Julio 8, 2024

“Volveremos a ser libres, a ser fuertes, a ser dulces, a gritar, a pintar, cantar, abrazar, besar… A sentirnos…todos juntos, todas una” Entrevista a Soledad Fariña

 

Por Ernesto González Barnert

 

 

Me parece una señal errada que la poeta de antofagastina no comparta palco en el cuarteto de candidatas (Hernández, Berenguer, Calderón y Muñoz), donde también debiéramos considerar a Cecilia Vicuña, Malú Urriola, Damaris Calderón, Verónica Zondek, Astrid Fugellie, Graciela Huinao, Nadia Prado, Delia Domínguez, Alejandra Basualto, Eugenia Brito, María Inés Zaldívar, a vuelo de pájaro. Mucha foto en estos días, pero poca lectura de fondo, de los libros y poemas que constituyen este corpus literario inmenso y decisivo sobre todo de los mismos que vociferan la pertinencia del Premio Nacional para alguna de nuestros poetas. En fin, volvamos a la contundente labor de esta poeta indesmentiblemente grande y fervorosa, que llega al corazón desde hace años de sus lectores, nosotros. Maneja con dominio absoluto una fusión interesantísima de su voz con la matriz latina, indígena, americanista, sensual de la materialidad e hilado castellano-chileno. Y a la vez conjuga todo ese despliegue de sentidos sin dejar de lado la exploración sensorial y expresiva del idioma devenido del pulso vanguardista de comienzos de Siglo XX. Una poeta maravillosa, que nunca uno se cansa de leer y leerse en sus ecos e intersticios de lenguaje, hilados con goce y maestría clásica.

 

 

–¿Cómo fue conjugar tu rol de poeta, escritora y profesora en estos años? ¿De qué manera eso redundó en que publicaras pasados los 40 años tu primer libro de poesía sin perjuicio de tener ya más de una veintena de libros de tu autoría?

 

Mi historia es un poco más larga que la docencia y los talleres y son otros los motivos de mi primera publicación tardía. Tengo, en general, 10 años más que las personas de mi generación y he tenido muchos oficios desde el año 1962 en que terminé mis estudios secundarios y empecé a trabajar en la Empresa Nacional de Electricidad, Endesa, semi-estatal entonces. En 1965, sin dejar de trabajar, ingresé a la carrera de Ciencias políticas de la Universidad de Chile. Nunca entré al Pedagógico. Me incorporé al Partido Socialista y fui militante activa junto a los trabajadores de Endesa hasta el 10 de septiembre del 73. Viví intensamente el proceso de la Unidad Popular desde dentro. Milité, trabajé, hice política, me casé, tuve dos hijos. Luego del golpe fui perseguida y exiliada en Suecia. En ese país estudié (en la Universidad de Estocolmo) trabajé y crie a mis hijos. Al volver a Chile trabajé en lo que pude y a la vez retomé –por un año- los estudios en el Departamento de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile. Durante los años 80 trabajé (Flacso, Ceneca, Radio Tierra), publiqué dos de mis libros y me incorporé a la enseñanza impartiendo talleres de escritura. Durante los 90 hice talleres en colegios, universidades, talleres privados y clases de literatura y literatura infantil en la Universidad de Chile. En los 2000 volví a la U de Chile a hacer el Magister en Literatura. Durante todos estos años de talleres y clases, la gran experiencia fue trabajar con niños y niñas de escuelas no privilegiadas, por decirlo de alguna manera. Mi realización como profesora o guía de taller era demostrar que niños, adultos y adultos mayores pueden escribir creativamente, pueden apoderarse de las palabras y moldearlas como quieran, en definitiva, les está permitido crear. Generalmente esos talleres eran introductorios, después tendrían que abrirse a otras posibilidades, a otro rigor. En ese momento, había que abrir las cabezas al deseo de inventar, confiando en que ellos/ellas mismas se relacionarían directamente con la poesía. Pero ¿cómo hacerlo? Mi opción fue introducirlos a la lectura atenta, por ejemplo, de un poema, pidiéndoles que a partir de allí, escribieran lo que quisieran. Y todo lo escrito estaría bien, porque venía de lo que les sugiere el poema y su lectura abierta, sin prejuicios ni indicaciones. El resultado era increíble. Abrir, abrir cabezas, como decía Huidobro.

Creo que desde niña leí mucho y escribí y seguí escribiendo. Durante el periodo previo a la Unidad Popular, y durante el Gobierno Popular, no pude escribir, no podía alejarme ni un momento de la acción, lo que estábamos construyendo. Ni siquiera tomar notas apartándome de la inmediatez de lo que vivíamos. Toda la pasión estaba puesta ahí, en el qué hacer, en la lucha por los cambios. Cada día era diferente al otro, todos los días decisiones, reuniones, marchas, trabajo voluntario en una empresa donde, salvo los obreros y uno que otro profesional, era de izquierda; yo pertenecía a estos y más aún, era mujer y joven. Fui muy perseguida desde antes del golpe, había traicionado los códigos: no seguí siendo secretaria, no me casé con un ingeniero, estudié y me uní a los trabajadores. Trabajé con los dirigentes obreros, viejos sindicalistas, casi todos del PC. Eran tiempos de división profunda, enemistades y amenazas de muerte, aún antes del golpe. Pero viviendo esa experiencia día a día se perdía el temor, sobre todo al ver la decisión y honestidad en esos trabajadores. Aprendí de ellos y, sobre todo, vi su dignidad, sentí su dignidad, así que lo vivido en ese proceso –la UP- no fue solo idealismo, ya que después de tantos años, sigue siendo ese el objetivo que hoy perseguimos. Cuando volví a Chile, a fines de los 70, todo había cambiado radicalmente. Mi primer libro, llamado El Primer Libro, publicado en 1985, tiene que ver, en gran parte, con la experiencia activa de intentar cambios profundos políticos, culturales, económicos, etc. y más tarde con la reflexión sobre lo que significó esa experiencia, con el golpe que la truncó y sus consecuencias: la atrocidad de la dictadura, la pérdida de un proyecto que considerábamos justo y, culturalmente, la censura y autocensura: la pérdida un lenguaje. El Primer Libro es un libro de experimentación, es y no es un primer libro, porque ya había escrito, leído, pensado, escuchado y aprendido mucho antes de publicarlo. El intento en ese libro, y en los dos que siguieron, fue salir de esa mudez intentando otro lenguaje, uno que nos conectara a nuestro aspecto cultural silenciado: nuestro mestizaje, nuestros ancestros precolombinos, su forma de pensamiento, la sacralidad perdida. Buscar y aprender otra forma de interpretar el mundo. El exilio había sido duro, pero más duro era volver y ver los estragos de todo tipo que producía la dictadura y la entrada al mundo neoliberal. Ver y experimentar lo grosero, lo criminal del poder y, especialmente, la paulatina pérdida de dignidad de las personas. El abuso que dura hasta estos días.

 

–¿Cómo vives la pandemia, el estallido?

 

El estallido y la pandemia, una sola cosa, aunque tengan origen en distintos factores, aparentemente. El estallido: el hartazgo de la mayoría de la gente, -nosotros, nosotras- del abuso, la humillación, el empobrecimiento mediante el engaño de esta sociedad de consumo obligado, materialista, corrupta. El inicio de una vuelta a la solidaridad como valor, a la honestidad como cura de una pandemia hasta ahora sin cura. El horrible rostro de la codicia una vez caídas las máscaras. La pandemia, una pausa obligada al estallido en las calles, un virus creado para establecer el control, sin conseguirlo. Cómo siguen mintiendo, me pregunto hoy, 31 de julio. Acostumbrados a no tener escrúpulos, saben que sabemos que mienten. Y aún tienen ese poder. Ese poder que desquicia y abruma. ¿Cómo enfrentarlo? Volver a creer, idealismo que sabemos no es idealismo puro, son acciones concretas, formas de organizar la sociedad que no pasan por ese canal de la codicia que conduce a la injusticia. Ellos pelearán defendiéndose con lo peor de sus leyes. La incerteza frente a la vida post-pandemia se une ahora al cómo seguiremos la lucha, las acciones iniciadas en octubre. Pero hay algo interno que nos asegura que esto va, va.

 

 

–¿Qué poema tuyo te gustaría leer en una sala de clases hoy?

 

El que da inicio al libro En Amarillo oscuro, el intento de otra forma de leer, de decir el mundo.

 

“Mariposa nocturna se ha metido en mi aliento… Apretados los labios, cómo voy a nombrarla…”

 

 

–¿Qué libros, arte, música le estás hincando el diente esta temporada?

 

Empecé por los que tenía y no había leído, autores y autoras chilenas recientes, poesía y prosa comprada en las últimas ferias, hermosas traducciones, también de editoriales independientes. Relectura de los místicos, especialmente de los poetas sufíes ya estudiados. Relectura de Carlos Cociña, Roxana Miranda Rupailaf, Rosabetty Muñoz, Juan Rulfo, Alia Trabucco, Verónica Zondek, Gonzalo Muñoz, María Carolinaa Geel, junto a mis queridos, queridas talleristas.

 

¿En música? siempre Bach, Mozart, Scarlatti, Debussy, Fauret, Ravel, Satie. Y, recordando a Lucho, Las últimas canciones de Richard Srauss, Miles Davis, Thelonious, Charlie Parker. También los experimentos de sonido de Gregorio Fontén.

 

¿Arte?

Revisitando a Guillermo Núñez,

recordando –mirando- la magnífica obra de Lotty Rosenfeld.

 

–¿Cómo resumirías tu arte poética?

 

Es un poco largo el resumen, pero esta es mi poética.

 

Hablar de los poemas, del sentido que tiene la búsqueda inicial, me remite al silencio a la androginia y a una extraña complicidad con el verde.

Al goce que otorgan las palabras abiertas a cópula y narciso

-ya no en una violenta introspección, sino en la suavidad transitoria del viaje-

 

Soñar desde los árboles sin intentar metáforas que se hundan en la tierra o eleven el follaje: hablar sólo del verde y su estancia en el ser

 

Por eso hoy no me detendré en las aguas, en la inmersión en ellas

Me aferraré a esa nostalgia antigua tan oculta que casi no puede explicitarse en sonidos (a veces esa nostalgia y yo nos aliamos inventando la impertinente certeza de que “hay otras formas para nombrar las cosas”)

 

Pero hoy, creo, la única certeza es mi nostalgia de verdes. Los que afloraron cuando el deseo apuraba respuestas buscándolas adentro, arriba, afuera, abajo

 

Voy a prestarles voz nuevamente a esos verdes

Los traeré nombrándolos como árboles de floración completa, (¿andrógina?) del Corcolén, la Patagua que le dieron palabra a mi oscura nostalgia de absoluto:

 

¿Cuándo estoy más entera para cumplir mis sueños de narcisa?

¿Cuando me apego al verde de esas hojas perennes?

¿Cuando a la sombra de ellas puedo admitir sin culpa que el masculino aflora, que hermafroditas bailan las flores amarillas, las mías?

 

O cuando la busca sugiere que (alada alado) los cuerpos que se ahuecan en el mío son sépalos tocados también por la nostalgia de ser desde el inicio (hija, hijo) origen en el cuerpo, el amor a los cuerpos (¡qué intento inacabado de sentido!)

 

Pero si vuelvo al verde se detiene esta busca. Sólo existe el color, y por un instante, la ilusión de mi estancia (¿en el ser? ¿en el verde?)

 

El amor a los cuerpos, a este cuerpo textual -o al mío- sigue siendo posible gracias a los silencios que siempre están habitando a estas palabras… que ahora quieren volver nuevamente a la busca, nuevamente al poema

 

 

 

–Cómo es tu proceso escritural?

 

 

El lápiz de grafito es implemento necesario, porque escribir es como dibujar en el papel. Tengo cuadernos, muchos cuadernos, pequeños, blandos, para meterlos y sacarlos de la cartera mochila, bolsa. También escribo en papeles sueltos que amontono al lado del computador. Aunque son de distintos tamaños y se mezclan con otras notas, jamás se pierden. Mis mejores poemas los he iniciado en cuadernos, ahí escribo, escribo, escribo, sin parar, la mano ligada a su pulsión (muchas veces a la emoción) tiende a los rasgos grandes, una especie de magma que después, con más calma, transcribo a otra página del mismo cuaderno ya con un cierto orden, que no siempre es el mismo de la primera versión. Y luego, al computador.

Allí sufre múltiples variaciones: le doy más aire, menos aire, de acuerdo al ritmo y sonoridad que quiero conseguir. Allí las palabras empiezan a adquirir su propio peso, color, oscuridad o destello. Ellas mandan.

Este proceso puede durar años. Ahí pesa, sobre todo, el blanco de la hoja que asume las pausas, los silencios.

El ritmo siempre, o casi siempre, está asociado a un baile, tal vez porque ahí empieza a hacerse visible el cuerpo de las letras: más grandes, en altas, en bajas, cursivas, más pequeñas. A ese espacio lo llamo “mi aire”, aunque son las palabras las que piden su respiro apropiándose de él.

 

Esto en términos generales, porque como proceso, el tratamiento de la escritura ha sido distinto para cada libro.

 

 

–¿Qué verso o frase llevas como un mantra dentro de ti en estos días aciagos?

 

Volveremos, volveremos, volveremos.

 

Volveremos a ser libres, a ser fuertes, a ser dulces, a gritar, a pintar, cantar, abrazar, besar… A sentirnos…todos juntos, todas una.

 

–¿Qué poetas y escritores nos recomiendas leer?

 

Hilda Hilst, poeta, dramaturga y novelista brasileña (1939 – 2004), hasta donde yo sé, sus libros de poesía no están traducidos al castellano, solo poemas en diversas revistas y páginas electrónicas.

 

Contéstame, baila mi danza, antología de poetas norteamericanas, donde podemos conocer o volver a leer a Muriel Rukeyser, Denise Levertov, June Jordan, Diane Di Prima, Adrienne Rich, entre muchas otras, esta antología fue seleccionada y traducidas por la poeta argentina Diana Bellessi.

 

Gran sertón, veredas, volver (o descubrir) a Guimaraes Rosa (¿Es poeta? ¿Es narrador?)

 

–¿Un libro que nunca has podido terminar de leer?

 

Viaje al fin de la noche de Celine, no sé por qué. En cambio, Ulyses de Joyce lo empecé y lo terminé, hace muchos años, de una vez.

 

–¿Qué viene a tu mente cuando piensas “poesía chilena”?

 

Una red amplia, cada vez más amplia y más hibrida con préstamos de por aquí y de por allá, no solo de occidente y oriente, también de voces que salen, se abren, recuperan: mapudungún. Rocas sólidas como Mistral, Winnett, Vicente, Pablo, Pablo, Rosamel, Casanueva, Teillier, Eliana Navarro, Lihn, Stella, Nicanor, Delia Domínguez, Juan Luis, Cecilia Casanova, Zurita, Elvira Hernández, Marina Arrate, Berenguer, Verónica Zondek, Rosabetty Muñoz, Roxana Miranda Rupailaf, entre tantos y tantas, cada vez más mujeres, cada vez más jóvenes con escrituras sólidas.

 

 

–¿Cómo ha sido tu relación con la obra nerudiana?

 

De amor, de odio, de admiración profunda, su ritmo y sus imágenes laten adentro, aunque no sepamos, aunque no queramos.

 

 

–¿A qué le teme Soledad Fariña?

 

A lo exterior, a esa nebulosa intraducible que vive afuera y desconcierta, a la voz externa que quiere imponerse. Al murmullo malicioso, No soy invulnerable a esas voces.

 

 

–¿Cuál crees es lo medular que se debe rescatar hoy de Safo?

 

No lo sé con certeza porque amo su poesía en todo lo extenso de sus truncados poemas. Hoy es el hoy perenne, su presente es el nuestro: el cotidiano amor humano con sus celos su tristeza, su nostalgia y el deseo como flecha que hasta puede descomponer el cuerpo deseante con solo ver al deseado, deseada. Leo una parte del fragmento 31 de Safo

 

…en silencio se deshace la lengua y /una llama sutil corre bajo /mi piel; mis ojos nada ven, sólo escucho /cómo zumban mis oídos, /me deshago en sudor, me sacuden /temblores, y me vuelvo más pálida /que la hierba marchita. Me parece /que la muerte no está ya lejos de mí.

 

y veo la misma pasión en Con mi litigio de amor de Violeta Parra

 

Ya ve mi cara, señor, / más pálida que la muerte, /escuche cómo de fuerte /palpita mi corazón, /mi pobre caparazón / tirita como en invierno, /mis venas son un infierno /que arden en fuego mortal, /castígueme el tribunal /si acaso culpa yo tengo.

 

En cuanto a lo medular de Safo, tal vez para muchos, muchas, tenga sentido este fragmento

 

No tengo quejas / la prosperidad / que las musas doradas / me otorgaron

no fue ilusión / muerte: no voy a ser olvidada

 

No voy a ser olvidada, ¿no es lo que quisiéramos todas, todos los poetas?

 

–¿Qué significan en lo personal para ti distinciones y premios?

 

¿Distinciones? Un reconocimiento a tu trabajo.

 

¿Premios? Depende del premio, premios de poesía hay varios, empezando por el premio que otorga la Fundación Neruda a poetas menores de 40 años, y está bien que existan. En cuanto al Nacional de Literatura, su significado hoy se ha vuelto muy engorroso. Tanto, que se habla de cambiar la modalidad de su otorgamiento y las formas de las nominaciones.

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