por Álvaro Agurto
El panorama aquì es el de un cuento criollo
que habla de costumbres campesinas
camufladas por la tecnología
Asì, de manera oblicua, tal vez sin querer, Felipe Dìaz define su trabajo en “Paraderos”, su primer libro de poesía.
Ejercitando el mùsculo de la observaciòn, saca a la poesía del escritorio, y se da a la tarea de inventariar personajes, situaciones y costumbres de los ambientes en que se mueve, ya sean los barrios de Recoleta o los paisajes de Caleta Tortel.
Se pregunta:
“Còmo darle nombre a lo que acecha
en forma de pequeño temblor
y reviste la cotidianidad
con su respetable traje telúrico”
Y también, quizás intuitivamente, responde en la fragua de cada poema, confiando que en la yuxtaposición de esos elementos cotidianos, aparecerà el detalle que por sì solo destile poesía.
Como en ese poema sobre el cementerio, donde primero nos muestra còmo lo crean con su mirada tanto niños como ancianos, para rematar con esa formidable síntesis de lo que es la memoria:
“ese canasto de ropa sucia donde buscamos
una prenda en buen estado
que se pueda reutilizar”
Hay algo de urdimbre en lo que hace:
“No es fácil seguir tejiendo el edredón
de una casa con costumbres familiares”
Pero ahì va. Asume el desafío. Su edredón tiene excelentes costuras. Su propuesta, oficio y notable concatenación de versos.