Noviembre 7, 2024

Enfermedades en mi casa

 

 

Por Sergio Muñoz Arriagada

 

 

“Hay sólo dos países…” dice Enrique Lihn: “el de los sanos y el de los enfermos”. Vamos a presentar algunos textos que hablan de enfermedades. Propias o ajenas. Reales o imaginarias. Vividas con padecimiento, con temor, con displicencia.

 

 

Gabriela Mistral publica “Enfermo” en el libro Tala, publicado en 1938. Dice, refiriéndose al enfermo, al otro: “Me sobra el cuerpo vano… junto al desposeído”.

 

 

Vendrá del Dios alerta
que cuenta lo fallido.
Por diezmo no pagado,
rehén me fue cogido.
Por algún daño oscuro
así me han afligido.

 

Está dentro la noche
ligero y desvalido
como una corta fábula
su cuerpo de vencido.
Parece tan distante
como el que no ha venido,
el que me era cercano
como aliento y vestido.

 

Apenas late el pecho
tan fuerte de latido.
¡Y cae si yo suelto
su cuello y su sentido!

 

Me sobra el cuerpo vano
de madre recibido;
y me sobra el aliento
en vano retenido:
me sobran nombre y forma
junto al desposeído.

 

Afuera dura un día
de aire aborrecido.
Juega como los ebrios
el aire que lo ha herido.
Juega a diamante y hielo
con que cortó lo unido
y oigo su voz cascada
de destino perdido.

 

 

 

Y escribirá más tarde “La enferma”, publicado en Almácigo, poemas inéditos. En este caso, la enferma, suponemos, es la propia poeta, pero ya no en su esplendor, sino en el ocaso. Por eso, Gabriela cambia su nombre. Ya no será Lucila, sino Lucía:

 

 

Lucía ya no baja nunca.

Ahora no brilla en su Puerta

y no desciende mordiendo

las escaleras como saeta.

 

Tiene sed y no baja al pozo.

Guarda su reino y no se acuerda.

O bien se acuerda y se ha quedado

entrabada como la yerba.

 

Será tan otra así tendida,

de la Lucía verdadera

y callada, tan diferente

el cuerpo suyo, ramo de fiestas.

 

Estará blanca de no mirar

a las cosas que son violentas,

de no coger vestidos rojos

y no voltear jarros de greda.

 

Se irá olvidando, si no se alza

del cogollo de su cabeza

y de cuando cortaba el viento

con su alzada de gran cierva.

Viudos de ella y sordos de ella,

preguntamos todas las cosas

que la cargábamos, ligeras:

yo, la hora del mediodía,

yo, su patio con la ceiba,

yo, el umbral de su pisada,

yo, su Puerta que la medía

y me cogí su cabellera,

yo la dueña de su relámpago,

yo pobre Puerta, su Puerta,

y nosotros, secos umbrales

que crujíamos solo de ella.

 

 

 

A propósito de la enfermedad, dice Pablo de Rokha en Canto del macho anciano, publicado en 1961:

 

Avanza el temporal de los reumatismos

y las arterias endurecidas son látigos que azotan el musgoso y mohoso

y lúgubre

caminar del sesentón, su cara de cadáver apaleado,

porque se van haciendo los viejos piedras de sepulcros, tumba y res-

petuosidad,

es decir: la hoja caída y la lástima,

el sexo del muerto que está boca-arriba adentro de la tierra,

como vasija definitivamente vacía.

 

 

Violeta Parra se refiere en varias ocasiones en sus Décimas, a diversas enfermedades que la aquejaron de niña:

 

 

La suerte mía fatal

no es cosa nueva, señores,

me ha dado sus arañones

de chica muy despiadá’;

batalla descomunal

yo libro desde mi infancia;

sus temibles circunstancias

me azotan con desespero,

dejándome años enteros

sin médula y sin sustancia.

 

Dice mi mama que fui

su guagua más donosita,

pero la suerte maldita

no lo quiso consentir;

empezó a hacerme sufrir

primero, con la alfombrilla

después la fiebre amarilla,

me convirtió en orejón.

Otra vez, el sarampión,

el pasmo y la culebrilla.

 

Aquí principian mis penas,

lo digo con gran tristeza,

me sobrenombran “maleza”

porque parezco un espanto.

Si me acercaba yo un tanto,

miraban como centellas,

diciendo que no soy bella

ni pa’ remedio un poquito.

La peste es un gran delito

para quien tiene su huella.

 

 

 

Enrique Lihn murió el 10 de julio de 1988, y al año siguiente, la Editorial Universitaria publicó el libro Diario de muerte, que fue transcrito y armado por Pedro Lastra y Adriana Valdés desde el cuaderno que acompañó a Lihn hasta sus últimos días. Un libro estremecedor. Escrito por un poeta que muere de cáncer a los 59 años. Que pide que le amarren el lápiz a su muñeca, pues no quiere dejar de escribir. Lastra y Valdés datan la escritura del libro entre la última semana de abril y la primera de junio de 1988.

 

HAY SÓLO DOS PAÍSES

 

Hay sólo dos países: el de los sanos y el de los enfermos

por un tiempo se puede gozar de doble nacionalidad

pero, a la larga, eso no tiene sentido

Duele separarse, poco a poco, de los sanos a quienes

seguiremos unidos, hasta la muerte

separadamente unidos

Con los enfermos cabe una creciente complicidad

que en nada se parece a la amistad o el amor

(esas mitologías que dan sus últimos frutos

a unos pasos del hacha)

Empezamos a enviar y recibir mensajes de nuestros verdaderos conciudadanos

una palabra de aliento

un folleto sobre el cáncer

 

 

Jorge Torres Ulloa falleció el 03 de octubre de 2001, a los 53 años. Sufría una insuficiencia renal crónica. Gran poeta. Fue un lúcido activista cultural en Valdivia y en el sur de Chile. Se dedicó al teatro. Cantó boleros y tangos. En 1992 publicó el libro Poemas renales, con el que ganó el Premio Municipal en Santiago al año siguiente.

 

LA MUERTE ENSAYADA

 

Venga,

acérquese más,
¿a quién le teme?

al final
soy yo quien le adeudo

más luego que tarde

habrá comercio entre nosotros.

 

Pez en el agua es Usted en el silencio.

El mismo que habita tras las palabras cuando estas callan.

Locuaz, charlatán, vocinglero soy por ello.

 

Tome,

aquí tiene unas monedas.

Haga bien su trabajo.

Entreláceme las manos,

cierre bien los párpados

al igual que la mandíbula

entreabierta

ha poco batiente de sonrisas.

Y dése por pagada.

 

Florecer es un negocio mortal

lo sabía desde hace tiempo.

 

Vamos,

déjese de morisquetas.

No especule más

ni me ofrezca excusas

porque mi corazón ha de detenerse

y el de los demás se queda latiendo.

 

Usted y yo hemos ensayado demasiado.

 

Ahora es la hora.

 

Después, no diga por allí

que no fue advertida,

su rito

no tendrá señorío.

 

 

En 1971, antes de viajar a China, Gonzalo Rojas visitó en Chillán a una quiromántica que leyó las líneas de su mano. Luego, Rojas escribió el poema “Poeitomancia”, que apareció publicado por primera vez en 1977, en el libro Oscuro. El texto, termina explicitando un derrame cerebral. Curiosamente, el 22 de febrero de 2011, Gonzalo Rojas, de 94 años, sufrió un accidente cerebrovascular del que nunca se recuperó. En marzo fue trasladado a Santiago, donde falleció la madrugada del 25 de abril.

 

POEITOMANCIA

 

-Abra bien la izquierda, estire el pulgar hacia fuera; todo

está escrito por el cuchillo: libertinaje

y rigor, los días inmóviles

y los turbulentos en esa red; la tristísima

muchacha llorando; la identidad

del uno en el tres, ¿comprende?; larga infancia

con estrella rota; viajes, para qué tanto

viaje y viaje; aquel accidente esa noche

de Madrid; honores, muchos honores,

golpes de timón; un gran castigo

hasta sangrar, qué manera de sangrar; cambios otra vez

con la protección de Júpiter, siempre Júpiter; crecimiento

hasta lejos en los dos hijos; aquí está el derrame,

cierre esa mano de loco, cerebral.

 

“Sólo pienso en la enfermedad / en cuando venga mi enfermedad / en cómo será mi enfermedad”, dice Claudio Bertoni en Harakiri. Su noveno libro, que ganó el Premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura el año 2005. Un libro que muestra de manera cruda, una de sus grandes obsesiones, aquellas enfermedades imaginarias que lo aquejan. Tal vez Bertoni es el gran hipocondríaco de la poesía chilena.

 

11 / 89

 

que nos mate otro

tiene sentido

que nos dé un hachazo

que nos dé un flechazo

que nos dé un balazo

 

es un enemigo

y nos detesta

y está fuera

 

pero que nos matemos nosotros mismos

que algo nuestro nos mate

que algo adentro nuestro nos mate

 

que una burbuja de sangre nos mate

que una burbuja de carne nos mate

que un racimo de uvas de carne y de sangre nos mate

 

¡carne de nuestra propia carne!

¡sangre de nuestra propia sangre!

 

¡¿que haga explosión y nos mate?!

 

¡Eso!

 

es incomprensible inaceptable

y pan de todos los días.

 

 

Ximena Rivera falleció el año 2013, a los 53 años de edad, producto de una septicemia aguda. Sufría diabetes y en el último tiempo, su visión había tenido un deterioro importante. En Casa de reposo, escribe:

 

¿Por qué los ancianos y los enfermos son una carga hoy para nosotros? Algo que nos interesa, que no es asunto nuestro. Los niños son también una dificultad, pero de otra factura, ya que sabemos que son la carne fresca que llevará nuestro pasado marcado a fuego en la memoria.

 

Alejandra González Celis, publica el año 2000, La enfermedad del dolor, que trata de aquellos niños que han crecido en tratamientos hospitalarios, que han tenido una dura infancia de hospital:

 

Nosotros

los niños enfermos

seguíamos jugando

en las esquinas de las salas comunes

 

unos amontonados en sillas de ruedas

 

otros sujetos a una cama donde descansaban

nuestras cabezas condenadas a cascos respiradores

de astronautas abandonados en atmósferas extrañas

o atornillados

a balanzas que mantenían nuestras columnas en su lugar

 

A la mayoría de nosotros le habían nacido alas de aviones

que obligaban a nuestros brazos

a ser amigos de sueros y calmantes

 

Veneno de escorpión azul fue publicado el año 2008. El libro fue escrito entre el 20 de mayo y el 02 de octubre de 2006. Desde el día en que Gonzalo Millán se enteró que tenía un cáncer al pulmón, hasta doce días antes de su muerte. Millán falleció el 12 de octubre de 2006, a los 59 años. El libro es una bitácora fechada, que incluye textos en prosa, poemas, anotaciones domésticas, reflexiones, etc.

 

Domingo 17 de septiembre

16.10

La proximidad de la muerte sesga mi punto de vista no sé de qué manera, en qué forma anómala. Miro no como veía las cosas antes y veo igual, pero diferente. Me preparo algo sin darme cuenta, para partir luego. Me voy despidiendo, me despido a medida que saludo. Pensar no estar en el día de mañana de ninguna manera, ausente, mudo y sordo para la lista, desparecido, un espectro olvidado que heredó y legó algunos rasguños. Hay que pensar dos veces una postergación; en este caso, si no es ahora, puede que no sea nunca. El tiempo venidero se angosta y se acelera, apura el paso a mi encuentro. Nada importa. Todo da lo mismo. Especies del mortero. Semillas del molino. Polvaredas de harina en el viento con polen nevando en los corrales. El exceso de sentido puede convertirse en un lastre inagotable. Las obsesiones son vetas, filones en busca de mineros.

 

 

Raúl Zurita sufre Mal de Parkinson, una enfermedad neuronal de carácter degenerativo. En su libro Zurita, publicado el año 2011, se refiere a la enfermedad:

 

ZURITA

-Poema de amor-

 

Y aún no amanece y no puedo parar

de llorar; de llorar primero por ti

que te enamoraste de un viejo con

Parkinson, y después llorar por las

que me tomaron de los brazos para

que no me fuera y yo también

lloraba como cuando era niño pero

igual me fui viejo culeado que no te

dio la pana ni para matarte y siempre

optaste por ti egoísta de mierda viejo

conchadetumadre paloma arrancá,

arrancá palomitay que no te conviene.

 

 

Corte. Y entonces

 

 

Enfermedades en mi casa. Así tituló Pablo Neruda, uno de sus poemas del libro Residencia en la tierra. No está hablando de una enfermedad propia, sino de la enfermedad que sufre su hija Malva Marina, quien nació con hidrocefalia.

Estoy cansado de una gota,
estoy herido en solamente un pétalo,
y por un agujero de alfiler sube un río de sangre sin consuelo,
y me ahogo en las aguas del rocío que se pudre en la sombra,
y por una sonrisa que no crece, por una boca dulce,
por unos dedos que el rosal quisiera
escribo este poema que sólo es un lamento,
solamente un lamento.

 

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