Diciembre 23, 2024

“Cuesta seguir escribiendo porque la realidad se me vino encima” Entrevista a Nurit Kasztelan

 

 

Por Ernesto González Barnert

 

Una de las nuevas voces argentinas que he tenido la suerte de escuchar y leer in situ, vengo siguiendo desde hace mucho, es la de la poeta, librera y dramaturga, Nurit Kasztelan (Buenos Aires, 1982), cuya poesía se desarrolla en nudos emocionales e intelectuales de forma trepidante, lírica, cercana. Engloba una poderosa voz interior, acompañante, íntima, de sus propios derroteros interiores y mentales, que conmueve o afina la nuestra, nos abraza en algo mucho más intenso y determinante, nos aleja de las salidas fáciles, los sermones de la boca para afuera, los discursos generales, la plática funcional y gris de la comunicación.

 

¿Cómo vives la pandemia en Argentina?

 

Con vaivenes, por supuesto, como todes supongo. Creo que lo más difícil de manejar es la incertidumbre ya que no tenemos forma de saber cuando termina esto, o si se instala y será convivir con la nueva “normalidad”.

 

¿Cómo ha sido para tu librería Mi casa [www.libreriamicasa.com.ar], una librería con más de diez años, a puertas cerradas?

 

Tengo que estar agradecida porque tengo trabajo y salud, digamos, por suerte a la librería le está yendo muy bien y vendo más que antes. A veces me gustaría tener más tiempo para leer y escribir pero no puedo quejarme.

 

 

¿Cuáles son algunas de las grandes directrices de la escena argentina en estos días a nivel conceptual, si existen a tu juicio? Hola, qué estilos, ideas, busca o desarrolla la poesía argentina actual

 

Nunca me siento capacitada para responder este tipo de preguntas, si bien me la paso leyendo poesía o ensayos sobre poesía. Hay algo que dijo Denise Levertov en su libro de ensayos Pausa Versal que me gusta para esquivar la pregunta “No hay forma de distanciarse del carácter trágico y terrible de nuestro tiempo; estamos inmersos en él como los peces lo están dentro del mar…”

 

¿Qué poema tuyo leerías en una sala de clases?

Creo que “La molienda”, que es uno de los primeros que escribí pero que todavía sigue resonando.

 

¿Qué libros, arte, música le estás hincando el diente esta temporada?

Uy, un montón, pero de manera absolutamente desordenada. Leí por ejemplo Breathing: Caos and poetry de Franco Bifo Berardi, El otro Kiotto, de Alex keer, La vida de las imágenes de Charles Simic, La residencia de estudiantes de Yoko Ogawa; Noches de Adrenalina, de Carmen Ollé, No se quebrará la rama, de James Wrigght, (lo compré equivocadamente porque me hice fan de Charles Wright y en el catálogo figuraba con ese nombre pero me súper sorprendió); y tengo ahí por la mitad Diario del afuera, de Annie Ernaux, La vida sensible de Emanuele Coccia, los Diarios de Sylvia Plath y El Naturalista en el Plata de Hudson. La pandemia me hace leer salteado a veces, porque en un punto, elegir que leer es una manera de ejercer albedrío de lo poco que podemos ahora.

Música escucho más instrumental, como para dejarla de fondo; me gusta sobre todo algo que no es nuevo que es Música para Aeropuertos, de Brian Eno.

Un artista contemporáneo que me interesa muchísimo lo que hace es el argentino Alejandro Pasquale.

 

¿Un verso o frase llevas como un mantra dentro de ti en estos días aciagos?

Sufrí una pérdida hace poco, y me gustan estos versos de Pound, de los Cantos

“Lo que amaste de veras permanece,

lo demás es residuo.

No podrán quitarte lo que amaste de veras.

Lo que amaste de veras es tu herencia.”

 

¿Cómo resumirías tu arte poética?

A veces me gusta robar cuando escribo, entonces creo que es justo que robe mi Ars poética: “Ser poeta no es una ambición mía. Es mi manera de estar solo” diría Fernando Pessoa.

 

¿Qué poetas o escritores nos recomiendas leer de Argentina o del mundo, clásicos, actuales?

Bueno, tal vez sea una obviedad decir Anne Carson, pero si me tengo que jugar por alguien no tan explorado diría Maggie Nelson, sobre todo Bluets. Leer más poesía china o japonesa, porque muestran una forma distinta de ver el mundo, con otro tiempo y otra atención a la naturaleza, Robin Myers me interesa muchísimo, hace poco traduje unos poemas de la norteamericana Asiya Wayud, Adelia Prado tiene unos versos increíbles. Los poemas de amor de Cristina Peri Rossi… Y bueno, Enrique Lihn siempre va a ser mi favorito. De Argentina hay un montón, pero me cuesta nombrar, por ejemplo, Verónica Viola Fisher o Mario Ortíz, de los vivos, pero hay muchísimos más, y ahora que se murieron ojalá tengan más resonancia en Chile Irene Gruss, Mirta Rosemberg. Pero todo es relativo, siento que en seis meses te podría dar otra respuesta.

 

¿Un libro que nunca has podido terminar de leer?

Paradiso, de Lezama Lima. Y Catatau, de Leminski.

 

¿Un libro que te hubiese encantado escribir?

Insomnio de Marina Benjamin, que acaba de editar Chai editora. Así comienza: “A veces escuchás un zumbido. O una corriente espectral de aire te para los pelos de la nuca…”

 

¿Qué viene a tu mente cuando piensas en “poesía chilena”?

Enrique Lihn. Y la frase que dijo Bolaño en Estrella distante: la poesía chilena cambiará el día que nuestra generación sepa leer a Enrique Lihn. Pero me fascina la poesía chilena, tengo un fetiche altísimo con conseguir La nueva novela de Juan Luis Martinez por ejemplo, y los contemporáneos desde Elvira Hernández hasta German Carrasco también me interesan. Y me gustan los libros de teoría o conversaciones sobre poetas chileno, como Luces de Reconocimiento de Merino, o el de conversaciones con la poesía chilena de Carlos Andrés Piña.

 

¿Cómo ha sido tu relación con la obra nerudiana?

De adolescente, tipo catorce, quince, leía más Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Ahora me quedo con el Neruda de Residencia en la tierra. Bueno, y me encanta su colección de mascarillas de Proa.

 

¿A qué le temes?

A las ratas. Y hace poco tuve una en casa, fue asqueroso. Ahora hablando en serio. Le temo a perder la capacidad de disfrutar la vida que a veces tengo. Cuando en la vorágine de las cosas me acelero me voy de mi centro, y tengo que volver a las plantas y a la lectura. Sin ir más lejos, la semana pasada ocurrieron muchas cosas juntas de orden personal, doméstico y laboral y en una sesión de terapia descubrí que una de las cosas que más me angustiaba era que estaba tan pasada que no podía leer. Y por más cursi que suene para mi leer es una especie de alimento.

 

¿Qué esperas lograr con tu sello Excursiones?

Nada. Me ponen contenta cosas que a veces pasan, lectores que reconocen la editorial, o que gusten mucho las tapas o la idea de las postales adentro de los libros.

Me gustaría poder seguir sacando todos los libros que se me ocurran, aunque a veces hay títulos que se complican por los derechos de autor. Es muy poderoso el momento de imaginar un nuevo libro, sea porque lo armás desde cero o porque el libro ya existe y querés que de alguna forma llegue a tu país. Y también es muy poderoso el pensar de a dos o colectivamente un libro que no existe y darle forma, saber que de alguna manera, aunque sea pequeño, soltaste un pedazo de pensamiento de otro en el mundo.

 

¿Cómo va tu novela?

Me cuesta llamarla “novela” porque creo que los géneros a veces encapsulan un material. Si está en prosa pero no tiene una estructura narrativa clásica, trata de una mujer que decide irse a vivir al campo a contemplar la naturaleza y hay mucho contraste con los recuerdos de la ciudad. El problema es que el personaje un poco decidió encerrarse y aislarse en el campo, y ahora que en Argentina la cuarentena nos obliga a hacer lo mismo me cuesta seguir escribiendo, porque la realidad se me vino encima. Como si lo escrito hubiera sido profético.

 

¿Qué es lo peor que puede ocurrir en un taller literario?

Que el escritxr que da el taller solo pueda enseñar a escribir como escribe, y no pueda salir de su propia estética, por más buen escritxr que sea, es decir, lo peligroso sea que salgan clones de ese escritxr.

 

 

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