Noviembre 21, 2024

Teatro vivo: Entrevista a Manuel Ortiz

 

La familia de Manuel Rojas, al igual que muchos clanes como los Parra o los de Rokha, ha sobrevivido más allá de su generación y ha transformado el oficio del arte en una tradición familiar. Vivo ejemplo de esto es Manuel Ortiz, bisnieto del autor de «Hijo de Ladrón», quien es una de las voces jóvenes del teatro chileno de nuestros tiempos. Manuel inició su trayectoria estudiando teatro en la Universidad de Chile y desde entonces se ha desenvuelto en todas las áreas del trabajo teatral, e incluso en algunas del sector audiovisual, tanto en Chile como en el extranjero. Las obras que ha dirigido y/o escrito han tenido diversas presentaciones en salas y festivales en Argentina, Brasil, Chile, México, USA, España, Italia y Alemania. Ha sido, además, docente y tallerista en dichos países. Fuera de la escritura, también se ha desenvuelto como gestor cultural, destacando con proyectos como el Corredor Latinoamericano de Teatro, del cual es fundador y director. Actualmente, Manuel vive en New York, donde ha encontrado nuevos horizontes para su trabajo teatral, sin por esto olvidar Chile. Desde octubre, Manuel ha reafirmado su compromiso social con su tierra natal por medio de diversas presentaciones, junto con el colectivo 18/10, para apoyar y difundir la lucha por la dignidad que se vive en el país. Entre sus proyectos destacan la obra Pichanga, publicada en Valencia, España por ediciones «A tiro hecho».

Por Germán Alcalde

 

Actor, director y dramaturgo, además de gestor cultural, docente e incluso guionista y productor audiovisual. Has incursionado en diversas áreas ligadas al teatro y a la actuación. ¿Cuál de estos oficios te define más como artista? ¿o más bien prefieres moverte por entre las distintas disciplinas, buscando una expresión más íntegra e híbrida del teatro?

Me gusta usar el concepto de teatrista, ese artista del teatro cuyo oficio es construir mundos en la escena ya sea desde la dirección, la dramaturgia, la actuación e incluso desde la gestión. Pero si lo pienso un poco creo que el oficio de director y dramaturgo es lo que se acerca más a esta idea de creador de mundos, universos y sistemas que funcionan en la escena, eso es lo que siempre me ha fascinado del teatro. Esta perspectiva me ha permitido moverme entre distintas disciplinas, pues ya sea que este escribiendo una obra dramática o un guión audiovisual la construcción de un mundo es fundamental. Lo mismo pasa cuando estoy trabajando en un festival o asesorando una organización, la construcción de un sistema (o mundo) es esencial para el funcionamiento de cualquier proyecto.

 

En tus obras la tradición clásica y las propuestas más contemporáneas se conjugan armónicamente. Por ejemplo, en Pichanga has trabajado con el teatro documental, mientras que en Sueño americano reescribiste, en un tono contemporáneo y chileno, La vida es sueño de Calderón de la Barca. ¿Cómo funciona este diálogo entre nuevas propuestas y tradición, tanto en tu producción como en los de tu generación?

Siempre he pensado que las pulsiones creativas, los materiales con lo que uno trabaja, demandan intrínsecamente un formato. Hay historias que funcionan en el teatro, otras en el cine, otras en los libros y así. En la misma dinámica para mi hay historias que funcionan desde el teatro documental y otras que funcionan desde la visita a un clásico. Por ejemplo la primera obra de teatro documental que hice fue el 2011, en plena revolución estudiantil. Me habían invitado a montar el egreso en una escuela de teatro y cuando llegue al primer día de ensayo le pregunté a los estudiantes de que querían hablar y todos me contestaron al unísono queremos hablar de lo que está pasando afuera. Ahí me tuve que guardar los clásicos e inventar un mundo donde hablar de lo que pasaba en la calle. EsA escritura en escena, tejiendo las historias personales de los actores, con la historia oficial y la historia no–oficial del país le terminé llamando teatro documental. En el caso de Sueño Americano, fue un escribir desde el escritorio. Partí jugando con un Segismundo contemporáneo encerrado en una torre de cemento, como los edificios del centro de Santiago, donde vivía yo. Ahí me pregunté por los sueños que lo acosan y apareció la idea de la escena en donde a Segismundo se le aparece su padre detenido y debe contarle a su padre todo lo que pasó después de su muerte, el plebiscito, la transición y como la alegría nunca llegó. A partir de esa escena escribí el resto de la obra.

Creo que el dialogo entre estas propuestas se basan en el interés por contar historias, para algunos la esencia del teatro. A veces quiero contar historias reales, tanto mías como de los actores; otras veces no puedo evitar caer en los clásicos, esas historias universales que pasan en cualquier parte del mundo, en cualquier momento de la historia y se siguen repitiendo, una y otra vez.

 

Al igual que tu bisabuelo, en tu escritura tienes un fuerte impulso político y social, ligado a importantes momentos de la historia de Chile como lo son el golpe del 73 o las protestas sociales, desde los pingüinos hasta el estallido social, ¿Cuál es tu relación con la política, y, más importante aún, cual es la relación de tu propuesta teatral con la política chilena?

Mi relación con la política parte antes de respirar. Nací el 80 en una familia comunista, mi abuelo lo desaparecieron en los setenta y a mi tío lo mataron en los ochenta; súmale a eso una adolescencia gay en los 90 cuando en Chile todavía era ilegal ser gay. Así que si, mi persona y mi propuesta teatral, que es casi un brazo o un pedazo de mi cabeza, están profundamente teñida con la política chilena desde un comienzo. Creo que el teatro es ese espacio en donde la comunidad visita sus historias y se ven representados, en esa escena se están contando las historias que no se cuentan ni en la tele ni en las aulas. Soy de los que cree en que el teatro puede cambiar el mundo y en que si los griegos construyeron las bases de la sociedad occidental usando el teatro, porque nosotros no.

Ahora, todavía no he podido cambiar el mundo, les aviso si me resulta. Por mientras trato de cambiarles el mundo a los que ven mis obras; cosa no fácil, pero cada vez que pasa siento que mi trabajo cobra sentido. La última vez fue en una obra que dirigí acá que mezclaba las comunidades lgbtq, latinas y afroamericanas. En el conversatorio posterior a la obra un hombre afroamericano nos contó que la obra le había permitido ver a su sobrino gay de otra forma, a su lado su hermana, madre del chico gay, habló después entre lágrimas, la verdad estábamos todos llorando. Esa historia que particularmente se vincula con la política estadounidense, resuena también en mi experiencia de la política chilena; más ahora con el último fallo de la corte suprema chilena, en el que se declaró ilegal el matrimonio homosexual.

 

Hablando de política, luego del estallido social, el que te pilló en New York, te uniste rápidamente con otros chilenos para formar el Colectivo Artístico 18/10, quienes se enfocaron en denunciar de manera artísticas la desigualdad y las violaciones de los derechos humanos en Chile. ¿Cómo ha sido esta experiencia de unión y solidaridad chilena en un país como Estados Unidos y en un contexto como octubre del año pasado?

Hermosa. Fundamental. Yo creo que a muchos nos salvó de la oscuridad o por lo menos de la depresión. Por lo menos a mi. En particular también me salvo de la página en blanco. Llevaba como 3 semanas en shock viendo las noticias sin poder teclear palabra hasta que tuvimos la primera reunión; ahí me ofrecí a armar el guión del primer acto y bueno, no me quedo otra que amarrarme a la silla hasta que saliera algo. Después encontrarse con toda esa gente en el acto, con chilenos que han vivido mucho tiempo acá, algunos exiliados desde la dictadura, fue una experiencia sobrecogedora. Yo tengo un rollo gigante con los símbolos patrios, me producen rechazo; pero ver la bandera de Chile negra, la gente tomándose las plazas y botando los monumentos, me produjo por primera vez una relación distinta con Chile y ser chileno. ¿Será eso lo que le dicen el orgullo patrio? Lo pienso y me da escalofríos. Prefiero buscarle otro nombre.

Después del primer acto hemos seguido trabajando juntos con el colectivo, alcanzamos a hacer dos actos más hasta que llegó la pandemia. Entonces nos organizamos para hacer un show por zoom con teatro, poesía, música. Estuvo espectacular, mi primera experiencia actuando por zoom. Además pudimos juntar dinero para apañarnos durante la cuarentena.

 

Dentro de tu función como gestor cultural fuiste parte de la fundación del Corredor Latinoamericano de Teatro, una plataforma para hacer circular las distintas propuestas teatrales en nuestra América ¿Nos puedes contar más sobre este proyecto del cual eres director en este momento?

Hace un montón de tiempo, a principios del 2000, viajé un par de veces a Argentina y quede maravillado por su teatro, entonces se me ocurrió la idea de un Corredor Andino de Teatro, una especie de canal por donde pueda circular el teatro de un lado al otro del los Andes. Francamente la idea quedó ahí hasta que el 2013 compartí escenario en un festival con una compañía argentina y después de la función, conversándonos unos vinos, le conté al director argentino la idea del Corredor. Un par de vinos después y lo dejamos como Corredor Latinoamericano de Teatro. Hoy día llevamos 7 años trabajando, hemos hecho más de 10 festivales, encuentros de dramaturgia, Ciclos de teatro latinoamericano en Europa y diversas actividades para poner en circulación el teatro latinoamericano. Todo esto desde un modelo de autogestión y trabajo en red propio de la escena latinoamericana.

Siempre hemos planteado que el teatro circula no solo con las obras, sino que también en los talleres, los conversatorios, en el compartir prácticas y experiencias; y ha sido interesante lo que a pasado con la cuarentena, pues nos obligó a pensar nuevas formas de circulación del teatro en este contexto. Entonces ahora mismo estamos levantando dos acciones: un programa live donde conversamos con creadores latinoamericanos sobre su quehacer en pandemia; y distintos talleres por zoom, ya tuvimos el primer taller y llegaron casi treinta alumnos de todas partes de Latinoamérica.

 

 Como ya he mencionado, actualmente tu vives en New York, además has vivido y trabajado en otras partes como Argentina, Brasil y España ¿como ves que funciona el teatro en los distintos lugares comparados con nuestro Chile?

Viene de cerca la recomendación, pero, la calidad artística del teatro chileno es muy buena y desde hace un tiempo que se viene posicionando en el circuito, de manera muy parecida a lo que ha pasado con el cine chileno. La gran diferencia tiene que ver con los recursos y la institucionalidad en la que se desarrolla el teatro. Ahí es donde estamos mal. Primero algo está mal si el área de economía creativa aporta más del 2% al PIB pero el presupuesto en cultura no alcanza ni al 0,5%. En institucionalidad, mientras no se salga de la lógica de la concursabilidad es muy difícil que los proyectos artísticos puedan crecer y profundizar su trabajo, sin contar el estrés que significa que parar la olla dependa de la lotería del Fondart y ni hablemos del Fondart (o juegos del hambre) que abrieron ahora, que nos hace competir por ayuda para salvar la crisis. Por suerte hay gestores y creadores innovadores que levantan proyectos desde la autogestión, trabajando con comunidades, construyendo experiencias que nos ayudan a volver a encontrarnos.

 

Para finalizar, nos gustaría que nos contaras un poco sobre tus futuros proyectos a corto, mediano y largo plazo.

Desde la gestión el proyecto del Corredor sigue andando, ya estoy en conversaciones con un teatro en Nueva York para organizar un Festival Latinoamericano de Teatro, conversaciones que por supuesto se detuvieron con la llegada del Corona virus. Pero creo que las acciones que estamos haciendo en pandemia, el programa y los talleres en zoom, pueden tener una proyección interesante; la formación a distancia lleva mucho tiempo, pero ha sido nada de explorada en el teatro. Ayer mismo el entrevistado del programa decía que “la virtualidad en el teatro llegó para quedarse”.

Desde la creación, el desafío a corto-mediano plazo creo que tiene que ver con encontrar mi espacio en esta selva en donde pueda hacer resonar mi voz como creador. Quiero enfocarme en la dramaturgia, y soltar la mano escribiendo en inglés, ahí está el desafío. Ahora estoy trabajando en una obra que me encargó una compañía de acá y revisitando el Sueño americano, quiero traer a Segismundo a un edificio en Nueva York, porque aquí sobran las los sueños y también las pesadillas.

 

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Manuel Ortiz (1980)

Se formó en la Universidad de Chile como licenciado en artes, mención en actuación. Ha trabajado como actor, director y dramaturgo tanto en el Teatro Nacional Chileno, como en diversas compañías profesionales en Chile y el extranjero. Como docente ha trabajado en la Universidad de Chile, Universidad Nacional de Córdoba, entre otras escuelas de teatro. En el área de gestión se destaca como fundador y director del Corredor Latinoamericano de Teatro. En el área audiovisual destaca su trabajo como productor y guionista para la productora Spondylus, haciéndose cargo de la producción ejecutiva del Festival Internacional de Animación Chilemonos. Actualmente se desempeña como director y dramaturgo de la compañía Los Robinson y de la compañía de Teatro Documental La Criatura.

 

 

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