Noviembre 7, 2024

5 poemas de los Zorros de Llafenko de Gloria Dünkler

 

 

 

Gloria Dünkler (Pucón, 1977). Premio Pablo Neruda 2016, entre otros. Publicó: Quilaco seducido (2003), Füchse von Llafenko (2009), Spandau (2012) y Yatagán (2015). El jurado del Premio Pablo Neruda 2016, integrado por los escritores y poetas: Adriana Valdés (presidenta del jurado), Graciela Huinao, Isabel Gómez y Carlos Cociña, decidió entregarle el 2016 de manera unánime el galardón a Gloria, cuyos méritos son que: “desde sus primeros libros, reúne el cruce lingüístico, cultural y político de dos mundos: la migración alemana en el sur de Chile y su entramado con la cultura Mapuche. Su destacada escritura ingresa con mesura a zonas complejas de la identidad de nuestro territorio, así también, en la memoria histórica nacional, como ha quedado demostrado en su última obra, cuyas páginas aborda la tragedia del Seguro Obrero. Su poesía es notable por la efectividad con que asume las voces de hablantes y registros muy diversos, sin perder jamás la precisión y sobriedad del tono que la caracteriza. Con la entrega del Premio Pablo Neruda 2016 a Gloria Dünkler, se está premiando a una autora arraigada en la conciencia del mestizaje, al cual todos pertenecemos.” Acá vemos un videoclip de la premiación en el Espacio Estravagario de la Casa museo La Chascona:

 

 

No fuimos descendientes de reyes ni licenciados

y mi abuelo recogía la nieve

amontonada en las calles de Hamburgo.

Lo único que trajimos fue coraje, el buche

y los sueños en las maletas.

Aferrados al mástil del buque

taconeado de niños enfermos

de vivir con la peste y el hambre,

de mujeres que parían en la cubierta

y otros que dormitaban en los pasillos

o de a tres en los camarotes.

La maldición de errar por los mares había terminado.

 

¿Qué sabe un forastero sobre tomar un buen mate?

Nadie le dijo cómo se ceba: si amargo o untado en miel,

hojitas de cedrón o cáscaras de naranja.

Que el agua no se deja hervir,

que amaina el apetito y sosiega la mente.

¿Qué pienso? Quizá me complazca

y un día me instale con mi bombilla

en la arena movediza de la yerba.

 

 

Tu trabajo es despejar los caminos,

inventarlos a machete y prender fuego a las campiñas.

No te conozco, indio, no te comprendo.

Vendido, rumorean los tuyos, apatronado,

¿y tú sólo guardas silencio?

Mientras fabricas la batea para salar nuestra carne

y junto al padre unes tu fuerza,

yo te observo y me pregunto:

¿quién te dejó esa cicatriz en la frente?

 

 

 

Mi oficio es construir, encender motores,

soltar amarras, no volver atrás.

La miseria se despidió de mí

agitando su pañuelo al viento

comprendí entonces, mi destino era triunfar.

Era sostener las esperanzas amarradas al cinto,

remar en busca de tu orilla,

sembrar el poema y dejarlo brotar.

 

 

Aquí nadie se conoce

ni sabe uno si la familia del vecino no vale un cobre.

Aquí podemos inventarnos una sangre,

un escudo, una leyenda, una muerte gloriosa,

podemos ser, si se nos place,

una estirpe ungida por el rayo.

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