Por Rodrigo Arriagada Zubieta
En Antología de la nueva poesía chilena femenina, de 1985, el crítico Juan Villegas llama la atención sobre el ínfimo número de mujeres en las antologías o historias de la poesía chilena. En relación a la marginalidad del discurso específico, el autor se pregunta por la posible justificación de dicha ausencia, considerando las opciones de la falta de valor estético o al prejuicio histórico de críticos masculinos. Desde ese mismo año, contradiciendo la tendencia, aparece una prolífica poesía escrita por mujeres que en la mayoría de los casos se caracteriza por exponer un mensaje a un lector potencial, una relación del hablante con un tú (hombre-amante) a modo de destinatario concreto. En todos los casos, el hablante es un espacio traspasado por experiencias que se expresan como crónica de sensaciones o diarios de vida.
Sin embargo, con casi treinta años de distancia, la temática de esta poesía ha ampliado solventemente su registro, haciéndose cargo de “la totalidad de “ser mujer” en las esferas políticas, sociales y subjetivas. Pues si Villegas pensaba en 1987 que “el discurso poético femenino es un proyecto, ya que la poesía femenina aún no ha logrado especificarse como sistema autónomo”, hoy es necesario señalar que existe un tipo de voz específica que tiene la virtud de ahondar en los sentidos sociales de la mujer y su vinculación intrínseca con estructuras de dominación que se imponen en la sociedad chilena y sus instituciones, sobre todo, desde la dictadura y la implantación del sistema neoliberal. Por otra parte, es necesario dejar de referirse a poesía femenina y comenzar a hablar de poesía escrita por mujeres en Chile, porque si algo han logrado las poetas chilenas es explorar nuevas tendencias técnicas del ritmo, en la métrica o en la forma y en la introducción de temáticas que emanan directamente de la experiencia y de procedimientos renovadores estrictamente escriturales que, en muchos casos, superan con creces la producción masculina del mismo período en cuanto a multiplicación de sentidos posibles por el lenguaje. Lejos de subsumir lo femenino a modo de mero deseo erótico, como ocurría hace ya un siglo en la poesía inglesa y tal como lo analiza Jane Dowson en Women, Modernim and British Poetry, 1910-1939, el mérito de las poetas chilenas que escriben desde los años ochenta se encuentra en el mosaico de voces de yuxtapuestas, en la impersonalidad, en superponer las vivencias personales a las experiencias colectivas, en la predisposición hacia la autonomía y la libertad creativa que no admite constricciones programáticas. Escrituras que rasguñan “la fortaleza masculina” que sobrevive de diversos modos en el escenario poético chileno, infinitivamente inexpugnable para las mujeres, sobre todo en el ámbito de los reconocimientos públicos, amargamente pospuestos hasta el letargo. Pienso que la poesía escrita por mujeres es –desde los ochenta- la producción de mayor interés literario en Chile. La rebeldía como rasgo natural contra los discursos canónicos no sigue pautas fijas, ni se expresa de modo panfletario, sino que ha decantado en innovación lingüística y en la búsqueda de itinerarios que logran escenificar con eficacia la manera de percibir la realidad, determinada por circunstancias históricas donde la inquietud y la falta de certezas respecto a lo que implica ser mujer en Chile parece ser la regla común. Lo anterior tiene un correlato estético que se expresa en rupturas sintácticas de los versos, en una forma poco sistemática de dividir y de generar un encabalgamiento interminable, como si con ello se expresara la duda ante la amenaza de un afuera, el afuera de un país escrito por otros y para otros.