Noviembre 7, 2024

“La colección Primavera Poética es un acto de amor y resistencia” Entrevista a Harold Alva

 

Por Ernesto González Barnert

 

 

Quizás una de las quijotadas más radicales en el mundo de la poesía durante el 2020 ha sido llevar a cabo la publicación de 65 libros digitales, con 65 poetas de 17 países, una locura cuyo corazón es Harold Alva. Con esa generosidad y desplante con que ha abierto una puerta para voces cruciales de varios países, estrechar lazos, generar puentes poéticos indestructibles, con Perú como centro neurálgico.

Harold Alva nace en El Alto, Talara, Piura. Abril de 1978. Es escritor, editor y analista político. Dirige el Festival Internacional Primavera Poética (FIP Perú). Es autor de Lima, la épica del desastre (2012), Ciudad desierta (2014) y A tiempo completo (2020), entre otros libros. Ha participado como expositor en la Feria Internacional del Libro de Guayaquil (Ecuador), Feria Internacional del Libro de Concepción (Chile), Feria Internacional del Libro de Buenos Aires (Argentina), Feria Internacional del Libro de Lima. Fue editor de la Revista del Foro del Ilustre Colegio de Abogados de Lima (2011, 2012), conductor de los programas de radio y televisión Habla el Pueblo (2016), Abogados de Lima (2017), Contrapoder (2018), Mesa de debate (Best cable) y Diálogo & Debate (UCI Noticias). Actualmente dirige Editorial Summa y Contrapoder, suplemento dominical del Diario Expreso.

Los invito a oír y apreciar uno de los más destacados vates de esa inmensa tradición peruana y que siempre ha encontrado la manera abierto o secreta de tener vasos comunicantes con la chilena.

 

 

 

¿Cómo ha sido llevar a cabo la colección de poesía virtual durante este 2020 más icónica de la temporada en Latinoamérica con 65 libros digitales, que reúne 65 poetas de 17 países, bajo el programa Lima Lee?

 

Gracias por esa valoración, querido Ernesto. Te confieso que soy claustrofóbico. Cuando el gobierno decretó la cuarentena y fuimos obligados a confinarnos, la primera reacción fue terrible. Durante dos semanas estuve empastillado, agrego que soy hipertenso. Los blísteres de Losartan y Amlodipino fueron desapareciendo poco a poco y las reservas de Alprazolam que las tenía por si acaso, actuaron en cadena con las Captopril para atenuar la ansiedad del encierro. Una cosa es ser un solitario y enclaustrarte sabiendo que puedes salir en cualquier momento a sentarte sobre alguna banca del parque de tu cuadra, o ir al malecón a respirar el mar, y otra saber que si sales te captura la policía y, por supuesto, asimilar lo vulnerable que somos frente a un enemigo invisible, fue algo que me tomó días procesar. A mí me salvaron los libros. Mi casa es una biblioteca. Tengo libros en todas partes, en mi habitación, en la sala, en la cocina, en el baño, vivo entre libros. La cuarentena empezó el 15 de marzo, a fines de abril había procesado que teníamos para largo y que no sería digno dejarme derrotar en un momento cuando el mundo peleaba por resistir. Yo veía cómo pasaban los días, la proliferación de recitales en Facebook; cómo, de un momento a otro, la gente escribía historias sobre el covid-19 y enviaban a mis grupos de WhatsApp cadenas enormes sobre cómo derrotar el virus, pero nada me animaba; todo lo contrario: volvía a las pastillas. Dejé pasar un mes luchando, enfrentando psicológicamente al hipertenso, al claustrofóbico, al que no quería saber nada con lo que sucedía en el mundo. Y cuando despertaba: allí estaban los libros. Volví a José Santos Chocano, retorné a Darío, repasé a los clásicos del renacimiento hispánico, me reencontré con Lorca, con Moro, con Artaud. Leí Lecciones sobre los filósofos de la política: de Aristóteles a Hannah Arendt de Hugo Neira, y ya casi recuperado, recibí la invitación de Alex Alejandro Vargas, en aquel entonces jefe del programa Lima Lee, de la Municipalidad de Lima, para publicar, en su biblioteca digital, un libro de poemas. Volver a mi poesía después de seis años fue aquel fósforo que necesitaba para reactivarme. Así nació Regresiones, en mayo, el libro que compartimos en Lima Lee, a casi un mes de recibir la invitación. Regresiones me ayudó a entender muchas cosas: volver a la infancia, a mi padre muerto, al miedo a la oscuridad, al silencio (aún duermo con el televisor encendido); sirvió como ese golpe de dados que te arroja los dos seis para entender que aún tienes opción en el torneo. Entonces pensé en los siete años del festival Primavera Poética, en sus 52 títulos publicados, en mi amistad con los poetas de Iberoamérica, en la necesidad de resistir, pero, sobre todo, en la responsabilidad de izar la bandera de la esperanza; y le propuse a Alex Alejandro Vargas publicar no diez, no veinte, sino 65 libros de poesía y realizar un festival que dure 120 días, con presentaciones y diálogos con los poetas convocados, 65 libros digitales para distribuir de manera gratuita. Alex realizó la gestión con Juan Pablo De La Guerra, gerente de Educación y Deportes y con Florentino Díaz, presidente de la Comisión de Cultura de la municipalidad de Lima, la aprobaron. Dos semanas después, tenía lista la colección. Si los libros me ayudaron a mí, tenía que distribuir con los poetas la receta. Editar a 65 autores de 17 países, todos con plena consciencia de lo que estamos sobreviviendo, ha sido el proyecto más ambicioso en lo que va de mi vida. Yo estoy muy agradecido con la generosidad de los poetas. La colección Primavera Poética es un acto de amor y resistencia.

 

¿Cómo vives la pandemia en el Perú, además de tu labor cultural?

 

Aún no me adapto a un mundo con barbijos, sin embargo, debo ser prudente. El virus existe, es real. Lamentablemente, en mi país, más del 70% de su economía es informal, eso nos ha puesto entre los países con mayores índices de contagio. Tenemos más de cincuenta mil muertos. Eso es grave, pero más grave es la incapacidad de quienes tienen la responsabilidad de entregarnos un servicio público de salud que ha colapsado, cuya burocracia tiene, por ejemplo, a expertos esperando más de dos meses para recibir el apoyo que podría producir pruebas moleculares que nos permitan identificar a los contagiados. Tenemos un ejecutivo que ha transado con las clínicas privadas y que, en la más puntual actitud de Pilatos, le echa la culpa al pueblo por todas las tragedias. Dirijo Contrapoder, un suplemento político en el diario Expreso, una publicación que dejó de circular por la cuarentena; los periódicos también se vieron afectados, algunos disminuyeron sus tirajes, otros estuvieron publicando en sus plataformas digitales. Cuando terminó el confinamiento, volvimos a los kioscos. Con el suplemento estamos concentrados en fortalecer una oposición teórica, propositiva. Esa actividad, la corrección de una antología de poesía peruana del siglo veinte, un estudio sobre poetas finiseculares: De golpe a golpe, escritores nacidos entre el golpe de Velasco Alvarado (3 de octubre de 1968) y el autogolpe de Fujimori (5 de abril de 1992), más una guía sobre poesía iberoamericana, me tienen de nuevo concentrado frente a mi pantalla, en mi biblioteca. Salgo una vez cada quince días a comprar víveres (yo me cocino), con el agregado que, sobre mi escritorio y, en toda la casa, hay frascos con gel de alcohol, una caja de barbijos y otra de guantes. Aunque sé que el virus te puede sorprender cuando menos lo esperas, respeto los protocolos de bioseguridad. Tenemos la obligación de sobrevivir.

 

¿Qué le aporta la poesía a tu manera de ver y hacer política y viceversa?

 

La poesía es todo en mi vida. Desde los 10 hasta los 16 años, por el trabajo de mi padre (era policía), viví en Cañaveral, una localidad en la montaña de Tumbes, región del norte, frontera con Ecuador, donde para sortear el tiempo, propio de un lugar donde no había agua potable ni luz eléctrica, solo un pozo en una quebrada a donde iba todas las mañanas para abastecer dos cilindros, en diez viajes con un yugo que sostenía dos baldes, y en la tarde un motor se encendía para alumbrar las casas hasta las 11 de la noche; aprendí a memorizar poemas, versos que leía en la madrugada al costado de una lámpara o, en el día, en algún lugar lejos de los adolescentes que jugaban fútbol o pastoreaban cerca de sus chacras. Fue con Darío, Lorca, Neruda, Juan De Dios Peza y José Santos Chocano, con quienes aprendí a mirar el mundo de otra manera, a conocerlo más allá de la lejanía de aquella entrañable localidad. Con ellos entendí que el tiempo es un espejismo, siempre viví al margen del horario, detesto las agendas, mi ritmo responde a lo que quiero, todo lo que hago es consecuencia de ese estado salvaje que asumí como hábito. Incluso, respetar los nuevos protocolos no responde a algo racional sino a mi instinto de sobrevivencia. La poesía me ha dado esa visión silvestre de las cosas. La política, sin embargo, es una necesidad para reafirmar mi compromiso con la colectividad. La política en su sentido estricto, la política como el arte de dirigir para alcanzar el bien común, es un concepto que debemos recuperar, pero no lo vamos a recuperar desde un escritorio, a través de una columna de opinión o firmando manifiestos, necesitamos involucrarnos con acciones concretas: militando en un partido o fundándolo. Los cambios, las reivindicaciones, se ejecutan desde el poder; cualquier inquietud que no tenga como objetivo ese espacio real, es onanismo. En mi país, ahora mismo, están dejando morir a miles, la crisis es en todos los sectores: tenemos un sistema de salud que ha colapsado, lo que era un problema de desaceleración ahora es un desastre, estamos frente a una depresión económica que no sufríamos desde fines de los ochenta, la crisis en la educación ha sido evidente cuando se tuvo que pasar a las plataformas digitales, es increíble como en los umbrales de un nuevo milenio hayan localidades con tal precariedad que por la ausencia de electricidad, miles perderán el año escolar, por solo referirme a infraestructura, te imaginarás cómo están de desfasados nuestros programas curriculares, los problemas de inseguridad ciudadana y un largo etcétera de dificultades que nos colocan al centro de una situación de incertidumbre que no entiendo cómo podría ser ajeno a la política. Pienso que mi generación ha recibido la responsabilidad histórica de recuperar el futuro, porque el presente, así como está, lo hemos perdido. ¿Cómo recuperas el presente? A este presente de malhechores en los cargos públicos, hay que combatirlo. La lucha es por el futuro. La política me ha dado entendimiento, la poesía visión.

 

¿Qué le recordarías a los nuevos poetas? ¿Qué fue lo que te llevo crees tú a ser reconocida por sobre tus pares?

 

A los nuevos poetas les recordaría que somos hijos de un proceso que no en vano nos ha entregado a Rubén Darío, a José Martí, a José Asunción Silva, a Ernesto Noboa, a José Santos Chocano, a Julio Herrera y Reissig, a Leopoldo Lugones, por citar algunos de nuestros modernistas, y los cito a ellos, considerando que fue el modernismo el primer movimiento realmente latinoamericano, les recordaría que responden a una tradición que tuvo en Guillén, Vallejo, Neruda, Huidobro, Borges, los pilares de un español que se forjó para resemantizarla. Eso le recordaría a los nuevos poetas y a mis connacionales les pediría que retornen a Chocano, González Prada, Martín Adán, Magda Portal, César Moro, Eielson, Scorza, Romualdo, Rose, Valcárcel, Calvo, Corcuera, Hinostroza, Cisneros, Martos, Cillóniz De La Guerra, Mora, Aramayo, Nájar, Málaga, Ollé, Verástegui, Mendoza Borda, Cornejo. Somos herederos de grandes poetas a quienes deberíamos dignificar con obras que respeten su legado. La poesía, y esto lo aprendí de nuestro querido Leopoldo Castilla, no es una carrera, sino un destino. Sobre lo segundo, hay poetas de mi generación cuyas trayectorias me impiden afirmar que yo tenga un mayor reconocimiento. Agradezco tu pregunta, lo que sí puedo responder es que desde que empecé a escribir no he dejado que me derrote el blanco de la pantalla porque en mis dedos hay una proyección de animales y de bosques que pugnan por manifestarse en mis palabras. No sé si te haya pasado, pero hay demasiado dolor adentro, demasiada ansiedad como para permanecer callado.

 

¿Cuáles son algunas de las grandes directrices de la escena poética peruana actual en estos días a nivel conceptual, si existen a tu juicio?

 

Leo con esperanza lo que están escribiendo los jóvenes. La literatura en el Perú, con poquísimas excepciones, había caído en un discurso en donde lo conversacional fue durante décadas lo hegemónico. Siento que ahora se ha superado eso. Los poetas que empezaron a publicar a inicios del dos mil se reconciliaron con una tradición que tuvo en los cincuenta y los sesenta la irrupción de lo mejor que se haya producido en nuestra lengua. Hay puentes, principalmente con poetas de marcada pretensión lingüística. Esa preocupación por el contenido y la construcción del texto es algo que se fue perdiendo en la década del setenta, si bien el surgimiento de los movimientos del setenta y del ochenta fueron necesarios para el proceso de una afirmación de la peruanidad en términos de incorporar el lenguaje de los migrantes que tuvo como nuevas formas de expresión la cumbia o la chicha; ese contexto priorizó la nueva sensibilidad con un lenguaje cuya pretensión respondía a otras formas estéticas. Me atrevo a decir que tres directrices de la escena poética actual son a). la preocupación estética del texto, b). diálogo con lo mejor de nuestra tradición y c). una asimilación de lo universal que ha roto con los regionalismos.

 

¿Qué poema tuyo leerías en una sala de clases?

 

Filosofía de un puente

 

De un momento a otro

El mundo es la calle donde observas

Cómo cae el agua de los techos

El parque de la nostalgia

Que empieza a sitiarte con sus bancas

Para que tu sombra se reduzca

A una vieja cuadra

A los pasos que se anuncian

En la edad del último poema

En su encabalgamiento

Preocupado por la respiración

Por la tos de un verbo

Que enfrentado a su silencio

Detiene la brisa del malecón

El tedio de un árbol

Que copia la rutina de los ciclistas

La ansiedad de los runners

En un símil que nada tiene que ver

Con mi voluntad de corsario

La maldición de un puente

Que se rebela contra el vacío

Y la tarde mordiéndonos

Con la voracidad de un animal

Como quien interpreta una tocata

Un himno marcial

Una bandera de resistencia.

 

¿Qué libros, arte, música le estás hincando el diente esta temporada?

 

He retornado a Guarida de un animal que no existe, de Leopoldo María Panero y escucho The futuro, el noveno álbum de Leonard Cohen. Ambos, son mis últimos genios.

 

¿Un verso o frase llevas como un mantra dentro de ti en estos días aciagos?

La primera estrofa de uno de mis sonetos:

 

“Aprendí que a la noche no hay que combatirla,

Lo supe mirando con atención a los animales,

A la noche hay que dejarla ser, no hay que oírla,

Hacerlo te expone a sus lobos o chacales.”

¿Cómo resumirías tu arte poética?

“Mi lengua ya no caza libélulas

 

Un hombre

Cuando ya no puede hablar

Se marca.”

 

¿Qué poetas o escritores nos recomiendas leer de Perú, clásicos, actuales?

 

Si bien Vallejo es nuestro poeta universal, yo prefiero la poesía de José Santos Chocano, el registro épico de muchas de sus composiciones me toca con particular sensibilidad, lo mismo que Manuel González Prada. Recomendaría también a Martín Adán, La mano desasida, a César Moro y Emilio Adolfo Westphalen, a Eielson siempre, a Manuel Scorza, Gustavo Valcárcel, Efraín Miranda y Alejandro Romualdo, nuestros más emblemáticos poetas sociales. Lean a César Calvo, Arturo Corcuera, Walter Curonisy, su Rehenes del tiempo es una joya, lean a Marco Martos, Hildebrando Pérez Grande y Antonio Cillóniz De La Guerra, poetas que empezaron a publicar en la década del sesenta. Tulio Mora, Óscar Málaga, Omar Aramayo, Alberto Alarcón, Jorge Nájar y María Emilia Cornejo, del setenta. Recomiendo leer a Eduardo Chirinos, Luis Eduardo García, Renato Sandoval, Óscar Limache, Roger Santivañez y Rosella Di Paolo. Para no caer en omisiones prefiero no referirme a los poetas de mi generación, pero sí sugerir a Gian Pierre Codarlupo, Alejandro Cano, Pilar Vilcapaza, Erika Aquino, José María Salazar, Ana Carolina Zegarra, Andrea Castillo y Katherine Medina Rondón, entre los más jóvenes.

 

¿Un libro que nunca has podido terminar de leer?

 

Muerte a crédito, de Céline. No puedo pasar de su página quince.

 

¿Un libro que te hubiese encantado escribir?

 

El mundo es ancho y ajeno, de Ciro Alegría, indudablemente.

 

¿Qué viene a tu mente cuando piensas en “poesía chilena”?

 

Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Omar Lara, Raúl Zurita, Diego Maquieira, Enrique Lihn, Juan Cameron, Soledad Fariña, por supuesto. Tu pregunta me hizo recordar una anécdota en el aeropuerto de Santiago. El año 2006 viajé por primera vez a Chile. En aquel entonces yo era un tipo que lo último que le preocupaba eran sus papeles. Mi documento era un plástico viejo cuyos lados estaban abriéndose. En migraciones me pidieron el pasaporte, les dije que no tenía pasaporte porque había un dispositivo legal que decía que podíamos circular, en algunos países, solo con nuestro DNI. Me pidieron el DNI, lo entregué, el policía de migraciones me observó como quien me lanza un insulto y en un acto absoluto de matonería abrió los lados de mi documento y lo terminó de dañar. Incómodo le reclamé que no iba de turismo sino a un encuentro de poetas invitado por sus connacionales. “Si usted es poeta, dígame quince nombres de poetas chilenos”. Le dije veinte, el hombre no supo qué hacer, me pidió disculpas, trató de arreglar mi DNI, me ayudó a recoger mi maleta y me acompañó hasta el ascensor donde me esperaba Héctor Hernández Montecinos.

 

¿Cómo ha sido tu relación con la obra nerudiana?

 

Determinante. Lo leí por primera vez cuando vivía en el campo, a mis catorce años. Tuve que conocer a los surrealistas, ensayar con la escritura automática y el monólogo interior para desnerudizar mi poesía. Pienso que todos quienes pretendemos afirmar una voz hemos pasado por la influencia de Neruda. Cómo no identificarte con su “Poema V”: “Para que tú me oigas / mis palabras/ se adelgazan a veces/ como las huellas de las gaviotas en las playas. // Collar, cascabel ebrio/ para tus manos suaves como las uvas”, o con aquellos versos del “Ritual de mis piernas” de Residencia en la tierra: “Las gentes cruzan el mundo en la actualidad / sin apenas recordar que poseen un cuerpo y en él la vida, / y hay miedo, hay miedo en el mundo de las palabras que designan el cuerpo”. Cómo no dejarte capturar por el genio de Alturas de Machu Picchu o por su capacidad para sostener la tensión de Confieso que he vivido. Por eso, la última vez que visité Santiago, el 25 de abril de 2017, mi regalo de cumpleaños fue conocer La Chascona.

 

¿A qué le temes?

 

Al tiempo.

 

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