Noviembre 21, 2024

“Tengo la impresión de que el fuego es sanador” Entrevista a Victoria Ramírez

 

 

De la colección de la Biblioteca de Poesía Chilena Pablo Neruda de La Sebastiana, destacamos magnolios (Overol, 2019), el primer libro de Victoria Ramírez.

 

Por Andrés Urzúa de la Sotta

 

Victoria es periodista de profesión, oficio que no la condiciona ni se le cuela a la hora de escribir poesía. Pero sí cuando se trata de responder mails: es una verdadera bala, la más rápida que me ha tocado en mis intercambios electrónicos. Casi como una deformación profesional, parece estar atenta a las fintas del presente en todo momento.

 

El caso de su poesía discurre de manera mucho más pausada. Se toma todo el tiempo del mundo para escribir y sobre todo para publicar, lo que se evidencia en sus textos literarios: como frutas cosechadas en el momento exacto, parecen suficientemente macerados. Y no es tan disparatado hablar de frutas para referirse a su poesía. Su universo poético está repleto de referencias al mundo natural. Mas no para idealizarlo ni para “romantizarlo”, sino para exhibirlo en toda su complejidad e incluso en su crueldad más cotidiana. Pues su escritura apunta, entre otras cosas, a develar el modo en que la naturaleza y el paisaje se encarnan en los sujetos, condicionando sus vidas de manera irredimible.

 

Aquello queda de manifiesto en magnolios, su primer libro, el que se inicia con la mudanza de la familia de la sujeto de los poemas. Si bien no se explicita el motivo, todo indica que el exilio familiar fue provocado por las consecuencias de una erupción volcánica (que más tarde, con el devenir de la lectura, es posible inferir que se trata de la explosión del volcán Chaitén): ‹‹el primer día de mudanza /las cenizas bajaron a los techos /la gente tenía la ropa ahumada /ningún sonido amortiguó /el silencio de los cerros (…) dónde van las cenizas que flotan /cuando el aire espeso atraviesa /los resquicios de las familias›› (p. 7).

 

Magnolios va trenzando una historia familiar que está al borde de la escritura autobiográfica con una alegoría acerca de la fragmentación de la memoria, representada por la suspensión y dispersión de la ceniza: ‹‹solo una vez vi la ceniza de este modo /una cortina de humo como escarcha /preguntó mi abuelo si notaba la suspensión /que llenaba las ventanillas de los autos /los basureros y almacenes›› (p. 33). La ceniza metaforiza en este libro la débil consistencia de la memoria. O más bien su carácter atomizado e impreciso. En tanto saldo de un fuego o de un estallido anterior, la ceniza representa los residuos de una memoria que alguna vez fue candor y experiencia vívida, mas de la cual sobreviven fragmentos inasibles y prácticamente incorpóreos. Solo queda la sensación de algo que fue o que aconteció, pero que a la vez es imposible de reconstruir. Pues al igual que los recuerdos, en el momento mismo en que se intenta asir o aprehender la ceniza, esta se diluye inexorablemente.

Conversamos con Victoria Ramírez acerca de su primer libro, de su escritura y de poesía chilena. Aunque en rigor no conversamos: intercambiamos algunos mails con preguntas que fueron respondidas por la autora en formato Word y en tiempo récord. Con la premura del periodismo, pero también con la densidad y la dedicación de una escritura pensante y depurada.

Hay un fuego anterior a magnolios, del cual solo quedan las cenizas. El libro se inicia con la mudanza de la familia de la sujeto de los poemas, provocada por una erupción volcánica. ¿Qué representa la aparición tácita del fuego en tu libro? ¿Crees que ese fuego se relaciona, de alguna manera, con la memoria, en el sentido de que de ella solo quedan fragmentos o “cenizas” que se van dispersando hasta desaparecer?  

 

Creo que me di cuenta con el tiempo de que el fuego se repetía varias veces en el libro, pero que era un fuego ya apagado. Varios amigos me comentaron que sentían esa sensación de ceniza flotando. Tengo la impresión de que el fuego es a su vez sanador, cauteriza heridas. Ese tipo de fuego está en el poema “magnolios”: uno que se elige. En el caso del poema que abre el libro, la ceniza sí tiene que ver con la memoria, con los espacios sin completar en una historia familiar. Creo que también me marcaron algunas experiencias mientras escribía esos poemas, como haber estado en Futrono cuando explotó el volcán Chaitén, haber sentido esa expectación por la ceniza que se pegaba a todo y al mismo tiempo haber sentido temor. Esa sensación está presente en La resta de Alia Trabucco, que también hace referencia a esa erupción. Otra referencia que me marcó fue “Las cosas que perdimos en el fuego”, ese cuento de Mariana Enriquez que ha tenido relecturas feministas. Allí quemarse no es un sacrilegio, es una perspectiva, una forma de relación con el mundo. Como metáfora me parecía interesante. Hay una renovación que es monstruosa en el cuento y también en la sala de los quemados, pero que sucede y es parte de una sociedad violenta.

 

En un par de entrevistas has aludido a Hueyusca —ciudad del sur de Chile que mencionas en el libro y que al parecer es la ciudad natal de tu familia materna—. ¿Cómo es Hueyusca? ¿Qué nos podrías contar de ese pueblo “de una sola cuadra”, como hay tantos en Chile? ¿Crees que Hueyusca condensa la identidad de un tipo de pueblo o de una forma de habitar propia de algunos/as chilenos/as?

 

Mi familia materna es en realidad de Purranque, cerca de Osorno, pero por un negocio fallido de mi abuelo terminaron viviendo cerca, en Hueyusca, que es literalmente un pueblo de una o dos cuadras, con pocas casas y un paisaje de bosque tupido y cerros. Mi familia vivía en una casa situada en una loma hacia dentro. Mi madre y sus hermanas caminaban varios kilómetros para llegar al colegio y hay un montón de historias de ese lugar relacionadas con mitos locales, que desde niña me fascinaron. Esto en particular está rescatado en un documento: “Historias y leyendas campesinas de la comuna de Purranque”, de Ramiro Barría Alvarado. Hace tres años fui con mi mamá y una tía y recorrimos parte de Hueyusca, y seguía tal cual lo habían dejado. Las mismas familias, la misma naturaleza desbordada, el mismo río que cruza el sitio. Es una localidad conocida por sus historias de brujos y también porque al parecer sirvió de refugio para algunos mapuche que huyeron de los colonos en el tiempo de la Conquista. En ese sentido, es una zona que vivió primero la violencia de la colonización. Es un pueblo que no se expandió, que todavía sigue siendo de difícil acceso, quizá por la hostilidad de la geografía. No sé si condensa la identidad de una forma de habitar. Me parece que cada lugar tiene sus particularidades, aunque creo que sí podríamos encontrar puntos de unión con otras localidades que han sido dejadas en el olvido. Es como si Hueyusca se hubiese quedado detenida en el tiempo. Creo que eso me intrigaba: la posibilidad de quedarse suspendido en un lugar, sobre todo para un libro que intentaba reconstruir un pasado desde el presente.

 

Un detalle menor, pero no tan menor, y al cual rara vez se le presta atención en las conversaciones y en las lecturas sobre poesía chilena: el título de tu libro está con minúscula inicial. Lo mismo con los textos del interior: los títulos de los poemas y cada uno de los versos están con minúscula inicial. Y no hay comas ni puntuación. Incluso los nombres propios, como el caso de “hueyusca” o del río “puquitrahue”, van con minúscula inicial. ¿A qué responden, en tu opinión, estas decisiones editoriales? ¿Crees que se relacionan con la concepción poética que propone magnolios?

 

Claro, es verdad, el título está con minúscula, al igual que todos los versos del libro. Tampoco hay signos de puntuación. Esa decisión fue pensada con la editorial para darle fluidez al texto y también uniformidad. Pensé que había que considerar especialmente el ritmo dado por los cortes de verso. No fue una decisión difícil, sino más bien espontánea, porque en general tampoco uso muchas comas ni puntos al escribir poesía. Puede ser también que las minúsculas dan cierto aire de lo ínfimo, de lo cotidiano. Le quitan importancia a las palabras, que yo esperaba pudieran pesar por sí solas. Me parece que depende mucho del libro el uso de mayúsculas y minúsculas. Las mayúsculas en el caso de localidades o ríos dan cierta oficialidad, lo que está bien. Pero para estos poemas sentía que no hacía falta.

 

Tengo la impresión de que en la poesía chilena varios/as autores/as vienen “desromantizando” la relación con la naturaleza, quitándole esa idealización del mundo natural tan propia del discurso poético más convencional. Algo muy similar percibí, por ejemplo, en el libro Isla Riesco de Mariana Camelio, el cual creo que tiene varios puntos en común con magnolios. En tu libro la naturaleza y el dolor van de la mano. E incluso hay una suerte de desconfianza de la sujeto que enuncia respecto de la naturaleza. ¿Cómo percibes la relación que establece tu libro con la naturaleza? ¿Y tu obra poética en general? Estoy pensando no solo en magnolios, sino también en Alud, plaquette que publicaste en 2018. Y también en el texto inédito El país del sur, con el que obtuviste el Premio MOL el año pasado.

 

Es interesante esa lectura de desromantizar la relación con la naturaleza. Efectivamente creo que hay una búsqueda por huir de ese lugar común de la poesía, de pensar que la naturaleza es prodigiosa. Mistral, por ejemplo, en Poema de Chile vuelve como fantasma a un país que ama, pero, en paralelo, renuncia a él. En Chile me parece que se produce muchas veces esa sensación de admiración por un entorno bellísimo, que al mismo tiempo se cruza con el dolor. Hay una relación conflictiva con el paisaje. En Isla Riesco Mariana recupera parte del imaginario austral desde un relato fragmentado familiar. En ese sentido coincidimos, es un libro que me gusta mucho. Tuve la fortuna de ver el proceso de escritura y de compartir con Mariana, con quien también somos amigas y participamos del colectivo de traducción y poesía Frank Ocean. En el caso de magnolios hay desconfianza de la naturaleza porque es también la historia que me tocó vivir. De alguna forma siento que heredé ese deseo constante de volver al sur, de recuperar un tipo de vida. Pero a la vez en mi familia se trata de una época donde pasaron cosas terribles que generaron fracturas. En Alud es más patente la idea de desastre natural. Y en el texto inédito que mencionas, El país del sur, he estado intentado hacer algo más híbrido entre diario de viaje y poesía. Creo que, de todas formas, está presente el interés por el entorno. Hay una voz que es cautivada por la naturaleza y que al mismo tiempo siente cierta tensión. Diría que me intriga esa tensión entre hablante y paisaje.

 

Si tuvieras que explicarle a un extranjero y/o a un lector incipiente de poesía los aspectos que más te interesan de la poesía chilena contemporánea y de la actual, ¿qué le/s dirías?  

 

¡Qué complejo responder esto! Creo que sería necesario averigüar qué le gusta o le interesa a la otra persona. Primero diría que hay bastante diversidad editorial y eso ha enriquecido la variedad de títulos de poesía. Ya no es difícil publicar y hay una comunidad importante de lectores que se atreven a salir del canon poético más tradicional. En el diseño también se ha innovado bastante. Eso queda claro en ferias como la Furia del Libro y la Primavera del Libro. Y también en feria Impresionante, en la que el fanzine tiene un lugar protagónico. Por otra parte, tengo la impresión de que hay mucha gente escribiendo y reuniéndose a compartir lecturas, incluso en formato digital, ya que hemos estado encerrados. Tenemos la suerte de tener poetas como Rosabetty Muñoz, Elvira Hernández, Carmen Berenguer —que están nominadas al Premio Nacional—, Soledad Fariña, Verónica Zondek y Nadia Prado, entre muchas otras, que de algún modo han sido un ejemplo para las generaciones venideras. Me interesa muchísimo también lo que está pasando ahora con la poesía mapuche. Encuentro admirable el trabajo de Roxana Miranda Rupailaf, de Ivonne Coñuecar, de Daniela Catrileo. Nombro mujeres porque creo que allí hay una potencia importante y pienso en el gran trabajo de visibilización que hicieron Maribel Mora Curriao y Fernanda Moraga en la antología poética Kümedungun/Kümewirin, de 2010. Ha pasado algo interesante también en la poesía documental: lo que han hecho Carlos Soto Román, Jaime Pinos, Carlos Cardani. Todo eso habla de una efervescencia poética que me parece sana, que también se traduce en la publicación de textos de gran calidad. Aunque el concepto de calidad pueda ser tramposo, hay una densidad en la escritura que me parece fundamental. Creo que la diversidad actual se refleja también en que no hay un único grupo ni una única corriente. No es necesario tomar una posición ni una trinchera. Me parece que a pesar de que la pandemia ha sido devastadora para el mundo de la cultura, la poesía puede surgir como un espacio natural de alivio.

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