo más dos cuadras a la redonda, a lo más una mesa con amigos. Lo otro es ficción, derechamente mentira. Me rehúso a un mundo que no opere mirándonos con nuestras atrocidades y nuestras grandezas. Los ojos menos que tiene la revuelta del 18 octubre, si se me permite, son una metáfora del castigo que se nos quiere imponer. Nos quieren obligar a no ver, a no hacer el zoom. Y nos quieren impedir habitar.

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