Diciembre 22, 2024

“Hay que suturar las heridas individuales, porque cuidar de sí también puede ser político” Entrevista a Aline Doniz

 

 

Por Ernesto González Barnert

 

Aline Doniz (Ciudad de México, 1993) es una poeta que remueve su ser y lenguaje en la herida abierta del mestizaje, la conjugación latinoamericana y árabe en este mundo globalizado bajo premisas de la política e historia mexicana como del Medio Oriente y sus tradiciones y conflictos, además de hacer suya y darle un sentido poético también a las problemáticas propias de la mujer contemporánea equilibrándose y resistiendo en una cultura patriarcal, sin perder un gramo de femineidad. Una poesía cuya naturaleza es rica en imágenes, de sentidos y anhelos, donde la cultura y la memoria, la imaginación y la ilusión creativa, fluyen, evocan, fugan, poemas que se quedan con nosotros, escritos con la madera de los sueños, con el fuego en la mirada de los que cruzaron un desierto antes de llegar a América, escuchándose el corazón.

 

–¿Cómo vives la pandemia en México?

Llorando y respirando. De vez en cuando leo, escribo y trabajo desde casa, es decir, cuando hay trabajo. Llorar y respirar se volvieron actividades primarias y conscientes para mí desde una situación complicada de salud. Sin embargo, he aprendido que ambas son aliadas cuando se descubre su verdadero significado que es mantener al cuerpo y la mente con el menor pánico y desasosiego posible, aunque es muy difícil y requiere mucha práctica y tiempo.

He tenido la oportunidad de platicar con amigos de otros países, que me cuentan su experiencia con el confinamiento y encontré un elemento en común: la mayoría se siente más cómoda consigo misma, más liberada de las presiones de la dinámica social cotidiana. En mi caso, extraño recorrer las calles de mi ciudad a pie y la vida allá afuera. Vivir una pandemia de esta envergadura es raro y, considero, que vivirla en México la convierte todavía más surreal. El encierro exacerba las personalidades.

 

–¿Cuáles son algunas de las grandes directrices de la escena azteca en estos días

a nivel conceptual, si existen a tu juicio?

La verdad no lo sé, no sé si existan. Estoy muy descontextualizada al respecto y nunca he sido muy instruida en el tema.

 

–¿Qué poema tuyo leerías en una sala de clases?

Suelo escribir con palabras sencillas y sin mucha extensión, así que cualquiera de mis poemas vendría bien en una sala de clases, porque no les daría oportunidad a los estudiantes de checar Facebook mientras hablo. Pero si he de elegir, sería “Entre la rutina del yo y el alter”.

 

–En tu caso, ¿Qué le dice la socióloga a la poeta, y viceversa, se llevan bien?

La socióloga y la poeta conviven en mí como esos familiares que no se ven a menudo, pero que cuando lo hacen se tratan con cordialidad y cierta cercanía, pero poca intimidad. La socióloga representa esta mujer un tanto recalcitrante que siempre quiere tener respuestas a todo, que busca tener la razón y cree fervientemente en el pensamiento como una especie de panacea. En cambio, la poeta, aunque intensa, utiliza más su intuición y serenidad para desenvolverse. Eso sí, ambas son fieles a sus respectivos roles. ¿Se caen bien? Se toleran y hay paz. En lenguaje mexicano ese es un “no me estés chingando y déjame hacer mi chamba”.

 

–¿Qué libros, arte, música le estás hincando el diente esta temporada?

Estoy releyendo “Diván de poetisas árabes contemporáneas” que es una antología que reúne poesía de mujeres árabes notables del siglo XX, traducida y editada por Jaafar al Aluni. También estoy leyendo “Iron Jasmine: How an Arab Woman Led Her Country’s Fight for Democracy”, que habla sobre la vida de Tawakkol Karman, la primera mujer árabe Premio Nobel de la Paz, quien fue clave en la política, el activismo y la primavera árabe en Yemen. En cuanto a música, como amante del flamenco, descubrí a la gran cantaora Tomasa La Macanita… Es potente y extraordinaria.

 

–¿Un verso o frase llevas como un mantra dentro de ti en estos días aciagos?

“Soy lo que sobrevive de mí”, del psicoanalista Erik Erikson.

 

–¿Cómo resumirías tu arte poética, en tiempos de reivindicación feminista, en la que se juegan poéticamente las junturas de culturas y latitudes de tus raíces diversas en un mundo globalizado?

Como el registro de una mujer más en este mundo que no teme describir el devenir de las cosas que le interesan y le importan como, por ejemplo, la lealtad consigo misma y su escritura. Porque, supongo que no entendimos nada, a través de la reivindicación feminista, si nos damos enteras con las demás mujeres, pero no atendemos esos llamados internos. Hay que suturar las heridas individuales, porque cuidar de sí también puede ser político. En el marco de una globalización cada vez más arrasadora, escribir poesía y lograr identificación con personas de otras latitudes se vuelve tan común como desayunar café, y eso es bueno creo yo.

 

–¿Qué poetas o escritores nos recomiendas leer de México?

El primero es Abel Rubén Romero, poeta, ensayista y traductor, al que tengo la dicha de conocer y haber tenido una buena amistad. Es creador de una poesía que posee una belleza sugestiva; un potencial sexual muy sutil que se siente casi como susurro. Y Reneé Acosta, poeta, ensayista y narradora. Su obra converge el pensamiento de grandes filósofos como Nietzsche y la expresión misma del calor de la poesía. No es una autora fácil de leer, y por eso la hace intrigante. Podría recomendar unos cuantos y cuantas más, pero con eso me quedo por ahora, y ustedes.

 

–¿Un libro que nunca has podido terminar de leer?

Muchos, de hecho tengo una mente muy dispersa. Con decirte que hasta la cuarta vez que leí “Rayuela” logré terminarlo. Uno de los que nunca acabé es “Ana Karenina”, simplemente me fui a procrastinar por ahí.

 

–¿Qué viene a tu mente cuando piensas en “poesía chilena”?

Si la poesía latinoamericana fuera un guerrillero, probablemente la poesía chilena sería el fusil. Es, a mi parecer, una de las tradiciones poéticas más vastas y la gran cohesionadora del pensamiento político y la pulsión colectiva de América Latina.

 

–¿Cómo ha sido tu relación con la obra nerudiana?

Para responder eso, tengo una anécdota. Recuerdo que cuando tenía más o menos doce o trece años, tomé del librero de la casa “Los versos del capitán”, no entendí un carajo. Tiempo después lo leí de nuevo y, al tener esa emoción acompasada con el libro, me sentí la persona más genial del planeta. Dentro de mi mente adolescente y enamoradiza de ese entonces (porque uno vive varias adolescencias a lo largo de su vida) quedaron grabados algunos versos de “Si tú me olvidas” que luego experimenté por cuenta propia:

 

“Si de pronto
me olvidas
no me busques,
que ya te habré olvidado.

Si consideras largo y loco
el viento de banderas
que pasa por mi vida
y te decides
a dejarme a la orilla
del corazón en que tengo raíces,
piensa
que en ese día,
a esa hora
levantaré los brazos
y saldrán mis raíces
a buscar otra tierra”.

 

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