Noviembre 7, 2024

EL FUNERAL DE NERUDA

 

 

Varias son las constancias de la muerte de Pablo Neruda en la poesía chilena. Gonzalo Millán, en el poema 48 de La Ciudad (1979), aquel que comienza con ese verso maravilloso: “el río invierte el curso de su corriente”, dice:

 

Allende dispara.

Las llamas se apagan.

Se saca el casco.

La Moneda se reconstituye íntegra.

Su cráneo se recompone.

Sale a su balcón.

Allende retrocede hasta Tomás Moro.

Los detenidos salen de espalda de los estadios.

11 de septiembre. Regresan aviones con refugiados.

Chile es un país democrático.

Argentina es un país democrático.

Las fuerzas armadas respetan la constitución.

Uruguay es un país democrático.

Los militares vuelven a sus cuarteles.

Renace Neruda.

Vuelve en una ambulancia a Isla Negra.

Le duele la próstata. Escribe.

 

 

Renace Neruda. Pero más allá de este deseo de reanimación o resurrección de Neruda, Juan Luis Martínez, en La Poesía Chilena (1978), expone un certificado de defunción de Pablo Neruda, tal vez como una constatación irrefutable e indesmentible de la partida del poeta. La Poesía Chilena, esa cajita misteriosa, enigmática y funeraria, que contiene diversas materialidades, como tierra del Valle Central de Chile, fichas de biblioteca en blanco, banderas chilenas de papel y cinco certificados de defunción: Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Pablo de Rokha, Pablo Neruda y Luis Guillermo Martínez Villablanca, padre de Juan Luis Martínez, fallecido el 26 de diciembre de 1977. “Existe la prohibición de cruzar una línea que sólo es imaginaria. Ya en ese límite, mi padre muerto me entrega estos papeles:”, dice la portada de la cajita.

 

 

 

Floridor Pérez era profesor en la escuela rural de Mortandad. Después del golpe militar, fue tomado prisionero y enviado a la Isla Quiriquina, donde se enteró de la muerte de Neruda. Allí escribió este poema, que será publicado años más tarde en su libro Cartas de prisionero (1984):

 

Septiembre 23 / 73

 

Un receptor dispara a quemarropa:

“… ha muerto Neruda…”

 

El locutor menciona el Poema 15

y lee el bando 20.

 

El cabo de guardia busca algo bailable

y sigue el ritmo con la metralleta.

 

Aquí en la isla el mar,

           y cuánto mar…

 

Pienso pedir un minuto de silencio,

pero tardo horas y horas en sacar la voz.

 

 

 

 

 

 

Tal como dice el título del poema de Floridor Pérez, Neruda falleció el 23 de septiembre de 1973, a las 22:30 hrs. de la noche, en un país con toque de queda. Sólo habían pasado 12 días del golpe militar. Fue enterrado dos veces en menos de un año, y una tercera en 1992, ya recuperada la democracia.

La primera vez, en el mausoleo de la familia Dittborn, ofrecido por la escritora Adriana Dittborn sin el acuerdo de toda la familia. El mausoleo se ubicaba en calle O’Higgins del Cementerio General, entre Lima y Los Tilos. En abril de 1974, Matilde Urrutia recibe una carta de la familia Dittborn, que dice:

 

Santiago, 19 de abril de 1974.

Señora Matilde:

 

Mucho le agradeceríamos que después de seis largos meses, en que los restos de su marido se encuentran en la cripta de nuestros padres, los retirara a la brevedad posible. Ya que precisamos de ella para proceder a algunos cambios.

La saludan

Marta Dittborn de Fierro

Elena Dittborn de Prado

 

El 7 de mayo, se produce la exhumación. Neruda es trasladado al nicho 44 de la calle México. Finalmente, el 12 de diciembre de 1992, los restos de Pablo Neruda y Matilde Urrutia, que había fallecido en 1985, serán velados en el ex Congreso Nacional y llevados a Isla Negra.

En relación al primer funeral, el del 25 de septiembre de 1973, dice Matilde Urrutia en su libro Mi vida junto a Pablo Neruda (2010):

 

“Nos ponemos en marcha; desde mi asiento, sigo mirando a Pablo que va delante de mí.

Llegamos a la plazoleta del Cerro San Cristóbal.de todas las calles salen hombres, mujeres, sale el pueblo a unirse al cortejo, a decirle adiós a su poeta, al hombre que tanto pensó en ellos, que tanto luchó para que la igualdad reinara un día, para que se les hiciera justicia. De una humilde casa veo salir a una mujer con un ramo de flores, lleva un velo en la cabeza, viene llorando, dice muchas cosas que yo no oigo. Seguimos. De todas las calles sale gente que se suma al cortejo. También asoman carros con militares apuntando sus ametralladoras, pero allí se detienen, seguramente quieren asustarnos. No lo consiguen. Cada vez se une más y más gente a este cortejo y se elevan las voces enteras, gritando: “Pablo Neruda, presente, ahora y siempre”. Todos marchan, ajenos al mensaje de horror que quieren sembrar las ametralladoras apuntando en cada esquina. Miro hacia atrás, mi vista se pierde entre tanta gente. Muchas mujeres vienen llorando. Veo un hombre que me llama profundamente la atención, es de cara redonda, muy moreno, su boca crispada en un gesto doloroso, como gran contraste, trae su mano puesta en el pecho y en ella un clavel rojo, su mirada es dura como el acero, ése no llora, ése espera.

Vamos llegando al cementerio, somos muchos, los carros con militares también son muchos. Se acercan, es un entierro erizado de fusiles y ametralladoras. ¡Cuánto despliegue policial para los funerales del hombre más pacífico del mundo, para un poeta!

El pueblo sabe qué significa ese despliegue, ya han caído tantos, hay tanta sangre en las calles de Chile, y por esto es doblemente emocionante el valor de este pueblo que aquí va gritando: “Pablo Neruda, presente, ahora y siempre”.

Nunca podré olvidar este momento. Aquellas miradas en que se mezclan el dolor y la rebeldía. Cada uno de ellos siente el horror ante la suerte infligida a tantos amigos y parientes: apresados, escondidos, agonizando en las torturas. Y en este momento de oscuridad asfixiante, como un grito de liberación, se escucha: “Pablo Neruda, presente, ahora y siempre”. Este grito me trae un rayo de luz, de esperanza, éste es un pueblo vivo, tendrán mucho trabajo los que pretendan pisarlo con su bota. Señores militares, ésta es la voz del pueblo. Yo estoy segura de que todos tenemos miedo, pero es como cumplir con un destino. De repente, oigo una voz muy tímida que canta: “Arriba los pobres del mundo”. Muchas voces se unen a esa tímida voz: “De píe los esclavos sin pan. ¿Nos ametrallarán?, comienzo a preguntarme. Los miro, todos van con la cabeza levantada, como desafiantes; es hermoso ver ese valor. Las lágrimas se secaron en mis ojos; en este momento, ha nacido dentro de mí algo muy fuerte, es la conciencia de que no estoy sola. Pablo me ha dejado una herencia, la de este pueblo. Y también levanto la cabeza. Este dolor aquí dentro es tan grande, pero no estoy sola. En este momento soy la mujer más acompañada del mundo”.

 

 

Pero uno de los testimonios más emocionantes de este doble ritual, por un lado la despedida de un poeta, y por otro, la primera manifestación pública en contra de la recién instaurada dictadura, la hace el poeta José Ángel Cuevas, quien es parte del cortejo ese 25 de septiembre.

Dice al respecto Pepe Cuevas: “Yo fui al funeral de Neruda, este es un poema que escribí hace mucho tiempo. Para ir, me amononé totalmente, con terno, engominado, parecía un pituco. Cuando supe, dije: “No puedo no ir, sería una mariconá muy grande”.

El poema aparece en el libro Poesía de la banda posmo (2019), y lleva por título “El funeral de Neruda”:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El funeral de Neruda

 

Lo demás era muerte y sólo muerte.

                                                                 Federico García Lorca.

 

Cada época tiene su poeta / sí, sí…,

porque después empezamos a caer,

al otro lado de la vida

sostenedores de un pueblo moribundo.

 

Cada época tiene su poeta, sí, sí. Claro que sí.

 

Y aquí llevamos a Neruda en su cajón negro,

por calle Bellavista, tipos valerosos / rodeados de tropa

a bala pasada, y cubiertos de visiones.

 

(Ahora ya se sabe que Neruda fue asesinado

            en Clínica Santa María, con una inyección venenosa, etc.).

 

Aquí estamos sólo a quince días del bombardeo

a la Moneda, donde cayó acribillado el Presidente

de Chile por la alta burguesía y EE.UU.,

con las metralletas nacionales. Sí, sí.

 

Pero nosotros continuamos adelante con el féretro.

 

Resuena el golpe de las botas en mi mente.

Aquel día feroz donde cargamos al hombro

a nuestro Premio Nobel recién asesinado.

Coloane y Nicanor

van en un volkswagen verde.

 

La señora Mayorga, también a la cabeza.

Se grita peligrosamente

Pablo Neruda…

                       ¡Presente! ¡Ahora y siempre!

                                      ¿Quién lo Matooó?

                                      LA JUNTA MILITAAAR

                                      contestan los valientes.

 

Cada época tiene su poeta.

Y el frío intenso que hacía.

 

Por mi parte voy de terno / corbata y lanzo un

Coooompañero Pablo Neruda.

                                   ¡Presente!

                                   ¡Ahora y Siempre!

 

A nuestro Walt Whitman, que habló por nosotros

sobre el amor americano / mineros de Lota,

Chuqui y Margarita Naranjo, también asesinada.

Su Residencia en la Tierra.

 

Salitreras María Elena / Sta. Laura

y el Gran Océano Pacífico,

más bosques / mares, testamentos.

 

Un Canto General en silencio

que les deja a los nuevos poetas de América.

Y a quienes vamos cargando su féretro.

 

Todo bullía de dolor. Neruda iba allí, muerto,

por Dominica hacia Recoleta.

 

Nadie habría de reunir en su alma pedazos de pampa,

ríos torrentosos, calles lluviosas del Sur.

 

Aquí vamos…, firmes.

¿Quizás nos acribillen? ¿Por qué no?

 

A Kiko Rojas / Pepe Cuevas / Óscar Lennon,

perdidos entre las pobres masas.

 

¡Oh! ¿Qué es la muerte de un poeta?

 

Venid a ver la sangre por las calles, se dirá.

Desde las ventanas, silencio y miedo

en las vías y veredas. Metralletas a bala pasada

siempre apuntando hacia nosotros.

 

Se oye el viento de Septiembre terrible,

y la sangre

cayendo, cayendo sobre los árboles de Temuco,

el piano, el agua, que Neruda decía…

 

Ahí nos separamos.

 

ÉL NO SUPO NUNCA

LA VIDA QUE NOS ESPERABA.

 

 

 

 

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