Septiembre 22, 2024

Neruda y Valparaíso (1920 a 1947) – Olor a puerto loco

 

 

Valparaíso era el puerto de Santiago. Y Neruda acudía continuamente a despedir a sus amigos artistas que partían a Europa o era él mismo el que salía al mundo desde aquí. Valparaíso era la fiesta, el estallido del jolgorio que precede a la despedida.

Dice Neruda en Confieso que he vivido:

 

Siempre, para un sureño como yo, un provinciano, venido a la ciudad de Santiago al despertar de la adolescencia, Santiago fue un plato demasiado suculento, o un trago demasiado amargo, en que no cabían los momentos dedicados al sueño y a la ilusión. Y ese sueño y esa ilusión los escritores de mi generación, los locos de mi generación, mis compañeros, muchos de ellos desaparecidos, esa materia insondable de melancolía y de ensueño, la encontramos en el camino de Valparaíso.

 

Toda la primera etapa de la relación que Neruda establece con Valparaíso es justamente la de una ciudad que es sinónimo de alegría y festejo. Y el viaje entre Santiago y Valparaíso, en coches de tercera desde la Estación Mapocho hasta la Estación Puerto, es un recuerdo imborrable para el poeta.

 

Valparaíso está muy cerca de Santiago. Lo separan tan sólo las hirsutas montañas en cuyas cimas se levantan, como obeliscos, grandes cactus hostiles y floridos. Sin embargo, algo infinitamente indefinible distancia a Valparaíso de Santiago. Santiago es una ciudad prisionera, cercada por sus muros de nieve. Valparaíso, en cambio, abre sus puertas al infinito mar, a los gritos de las calles, a los ojos de los niños.

En el punto más desordenado de nuestra juventud nos metíamos de pronto, siempre de madrugada, siempre sin haber dormido, siempre sin un centavo en los bolsillos, en un vagón de tercera clase. Éramos poetas o pintores de poco más o poco menos veinte años, provistos de una valiosa carga de locura irreflexiva que quería emplearse, extenderse, estallar. La estrella de Valparaíso nos llamaba con su pulso magnético.

 

 

Por eso, quizás, Neruda se sintió tan cercano al “pulso magnético” del puerto, y fue siempre fiel a ese sentimiento, relevando su relación con la ciudad en algunas circunstancias importantes de su vida. Cuando se conoce la noticia de la obtención del Premio Nobel, el 23 de octubre de 1971, en una entrevista que concede desde París al Canal Nacional de Televisión, Neruda dice: “Recuerdos para Parral, para Valparaíso, para Temuco, para el norte, para el sur…” En noviembre de 1972, se realiza un homenaje popular en el Estadio Nacional tras su regreso a Chile después de haber obtenido el Premio Nobel de Literatura, y haber dejado su cargo de embajador en Francia, debido al deterioro de su salud. En el discurso que pronuncia aquella tarde, dice: “Nací en el centro de Chile, me crié en La Frontera, comencé mi juventud en Santiago, me conquistó Valparaíso…”

 

Neruda quiso intensamente a varias ciudades del planeta a lo largo de su vida. Imposible no pensar en Madrid, donde tuvo su Casa de las Flores, y vivió los estragos de la Guerra Civil española, escribiendo más tarde, España en el corazón. Imposible no recordar el elogio que hace de Praga en Las uvas y el viento. O no pensar en Moscú y la escritura de Elegía, que viene a ser su sentida despedida de la ciudad. O en Rapa Nui y la escritura de El gran océano o La Rosa Separada, etc. Valparaíso es una de esas ciudades que Neruda efectivamente logra capturar en sus poemas y escritos. Aunque es una ciudad que solo aparece “ocasionalmente” en su poesía. Es decir, existe muchísimo material escrito sobre la ciudad, pero no existe un libro escrito especialmente para Valparaíso.

En 1970, sin embargo, Neruda imaginó ese libro. Visitó a los estudiantes de artes gráficas y entregó una selección de textos a la mención gráfica del Departamento de Diseño Industrial de la Universidad de Chile, sede Valparaíso, para editar ese libro. Sin embargo, aquella obra se comportó como un fantasma. Un libro del que todos hablaban, pero que nadie había visto. Dice Sara Vial al respecto:

 

¿Qué ocurrió, en suma? ¿A qué fondo submarino fue a parar, con esos ochenta testimonios de amor? Porque aquel libro iba a ser mucho más que una Oda o un recuerdo, más categórico que decir te declaro mi amor, Valparaíso. Iba a ser muchísimas cosas. ¿Dónde está? ¿En qué manos se encuentra? ¿Existe aún? ¿Existió alguna vez?

Ese libro, entregado por Neruda en 1970, fue publicado finalmente en dos ediciones realizadas por la Editorial de la Universidad de Valparaíso. Con ilustraciones de Sergio Rojas Guerra. La primera, en 1992, en un formato mayor (26,5 x 36,5 cm). Y la segunda, en 2005, en un formato algo más pequeño (26,5 x 18,5 cm). Todos esos escritos fueron recopilados por el propio Neruda. Algunos son poemas y otros, textos en prosa. Parte de ellos fueron publicados en las Obras completas de Editorial Losada, de 1968. Y forman parte también de un libro que aún no existía como tal, y que hoy conocemos con el nombre de Confieso que he vivido. Libro de memorias que Neruda comienza a ordenar, a escribir y a cerrar junto a Homero Arce, en Francia, a mediados de 1972. Obra que Neruda pensaba publicar en julio de 1974, al cumplir 70 años, y que, debido al Golpe Militar y a su propio fallecimiento, fue ordenado y preparado en su versión definitiva por Matilde Urrutia con la ayuda de Miguel Otero Silva.

Estos primeros textos presentan la aparición de Valparaíso en la obra de Neruda, y contextualizan el espacio desde donde estos poemas cobran vida. Por supuesto, La Sebastiana, habilitada como Casa-Museo. La casa del Cerro Lecheros donde Neruda se refugió en 1948, mientras era perseguido por el gobierno de González Videla. La tienda de antigüedades El Abuelo, de la que Neruda era cliente predilecto. El Club de la Bota que funcionó en el bar Alemán de Valparaíso (que ya no existe) y en el bar El Pajarito (que está aún en funcionamiento en Salvador Donoso 1433) y que da cuenta de un núcleo curioso de amigos entrañables que Neruda logró reunir en la ciudad. El Teatro Avenida, que era arrendado por el Partido Comunista en las proximidades de las diversas elecciones públicas, los domingos en la mañana, provocando la ira de las autoridades eclesiásticas de la época, donde Neruda era una de las figuras principales de estas reuniones domingueras. El Mercado Cardonal que Neruda retrata en un poema. Las librerías que Neruda visitaba en Valparaíso: El Pensamiento, las librerías Siqueiros (ubicada en Avda. Francia casi en la esquina de Independencia) y La Nueva Era (ubicada en Condell y que fue quemada para el Golpe Militar de 1973), que Mario Llancaqueo atendía antes del exilio en Suecia, y antes de volver a Valparaíso con la librería Crisis, que está aún en la Avda. Pedro Montt frente al Congreso Nacional, etc.

Neruda era un personaje muy conocido en Valparaíso. Un hombre público con dotes literarias y políticas. Pero que igual realizaba actividades normales como cualquier persona, como lo cuenta el escritor Manuel Peña Muñoz:

 

Mi padre tenía un negocio en El Almendral. Se llamaba Peña Hermanos y estuvo allí por más de medio siglo con sus frascos de caramelos Ambrosoli, su fragancia a bacalao y sus cajones para la cascarilla de cacao, la nuez moscada y las pasas Corinto…

Un día que fui a ayudarle en el mostrador, me dijo: “Ese hombre que viene entrando es Pablo Neruda”. Lo miré con respeto. Con admiración. Decían que vivía en Valparaíso. Que escribía poemas. A menudo iba a comprar aceitunas de Azapa o queso mantecoso. Mi padre lo atendía e intercambiaba palabras con él. Era un tiempo en que ir a comprar se transformaba en un acto social.

 

O sus frecuentes visitas a la casa de antigüedades El Abuelo, que todavía existe en el mismo sitio donde Neruda acudía, en la calle Independencia, como relata el poeta Ennio Moltedo:

 

En estos días he visitado la casa de antigüedades El Abuelo, ubicada en calle Independencia, propiedad de la familia Eltesch y que administra el hijo del fundador. En alguna ocasión acompañé a Neruda hasta aquí. De tanto en tanto él emprendía un recorrido de inspección para asegurarse [de] que no estaba perdiendo ninguna ganga de origen exótico.

Con su actual dueño, Pablo Eltesch, hicimos recuerdos de aquellas visitas y de las preferencias de Neruda por objetos e instrumentos náuticos y me mostró un curioso documento: fotocopia del último cheque girado por el poeta el 26 de diciembre de 1970, a nombre de “El Abuelo” –así, encomillado–, por un monto de 20.000 escudos. Entonces una cifra menor. De allí la humorada de Neruda al extender el documento a nombre de “El Abuelo” y no de Eltesch y Cía.

 

O el relato del doctor Francisco Velasco, donde cuenta algunos de sus paseos por la ciudad:

 

Neruda amaba Valparaíso. Cuando nos conocimos, alojaba en mi casa de Recreo Alto, frente a la plaza, y salíamos a recorrer la ciudad. Marie manejaba la citroneta, siempre despacio, para que el vate pudiera ver todo detenidamente. De repente, decía “¡Para! ¡Para!”, se bajaba y entraba a un local del que salía con algunos de los objetos curiosos que coleccionaba. “Tienes una mirada de águila”, le decía mi mujer, lo que a él le complacía. Otras veces, recorríamos la ciudad a pie, de preferencia, la feria de avenida Argentina. Todo el mundo lo conocía, se acercaban a saludarlo y muchas veces a contarle sus problemas. Él escuchaba atentamente, con paciencia, y después me decía: “Éste es el material de mi trabajo”.

 

Desde 1918, Neruda publica poemas y artículos en la Revista Corre Vuela de Santiago. En 1920, sus poemas son publicados por primera vez en Valparaíso. Se trata de la Revista Siembra, fundada por el escritor Luis Roberto Boza, cuyo redactor era Pascual Brandi Vera, quien envía a Neruda un ejemplar de su libro La quietud del farellón, a Temuco. Neruda le escribe a Valparaíso, agradeciendo el libro, y mandándole a su vez un par de poemas para la Revista Siembra. Allí Neruda, o más bien, Neftalí Reyes, publicará los poemas “La pequeña alegría” y “Las palabras del ciego”, en los números del 5 de mayo y el 10 de octubre de 1920, respectivamente. Se trata de la primera constancia de esta relación con Valparaíso que crecerá en el tiempo, transformándose en una relación destinada a cambiar –hasta hoy– la vida de tantas personas.

 

 

El 30 de marzo de 1962, la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile, en sesión pública celebrada en el Salón de Honor, recibió a Pablo Neruda en calidad de miembro académico, en reconocimiento a su vasta labor poética. En el discurso de agradecimiento, Neruda se refiere a esta época juvenil, y habla de la fascinación por Valparaíso:

 

Gran parte de mi generación situó los verdaderos valores más allá o más acá de la literatura, dejando los libros en su sitio. Preferíamos las calles o la naturaleza, los tugurios llenos de humo, el puerto de Valparaíso con su fascinación desgarradora

 

Neruda en este tiempo será un frecuente visitante de su amigo Álvaro Hinojosa, quien vivía en la calle Deformes 2810, esquina de Victoria. Frente a la Plaza O’Higgins, donde hoy se encuentran parte de los jardines del Congreso Nacional. De hecho, desde esta casa, Neruda y Álvaro Hinojosa parten a embarcarse en el tren que los llevará a Buenos Aires, para tomar el vapor Baden hacia Europa, cuando Neruda asume su primer destino diplomático como cónsul de Chile en Rangún. Dice Sylvia Thayer, hermana de Álvaro Hinojosa:

 

En junio de 1927, Pablo y Álvaro partieron precisamente desde nuestra casa en Valparaíso, en un tren que combina con el Trasandino que los llevó a Buenos Aires, donde debían embarcarse en el “Baden”, vía Europa, con destino a Rangoon. Después que partieron, durante varios días estuvieron llegando a nuestra casa telegramas o cartas angustiadas que procedían de muchachas que amaban a Pablo. Al parecer, no les avisó [de] su viaje.

 

 

La primera mención de la ciudad de Valparaíso en la obra poética de Neruda, ocurre en el poema “Alberto Rojas Giménez viene volando” de la segunda Residencia en la Tierra:

 

                                   No es verdad tanta sombra persiguiéndote,
no es verdad tantas golondrinas muertas,
tanta región oscura con lamentos:
vienes volando.

 

                                   El viento negro de Valparaíso
abre sus alas de carbón y espuma
para barrer el cielo donde pasas:
vienes volando.

 

                                   Hay vapores, y un frío de mar muerto,
y silbatos, y mesas, y un olor
de mañana lloviendo y peces sucios:
vienes volando…

(fragmento)

 

Alberto Rojas Giménez murió mientras Neruda se encontraba en Barcelona, donde escribió el texto elegíaco en recuerdo de su amigo. En carta fechada en Madrid, el 19 de septiembre de 1934, dirigida a Sara Tornú de Rojas Paz, la Rubia, Neruda le dice:

 

Te diré que se me ha muerto mi amigo el poeta Alberto Rojas Jiménez; Oliverio Girondo lo conoció. Era un ángel lleno de vino: un acompañante ideal para mí y Norah Lange y Amado Alonso. Cuando murió me morí de pena; lloraba mucho con ataques de pena y no sabía qué hacer, porque si hubiera muerto aquí habría estado con él y por lo menos me hubiera consolado. Entonces me fui en Barcelona a una gran catedral de marineros, la Basílica de Santa María del Mar, inmensa, oscura, llena de piedra y de pequeños barcos votivos y de huracanes barrocos. Pero como no sabía rezar fui a buscar a un amigo católico, que rezó en cada uno de los innumerables altares; en la oscuridad sólo ardían los cirios de un metro que compré para mi amigo, en el altar mayor, y yo de rodillas, me sentí contento. Entonces escribí una poesía que se llama “Alberto Rojas Jiménez viene volando”, y que te mando aparte en una revista que la ha publicado.

 

 

Alberto Rojas Giménez había nacido justamente en Valparaíso, y tuvo una gran influencia en los poetas contemporáneos. Dice al respecto, el propio Neruda:

 

Rojas Giménez nos impuso pequeñas modas en el traje, en la manera de fumar, en la caligrafía. Burlándose de mí con infinita delicadeza me ayudó a despojarme de mi tono sombrío. Nunca me contagió con su apariencia escéptica o con su torrencial alcoholismo, pero hasta ahora recuerdo con intensa emoción su figura que lo iluminaba todo, que hacía volar la belleza de todas partes, como si animara a una mariposa escondida.

 

El encuentro entre Rojas Giménez, Neruda y Valparaíso no es casual. Esta primera aparición del nombre de la ciudad en la poesía de Neruda tiene relación con la profunda amistad que los unió. De hecho, Neruda lo elige como el primero de sus amigos muertos, cuyo nombre escribirá en las vigas del bar de Isla Negra, que además llevará su nombre. Dice Neruda:

 

Era una especie de desenfrenado marinero, infinitamente literario, revelador de pequeñas y decisivas maravillas de la vida corriente. Él me mostró Valparaíso y, aunque su visión era como si nuestro puerto extraordinario estuviera dentro de una botella encantadora, él descubría los colores, los objetos y hacía de todo algo irresistiblemente novelero.

 

En octubre de 1937, Neruda regresa a Chile desde Europa, esta vez acompañado por Delia del Carril, su nueva compañera. Llegan en el vapor Arica y desembarcan en Valparaíso. Fernando Sáez cuenta:

 

Ahora hay que tomar nuevas fuerzas, volver a ese país pequeño, a las pequeñas cosas propias, pero ahora va con Delia, convertida en su compañera, su corresponsal, su secretaria, la mujer que saca mil relaciones del sombrero. Si ella no tiene la menor aptitud para la realidad, y se olvida de todo, y pierde todo, tiene una verdadera maestría para saber a quién escribir, con quién tomar contacto. No se olvida jamás de lo que es conveniente para Pablo, esa es su meta.

En compañía de Raúl González Tuñón y Amparo Mom, viajan en barco, llegan al puerto de Valparaíso y ahí toman el tren que los lleva a la Estación Mapocho, a Santiago, el diez de octubre de 1937.

 

 

Luego, en 1939, Neruda cumplirá una de las mayores hazañas de su vida, al ser nombrado por el presidente Pedro Aguirre Cerda cónsul para la emigración española y lograr traer a Chile a más de dos mil refugiados españoles en el Winnipeg. Relata Julio Gálvez:

 

El Winnipeg zarpó el viernes 4 de agosto de 1939. Además de los refugiados españoles, viajaban en él quince chilenos que combatieron en las Brigadas Internacionales. Todos ellos habían subido al barco de la mano de Neruda. Los pocos chilenos volvían a su país. Los más de dos mil refugiados viajaban con la esperanza de regresar pronto a su tierra, cuando todo hubiese pasado. Pero la inmensa mayoría, por una u otra causa, no regresó

 

Y el propio Neruda, recuerda el momento de embarcar: “Todos fueron entrando al barco. Eran pescadores, campesinos, obreros, intelectuales, una muestra de la fuerza, del heroísmo y del trabajo. Mi poesía en su lucha había logrado encontrarles patria. Y me sentí orgulloso”.

Fernando Sáez, en el libro Todo debe ser demasiado. Biografía de Delia del Carril, recuerda el zarpe del barco desde el puerto francés de Trompeloup, el viernes 4 de agosto de 1939, y el consecuente arribo a Valparaíso:

 

Recuerdan también a Delia y Pablo Neruda, vestidos de blanco y con sombrero, para resguardarse del verano fuerte, despidiéndolos con el brazo en alto desde el muelle.

El Winnipeg llega a Valparaíso el tres de septiembre, el mismo día [en] que se declaraba la guerra mundial. Los recibe en el puerto el Ministro de Salud, Salvador Allende. Y al día siguiente parten a Santiago, en tren. En el trayecto, saludos y flores, grupos de gentes parados hasta en las estaciones más pequeñas.

 

 

En 1940, tras recibir su octavo destino diplomático, cónsul general de Chile en México, Neruda se embarca en Valparaíso en el barco japonés Racuyu Maru.

Posteriormente, en 1946, ya establecido en Chile desde su regreso de México, y siendo senador de la República, visita la Scuola Italiana de Valparaíso, invitado por el grupo cultural Valparaíso. Allí lee el poema “Himno y regreso”, escrito en el barco que lo lleva a Francia como cónsul para la Inmigración Española.

 

                                   HIMNO Y REGRESO

 

                                   Patria, mi patria, vuelvo hacia ti la sangre.

                                   Pero te pido, como a la madre el niño

                                   lleno de llanto.

                                                          Acoge

                                   esta guitarra ciega                    

                                   y esta frente perdida.

                                   Salí a encontrarte hijos por la tierra,

                                   salí a cuidar caídos con tu nombre de nieve,

                                   salí a hacer una casa con tu madera pura,

                                   salí a llevar tu estrella a los héroes heridos.

 

                                   Ahora quiero dormir en tu substancia.

                                   Dame tu clara noche de penetrantes cuerdas,

                                   tu noche de navío, tu estatura estrellada...

(fragmento)

 

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