Noviembre 21, 2024

Neruda por Volodia Teitelboim

 

 

Volodia Teitelboim

[Editorial Sudamericana (1996)]

 

 

Convidados de piedra

 

….. Seguía llegando gente. Se vio a los embajadores de México y de Francia saltando sobre el barro y el agua, sorteando obstáculos, para llegar al cuadro insólito de esa pieza saqueada donde se velaban los restos del poeta. Parecía una escena filmada en la guerra. De súbito, alguien vio a un anciano, seco, sarmentoso, como encogido, escondido detrás de anteojos oscuros, traje negro, mirando alrededor como a hurtadillas, como si no entendiera nada de lo que pasaba. Él había prestado dinero a un Neruda de diecinueve años para sacar su primer libro, y también había abogado desde sus artículos por la caída de Allende, porque odiaba cuanto oliera a “comunismo”. Pero Alone, en ese momento, miraba como confundido lo que sucedía. Tal vez no era el triunfo que esperaba.

….. Aída Figueroa descubrió al cantante y escritor Patricio Manns. Le preguntó por qué se exponía de esa manera, tomando en cuenta lo sucedido con Víctor Jara, asesinado días antes. Era la hora de la muerte general. Y los que no habían sucumbido tenían que ocultarse.

….. Saltando charcos llegan Radomiro Tomic, Máximo Pacheco, Flavián Levine.

….. Virginia Vidal, que estuvo presente como periodista en la entrega del Premio Nobel en Estocolmo, contempla a Neruda a través de cristal de la urna. Los párpados están cerrados, pero en los gruesos labios se dibuja una sonrisa. Recuerda las preguntas de los periodistas cuando bajó del avión en Estocolmo. “¿Cuál es su objeto predilecto?” “Los zapatos viejos.” “¿Cuál es su palabra favorita?” “La palabra amor.” Ahora yace allí, rodeado de ruinas y de gente que se juega la vida por acompañarlo. El Árbol de la Vida, esa maravilla del arte popular mexicano, está hecho trizas. Virginia recoge de él una pequeña virgen de arcilla. Las telas de los pintores primitivos chilenos han desaparecido de los muros del comedor. Después las encontrarán en el canal, podridas por efecto del agua.

….. También llegaron los extraños visitantes hasta el dormitorio. Allí lo único que se salva de la destrucción es la chimenea con campana de bronce y las letras grabadas y unidas P y M. Han roto la cama. El colchón, desventrado, registra el fango dibujado por los bototos militares.

…. En el tercer plano, en la biblioteca y el cuarto de trabajo de Neruda, oculto por el ramaje, todo huele a papel quemado. Roberto Parada sostiene en la mano y lee el título de una portada desprendida y chamuscada: Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida. Plancha el papel con la mano. Le asoman unas lágrimas. Lo guarda en el bolsillo. El reloj, alto como una persona, instalado en su antiguo pedestal, también ha sido herido. Le arrancaron los péndulos y las pesas. No tiene punteros.

….. El frío entra por las ventanas sin protección. La vecina Queta Quintana propone a Matilde que vaya a comer algo caliente a la casa. “No.” Ella seguirá allí, ése es su puesto. La tarde de septiembre está fría. De repente Matilde dice: “Ahí viene. No los recibiré.” Sube los escalones que conducen a su alcoba y cierra la puerta estruendosamente. Pero antes le ha dicho a Aída Figueroa: “Conversa tú con ellos.” Allí están avanzando. El terreno no es apto para paradas militares ni pasos de ganso. Pero penetran, tanto civiles como uniformados, militares y carabineros. No se quitan los cascos ni las gorras. Visten camuflados, con uniforme de campaña algunos de ellos, pantalones y casacas con manchas pintadas; esas que los cubanos bautizaron metafóricamente como la ropa de los gusanos. Uno se presenta como Edecán del general Pinochet. “Quiero hablar con la viuda y familiares del gran poeta Pablo Neruda, gloria de las letras nacionales, para expresar las condolencias…” Corta la frase. Luego pregunta: “¿Dónde está la viuda? ¿Dónde hay un pariente del señor Neruda?”

….. Responde la voz impetuosa de Chela Álvarez: “Todos los presentes somos familia de Neruda. ¡Exigimos respeto a nuestro duelo!”

….. El Edecán repite casi textualmente las palabras ya dichas. Pide hablar con la viuda.

….. Aída Figueroa le responde: “La viuda está reposando y no los recibirá.” Les pide pasar al comedor. Caminan a tropezones en medio de los restos de libros, cuadros, quinqués, organillos rotos. El que hace de jefe torna a decir: “Venimos a darle condolencias a la viuda.”

….. El portavoz militar está confundido:

….. -Esto no lo hemos hecho nosotros.

….. -Es curioso -responde Aída-, pero no han robado nada.

….. Después los lleva al escritorio de Neruda. Les muestra el reloj destripado, con la marquetería acribillada, las cuerdas rotas, el péndulo saltado. La vieja dama de un cuadro muestra un cuchillo ensartado en uno de los ojos y desde allí se extiende la rasgadura. Después les enseña algunas de las cosas sacadas del canal, que comenzaban a formar una pequeña montaña. El oficial de nuevo, vuelve a su estribillo: “Queremos dar la condolencia…”

….. Chela Álvarez les dice: “En estas ruinas que ustedes han dejado estamos velando a Neruda. Queremos respeto y tranquilidad para rendirle el último homenaje, y garantía para que esta noche podamos estar en paz.”

….. El oficial sostiene que “el Ejercito de Chile es respetuoso con las glorias nacionales”.

….. Siguen sacando del canal más cosas: bandejas, cerámicas, cuadros rotos, piezas de vajilla.

….. El oficial anuncia que el Gobierno decretará duelo oficial de tres días por la muerte del poeta y que éste empezará a regir desde el día del fallecimiento. El anuncio oficial se hace el día de los funerales. Así decretan un duelo retroactivo de tres días, pero que termina un par de horas después de la comunicación oficial. Nadie se ríe. Nadie grita. Nadie llora. Todos los miran con expresión petrificada. Se marchan como perros apaleados.

….. Más o menos simultáneamente con el decreto de duelo oficial aparece también la información oficial en que se dice que una banda infantil, capitaneada por un niño de diez años de edad, es la culpable de la destrucción de la casa del poeta Pablo Neruda.

 

El cortejo

 

….. Se acerca el toque de queda y la gente tiene que partir. Para el velorio sólo se quedan nueve personas: Matilde, Laura Reyes, un matrimonio Cárcamo, parientes de Matilde; Aída Figueroa, Elena Nascimento, Juanita Flores, Queta Quintana y Hernán Loyola, quien había ido a su casa a fin de buscar algunas frazadas y volvió antes de las ocho, hora en que comenzaba el toque de queda. En la casa no había nada que pudiera abrigarlos. Parecía realmente la casa de la muerte. Pero también todo despedía una sensación fuerte de dignidad.

….. Matilde trata de dormir algo. Antes de dos horas está otra vez en pie. Se mantiene el resto de la noche junto a Neruda, mirándolo.

….. A la mañana siguiente, cuando se levanta el toque de queda, comienzan a llegar escritores, políticos, universitarios, obreros, mujeres pobremente vestidas, con el drama pintado en la cara.

….. Hay que marchar hacia el cementerio. De nuevo se plantea el problema. ¿Cómo sacar la urna? Lo intentan por la puerta cochera. Es una maniobra que requiere gran esfuerzo e ingenio. Cuando asoman a la calle Márquez de la Plata, los reciben los primeros gritos de aquel día. Una voz exclama: “¡Camarada Pablo Neruda!” Todos los demás contestan en coro: “¡Presente!”

….. Es un grito de obreros y estudiantes, pero hay otra gente que oculta rostros aviesos tras anteojos negros. Al desembocar junto a la plazuela que está al pie del Cerro San Cristobal, ubicada a unos cincuenta metros de la casa de Neruda, los esperaba un puñado de personas que se sumó al cortejo.

….. En ese momento el funeral se convirtió en un pequeño desfile inverosímil, porque toda esa gente enfrentaba a la muerte, que estaba rodeándola, mirándola por los ojos de los camiones llenos de soldados, que apuntaban con sus metralletas. Nadie en el desfile miraba hacia el lado. Todos miraban hacia adelante. En la esquina se encontraron con una mujer que lloraba. Se tapó la cabeza con un pañuelo negro y se introdujo entre las filas. La policía se movía en una y otra dirección, tal vez desorientada, sorprendida de que se hubieran atrevido a formar una columna. Los carabineros en motocicletas daban la impresión de que iban a atropellar el cortejo; se alejaban y regresaban. Cuando pasaron frente a una estación eléctrica, se encontraron a boca de jarro con una compañía de “boinas negras”, en posición de apuntar sus fusiles contra esa procesión fúnebre que ya formaba una multitud.

….. En un momento no bien preciso los integrantes del cortejo comenzaron a mirar hacia los lados, detrás de los carros llenos de militares que apuntaban con sus armas. Miraban hacia las ventanas. Alí se encontraban con ojos que los escudriñaban atónitos de hito en hito. Ya esa pupila fija era un acto de presencia y una mustra de valentía. Como lo era la agitación de un visillo que delataba a una persona que estaba contemplando el paso del cortejo. En otras ventanas de la calle Purísima o de la avenida Perú, la manifestación era más evidente: una mano que saludaba o la ondulación de un pañuelo. Otros, un pequeño ademán. Cuando empezaron a transitar por Santos Dumont hubo gente que comenzo a bajarse de los autos para engrosar el desfile. Alguien, como un sacerdote que abre la Biblia en una misa, abrió un libro de Neruda y comenzó a leer en voz alta: “Generales / traidores. / Mirad mi casa muerta, / mirad España rota… Chacales que el chacal rechazaría…” Era España en el corazón en manos del Presidente del Sindicato Quimantú. Otros no necesitaban consultar libros. Sabían poemas suyos de memoria y comenzaron a recitarlos.

….. Al llegar a la avenida La Paz, de repente alguien aventura tímidamente los primeros sones de la canción prohibida: “Arriba los pobres del mundo, de pie los esclavos sin pan…” Otra voz acompaña. Luego se apaga. Pero el canto comienza a resurgir en diversos puntos de la columna. Luego todos parecen cantarlo como un murmullo. Un muchacho cojo se lanzó de súbito a recitar de viva voz versos de Neruda. El funeral se había convertido en una muchedumbre. Muchas mujeres traían flores. Cuando pasaron frente a la morgue, que estaba repleta hasta los topes con cadáveres de “N.N.”, había mucha gente esperando.

….. En la fila caminaba una mujer alta, de pelo castaño, ojos azules, con el semblante pálido, el paso tembloroso, afirmada en dos amigas. Una de las que la apoyaba gritó a todo pulmón algo que era como la voz del escalofrío.

….. -Compañero Víctor Jara…

….. -¡Presente!

….. Compañero Víctor Jara…

….. -¡Presente!

….. -Compañero Víctor Jara…

….. -¡Presente!

….. -Ahora…

….. -¡Y siempre!

….. La mujer a la cual sostienen permanece muda. Es la bailarina Joan Turner de Jara, la viuda de Víctor, cuyo cuerpo ella rescató personalmente de esa morgue frente a la cual pasa en este instante.

….. Rodeando la plazoleta del Cementerio General hay carros blindados y jeeps con soldados. Al entrar al camposanto se deposita el ataúd en una plataforma rodante. En ese momento todos están cantando La Internacional. Más que cantarla, la lloran, es como un gran sollozo. Uno que no está de acuerdo con la quejumbre, abre un libro de Neruda para subrayar con aire desafiante: “Aquí teneís / como un montón de espadas / mi corazón / dispuesto a la batalla.”

….. Cuando atraviesan las anchas puertas del cementerio, alguien grita un lema esperado, un nombre:

….. -¡Salvador Allende…!

….. Todos responden a coro:

….. -¡Presente!

….. Las voces rebotan en la cúpula y vuelven con un eco:

….. -¡Presente!

….. La gente volvió a cantar La Internacional, con el puño en alto, sin recato. La cantaban todos, incluso los que no la habían cantado nunca, los que no la sabían y la entonaban con un susurro. Pocas veces, en medio de la muerte que acompañaban y que los cercaba, ese himno había alcanzado tan trémula intensidad. Era un canto a la vida y un himno de protesta contra todo lo que estaba sucediendo.

….. Los soldados miraban estupefactos, desconcertados. Les costaba dar crédito a sus oídos. En la multitud muchos creían que de repente sonaría una descarga.

….. De nuevo, la voz: “Compañero Pablo Neruda…” Y la respuesta: “¡Presente!”

….. Pero de improviso, el grito volvió a cambiar. Se oyó: “¡Compañero Víctor Jara!” Y la respuesta de todos fue: “¡Presente!”

….. Hubo un silencio y aquel que hacía de portavoz exclamó con voz estentórea: “¡Compañero Salvador Allende…!”

….. Le contestó algo así como un alarido colectivo, un “¡Presente!”, todo el furor contra los asesinos, toda el ansia de justicia, toda la conmoción del momento, toda la pena por Pablo y por todos los muertos, todo el temor de caer ellos mismos. Era el minuto preciso en que había que derrotar el pánico, suspender el miedo. Y por eso volvieron a cantar y a llorar La Internacional. Tal vez se sentían vagamente protegidos por la presencia de varios embajadores y de periodistas extranjeros.

 

¡Hasta luego!

 

….. Ya dentro del cementerio, el cortejo tuvo que detenerse. Se habló de trámites. Luego reemprendió la marcha por las calles interiores, circundadas por árboles y tumbas. El periodista Luis Alberto Mansilla se encontró con el profesor Alejandro Lipschütz, a quien Pablo llamó “el hombre más importante de Chile”. El sabio acababa de cumplir noventa años. Y había ido a despedir a su amigo con el cual intercambiaban flores y poemas, y le enviaba traducciones de Ovidio que él hacía directamente del latín. En sordina le confidenció a Mansilla.

….. -Anoche tuve visitas inesperadas.

….. Allanaron su casa de la calle Hamburgo. Lo tuvieron encerrado toda la noche en un cuarto junto con su esposa, Rita, de la cual él en sus días de cumpleaños se complaciá en recordar que era una mujer mayor que su marido. Pusieron la casa patas arriba. Buscaban armas y sobre todo a Luis Corvalán. Tenía un parque tan grande como su casi vecino Pablo Neruda, cuando vivía en Los Guindos, pero mucho más cuidado por la mano de una jardinera primorosa, doña Margarita. Con chuzos y palas removieron todo. Después subieron a la biblioteca, una de las más ricas de Chile. Destruyeron papeles, robaron reliquias.

….. El profesor Lipschütz tenía una facha de nigromante medieval y le dijo, como un ser que había acumulado toda la experiencia del mundo y estaba muy atento a las lecciones de la historia:

….. -Esta gente no es eterna… He visto mucho. El fascismo hizo lo mismo en Europa y ya vé cómo terminó.

….. De repente el cortejo comenzó a correr. Era una muchedumbre desordenada donde todos querían estar lo más cerca de la tumba para poder ver con sus ojos la spultación. Y así casi inconscientemente todos, incluso Matilde, iban a la carrera. También los que llevaban el féretro apuraron el tranco. Todos se sentían atacados por la prisa.

….. En esa ceremonia de la despedida final no hubo nada programado. Alguien leyó unos versos del Canto General. Un muchacho obrero dio lectura a un poema que él había escrito de seguro la noche anterior. Imágenes que buscaban desesperadamente decir lo que estaba sintiendo no sólo él, sino toda la gente que asistía a los funerales y la que no estaba presente. Chela Álvarez, antigua actriz, sacó de nuevo la voz, recitando versos que había dicho en vida del poeta, incluso en su presencia.

….. Frente a la multitud había un alto mausoleo, grande como una casa, desde cuyo techo numerosos fotógrafos registraban la imagen de cada uno de los presentes. Todos pensaron que inevitablemente allí estaba retratándolos el ojo policial.

….. La última Internacional se canta cuando el féretro es colocado en el mausoleo. Es un himno más tranquilo, que despide un aire de adiós o de hasta luego.

….. Ahora había que pensar cómo salir del cementerio, que podía ser una ratonera. Corría el rumor: “Afuera están deteniendo”. Consejos: “Hay que salir por atrás. Por el ado de Recoleta. Irse rápido, no pararse en la puerta.” Los corresponsales extranjeros comunicaron que saldrían primero para constatar si arrestaban. Surgieron de pronto por primera vez después del golpe, que se había asestado dos semanas antes, pequeños equipos de seguridad, que iban haciendo de guardia protectora de las personas más buscadas.

….. En la rotonda fuera del cementerio había carros con militares, las metralletas apuntando. Observaban la salida de la gente, pero no se movieron.

….. Ese funeral fue la primera manifestación que se hizo en Chile contra los que asaltaron el poder el 11 de septiembre de 1973. Otro mérito del poeta. Seguía combatiendo después de muerto.

 

 

 

 

 

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