[De LIBRETA DE MANO. Apuntes de viajes y literatura]
Marzo, 2003. Roberto Bolaño había alcanzado su momento más alto a comienzos del 2000, en lo que se reconocía en la época como una meteórica carrera literaria, donde tanto su editor como él sabían que estaba llegando a su fin. Bajo ningún punto era una informacion manejada por sus lectores, sí por sus conocidos, pero imposible para un pobre lector de Bolaño en el culo del mundo. Revisada con el tiempo la experiencia, digamos que venía leyéndolo primero con curiosidad, luego atención y finalmente fanatismo, desde 1998.
La foto que me ocupa es del 2010. Por motivos que no vienen al caso, estoy una mañana soleada a finales de julio caminando por la Costa Brava del Mediterráneo, especificamente la pequeña localidad donde habría muerto el 15 de julio del 2003: Blanes, una de las tantas playas de Cataluña. Nicanor Parra no pudo decirlo mejor: “Le debemos un hígado a Bolaño”.
Por esas fechas yo aún vivía en casa de mi madre y había terminado la carrera de Literatura Hispánica. No llevaba celular. Esperaba pronto encontrar en una escuela un puesto como profesor, pues me habían hablado de un reemplazo a propósito de un pre-natal, por un lado, otro por licencia siquiátrica de una colega de Enseñanza Media. Trabajar para mí, en ese entonces, no era de vida o muerte, acaso aplicando el mismo principio de Bolaño en su tarjeta de presentación, era ser un: “Poeta y vago”.
Por esos días también me dedicaba a la escritura de crónicas, reseñas y comentarios de libros en la revista La Calabaza del Diablo y había incursionado con una columna sobre novedades en una revista dedicada, exclusivamente, al periodismo investigativo.
El año anterior había tenido la oportunidad de formar parte del Taller de Crítica Literaria que se impartía desde hace un tiempo en la Universidad de Chile. Un taller que resultó una saludable alternativa: primero, porque podría recibir algo de dinero por mis textos sobre autores, los que de todos modos ya realizaba, y dos, podría mantenerme al día, sin gastar un peso, sobre las diversas publicaciones que se iban apareciendo. El plan resultaba perfecto. Quienes oficiaban de coordinadores, eran los académicos, Bernardo Subercaseaux –el autor de la imprescindible publicación La Historia del Libro en Chile– y, la ya entonces mordaz crítica literaria, Patricia Espinosa, quien además entonces se encontraba preparando un estudio crítico sobre la obra de Roberto Bolaño, volumen que terminó integrando a varios de los participantes del mentado taller de reseñistas.
Era una época en ciernes de las primeras páginas web y, como todo alumbramiento, gozaban de expectación al enfrentarse a los populares blog. Fue así que el taller se valió de su propia website, excindida del mismo portal de la universidad, y pomposamente denominada www.yaloleimos.cl, mala o buena idea, se volvió un foco de atención, pues muchos de sus participantes ya tenían carreras como autores, críticos, ensayistas o académicos, por lo que los nombres de Alejandro Zambra, Francisca Lange, Álvaro Bisama, Martín Cinzano, más dos o tres compañeros y compañeras de generaciones cercanas a la nuestra, un tanto menores que nosotros, todos estudiantes de literatura y postgrados, y cada cual, a su manera, ya se iban perfilando, sin ninguna premeditación y más por el accidente de la lectura, en lectores autorizados de la obra Arturo Belano.
No es que el taller fuera sobre Bolaño, pero de algún modo sí lo fue, dado que era a nuestro entender y gusto, el autor más importante del momento. Nadie supongo ahora se animaría a contrariarlo. En este orden se leyeron y comentaron sus libros recién aparecidos: Bisama escribió sobre: “La literatura nazi en América”. Zambra escribió sobre: “Nocturno de Chile”. Lange escribió sobre: “Monsier Pain”. Cinzano escribió sobre: “Llamadas telefónicas”. Yo escribí sobre: “Putas asesinas”, “Amberes”, y ya al final, cuando el taller acababa y Bolaño había muerto, a expensas de que su viuda y editor estaban vaciando su computador, lo hice sobre “El secreto del mal”. Ahora que reviso ese período, me pregunto, ¿cómo fue que nadie reseñó “El gaucho insufrible”, “Una novelita lumpen”?, y ya, si muchos éramos lectores de poesía, cómo fue que no se hizo nada sobre “La Universidad Desconocida”?
Lo que sí estoy seguro, es que para muchos, el libro de “Entre paréntesis” se convirtió en un libro de lectura obligatoria, un manual de cortapalos, en la brújula de la literatura contemporánea, sobre todo en hablahispana. Nadie refería a la entrevista con Cristián Warnken en la Feria del Libro de 1999, pero era un hecho que la habían visto. Sobre todo yo, que la tenía además en VHS.
Las reuniones del taller eran semanales. Por entonces usaba el correo: rbcontreras. Y era el que estaba puesto junto a mi firma de “crítico literario” en la página de reseñas. Fue entonces que al ver en la bandeja de entrada, me topé con su primer correo.
De: robertoba <robertoba@wanadoo.es>
Enviado: martes, 11 de marzo de 2003 23:13
Para: rbcontreras@hotmail.com
Asunto: carta del pobre Bolaño
Querido Contreras:
Unas pocas líneas sólo para agradecerte tus críticas siempre generosas e incisivas, que no sólo me hacen reír sino que también me hacen pensar que los jóvenes de mi país, o al menos algunos, se mantienen con los ojos abiertos incluso en las habitaciones absolutamente a oscuras. Espero que todo esto no te suene muy Belano.
Recibe un abrazo afectuoso.
Bolaño.
De: roberto contreras <rbcontreras@hotmail.com>
Para: robertoba@wanadoo.es <robertoba@wanadoo.es>
Fecha: lunes 28 de abril de 2003 4:45
Asunto: felizcumpleaños
Querido Bolaño, recuerdo haber leído que en abril estabas de cumpleaños. En
Chile lo último que se supo, fue algo sensacionalista en torno a lo de tu
enfermedad. En fin, te deseo parabienes por tu medio siglo, salud y larga
vida. Se esperan tus nuevos libros.
un afectuoso abrazo
R. Contreras
p.d. Te envio un artículo que publiqué en la revista El pediodista
quincenal, en enero del 2002. Fue mi primera nota de autor en esa revista,
que se dedica afanosamente a eso monstruo que se llama “periodismo
investigativo” a la chilena.
De: robertoba <robertoba@wanadoo.es>
Enviado: lunes, 28 de abril de 2003 11:35
Para: roberto contreras
Asunto: RE: felizcumpleaños
Querido Contreras:
Gracias por tu texto, tan generoso. Un magnífico regalo de cumpleaños. Tener
cincuenta años asusta, pero tampoco está tan mal. Espero que nos veamos en
Chile y que me puedas contar, delante de unas empanadas, el estado de la
literatura nacional. Un abrazo.
Bolaño.
*
De esos correos transcurrieron apenas tres meses y murió.
De mi paso por Blanes, que parece menos tiempo, ya se cumplen 10 años.
La primera semana de julio del 2010 pude concretar el fin de mi estadía en la Península, arribando a la costa catalana. Ya en Blanes, desde el mismo arribo al terminal de buses, todo me parece un espejismo. El tiempo corre en presente. Es medio día. La gente camina a un mercadillo, yo avanzo con ellos, compro una manzana. Me repite la panceta y el café desayunado con mi amigo, del que me despedí en la estación de Girona. Pienso en que me falta una botella. Tomo agua de una bebedero antiquísimo. Luego compro un agua mineral. El calor arrecia. Fijo la vista en mi sombra extendida. Aquí las coincidencias, ¡que no son coincidencias!, toman forma de enigma y solución: estoy a la entrada del pasaje Carrer del Lloro. La única calle que llevo anotada como referencia. Miro los detalles de cada uno de los pisos de departamentos, pequeñas ventanas con balcones; uno de esos, al parecer el con extractor de aire acondicionado, debe ser el estudio que ocupaba Bolaño.
Me quedo varios minutos en esa posición. Hay motos, contenedores de basura y algunos gatos merodeando. Hago algunas fotos. No saco, por ningún motivo, mi libreta, porque me avergüenza ser sorprendido escribiendo. Con el tiempo me recriminaré esta acción, porque hasta ahora no había tenido oportunidad de referir el episodio. Intento recuperar la escena revisando ahora esas fotos. Si en una de esas ventanas estaba su escritorio, a menos de 50 metros vivían sus hijos, Lautaro y Alexandra, con su madre, Carolina López. Entonces nada se sabía de su amante, la escritora Carmen Pérez, por lo que no pude intentar indagar un paradero o la posible segunda casa dónde habrían transcurrido sus últimos días.
La ciudad era un pintoresco pueblo costero, que de permitírseme la comparación, algo así como una zona residencial de clase media, semejante a las orillas de Algarrobo, con club de yates, bañadas por centenares de sombrillas multicolores y mujeres, de todas las edades en topless, incluso señoras como mis tías o mi abuela. Un hermoso paseo peatonal, donde reparo en la curiosa escultura de un lector sentado en un escaño. Otra foto. Al fondo puedo reconocer de inmediato la Sa Palomera, una formación de roca que ingresa desde la bahía; el montículo desde donde lanzaron sus cenizas el verano del 2003.
Hasta allí subo, por un sendero, para abarcar la Costa Brava y la panorámica de la ciudad, recordando acaso el que fuera uno de sus últimos poemas, titulado La muerte: “A todo nos llega la hora./ Todos tenemos que salir algún día/ ¡Y qué!/ Tú no te mires/ en el espejo de la muerte./ Mírate en el espejo real,/ en el espejo de tu cuarto/ de baño./ Ese eres tú. El que brilla/ y mira el Mediterráneo./ Fantástico./ Sin miedo./ Sin miedo”.
No tengo fotos de esa postal. Comienzo a grabar un video. Hasta que junto con la batería de mi cámara, también se me termina el agua. Mientras desciendo me acuerdo que debo llamar a Jess, la amiga que me espera en Barcelona, para decirle que llego esa noche a la okupa. Pienso en su azotea. En que el pasado es más irremediable que la muerte, porque al menos algo se va y siempre permanece. Incluso en la certeza de que con la memoria no se juega, y me he llevado años apostando a ese video inconcluso y a las anotaciones que no hice en mi libreta del viaje a España.
Me pregunto cómo será morir a los cincuenta años. Pienso que solo los libros se acaban, así como que los viajes no pueden terminar.
Diario de Cataluña, julio de 2010 – julio de 2020.
Fotos: RC.