Por Ana Cecilia Calle
Austin, Texas
El disco ante sus oídos, queridas lectoras y lectores, es un canto luminoso a los cantantes, los dientes de leche y los hijos que se ven crecer. En estos diez temas, Rubí Carreño en la narración y voz y Felipe Moreno en el guitarrón chileno y el piano se divierten en la frontera entre poesía y música para homenajear a Baltasar, el bebito de Felipe, nacido en plena pandemia. Rubí y Felipe nos ofrecen pasar esta noche cerrada, de incertidumbre, cantando. Nos dicen que estaremos mejor con la posibilidad del amor, el niño en camino. Y lo hacen en forma de nana. Una nana, para García Lorca, es canción en la que “no se hiela el minuto”. Por lo tanto, lo que tiene ante sus oídos, querida lectora, es un regazo en el cual estar, hecho de puro presente, de vida siempre posible. Los temas, canción narrada, son contados con la pericia de las historias a la hora de dormir: saborean recuerdos y frases de canciones, repentismos y dulzuras. Imaginan un cielo de cantantes, donde Juan Gabriel nos dice que ellos se hacen escuchar “como si fuera azar, en la radio de un Uber, o de una micro, y les cantamos lo que precisan oír para no naufragar en la desolación”. Cantando me amaneciera tampoco desdeña del sinsabor, ni nos deja olvidar el camino de sangre convulsa que nos ha traído hasta el presente. Con el canto también se lucha. En el canto no se olvida. La sabiduría popular chilena decía “si cantando supiera/ que algún alivio tuviera/ de la noche a la mañana/ cantando me amaneciera”. Rubí y Felipe dan el paso y le quitan el condicional: cantando amanecen, porque quien canta sus penas espanta. Baltasar ya nació. Se puede bienvenir amaneciendo.
Ana Cecilia Calle
Austin, Texas