Noviembre 7, 2024

La fugaz estrella de Bárbara Délano (1961 – 1996)

 

 

Por Francisco Véjar

 

La vida de Bárbara Délano fue breve y veloz. En sus treinta y cuatro años de existencia, alcanzó a editar dos libros de poemas: México – Santiago (1979) y El rumor de la niebla (1984). A temprana edad comienza a leer la obra de Pablo Neruda, Jorge Teillier y Rolando Cárdenas, entre otros. Publica sus primeros versos a los ocho años, en el diario «La Última Hora». El texto estaba dedicado a su abuelo, el escritor y diplomático Luis Enrique Délano. Este último, como en un acto premonitorio, la pintó en un mural en la casa familiar de Cartagena, debajo del agua, conviviendo con la naturaleza marina, en un mundo con pulpos, peces y un ancla. Bárbara está con una copa de vino en la mano, diciendo: ¡Salud, Tacito!, porque así le decía a su ascendiente.

 

La sensibilidad por el mar la acompañó todo el tiempo, junto a una extraña conciencia de la muerte. En el poema «Los viajantes», perteneciente al tomo El rumor de la Niebla, dice: Estamos aquí despidiendo a los que se van / a la otra orilla de este viaje / el mañana es un fonógrafo perdido en una selva virgen, / una estepa que bien podría ser el mar.

 

En México, hacia 1975, participa en el grupo Los poetas infrarrealistas, liderado por Roberto Bolaño y Mario Santiago. Allí analizaban la realidad de América Latina y discutían sus trabajos poéticos o en prosa, alternándolos con lecturas de Octavio Paz y José Carlos Becerra, poeta mexicano muerto trágicamente en un accidente automovilístico en 1970. El país azteca se transforma así en la segunda patria de Bárbara, como lo refrenda su ingreso, en 1982, a la UNAM a curiar sociología. Cinco años más tarde se titula con la Medalla Gabino Barreda y le entregan una distinción por obtener nota 10 a lo largo de sus estudios, algo de lo cual ella se enorgullecía con una pizca de sarcasmo. Por esa época colabora en la revista «La Brújula en el bolsillo» y en «Plural», suplemento del diario «El Excélsior», dirigido por el escritor argentino Jorge Boccanera.

 

Su labor poética posterior, además de ser traducida al sueco, italiano, inglés y francés, está presente en las siguientes compilaciones: Antología de la nueva poesía chilena (1985), edición de Juan Villegas; Veinticinco años de poesía chilena (1970-1995), realizada por Teresa Calderón, Lila Calderón y Tomás Harris; y la Antología del poema breve en Chile (1998), selección de Floridor Pérez. Y ahora su familia anuncia la próxima edición de su obra completa, incluyendo cartas y otros textos.

 

De vuelta en Chile, en 1988, comienza a trabajar en el CEM (Centro de Estudios de la Mujer), donde desarrolla una intensa labor que se plasma en el libro Asedio sexual en el trabajo (1993), investigación realizada junto a Rosalba Tadaro. Pero no desatiende su pasión, la literatura. En el mismo año de su retorno es becaria del primer taller de poesía de la Fundación Pablo Neruda, conducido por Floridor Pérez y Jaime Quezada. Nos dice el segundo: “Ella surge en la antología Poesía en el camino (1977), una compilación hecha por la Unión de Escritores Jóvenes con poetas nuevos, en un período difícil. Entre esos autores estaban Armando Rubio, Erick Pohlhammer, Antonio Gil y Bárbara Délano. Para mí eran los creadores más relevantes de esas páginas. El tiempo me fue dando la razón, a pesar de las lamentables y trágicas muertes de Armando Rubio y Bárbara Délano, pero ambos lograron realizar una obra”.

 

“Cuando Bárbara formó parte del taller —prosigue Quezada—, reveló un trabajo poético muy serio. Su escritura rompía algunos moldes tradicionales o circunstanciales, valiéndose de cierta desfachatez y cuestionamiento del mundo cotidiano, social y femenino. Su lenguaje es la voz de la mujer chilena, latinoamericana. Es un proyecto con variadas temáticas, que se hacen presentes hasta en sus versos postumos. Así, alcanzó a quedar incorporada a la poesía de aquellos años, con sentido de futuro”.

 

 

Muerte en el Pacífico

 

En 1992, después de un período en que parte a vivir a Cartagena con el propósito de dedicarse a escribir, viaja nuevamente a México y empieza a trabajar en la Procuraduría Agraria, donde se desempeña como directora del área de comunicación social. Durante ese tiempo proyecta varios libros. Tres años más tarde, inicia una maestría en Ediciones, dependiente de la Universidad de Guadalajara. Su posición en Ciudad de México se consolida, pero Chile y su mar la llaman constantemente. Hacia 1996 quiere dar una sorpresa a sus padres y decide viajar a Santiago, pero hace una escala en Lima, Perú, para visitar a algunos amigos.

 

Su padre, el escritor Poli Délano, recrea sus últimos días: “Entre el viernes y el lunes, en Lima, vivió un largo reventón, días bohemios, una fiesta ambulante que se traslada de un lugar a otro. Ella era incansable para la risa, la alegría, la amistad. Asiste a una cena con Antonio Cisneros, Guillermo Niño de Guzmán y Carolina Teillier. En otra ocasión almuerza en la cevichería Canta Rana, de El Barranco, local con fotos de Gardel en las paredes, de los Beatles, Humphrey Bogart, decoración que le recordó algunas picadas de Valparaíso. Uno de los amigos cuenta que en un bar de El Callao el escritor Hermán Melville, dos siglos antes, grabó su nombre sobre la barra. Ella pide entonces un cuchillo y durante un rato largo se dedica a tallar el suyo sobre el mesón del Canta Rana, BÁRBARA, así, con letras mayúsculas. Ahí quedará su última firma”, relata Poli Délano.

 

El 2 de octubre de 1996 fue decisivo para Bárbara. A última hora va a recoger su maleta en el hostal de Miradores, donde se hospedó. Luego a toda carrera al aeropuerto. Quédate, le dicen, ándate mañana. No se decide. Es la última pasajera que se presenta. Viste un traje de lino blanco, dos piezas, y no lleva aros ni anillos, pero sí dos o tres cadenas en el cuello. Se despide bromeando: Si se cae el avión, avísenle a mis padres, ellos no saben que voy a verlos. No pudo llegar a destino. A 52 kilómetros de Lima, un accidente terminó con la vida de los setenta ocupantes de la nave de Aeroperú que se dirigía a Santiago. El avión se estrelló contra el océano Pacífico.

 

Días después, su madre, María Luisa Azocar, descubrió los manuscritos del libro póstumo Playas de fuego (1996) en su departamento de Ciudad de México. Es un solo poema de larga respiración, donde lo anticipatorio no deja de asombrar: “Porque todo lo que se pierde va a dar al mar / me tiendo en el borde / para oír a mis hermanos muertos (…) / Sin buscar nada ni desear nada / con el oscuro presentimiento / de que el mar es un espejo / para ser mirados por los ojos de Dios”.

 

 

*

 

Premio de canicas

 

 

 

Poesía de Bárbara Délano (1961-1996) nació en Santiago de Chile. Estudió literatura hispánica en la Universidad de Chile y luego se tituló de socióloga en la Universidad Autónoma de México. A los diecisiete años publicó su primer poemario México-Santiago. En 1984 edita su segundo libro El rumor de la niebla. Fue becaria del primer taller de poesía de Fundación Neruda. Murió en un accidente aéreo frente a las costas de Lima. Su cuerpo nunca fue encontrado. Playas de Fuego fue publicado de forma póstuma en 1997.

Premio de canicas fue publicado en el libro “Playas de fuego”, recientemente reeditado por Alquimia Ediciones.

 

Junto al mar se extiende la ciudad

La noche se desprende como un susurro

Veo a los feriantes marchando a casa

después de pedir vino en la cantina

donde una gorda pintarrajeada

canta tangos de Gardel

 

Los niños desarman la Rueda de la Fortuna

donde subían las novias del barrio bajo

sonrojadas y sucias comiendo palomitas

 

Cae la noche sobre el puerto y las calles

son el único rastro que dejan los asesinos

 

Mañana será otro día y habrán de volver

a abrocharse los zapatos

subir peinados al micro maloliente

para llegar al fin de la jornada

a dormir a un hotel equivocado

un sueño equivocado

 

Este es el lugar de los crímenes

La muerte es el único museo abierto

 

Aquí están los que iban a comer carne de Dios

y fueron sitiados

 

los que sobrevivieron al banquete de restos

cuescos de damascos carcomidos sobre las

bandejas

una cita que la Historia anunció

demasiado tarde.

 

No soy yo la que habla

 

El mar dibuja los paisajes que nosotros olvidamos

para no decir malas palabras ni

delatarnos entre vecinos

y recibir la recompensa de un nombre

la única investidura para ser reconocidos

cuando la Historia reparta su premio de canicas

 

 

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